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- EL ERROR - PARTE 1/6 No dejarse ver. Esa era la regla que su madre, Frida, le había enseñado. Pero para Isabel resultaba demasiado complicado el cumplirla en algunas ocasiones. Le gustaba jugarle bromas a la gente, hacerse pasar por una niña fantasma y aterrarlas. A veces pensaba que se alimentaba tanto de su miedo como de su sangre. Pero incluso ella cometía errores. Y uno de esos errores fue dejarse ver por las personas equivocadas. Lo curioso del caso es que no había sido su intención, fue un mero descuido. Uno por el que pagaría caro. Isabel era una niña eterna, transformada en un ser hematófago condenado a vivir en las sombras del mundo, errante en la oscuridad en busca de su sustento. Habían transcurrido poco más de tres décadas desde que había dejado su humanidad atrás, así que realmente recordaba muy poco de cómo ser una niña humana. Pero, ¡oh ironía!, de pronto estaba allí, en la recepción de un orfanato esperando a que una de las empleadas del lugar y los oficiales que la habían recogido de la calle firmaran sus papeles de admisión. —¿Cuál es el nombre? —preguntó la empleada, para poder completar el registro. —Isabel —respondió uno de los oficiales. —¿Algún apellido? —No nos dijo ninguno. La mujer suspiró, antes de dirigir su mirada a Isabel y sonreír con dulzura. —¿Sabes cuál es tu apellido, pequeña? Isabel se quedó callada, fingiendo estar asustada, pero realmente evaluando si le era o no conveniente revelarlo. Finalmente opto por hacerlo. Su apellido era común, no serviría para rastrearla una vez que se marchara de allí. —Martínez —respondió, con un tono de voz bajo, que emulaba la timidez de un niño común. Muchas veces en el pasado se había tenido que valer de tácticas como esa, así que no era realmente muy difícil para ella llevar a cabo tal actuación. Finalmente—una vez que el papeleo estuvo terminado—, los oficiales se retiraron y, la señorita que hizo el registro, la guio hacia el comedor del orfanato. El lugar era una habitación amplia en donde, divididos en varias mesas, al menos una treintena de niños se apretujaban entre ellos esperando su desayuno. Era extraño, jamás, ni siquiera en su vida humana, había visto a tantos niños en un sólo lugar. Menos aún niños como esos, con caras pálidas y sucias; cabelleras grasosas y ropas raídas que parecían no haber sido lavadas en mucho tiempo; y, por supuesto, el olor del sudor y la mugre que expedían sus cuerpos. Y sobre ese hedor, la sangre que corría por sus angostas venas. Un suspiro escapó de sus labios. La mujer le sonrió ante esto. —No te preocupes, Isabel, estoy segura que pronto harás amigos. Claro, ella no tenía forma de saber el verdadero significado detrás de aquella acción. Isabel no sabía cuánto tiempo podría resistir antes de terminar bebiendo la sangre de todos esos niños. —¡Su atención! —vociferó la señorita para atraer la atención de los niños. Estos de inmediato se volvieron, fijando sus miradas más en la niña nueva que en la mujer. Sus expresiones iban desde la repulsión hasta la simpatía. Isabel, por su parte, se limitó a parecer tímida; esperando que eso los disuadiera de acercarse—. Ella es Isabel —anunció la mujer—, a partir de hoy vivirá con nosotros. Por favor, sean amables con ella y traten de hacerla sentir cómoda. —¡Sí, señorita Blanca! —corearon los niños. —Ve a sentarse, el desayuno se servirá pronto —dijo la señorita, antes de volver hacia la recepción del lugar. Isabel se quedó de pie en donde estaba. La mirada de los niños fija en ella. Finalmente, sabiendo que llamaba más la atención quedándose allí, fue a sentarse en el rincón más alejado que pudo encontrar. Los niños pronto parecieron olvidarse de ella y volvieron a sus asuntos. Sin embargo, con su oído hipersensible, era capaz de escuchar con claridad cada uno de los cuchicheos sobre ella. Se recostó en la mesa. Lo mejor que podía hacer era escapar de ese lugar lo más pronto posible. —Hola —una voz tímida y algo temblorosa la hizo incorporarse. Junto a ella se encontraba una niña de unos siete años. Su cabellera oscura estaba recogida en unas coletas, las cuales tenían un aspecto extraño, al parecer quien las había hecho no tenía muchas nociones de simetría. Su piel era pálida y enfermiza, como la del resto de los niños. Pero había algo más, Isabel podía oler la enfermedad en su sangre. La chiquilla estaba desahuciada, aunque era posible que no lo supiera. Tal vez sus cuidadores sí. —¿Qué pasa? —preguntó Isabel, dispuesta a jugar su papel. —Bueno… —La niña bajó la mirada y comenzó a jugar con los bordes de su blusa —. Yo… —¡Vamos, dime! —Isabel se dio cuenta de que su voz había sonado más áspera de lo que pretendía, ya que la chiquilla dio un respingo. —Volveré después —medio murmuró y se dio la vuelta. —¡Espera! No quise ser grosera. Yo sólo… —¡Esta bien, no importa! Sólo quería saber si quieres compañía. Debe ser muy feo ser la nueva, no tener amigos, y… eso. —Puedes sentarte, si quieres. La chiquilla sonrió y tomó asiento junto a ella. —Mi nombre es Karina. —Isabel, aunque creo que ya lo sabías. El desayuno se sirvió poco después de eso. No era más que un huevo estrellado, un vaso de leche y tres tortillas para cada uno de los niños. Isabel no tocó la comida, dado que no la necesitaba, pero Karina comió su parte con gran entusiasmo. Y no era la única, todos en ese lugar devoraban los alimentos como si fuera la última comida de un condenado a muerte. —¿No vas a comer lo tuyo? —preguntó Karina, al ver que Isabel no comía absolutamente nada. —No —respondió, luego empujó su plato y su vaso hacia la otra niña—. Puedes tenerlo, si lo quieres. Yo comí algo antes de venir aquí. La niña comenzó a comer con ahincó los alimentos extra. Se notaba que el orfanato no tenía los recursos necesarios para alimentar a los niños de la manera adecuada. Ese fue el primer contacto de Isabel con Karina, quien pronto se convertiría en su mejor amiga. Su primer amiga en décadas. -_- Meel -_-
Posted on: Wed, 31 Jul 2013 14:38:47 +0000

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