"11. ORDEN DE BATALLA SHPOLA, UCRANIA. —Puede proceder, - TopicsExpress



          

"11. ORDEN DE BATALLA SHPOLA, UCRANIA. —Puede proceder, camarada coronel —dijo Alekseyev usando su equipo de radio. No dijo: ¡Hazme quedar como un estúpido ahora e irás a contar árboles! El general se hallaba de pie en una colina, quinientos metros hacia el Oeste del puesto de comando del regimiento. Con él estaba su ayudante y el miembro del Politburó Mikhail Sergetov. Como si me hiciera falta esa distracción, pensó fastidiado el general. Primero los cañones. Vieron los relámpagos mucho antes de oír avanzar el atronador ruido de los disparos. Estaban haciendo fuego desde detrás de otra colina, a unos tres kilómetros de allí; las granadas describían sus trayectorias de arco cruzando el cielo hacia la izquierda de ellos, cortando el aire con un ruido semejante al lienzo que se desgarra. El hombre del partido se encogió al oírlo. Alekseyev lo notó, otro civil flojo… —Nunca me gustó ese ruido —dijo Sergetov. —¿Lo había oído antes, camarada ministro? —preguntó solícito el general. —Cumplí mis cuatro años en un regimiento de infantería motorizada —replicó— Y nunca aprendí a confiar en mis camaradas ni en sus tablas de artillería. Es tonto, lo sé. Discúlpeme, general. A continuación vinieron los cañones de los tanques. Observaron a través de los binoculares cómo emergían de entre los bosques los enormes carros de combate, como algo que surge de una pesadilla, vomitando fuego por las bocas de sus largos cañones mientras se desplazaban cruzando las tierras de la zona de ejercicio. Entremezclados con ellos se veían los vehículos de infantería. Luego vinieron los helicópteros de ataque, que se precipitaban sobre el objetivo desde derecha e izquierda, disparando sus misiles guiados contra los modelos de refugios y vehículos blindados. Ya en esos momentos el objetivo situado en lo alto de la colina estaba prácticamente oculto por las explosiones y polvo en suspensión, mientras la artillería lo barría de arriba abajo repetidamente. El ojo experimentado de Alekseyev evaluó exactamente el ejercicio. Cualquiera que se encontrase en esa colina estaría pasando muy mal rato. Aún en un pequeño, profundo y seguro hoyo de tirador, o en el interior de algún tanque inutilizado, ese fuego de artillería sería aterrador; suficiente para confundir a los hombres de Comunicaciones, quizás incluso de anular a los oficiales que estuvieran allá. Quizá. Pero…, ¿y cómo sería el fuego con que respondería la artillería enemiga? ¿Y los helicópteros antitanques y los aviones que pudieran lanzarse sobre los batallones de tanques en avance? Son tantos los interrogantes en las batallas. Tantos imponderables. Tantas razones para jugarse, y tantas para no hacerlo. ¿Qué habría pasado si en aquella colina hubieran estado los alemanes? ¿Acaso se desconcertaron los alemanes…, ni siquiera en 1945 en las puertas de Berlín? ¿Alguna vez se habían desmembrado los alemanes? Pasaron doce minutos antes de que los tanques y los vehículos de infantería llegaran a lo alto de la colina. El ejercicio había terminado. —Muy bien, camarada general. Sergetov se quitó los protectores de los oídos. Y qué bueno era estar fuera de Moscú, pensó, aunque sólo fuese por unas pocas horas. ¿Por qué, se preguntó, se sentía más cómodo allí que en su propia casa elegida? ¿Acaso era ese hombre? —Según recuerdo —dijo—, el tiempo normal para este ejercicio era de catorce minutos. Los tanques y vehículos de infantería cooperaron muy bien. Nunca había visto el empleo de helicópteros con artillería, pero eso también fue impresionante. —El mayor perfeccionamiento ha sido precisamente la coordinación del fuego de artillería con la infantería en la última fase del ataque. Antes fallaban miserablemente. Esta vez lo hicieron como corresponde…, un procedimiento difícil. —Vaya, yo lo sé muy bien —rió Sergetov—. En mi compañía nunca tuvimos bajas por eso, pero dos amigos míos resultaron heridos, aunque afortunadamente ninguno de ellos tuvo un resultado fatal. —Discúlpeme por lo que voy a decir, camarada ministro, pero es bueno ver que los miembros de nuestro Politburó también han servido al Estado en servicios de armas. Eso hace que la comunicación sea más fácil para nosotros, pobres soldados. Alekseyev sabía que a nadie hacía mal tener un amigo en las altas esferas, y Sergetov parecía un tipo decente. —El mayor de mis hijos terminó el servicio militar el año pasado. Y mi hijo menor también se incorporará al Ejército Rojo cuando deje la Universidad. No era frecuente que el general se sintiera tan sorprendido. Alekseyev bajó los binoculares para fijar brevemente sus ojos en el hombre del partido. —No necesita decirlo, camarada general —sonrió Sergetov—. Sé que son muy pocos los hijos de los altos funcionarios del partido que hacen tal cosa. Yo he opinado en contra de ese hecho. Quienes van a gobernar, deben antes servir. Así es que tengo que hacerle algunas preguntas. —Sígame, camarada ministro, hablaremos sentados. Los dos hombres caminaron hacia el vehículo blindado de comando de Alekseyev. El ayudante del general ordenó a los tripulantes que se retiraran e hizo lo propio él mismo, dejando solos a los dos altos funcionarios en el interior del vehículo de infantería convertido. El general sacó de un compartimiento un termo con té caliente y llenó dos tazas metálicas con el líquido humeante. —A su salud, camarada ministro. —Y a la suya, camarada general —Sergetov bebió un sorbo y luego apoyó la taza sobre la mesa de mapas—. ¿Estamos realmente listos para «Tormenta Roja»? —Los progresos logrados desde enero son notables. Nuestros hombres se hallan bien preparados. Han estado practicando sus tareas sin parar. Honestamente, yo preferiría tener otros dos meses, pero, sí, creo que estamos listos. —Bien dicho, Pavel Leonidovich. Ahora, ¿vamos a hablar la verdad? El miembro del Politburó dijo esto con una sonrisa, pero Alekseyev se puso instantáneamente en guardia. —No soy tonto, camarada ministro. Mentirle a usted sería una locura. —En nuestro país, la verdad es a menudo una locura mayor. Hablemos francamente. Yo soy miembro candidato del Politburó. Tengo poder, sí; pero tanto usted como yo sabemos muy bien cuáles son los límites de ese poder. Solamente los miembros candidatos hemos salido ahora para estar con nuestras fuerzas, y tenemos la misión de informar a nuestro regreso a los miembros titulares. Usted puede sacar también alguna conclusión del hecho de que yo esté aquí, con usted, y no en Alemania. Aquello no era del todo verdad, notó Alekseyev. Esa unidad se embarcaría hacia Alemania dentro de tres días, y por eso estaba allí el hombre del partido. —¿Estamos realmente listos, camarada general? ¿Ganaremos? —Si logramos la sorpresa estratégica, y si la maskirova tiene éxito, pienso que deberemos ganar —dijo muy cautelosamente Alekseyev. —¿No «ganaremos con toda seguridad»? —Usted ha prestado servicios de armas, camarada ministro. En el campo de batalla no existe la certeza. La medida de un Ejército no se conoce hasta que no se ha cubierto de sangre. El nuestro aún no lo está. Hemos hecho todo lo que sabemos hacer para que nuestro Ejército se encuentre listo… —Usted dijo que le habría gustado tener dos meses más —le hizo notar Sergetov. —Una tarea como ésta nunca está totalmente concluida. Siempre hay mejoras que deben hacerse. El mes pasado iniciamos un programa para remplazar a algunos antiguos oficiales en los niveles de batallones y regimientos con subordinados más jóvenes y dinámicos. Eso está dando muy buenos resultados, por cierto; pero algunos de esos capitanes, que ahora cumplen funciones de mayores, ganarían si pudieran madurar un poco más. —Entonces, ¿usted todavía tiene dudas? —Siempre hay dudas, camarada ministro. Pelear en una guerra no es un ejercicio matemático. Actuamos con hombres, no con números. Los números tienen su propia y especial naturaleza de perfección. Las personas siguen siendo personas sin que importe lo que intentemos hacer con ellas. —Eso es bueno, Pavel Leonidovich. Eso es muy bueno. He encontrado un hombre honesto —Sergetov invitó a brindar al general con su té—. Yo pedí venir aquí. Un camarada del Politburó, Piotr Bronkovski, me habló de su padre. —¿El tío Petya? —asintió Alekseyev—. Era comisario en la división de mi padre en el avance hacia Viena. Visitaba nuestra casa con frecuencia cuando yo era joven. ¿Está bien? —No, está viejo y enfermo. Dice que el ataque a Occidente es una locura. Desvaríos de anciano, quizá, pero su legajo de guerra es distinguido, y por eso quiero su evaluación de nuestras posibilidades. No informaré sobre usted, general. Demasiada gente tiene miedo de decirnos la verdad a los miembros del Politburó. Pero éste es un momento para conocer esa verdad. Necesito su opinión profesional. Si yo puedo confiar en usted para que me la diga, usted puede confiar en mí en el sentido de que no le perjudicaré. El ruego terminó como una áspera orden. Alekseyev miró a su invitado fijamente a los ojos. Ahora el encanto había desaparecido. El azul era el color de hielo. Había peligro allí, peligro incluso para un general, pero lo que el hombre había dicho era verdad. —Camarada, hemos planificado una campaña rápida. El objetivo es que podamos alcanzar el Rhin en dos semanas. Más prudente que el de nuestros planes de hace sólo cinco años. La OTAN ha mejorado su preparación, especialmente su capacidad antitanque. Yo diría que tres semanas es más realista, dependiendo siempre del grado de sorpresa táctica y de los muchos imponderables que se presentan en una guerra. —¿De modo que la sorpresa es la clave? —La sorpresa es siempre la clave —respondió Alekseyev en seguida, citando con exactitud la doctrina soviética—. La sorpresa es el factor más importante de la guerra. Hay dos clases de sorpresa: la táctica y la estratégica. La táctica es un arte operativo. Un eficaz comandante de unidad puede generalmente obtenerla. La sorpresa estratégica se consigue en el nivel político. Ésa es la misión de ustedes, no la mía, y es mucho más importante que cualquier cosa que podamos hacer nosotros en el Ejército. Con una verdadera sorpresa estratégica, si nuestra maskirova da resultado, sí, casi con certeza ganaremos en el campo de batalla. —¿Y si no? Entonces habremos asesinado a ocho criaturas para nada, pensó Alekseyev. ¿Y qué participación tenía en eso este encantador personaje? —En ese caso, podríamos fracasar. ¿Puede responderme usted a una pregunta? ¿Seríamos capaces de dividir políticamente a la OTAN? Sergetov se encogió de hombros, incómodo al ser encerrado en una de sus propias trampas. —Como usted dijo, Pavel Leonidovich, hay muchos imponderables. Si eso fracasa, ¿entonces qué? —Entonces la guerra se convertirá en una prueba de voluntades y una prueba de reservas. Deberíamos ganar nosotros. Nos resulta más fácil reforzar y remplazar a nuestras tropas. Tenemos más soldados entrenados, más tanques, más aviones cerca de la zona de acción que las potencias de la OTAN. —¿Y los Estados Unidos? —Los Estados Unidos se hallan en el lado opuesto del océano Atlántico. Tenemos un plan para cerrar el Atlántico. Podrán traer tropas a Europa por aire…, pero solamente tropas, no sus armas ni su combustible, que requieren buques, y es más fácil hundir buques que destruir una división combatiente. Si no se logra una sorpresa total, esa zona operativa pasará a ser sumamente importante. —¿Y qué se puede decir de las sorpresas de la OTAN? El general se echó hacia atrás en su sillón. —Por definición no se pueden predecir las sorpresas, camarada. Para eso tenemos los órganos de Inteligencia, para reducirlas y, si es posible, eliminarlas. También por eso nuestros planes contemplan diversas alternativas. Por ejemplo: ¿qué debe hacerse si se pierde por completo la sorpresa y la OTAN ataca primero? —Alekseyev se encogió de hombros—. No llegarán muy lejos, pero trastornarán las cosas. Lo que a mí todavía me preocupa son las respuestas nucleares. De nuevo, un interrogante que es de naturaleza política. —Sí. La preocupación de Sergetov era por su hijo mayor. Cuando movilizaran las reservas, Iván volvería a trepar a su tanque, y él no necesitaba ser miembro del Politburó para saber a dónde sería enviado ese carro de combate. Alekseyev sólo tenía hijas. Hombre afortunado, pensó Sergetov. —¿Así que esta unidad va a Alemania? —El fin de semana. —¿Y usted? —Durante la fase inicial nuestra misión es constituir la reserva estratégica para las operaciones del comando en jefe del Teatro del Oeste, además de defender a la madre patria contra posibles incursiones desde el flanco sur. Eso no nos preocupa demasiado. Para que fueran una amenaza, Grecia y Turquía deberían aliarse. Y no lo harán, a menos que nuestra información de Inteligencia sea completamente falsa. Mi comandante y yo ejecutaremos después la Fase Dos del plan, para apoderarnos del golfo Pérsico. Esto no supone ningún problema. Los árabes están armados hasta los dientes, pero no son muchos. ¿Qué hace ahora su hijo? —¿El mayor? Está terminando su primer año de la escuela de graduados en idiomas. El primero de su clase…, idiomas del Medio Oriente. Sergetov se sintió sorprendido de sí mismo por no haber pensado en aquello. —Me vendrían muy bien unos cuantos de esos muchachos. La mayoría de nuestros hombres que hablan idiomas árabes son musulmanes, y para esta misión yo preferiría gente en la que se pudiera confiar más. —¿Y usted no confía en los seguidores de Alá? —En la guerra no confío en nadie. Si su hijo es bueno en esos idiomas, voy a encontrar la forma de emplearlo, puede estar seguro de eso. El acuerdo formal quedó cerrado con movimientos de cabeza, y cada uno de ellos se preguntaba si el otro lo había planeado así..." TORMENTA ROJA, TOM CLANCY
Posted on: Wed, 18 Sep 2013 14:41:17 +0000

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