#86 Mi única condición fue poner a Kato en el asunto. Sabía - TopicsExpress



          

#86 Mi única condición fue poner a Kato en el asunto. Sabía que estaba tan loco como yo, como para que le guste la idea y era un loco de mi plena confianza. De hecho, lo había extrañado en las financieras. Nos juntamos una vez más a definir los detalles y conocernos todos. Fue una noche en el restauran el 22 de Palermo. Luego siguieron unos tragos en el depto del Gordo sobre la av. Coronel Díaz, donde se tocaron los aspectos más finos. El modus operandi era el mismo de los robos anteriores. "Entrar, localizar el objetivo, secuestrar y salir, no detenerse no importa qué". No se trataba de si tenía experiencia o no, lo cierto es que aprendí mucho en aquellos robos con El Gordo Taranto, su modo de asalto era casi infalible. Lo único que podía resistir nuestra acción, sería encontrarse con otro grupo de asalto del otro lado, lo cual él aseguraba hasta el hartazgo que no nos pasaría y, desde ya les anticipo, no nos pasó. La noche en cuestión, antes de irnos a dormir la siesta, le pregunté a Kato si estaba seguro de lo que íbamos a hacer. "¿Por qué?¿Vos estás cagado maricón?- me respondió. Confiaba en mi amigo, sabía que los dos hombres de Taranto eran profesionales. Pero no estábamos a punto de robar en una juguetería precisamente. Habremos dormido, no sin alguna pequeña ayuda alcohólica, desde las once y media de la noche hasta las cuatro de la mañana. Cuando sonó la alarma del despertador, la cafetera estaba encendida y humeante, café negro, petroleo, todavía no estaban de moda los energizantes y solo el Gordo se dio un pequeño pase de cocaína, los demás no consumíamos. Una de las cosas que aprendí, es que ese tipo de asaltos se realizan media hora antes del alba, cuando los guardias (que estuvieron toda la noche de vigilia) están cansados y esperando el relevo para finalmente irse a dormir. Independientemente del factor sorpresa, esa condición los hace lentos, tontos, se aturden con mayor facilidad. - Te dije que de noche esto está vacío- dijo El Gordo ni bien reducimos a los dos polis de la oficina de guardia. La cara de los polis cuando entramos merecería un capítulo aparte, la expresión en sus rostros es como cuando a un chico se le quita de sorpresa un juguete de las manos. Quedaron atónitos, el más veterano casi que lagrimeaba mientras era espesado a un viejo radiador de la calefacción. Recorrimos los pasillos a paso rápido, yo cubría la izquierda, El Gordo al frente, Kato la derecha, Pacheco- creo que se llamaba el otro- la retaguardia. El 5to hombre aguardaba con el auto de campana y chofer. Llegamos al despacho que fuimos a buscar y El Gordo abrió la puerta de una patada, yo entré con él, Kato y Pacheco- estoy convencido de que aquel grandote tenía un apellido similar, pero lo uso para este relato por que al mismo tiempo sé que no era ese- cubrieron el pasillo. En el despacho había una vieja caja de seguridad, de esas tipo armario, grande como un ropero, de hierro, la marca... no me acuerdo. Realmente vieja. El gordo revisó los cajones convencido de que encontraría la llave en uno de ellos y así fue. Yo, incrédulo hasta la paranoia, sospechaba de que tenía datos concretos, tanto como que aquel asalto no tenía como última finalidad el robo, sino una movida interna, un fin político si se quiere, y que indirectamente estaba trabajando para alguien que ostentaba un cargo importante dentro de aquella fuerza policial. Le pasé el bolso, cargó el mío y el de él; salimos como entramos. En la puerta nos encontramos con un patrullero, Pacheco no dudo en llenarlo de balas, los tres policías que iban en el mismo descendieron y se tiraron al suelo. - Arrancá Lucho... Vamos, vamos vamos- Le gritó el gordo al chofer del auto ni bien subimos. Fue un pequeño momento de tensión, pero el opertivo había salido sólido, todo se había movido como las agujas de un reloj deben moverse. Después de unas cuantas vueltas y un cambio de vehículo por uno legal terminamos otra vez en la casa del Gordo. Kato y yo nos quedamos con el efectivo, los otros tres compartieron o no la parte del botín que venía en especias, unos paquetes que muy probablemente hayan sido de cocaína de alta pureza, o quizás algo parecido a la heroína. De un blanco con cierto tinte celestón. Esa fue la última vez que ví al Gordo Taranto. En su casa, una hora o dos después de robar drogas y billetes en demasía del despacho de algún comisario en el Departamento Central de Policía, sin habernos topado con más de cinco y a las siete u ocho de la mañana. A Pacheco tampoco no lo ví nunca más, ni supe nada de él, nunca. A Lucho lo ví varias veces de uniforme varios años más tarde en dos o tres esquinas del barrio de Belgrano. Con Kato, con Kato nos quedaría mucho más camino por recorrer. Supe del Gordo que se casó, que tuvo una hija, dicen que muy bonita, rubia como él y como la madre; que se convirtió en adicto, que la adicción lo llevó a la ruina, que zafó, se rehabilitó y en eso anda... mucho más tranquilo, por algún rincón donde lo haya llevado la vida, vendiendo y comprando cosas por "Mercadolibre". Supongo que en este puto momento está un poco mejor que yo. La guita del afano les había dicho ya que no era mucho, pues ni muy muy ni tan tan, de haber estado un poco más cuerdos o un poco menos locos no justificaba ni en pedo tamaño riesgo. Pero para nosotros fue un fin de semana pago a las cataratas, y no me refiero a la forma de gastarla, sino a cómo la obtuvimos. - Les escribo pronto. -
Posted on: Sat, 20 Jul 2013 00:55:14 +0000

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