"Al canon de los grandes amores de la historia, Antonio y - TopicsExpress



          

"Al canon de los grandes amores de la historia, Antonio y Cleopatra, Romeo y Julieta, Tristán e Isolda, ahora podía añadirse la pasión que Barney Livingston sentía por Shari Lehmann. El único problema residía en que Shari era paciente suya. Por una vez, la hora que duraba la terapia resultaba más dolorosa para el médico que para el paciente. Shari era una bailarina de veinticinco años, perteneciente a la compañía del Teatro del Ballet Americano, una joven inteligente y sensual con unos pronunciados rasgos mediterráneos. Su matrimonio se había desintegrado hacía seis meses y su depresión se había agravado de tal modo que el médico de la compañía había sugerido que buscara ayuda profesional. Un anciano miembro del Instituto recomendó a Barney como posible psicoanalista. Barney no podía evitar pensar que el caso de Shari venía a confirmar una de las teorías que largamente había sostenido: que casi siempre es el miembro menos atractivo de la pareja el que tiene una aventura extramatrimonial. Porque, inconscientemente, no se siente digno de la otra persona. El marido de Shari era un respetado violoncelista veinte años mayor que ella y patológicamente celoso. —No conseguí tranquilizarle de ningún modo —se quejó Shari—, ni siquiera ofreciéndome a abandonar la danza para acompañarle en sus giras. En realidad, ése fue el detonante. Ella acababa invariablemente llorando cuando discutían sobre su ruptura con Leland, lo cual podría describirse mucho más acertadamente como el rechazo de ella por parte de él. —¿Por qué, doctor Livingston? Si consiguiera saber el porqué... podría tal vez aceptarlo y rehacerme. En estos momentos no soy más que un manojo neurótico de nervios... «No, no lo eres —pensó Barney—. El que tiene el problema es tu marido.» Mientras tanto, la agonía de Barney empeoraba por momentos. ¿Por qué no podía haber conocido a Shari por algún conducto social, de forma que pudiera haberle dicho (sin comprometer los principios éticos del juramento hipocrático) que la amaba desesperadamente? Deseaba con toda su alma poner fin a su sufrimiento rodeándola fuertemente con sus brazos y susurrándole al oído: «Todo está en orden, Shari. Lo único que necesitas es alguien que te quiera. A mí, por ejemplo. Haría cualquier cosa para conseguir que tu joven y hermoso corazón herido se alegrara de nuevo.» Pero tenía que sufrir todo aquello en silencio. Y para empeorar las cosas, la terapia estaba resultando bien. Lo cual quería decir que se había producido la transferencia. El estadio en el cual el paciente recrea sus síndromes neuróticos con el psicoanalista, como estrellas del escenario. Ella ya le había confesado, con dificultad, pero valerosamente: —Doctor Livingston, sé que esto le parecerá un poco tonto, pero creo que usted... bueno, me gusta. He leído su libro y todos los artículos que han caído en mis manos. Además, siempre me he sentido atraída por hombres mayores... Su último comentario fue como una bofetada para el ego de Barney. ¿Mayores? —Quiero decir que estoy segura de que todas sus pacientes sienten algo parecido. Cuando iba a la facultad, hice un curso de psicología y supongo que experimento lo que se denomina «transferencia», pero me siento muy mal sólo por decir esto, doctor. Mientras Barney la escuchaba en silencio, se preguntó: «¿Y no oíste hablar también del formidable problema de la "contratransferencia"?» Si la terapia psicoanalítica funciona, inevitablemente el paciente y el médico deben establecer una relación. Pero, naturalmente, como ya observó Freud, el terapeuta debe aprender a servirse de tales sentimientos que se han despertado en su interior en beneficio del paciente. Dirigir la línea de tal relación como si se tratara de una «atención en suspenso» y limitarse a hacer lo que Theodore Reik describió como «escuchar con el tercer oído». En pocas palabras, lo peor que un psicoanalista puede hacer es aprovecharse del privilegio que le ha concedido el paciente (la llave privada de sus más íntimos pensamientos) y utilizarlo para su propia gratificación. Durante unos momentos, el asunto se aproximó peligrosamente a ese punto. Barney se sorprendió a sí mismo sumido en una serie de fantasías muy poco profesionales. «¿Por qué no podemos consumar una relación tan íntima y cariñosa? Porque sería de lo más incorrecto.» La batalla que se libraba en su interior entre su ego y su superego parecía no tener fin. Conocía uno o dos casos de psiquiatras que se habían casado con pacientes. Naturalmente, eran terapeutas, pero aun así... Entonces recordó a Andrew Himmerman. «Oh, Dios, no dejes que yo sea como Andrew Himmerman.» Barney trató de convencerse a sí mismo de que aquello era diferente. Sólo quería estar con Shari hasta que la muerte los separase. Semana tras semana, permanecía durante la hora de visita de Shari sentado escuchándola, sin tomar notas jamás, ya que nunca olvidaba el más mínimo detalle." Erich Segal. (Doctores)
Posted on: Sun, 04 Aug 2013 23:56:26 +0000

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