"CROFTON, MARYLAND. Toland despertó al oír el teléfono en la - TopicsExpress



          

"CROFTON, MARYLAND. Toland despertó al oír el teléfono en la oscuridad. Estaba todavía un poco embotado por el viaje desde Norfolk y también a causa del vino. El timbre tuvo que sonar más de una vez para que él reaccionara. Su primer acto consciente fue mirar la radio-reloj: Dos y once ¡Las dos de la maldita mañana!, pensó, seguro de que la llamada se debía a un bromista o a alguien que se había equivocado de número. Levantó el auricular. —Hola —dijo gruñendo. —El teniente de corbeta Toland, por favor. —Al habla. —Aquí oficial de turno de Inteligencia del comando en jefe del Atlántico —dijo la incorpórea voz—. Debo transmitirle la orden de que regrese inmediatamente a su puesto. Por favor, contésteme si ha comprendido, capitán. —Regreso a Norfolk de inmediato. Comprendido. Instintivamente, Bob se sentó en la cama y puso los pies descalzos en el suelo. —Muy bien, capitán. La comunicación se cortó. —¿Qué pasa, querido? —preguntó Marty. —Me necesitan de vuelta en Norfolk. —¿Cuándo? —Ahora. Esto terminó de despertarlo. Martha Toland se incorporó en la cama como con un resorte. Las mantas resbalaron descubriendo su pecho desnudo, y la luz de la luna que entraba por la ventana dio a su piel un brillo pálido casi etéreo. —¡Pero si acabas de llegar! —Lo sé muy bien. Bob se puso de pie y caminó torpemente hacia el cuarto de baño. Tenía que darse una ducha y tomar un poco de café si quería tener alguna esperanza de llegar a Norfolk con vida. Cuando volvió, diez minutos después, haciendo espuma en su cara para afeitarse, vio que su mujer había encendido el televisor de su dormitorio y estaba viendo el noticiario de la CNN (Cable Network News). —Bob, escucha esto. —Soy Rich Suddler, transmitiendo para ustedes en directo desde el Kremlin —decía un periodista vestido con un blazer azul. Detrás de él, Toland pudo ver la severa muralla de piedra de la antigua ciudadela fortificada por Iván el Terrible en la que en ese momento patrullaban unos soldados armados y vestidos con uniforme de combate. Toland interrumpió lo que estaba haciendo y se acercó al televisor. Algo muy extraño ocurría. Una compañía completa de tropas armadas en el Kremlin podía significar varias cosas y todas ellas malas. —Se ha producido una explosión en el edificio del Consejo de Ministros, aquí en Moscú —continuaba diciendo el cronista—. Aproximadamente a las nueve y media de esta mañana, hora de Moscú, mientras yo grababa un informe a menos de ochocientos metros, nos sorprendió un ruido tremendo que llegó desde la nueva estructura de cristal y acero, y… —Rich, soy Dionna McGee, desde los estudios —La imagen de Suddler y del Kremlin se retiró a una esquina de la pantalla cuando el director insertó la atractiva mujer negra que estaba a cargo de la guardia nocturna de CNN—. Supongo que estabas acompañado en el momento por cierto personal soviético de seguridad. ¿Cómo reaccionaron? —Bueno, Dionna, podemos mostrarles eso si esperan un minuto hasta que mis técnicos preparen la cinta; yo … —Se apretó los auriculares contra las orejas—. Muy bien, ya viene, Dionna… La cinta de vídeo interrumpió la escena en vivo, ocupando toda la pantalla. Estaba en un instante de pausa y Suddler aparecía congelado en un gesto señalando algo, probablemente la parte de la muralla donde están enterrados los comunistas importantes, pensó Toland. La cinta de vídeo empezó a correr. Al mismo tiempo, Suddler pareció encogerse y se dio vuelta cuando un ruido atronador llegó cruzando el vacío de la Plaza. Por instinto profesional el operador de la cámara giró instantáneamente hacia el origen del ruido y, tras un momentáneo tambaleo, la lente se fijó en una bola de polvo y humo que se expandía hacia fuera y arriba desde el edificio extrañamente moderno que formaba parte del complejo eslavo rococó del Kremlin. Un segundo después, la lente del zoom acercó rápidamente la escena. Tres pisos completos del edificio habían perdido sus paredes de cristal, y la cámara siguió a una larga mesa de conferencias en el momento en que caía; se había abierto el suelo que la sostenía y sus restos quedaron colgando de media docena de varillas de hierro de refuerzo. La cámara bajó al nivel de la calle, donde se veía perfectamente un cuerpo, y tal vez otro, junto a una colección de automóviles aplastados por los restos del derrumbamiento. En pocos segundos, la plaza se llenó de hombres de uniforme que corrían y llegó el primero de muchos autos oficiales. Una borrosa figura, que no podía ser otra cosa que un hombre de uniforme, bloqueó de golpe la lente de la cámara. La cinta de vídeo se detuvo en ese instante, y Rich Suddler volvió a la pantalla con una escena en directo en el ángulo inferior izquierdo. —En ese momento, el capitán de milicia que nos había estado acompañando (la milicia es el equivalente soviético a…, bueno, como una especie de fuerza policial de un estado en nuestro país), nos hizo suspender nuestras tomas y confiscó la cassette. No nos permitieron tomar los camiones contra incendio ni los varios cientos de tropas armadas que llegaron y ahora están custodiando toda el área. Pero después nos devolvieron la cinta, lo que nos permitió ofrecer a ustedes estas tomas del edificio, ahora que el incendio ya ha sido apagado. Honestamente, no puedo decir que culpe a ese capitán…, durante unos cuantos minutos las cosas estuvieron muy feas aquí. —¿Te amenazaron de alguna manera, Rich? Quiero decir, ¿actuaron como si pensaran que tú…? La cabeza de Suddler se movió de un lado a otro enfáticamente. —De ninguna manera, Dionna. En realidad y más que cualquier otra cosa, parecieron preocupados por nuestra seguridad. Además del capitán de milicia, ahora tenemos con nosotros a un grupo de infantes del Ejército Rojo, y su oficial tuvo mucho cuidado en aclarar que estaban allí para protegernos y no para amenazarnos. No nos permitieron acercarnos al lugar del incidente y, como es natural, tampoco nos permitieron abandonar la zona…, aunque de todos modos no lo habríamos hecho. Hace pocos minutos nos devolvieron la cinta de vídeo y nos informaron que podíamos hacer esta transmisión en vivo —La cámara giró otra vez hacia el edificio—. Como pueden ver, todavía hay aquí unos quinientos hombres, entre bomberos, policía y militares, revisando los escombros y buscando más cadáveres; y a nuestra derecha se encuentra un equipo ruso de televisión haciendo lo mismo que nosotros. Toland examinó de cerca la pantalla del televisor. El único cadáver que podía ver parecía terriblemente pequeño. Lo atribuyó a la distancia y la perspectiva. —Dionna, parece que estamos frente al primer incidente terrorista importante en la historia de la Unión Soviética… —Desde que los muy bastardos se instalaron en el poder —protestó Toland con un bufido. —Sabemos con seguridad, por lo menos eso nos han dicho, que ha estallado una bomba en el edificio del Consejo de Ministros. Tienen la certeza de que fue una bomba, no un accidente de ninguna clase. Y nosotros hemos podido saber con seguridad que tres personas resultaron muertas, aunque probablemente sean más, y tal vez algo así como cuarenta o cincuenta heridos. Ahora bien, lo realmente interesante de todo esto es que el Politburó tenía previsto realizar una reunión allí, aproximadamente a esa misma hora. —¡Madre Santa! —Toland dejó la lata de aerosol sobre la mesa de noche, con una mano aún cubierta de espuma de afeitar. —¿Puedes decirnos si alguno de ellos resultó muerto o herido? —preguntó Dionna. —No. Es que nosotros estamos a más de cuatrocientos metros y los más altos funcionarios del Kremlin llegan en automóvil, cuando lo hacen; es decir, entran desde el lado opuesto de la fortaleza, por otro portón. De manera que en ningún momento pudimos saber si estaban siquiera allí, pero sí lo sabía el capitán de milicia que se hallaba con nosotros, y aparentemente se le escapó. Sus palabras exactas fueron: «¡Dios mío, el Politburó se encuentra allí!» —Rich, ¿puedes decirnos cómo ha sido la reacción en Moscú? —Todavía es muy difícil que podamos medirla, Dionna, porque hemos permanecido aquí para cubrir la información a medida que suceden los hechos. La reacción de los guardias del Kremlin es la que te puedes imaginar, la misma que tendría la gente del Servicio Secreto norteamericano, supongo: una mezcla de ira y horror. Pero quiero dejar bien aclarado que esa ira no está dirigida contra nadie, y ciertamente no contra los norteamericanos. Dije al oficial de milicia que ha estado con nosotros que yo me encontraba en el edificio del Capitolio de los Estados Unidos cuando estalló la bomba de los meteorólogos, en 1970, y él me respondió casi con disgusto que el comunismo ya se estaba poniendo a la par del capitalismo, que la Unión Soviética empezaba a recoger una abundante cosecha de matones inadaptados. El hecho de que un oficial de la Policía soviética comente con tanta libertad un tema que normalmente no están dispuestos a discutir, es una medida de la seriedad con que están tomando esto. De modo que, si yo tuviera que elegir una palabra para describir la reacción de aquí, esa palabra sería «conmoción». Entonces, para sintetizar lo que sabemos hasta este momento, se ha producido un estallido de una bomba dentro de los muros del Kremlin, posiblemente un atentado para eliminar al Politburó soviético, aunque debo poner énfasis en que no estamos seguros de eso, La policía destacada aquí nos ha confirmado que por lo menos tres personas perdieron la vida, y otras cuarenta, aproximadamente, resultaron heridas y están siendo evacuadas a los hospitales más cercanos. Continuaremos informando durante todo el día a medida que vayamos recibiendo nueva información. Les habló Rich Suddler, de la CNN, en directo desde el Kremlin. La escena cambió una vez más para volver a los estudios. —Eso es todo: una nota exclusiva de «Cable Network News». Dionna sonrió y la imagen dio lugar a un anuncio publicitario. Martha se levantó y se cubrió con una bata. —Voy a preparar el café. —Madre Santa —dijo Toland de nuevo. Tardó más que nunca en afeitarse y se cortó dos veces; su vista, clavada en el espejo, miraba a sus propios ojos en vez de su barbilla. Se vistió rápidamente y luego entró a contemplar a sus hijos que dormían. Decidió no despertarlos. Cuarenta minutos después estaba en su coche viajando hacia el Sur por la autopista U.S.-301, con las ventanillas abiertas para que el aire fresco de la noche le diera de lleno en la cara. La radio permanecía sintonizada en una estación que transmitía noticias. Era bastante claro lo que estaba ocurriendo en los ambientes militares de los Estados Unidos. Había estallado una bomba…, probablemente una bomba en el Kremlin. Toland se recordó a sí mismo que los periodistas acosados por las horas límite, o los tipos de TV cuando quieren lanzar una primicia, a menudo carecen del tiempo necesario para comprobar bien los hechos. ¿Y si fuera una conducción general de gas? ¿Existían cañerías maestras de gas en Moscú? Si realmente había sido una bomba, Toland estaba seguro de que los soviéticos pensarían instintivamente que Occidente tenía algo que ver con el asunto —a pesar de lo que opinaba ese tipo Suddler— y pasarían de inmediato a un mayor grado de alerta. Occidente probablemente haría lo mismo anticipándose a una posible acción soviética. Nada demasiado obvio, nada que los provocara aún más, simplemente un ejercicio conducido por gente de Inteligencia y Vigilancia. Los soviéticos lo comprenderían. Así era como se practicaba el juego, más desde su lado que desde el nuestro, reflexionó Toland, recordando los intentos de asesinato contra presidentes norteamericanos. «¿Y qué pasará si ellos realmente lo piensan?», se preguntó Toland. No, decidió, ellos tenían que saber que nadie era tan loco. ¿Verdad? NORFOLK, VIRGINIA. Condujo su auto durante otras tres horas, deseando haber tomado más café y menos vino, y escuchando la radio para mantenerse despierto. Llegó poco después de las siete, la hora normal del comienzo de las actividades del día. Se sorprendió al encontrar al coronel Lowe en su escritorio. —No tengo que presentarme en Lejeune hasta el martes, entonces decidí venir y echar una ojeada a esto. ¿Qué tal el viaje? —Llegué vivo…, eso es casi todo lo que puedo decir. ¿Qué está sucediendo? —Te encantará —Lowe le mostraba una hoja de télex—. Interceptamos esto de un cable de «Reuter» hace media hora, y la CIA lo confirma, eso significa que quizás ellos también lo habían robado, que la KGB ha arrestado a un tal Gerhardt Falken, un ciudadano de Alemania Federal, ¡y lo ha acusado de poner una bomba en el piojoso Kremlín —El infante de Marina dejó escapar un largo suspiro—. Fracasó con los grandes cabecillas, pero ahora están diciendo que entre las víctimas hay seis Jóvenes Octubristas, ¡de Pskov, por Dios!, que estaban haciendo una presentación al Politburó. Chicos. Pagar eso va a ser un infierno. Toland movió la cabeza. Las cosas no podían ponerse peor. —¿Y dicen que lo hizo un alemán? —Un alemán occidental —corrigió Lowe—. Los servicios de Inteligencia de la OTAN se están volviendo locos tratando de rastrearlo. La declaración oficial soviética da su nombre y dirección (un suburbio de Bremen) y su ocupación; tiene una pequeña oficina de exportación e importación. Todavía no hay nada más sobre ese tema; pero el ministro de Asuntos Exteriores ruso sí dijo algo más: que esperaban que «este acto despreciable de terrorismo internacional» no tenga efecto sobre las conversaciones de desarme de Viena, y que, si bien no creían por ahora que Falken hubiera actuado por si mismo, no experimentaban deseo alguno de pensar que nosotros tuviésemos algo que ver con ese hecho. —Precioso. Va a ser una pena perderte cuando regreses a tu regimiento, Chuck. Tienes una forma tan linda de encontrar las citas importantes… —Capitán, justamente podríamos necesitar pronto ese regimiento. Para mí, todo este asunto huele a pescado podrido. Anoche: la última película del festival cinematográfico de Eisenstein, Alexander Nevsky, con una nueva copia digitalizada y una nueva banda sonora… ¿Y cuál era el mensaje?: «Levántate, pueblo ruso», ¡vienen los alemanes! Esta mañana tenemos seis chicos rusos muertos, ¡de Pskov!, Y se supone que quien puso la bomba fue un alemán. Lo único que llama la atención es que no sea demasiado sutil. —Puede ser —dijo especulativamente Toland, hablando como un indiferente abogado del diablo—. ¿Tú crees que podemos hacer creer esta combinación de factores a los periódicos o a alguien en Washington? Es demasiada locura pero demasiado fortuito… ¿Qué te parece si fuera sutil pero al revés? Además, el propósito del ejercicio no sería convencernos a nosotros, sino a sus propios ciudadanos. Y puedes afirmar que daría resultado en ambos sentidos. ¿Lo consideras razonable, Chuck? Lowe asintió moviendo la cabeza. —Lo suficiente como para intentar averiguarlo. Vamos a husmear un poco en todo esto. En primer lugar, quiero que llames a la CNN, en Atlanta, y le preguntes cuánto hace que este tipo Suddler ha estado tratando de grabar en vídeo su nota sobre el Kremlin, qué tiempo de ventaja tuvo, cuándo se lo aprobaron, a través de quién trabajó para lograrlo y si alguien más que su normal contacto de Prensa lo aprobó finalmente. —De acuerdo —dijo Toland en voz alta. Se preguntaba si estaban procediendo con inteligencia…, o si eran paranoicos. Sabía lo que pensaría la mayoría de la gente. —En Rusia no puedes meter de contrabando ni una revista si no usas el correo diplomático, ¿y ahora debemos creer que un alemán pudo introducir una bomba? ¿Y si después intenta volar al Politburó? —¿Podemos hacerlo nosotros? —se preguntó en voz alta Toland. —¿Si la CIA fuese lo bastante loca como para intentarlo? Dios mío, eso es más que una simple locura —Lowe movió la cabeza—. Yo no creo que nadie pudiera hacerlo, ni siquiera los mismos rusos. Tiene que haber varios niveles de protección. Máquinas de rayos X. Perros rastreadores. Un par de centenares de guardias, y de los tres diferentes comandos, el Ejército, la KGB, MVD, y los probablemente también de su milicia. Diablos, Bob, tú sabes cómo son los paranoicos contra su propio pueblo. ¿Cómo crees que se sienten respecto a los alemanes? —Entonces no pueden decir que era un loco operando por su cuenta. —Entonces sólo queda… —Sííí —Toland cogió el teléfono para llamar a la CNN. KIEV, UCRANIA. —¡Niños! —Alekseyev apenas lo pronunció en voz alta—. ¡…El partido asesina niños para vuestra maskirova! Nuestros propios niños. ¿A dónde hemos llegado? ¿A qué he llegado? Si puedo racionalizar el crimen legal de cuatro coroneles y algunos soldados, ¿por qué el Politburó no habría de hacer volar a unos pocos niños?. Alekseyev se contestó a sí mismo que había una diferencia. Su general también estaba pálido cuando apagó el televisor. —Levántate, pueblo ruso. Debemos echar a un lado estas ideas, Pasha. Es difícil, pero debemos hacerlo. El Estado no es perfecto, pero es a él al que debemos servir. Alekseyev observó de cerca a su comandante. El general casi se había ahogado al pronunciar esas palabras; ya estaba practicando cómo debía usarlas con las pocas aunque cruciales personas que se enterarían de su indignación, y sin embargo tenía que cumplir sus deberes como si nunca la hubiera sentido. Llegará el día en que ajustemos cuentas, se dijo Pasha, el día de responder de todos los crímenes cometidos en nombre del progreso socialista. Se preguntó si él viviría para verlo, y llegó a la conclusión de que no era probable. MOSCÚ, U.R.S.S. La Revolución ha llegado a esto, pensó. Sergetov observaba fijamente los escombros. El sol estaba todavía alto, aunque ya era bastante avanzada la hora de la tarde. Los bomberos y soldados habían casi finalizado la revisión de todos los restos, cargando los trozos sueltos en unos camiones estacionados a pocos metros de donde él estaba de pie. Su traje se había cubierto de polvo. Tendré que hacerlo limpiar, pensó, contemplando el séptimo cuerpo pequeño, que alzaban con una delicadeza que llegaba demasiado tarde y que parecía obsesivamente fuera de lugar. Todavía faltaba otro niño, y aún quedaban débiles esperanzas. Se encontraba cerca un médico uniformado del Ejército, con vendajes desempaquetados en sus manos temblorosas. Hacia su izquierda, un mayor de infantería estaba llorando de ira. Un hombre que tenía familia, sin duda. Las cámaras de televisión no podían faltar, por supuesto. Una lección aprendida de los medios masivos norteamericanos, pensó Sergetov; los técnicos se abrían camino para captar cuanta escena horrible pudieran presenciar en las noticias de la noche. Se sintió sorprendido al ver un equipo norteamericano con sus contrapartes soviéticos. De modo que hemos hecho del crimen en masa un deporte para espectadores internacionales. Sergetov estaba demasiado enojado para que sus emociones fueran visibles. Ése podría haber sido yo, pensó. Siempre vengo temprano para las reuniones de los jueves. Todos lo saben. Los guardias, el personal de las oficinas y, por supuesto, mis camaradas del Politburó. De manera que éste es el penúltimo tramo de la maskirova. Para motivar a nuestra gente, para conducirla, tenemos que hacer esto. ¿Se suponía que debía haber algún miembro del Politburó entre los escombros?, se preguntó. Uno de los miembros nuevos, por supuesto. Seguramente estoy equivocado, se dijo Sergetov. Una parte de su mente examinaba el interrogante con fría objetividad, mientras la otra consideraba su amistad personal con algunos de los miembros más antiguos del Politburó. No supo qué pensar. Una extraña posición para un líder del partido." TORMENTA ROJA, TOM CLANCY
Posted on: Tue, 17 Sep 2013 16:03:08 +0000

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