¿Hasta cuando entenderemos que Dios no nos salva como recompensa - TopicsExpress



          

¿Hasta cuando entenderemos que Dios no nos salva como recompensa a nuestros actos, sino que nuestras obras serán la consecuencia de nuestra salvación? by Carlos ¿Alguien tiene sed? Venga y beba, ¡aunque no tenga dinero! Vengan, tomen vino o leche, ¡es todo gratis! (Isaías 55:1 NTV) Jesús vino a salvarnos, pero de nosotros mismos, de nuestra indiferencia ante la injusticia, de nuestros desamores y desapegos. Vino a salvarnos de morir ahogados en el egoísmo y el orgullo, a salvarnos de vivir una vida de lisiados espirituales, de ciegos, sordos y mudos que no testifican del amor de su Padre. Vino a salvarnos de nuestras ataduras, dándonos libertad de pensamiento y acción, quitando las cadenas de dogmas esclavizantes y de cultos arraigados en la costumbre del poder. Y sin embargo, ¿qué hacemos hoy, esperando acaso al Dios todopoderoso omnipresente, aquel que no permite que “ninguna hoja de un árbol se mueva, sin su voluntad” para que nos dé algo que ni nos conviene ni edifica ni libera, porque ni siquiera sabemos pedir, pues pedimos mal?¿cuándo dejaremos de esperar que venga Dios mismo a solucionarnos todos nuestros problemas financieros y de salud? ¿cuándo dejaremos de asumir que Dios nos considera unos inútiles incapaces de hacer nada por los demás y por nosotros mismos? ¿cuándo dejaremos de creer que haciendo “cosas buenas” estamos abonando a la contabilidad celestial para nuestra salvación? Pensemos: ¿es esta la imagen de Dios que vino a presentarle Jesús al mundo? Esperamos demasiado de Dios. Y el verbo esperar lo conjugamos en futuro. Y entonces nos damos lástima, pues nos consideramos incapaces de hacer que nuestro verdadero ser se exprese, desde dentro de nuestra conciencia, desde el lugar de origen de nuestra conversión. Queremos ver y sentir milagros en nuestras vidas, maravillas asombrosas, que nos den constancia de que ese Dios está allí ¡y ha volteado a verme!, cuando en realidad Dios está viniendo siempre, diariamente, en nuestra cotidianeidad. Pero no. Preferimos tener la sensación pagana de un dios que se mueve a capricho, ejerciendo una voluntad maniquea de bueno y malo, realizando acciones a voluntad, como quiere, donde quiere y desde lo altísimo de su trono lejano y frío. Desde esta perspectiva, apunta Fray Marcos, nos sentimos forzados a hacer lo que nos parece que le agrada y al mismo tiempo a esperar con miedo a que en el momento último nos encuentre confesados. De esa manera no hay forma de hacer presente el reino de Dios que está dentro de nosotros. Y además, nos quedamos tan frescos, echando la culpa a Dios de no estar salvados pues es demasiado cicatero a la hora de concedernos lo que tanto deseamos. Pensar en una salvación futura es perderse la salvación del Dios del ahora, del presente. ¡Dios me ama tanto que ya me salva a cada día! Pero estoy dormido, narcotizado por la culpa, el pecado, las normas, las tradiciones convertidas en paradigmas que parecen insalvables y eternos. El problema es serio. El futuro no se puede predecir, sólo existe la proyección recompuesta del presente. Estando en un estado de invalidez espiritual, sólo logramos proyectar nuestra invalidez hacia el futuro. ¿Hasta cuando entenderemos que Dios no nos salva como recompensa a nuestros actos, sino que nuestras obras serán la consecuencia de nuestra salvación? Pienso que mi salvación debiera ser como la salvación que consiguió Zaqueo, cuando al encontrarse con Jesús, decide cambiar de manera de pensar y de actuar, liberándose de sus egoístas ataduras. La historia es ésta: “Jesús entró en Jericó y comenzó a pasar por la ciudad. Había allí un hombre llamado Zaqueo. Era jefe de los cobradores de impuestos de la región y se había hecho muy rico. Zaqueo trató de mirar a Jesús pero era de poca estatura y no podía ver por encima de la multitud. Así que se adelantó corriendo y se subió a una higuera sicómoro que estaba junto al camino, porque Jesús iba a pasar por allí. Cuando Jesús pasó, miró a Zaqueo y lo llamó por su nombre: «¡Zaqueo! —le dijo—, ¡baja enseguida! Debo hospedarme hoy en tu casa». Zaqueo bajó rápidamente y, lleno de entusiasmo y alegría, llevó a Jesús a su casa; pero la gente estaba disgustada, y murmuraba: «Fue a hospedarse en la casa de un pecador de mala fama». Mientras tanto, Zaqueo se puso de pie delante del Señor y dijo: —Señor, daré la mitad de mi riqueza a los pobres y, si estafé a alguien con sus impuestos, le devolveré cuatro veces más. Jesús respondió: —La salvación ha venido hoy a esta casa, porque este hombre ha demostrado ser un verdadero hijo de Abraham. Pues el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar a los que están perdidos. (Lucas 19:1-10 NTV) Hasta aquí la historia de Zaqueo, ¿pero dónde y cómo comienza la nuestra? Jesús enseña a través de su encuentro con Zaqueo que la salvación llega en el presente, en la vida de las personas. Ser justo es ser salvo. Zaqueo decide impartir justicia, sacando de su interior la fuerza necesaria para romper las cadenas de su codicia, de su egoísmo y en un acto insólito, prácticamente grita lo que intuye que Jesús le ofrece: la libertad. Jesús llama por su nombre a un pecador, ¡vaya pecador!: rico, traidor, colaboracionista con el régimen opresor del pueblo. A Jesús parece no importarle el sucio expediente de Zaqueo, dejando en claro que para Dios, todos son sus hijos. Ah, pero los otros hijos, “los buenos” a menudo estorban para que las personas como Zaqueo se acerquen a Jesús, esgrimiendo según ellos razones piadosas: –“Es que no son como nosotros”; “no han estudiado lo suficiente; “no han aprendido las lecciones de doctrina”; “nos contaminarían con su estilo disipado de vida”; “nos estamos volviendo laxos en las normas”, de manera que muchas personas que han oído de Jesús y se sienten atraídos y curiosos de saber más de ese Cristo sanador, liberador y revolucionario y que ha nacido en su corazón el deseo de saber más de él, se alejan desilusionados porque se interpone la muchedumbre de los cristianos. Cuando alguien hace el apunte de que Jesús no actuaría así, se oyen a si mismos justificarse con un: –¡Pero qué sabe Cristo de cristianismo! El final del relato no tiene desperdicio: “He venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”. Zaqueo se dejó encontrar por el que busca constantemente lo perdido. Zaqueo se sentía y se sabía perdido, lejano, injusto, enfermo. Pero sólo el enfermo que toma consciencia de su enfermedad, busca un médico. Quiero resaltar que la salvación de la que aquí se habla no es conseguir el cielo en el más allá, sino repartir y compartir en el aquí y ahora. Pero pareciera que esta lección no nos interesa ni como individuos ricos ni como iglesia. Para nosotros es preferible dejar las cosas como están y predicar una salvación para el más allá que nos permita mantener los privilegios de que gozamos aquí y ahora, el más acá. En realidad (parecería) que no nos interesa el mensaje de Jesús más que en cuanto podamos manipularlo para que sirva a nuestros intereses (Fray Marcos). Otra vez pregunto, ¿y nuestra historia, cómo es? Compartan su comida con los hambrientos y den refugio a los que no tienen hogar; denles ropa a quienes la necesiten y no se escondan de parientes que precisen su ayuda. Entonces su salvación llegará como el amanecer, y sus heridas sanarán con rapidez;su justicia los guiará hacia delante y atrás los protegerá la gloria del Señor. (Isaías 58:7-8)
Posted on: Tue, 30 Jul 2013 17:41:24 +0000

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