“Me levantaré e iré a mi padre, y le diré Padre, he pecado - TopicsExpress



          

“Me levantaré e iré a mi padre, y le diré Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y fue movido a misericordia, y corrió y se echó sobre su cuello, y lo besó” Lucas 15: 18, 20. ¿Alguna vez te has peleado con Dios? Si, leíste bien. Peleado con Dios. Algo no salió como querías, te cansaste de orar y de esperar y decidiste tirar la toalla. O alguien en la iglesia te hizo algo que te lastimó. Clamaste a Dios, pero sentiste que Él nunca llegó. Culpaste a Dios y te enojaste con Él. Ciertamente, Él pudo evitar que te pasara lo que te pasó. Así que te peleaste con Él. Suena como algo osado, ¿verdad? ¿A quién se le ocurre pelear con Dios? Bueno, permítanme contarles la historia de alguien que se peleó con Dios. Veamos cómo le fue. Los malos sentimientos venían acumulándose hacía ya algún tiempo. Algo no estaba bien en su experiencia cristiana y Carlos lo sabía. Y un día estalló. Recuerda lo molesto y lo enojado que se sentía. Estaba cansado, desanimado, decepcionado, vencido. Quizás la vida cristiana no era para él. A otros les iba muy bien, pero este asunto de amar al prójimo, orar a Dios, ir a la iglesia; ya no le gustaba. Ese día, decidió tirar la toalla y tomar el camino ancho. Quería probar su suerte allí, pues en el camino angosto no le había ido bien. Algunos de sus amigos que tenían rato de andar por el camino ancho se lo habían recomendado muchas veces. Tal vez sus amigos tenían razón. Así que le ofreció una excusa barata a Dios, se dio la vuelta, y echó a caminar en sentido opuesto a todo lo que había conocido hasta entonces. A alejarse de Dios. En franca rebelión, Carlos se adentró por la gran vía. ¡Qué bello se veía todo al principio! La hierba muy verde, y la gente aparentemente feliz. Al fin se sentía plenamente satisfecho. ¡Esto era lo que había estado buscando hacía tiempo! Pensaba haber encontrado la dicha y la libertad. Y se perdió entre las intersecciones y callejones de una vida sin Dios. Una vida sin Dios. ¡Pero si esa es una frase que no tiene sentido! ¿Cómo puede alguien vivir sin Dios? Es como vivir sin oxígeno o sin alimento. Es deambular sin rumbo fijo, dando tumbos, como hoja que lleva el viento. Es morir lentamente cada día. Pero Carlos andaba como loco. No quería saber ni escuchar nada. No quería entrar en razón. Anduvo por el camino ancho, a sus anchas. Estaba huyendo de Dios. Escucha. Si tú eres como Carlos, debes saber que no hay nadie en este mundo que pueda correr más rápido que Dios. Tarde o temprano Él te va alcanzar. Tarde o temprano tendrás que decidir si quieres seguir viviendo sin Él, corriendo y desgastándote, o si quieres regresar al camino angosto con Él. Y esto fue exactamente lo que le sucedió a Carlos. Al cabo de un tiempo, se halló muy cansado, a solas y perdido en el camino equivocado. ¡Cuán pedregoso y difícil se había puesto el camino ancho! Carlos empezó a sentir un cansancio abrumador. Sus pies estaban inflamados y sangrientos debido a las piedras del camino. Si seguía así, no iba a poder durar mucho más Pero justo cuando Carlos sintió que no podía más y que iba a desfallecer, llegó a una encrucijada en el camino. Y allí, de pie delante de él, muy presente y muy vigente, estaba Cristo Jesús, mirando a Carlos. Sus ojos llenos de compasión. Sus brazos abiertos. Carlos se dejó abrazar por el Salvador. El, que nunca antes habías llorado, empezó a llorar como un bebé. La vergüenza lo consumía y no podía hablar. Jesús le dijo “llora, hijo mío, llora. Yo entiendo cada lágrima. Y sé cómo te sientes”. “Yo vi cuando echaste a andar por el camino ancho, y he estado caminando a tu lado desde entonces”. Carlos empezó a llorar más fuerte. Jesús, quien es todo sabio, y quien conoce el principio y el fin de todas las cosas sacó una toalla para enjugar las lágrimas de Carlos, las cuales caían copiosamente.Un recuerdo asomó en la mente de Carlos. El reconocía esa toalla. Jesús, viendo su confusión, le dijo. “Si, esta es la toalla que tiraste cuando decidiste abandonarme. Yo la guardé, porque quería un recuerdo de ti. Y también la guardé para este momento, porque sabía que la ibas a necesitar.” Perdón, perdóname, es lo único que atinaba a decir Carlos, en medio de un llanto sincero y conmovedor. “Te perdono y te amo”, le dijo Jesús. Perdonarte solo toma un instante de tiempo. Pero amarte; eso lo haré por toda la eternidad. Carlos no sabía qué hacer. No se merecía esto. ¡Pero cuanto lo necesitaba! Entonces, Jesús hizo lo que mejor sabe hacer: el milagro de sanar a un frágil y quebrantado corazón. Él no regañó a Carlos. No le llamó la atención. No se enojó, ni le echó en cara su rebeldía y su insensatez. Solo comenzó a cambiar su vida, tiernamente sanando las heridas y los golpes. Quitando sus imperfecciones, su incredulidad, su culpa y su vergüenza. Su rencor. Y restaurando el alma perdida de Carlos. Con destreza divina, cambió su corazón de piedra por uno de carne. Restauró sus sentidos. Sopló el hálito de vida nuevamente en él. Con amor infinito, resucitó a Carlos; quien había estado muerto por tanto tiempo. Hoy, debemos preguntarnos ¿andamos igual que Carlos? ¿Peleados con Dios y perdidos por la vida? ¿Sufriendo en nuestro andar por el camino ancho? Si es así, hay esperanza para nosotros. Jesús está a la vuelta del camino y nos espera. Y el día que entendamos cuanto nos ama, también lloraremos como niños. Cuán maravilloso y misericordioso es Él. No tenemos que andar por la vida dando tumbos, porque Él es nuestro camino; el único y verdadero camino. Y es hora de hacer las paces con Él. Hoy, podemos estar agradecidos de que nos dio la oportunidad de conocerlo y el privilegio de llamarlo Señor y Salvador. De poder vivir felices y seguros en su amor. Y de saber, que para cada alma perdida y contrita, Él espera, en medio del camino, con una toalla para enjugar nuestras lágrimas, para hacer las paces con nosotros, y para darnos sanidad.
Posted on: Mon, 23 Sep 2013 23:54:18 +0000

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