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¡Por San Jorge! – logró él decir finalmente, buscando desesperadamente una salida para aquella situación desconcertante – El servicio del hospital ha mejorado mucho en unos pocos meses ¡ Primero me mandan a la Bruja Mala para asustarme de muerte, y ahora tengo a Ricitos de Oro en mis brazos! ¡Eres un ordinario! – chilló ella empujándolo e incorporándose inmediatamente – No entiendo cómo pudiste pasar tanto tiempo en el Real Colegio San Pablo y nunca haber aprendido modales. Él también se levantó de la cama con una mirada furiosa en los ojos. Para Terrence Grandchester, el rechazo había sido siempre una cosa muy dura de soportar. ¡Vamos Candy! ¿Por qué siempre tienes que ser tan quisquillosa? ¡Miles de chicas hubieran matado por estar en tu lugar! Si quisiera aprovecharme de una chica solamente tendría que chasquear mis dedos y podría tener a cualquier mujer que yo desease – fanfarroneó él descaradamente. Aquello fue el fin de todo. Si Candy tenía un defecto, ese era su excesivo sentido de la dignidad. La sardónica expresión en el rostro del hombre solamente empeoró las cosas y pronto el mal carácter de la joven estaba ya fuera de control. ¡Muy bien Sr. Modestia, siga usted adelante y empiece a chasquear sus diez dedos porque los va a necesitar! – gritó ella airadamente quitándole las tijeras de las manos. Candy empujó su carrito por el pasillo sintiendo cómo cada ojo en el pabellón la miraba con curiosidad. Los otros pacientes no había podido mirar lo que había pasado porque ella había corrido las cortinas previamente, pero con seguridad habían escuchado la pelea y estaban preguntándose qué era lo que Grandchester podría haberle hecho a la joven como para que ella reaccionara tan violentamente. Como si Candy no hubiese tenido suficiente con el humor negro de Terri, ahora tenía que soportar el ardiente sonrojo en su cara mientras éste cubría sus mejillas hasta hacerla lucir como una linda amapola en verano. pic Yves Bonnot estaba deprimido. Las cosas no le habían salido muy bien. Candy había estado más evasiva que nunca antes, pero la había visto varias veces hablando con el “maudit ricain” (maldito americano) con gran familiaridad. Aún más, lo peor de todo había pasado sólo unos días antes. El joven médico había cobrado el valor para invitar a la joven a un baile de gala que iba a tener lugar muy pronto. El Mayor Vouillard había sido promovido al grado de Coronel y por esa razón estaba ofreciendo una cena-baile a todos los oficiales y sus amigos. La ocasión sería muy importante porque Vouillard pertenecía a una familia de cierto prestigio social y toda la Alta Sociedad parisina con seguridad estaría presente en la velada. Desafortunadamente, Candy había declinado la invitación con el mayor tacto posible, pero con firme determinación. Yves pensaba que aquello era el fin de todos sus esfuerzos. Deseaba que Marius Duvall estuviese aún vivo para escuchar sus consejos sobre el asunto, pero el buen doctor se había ido para siempre y el joven tenía que enfrentar aquella situación por sí solo. Cómo si su deprimido humor hubiese sido poco, el joven había recibido aquella mañana una notificación que le preocupaba inmensamente. Su tiempo para ganar a su dama se estaba reduciendo a pasos acelerados. Yves suspiró melancólicamente mientras caminaba por el corredor. Estaba en uno de esos momentos de las más tristes ensoñaciones. Mitad caminando en este mundo, mitad flotando en su propio y triste universo. Fue entonces cuando tropezó con una joven rubia con la cara bellamente encendida y un centelleo de furia en la mirada. Buenos días Yves – dijo con un tono extraño que él no pudo interpretar. Bonjour, Candy – replicó él esperando que ella continuase su camino sin ningún otro comentario como estaba haciendo desde días recientes. Y ella ciertamente estaba a punto de hacerlo así hasta que una mala idea le vino a la mente y volvió sobre sus pasos. Por cierto, Yves – dijo la joven con una inflexión de enojo en la voz- he pensado acerca de tu invitación y acepto. Pasa por mi a las 9 pm. Estaré lista – concluyó ella a secas dejando al joven detrás de si antes de que él pudiese decir algo. ¡Bien! – fue lo único que el alcanzó a contestar antes de que Candy se alejara por el corredor. El joven se quedó parado por un rato, sin entender lo que acababa de suceder. La muchacha estaba extrañamente molesta o enojada, eso era obvio, pero entonces . . .¿Por qué había aceptado la invitación cuando primero se había negado tan enfáticamente? ¡Mujeres! – pensó – Nunca las entenderé. Pero no me importa. Ella dijo que iría conmigo y esta vez voy a jugar mi última carta. pic Era una de esas raras ocasiones en que los turnos de Candy, Julienne y Flammy coincidían y las tres se encontraban descansando al mismo tiempo. Las tres mujeres estaban disfrutando de una charla femenina en la intimidad de la habitación de Flammy y Candy, hablando de mil y un cosas, fútiles y profundas, a la vez ¿Acaso Nancy estaba saliendo con un hombre? ¿ Era posible que el paciente de la cama 234 saliera de su depresión? ¿No sería buena idea conseguir uno de esos nuevos sombreros con una pluma azul que se estaban poniendo de moda aquel año?¿ Acaso Gerard le había escrito a Julienne? ¿ Debía Flammy cambiar su estilo de peinado? Las mujeres hablaban con vivacidad, o al menos dos de ellas lo hacían, porque la joven rubia estaba participando en la conversación sin mucho entusiasmo. En su mente, recordaba el pleito que había tenido con Terrence aquella mañana. ¡Es un patán y un tonto! ¡Se merecía una bofetada después de ese comentario tan vulgar! –se decía ella a sí misma – Pero . . . tal vez . . . fui demasiado dura con él . . .¿O no? – continuó ella pensando tristemente - ¡Fui yo quien se cayó sobre de él! ¡Qué bochornoso! – recordó sonrojándose ligeramente – Y debo admitir que él no intentó nada cuando estábamos ahí en la cama . . . Si tan sólo no hubiese abierto su gran boca yo me hubiese excusado y puesto de pie inmediatamente. Para estas horas ya habríamos olvidado el incidente . . . ¿Estás segura? – le preguntó una voz interior - ¿Habrías olvidado que estuviste tan cerca de él? ¿No era su fragancia muy dulce a tus sentidos? – se detuvo por un segundo odiándose a sí misma por estar tan perdida en su amor por Terrence – Como si realmente me importase – contestó Candy a su voz interior, con intención defensiva – No me importan todas esas chicas que él dijo poder tener . . . que él seguramente tiene allá en América. . . ¡Candy! ¿Me estás escuchando? – preguntó Julienne una vez más. ¿Sí? – contestó Candy distraída. Estábamos comentando sobre el baile de gala que ofrece el Coronel Vouillard – replicó Flammy con aparente desinterés – Julienne decía que le gustaría ir . . – continuó la joven de cabellos oscuros. ¡¡LA GALA!! – gritó Candy cubriéndose las mejillas con ambas manos como si hubiese visto un fantasma - ¡Santo cielo! ¿¿Qué he hecho?? No fue hasta aquel momento que Candy finalmente digirió las consecuencias de sus actos. Había estado tan molesta a causa de su discusión con Terri que aún no se había dado cuenta de que había aceptado la invitación de Yves en el calor de su ira ¿Qué estaba pensando ella en aquel instante cuando se encontró a Yves en el corredor? ¿Qué tenía en la mente cuando le dijo que iría con él al baile? Años después, cuando Candy llegó a ser mayor y tener más experiencia en la vida, llegó a reconocer que sus demonios internos había finalmente aflorado a la superficie de su corazón en aquella hora haciéndola reaccionar en una especie de venganza que ella no meditó. Pero su mente le jugó una mala pasada, borrando de su cabeza la memoria de lo que había hecho durante el resto del día, hasta que la conversación con sus amigas la había forzado a enfrentar la realidad. ¿Sucede algo malo Candy? – preguntó Julienne preocupada – palideciste de repente ¿Y qué fue eso que dijiste sobre el baile? ¡Ay, todo está mal! – replicó Candy alarmada- Acabo de hacer la cosa más estúpida ¿Qué voy a hacer ahora? – preguntó a sus amigas. Si nos explicas lo que has hecho, tal vez podríamos ayudarte ¿No crees Candy? – señaló Flammy con su usual tono reposado. ¡Me avergüenzo de mí misma! – fue lo único que Candy alcanzó a decir mientras movía su cabeza de izquierda a derecha. ¡Tranquilízate, muchacha! – aconsejó Julienne dando de palmaditas en el hombro de Candy – Ahora contrólate y dinos lo que pasó. Candy levantó su cabeza para dirigir sus ojos verdes a Julienne primero, y luego a Flammy. Chicas, ustedes va a pensar que soy un monstruo – dijo Candy empezando a hablar. Vamos Candy, nadie aquí va a verte como un monstruo – respondió Flammy que empezaba a perder su paciencia – Solamente habla y dinos lo que ha sucedido. Bueno, yo . . . tuve un pleito con Terri el día de hoy – dijo la rubia con mirada triste. Eso no es algo nuevo – se rió sofocadamente Julienne pero como notó que Candy estaba realmente alterada, la mujer hizo un gran esfuerzo por contener sus carcajadas - ¿Y cuál fue el problema esta vez, puedo preguntar? No quisiera hablar de ello ahora, pero fue precisamente por esa pelea que después hice algo que no debía haber hecho – explicó Candy bajando los ojos. ¡Ay Candy no dramatices y dinos expresamente lo que hiciste! – comentó Flammy Yo . . . yo estaba tan enojada con Terri . . . que . . .cuando – la rubia dudó mientras se estrujaba las manos una contra la otra - cuando vi a Yves en el corredor justo después de la discusión . . . No sé qué fue lo que me pasó . . . yo . . . le dije a Yves que iría con él al baile de gala del Coronel Vouillard – finalizó la joven su confesión. Las dos mujeres miraron a Candy con caras estupefactas. Simplemente no podían creer lo que habían escuchado. Julienne levantó una ceja mientras un extraño destello brilló en el rostro de Flammy, el cual intrigó a Candy por un segundo. Pero tú ya le habías dicho a Yves que no irías a la fiesta con él ¿No fue así? – preguntó Julienne con un tono dulce pero firme - ¿Por qué hiciste eso mi niña? – inquirió mientras extendía su brazo alrededor de los hombros de Candy. ¡Ay, Julie! – lloró la rubia – No sé por qué . . .Yo estaba . . . tan enojada con Terri . . y sentí . . .tantas y tan diferentes cosas aquí adentro – dijo tocando su pecho –¡No tengo idea de lo que me pasó! La mujer mayor abrazó a Candy susurrándole palabras dulces para calmarla, como si se tratase de un bebé. Tal vez, inconscientemente, tú todavía piensas que podría ser buena idea darte una oportunidad con Yves – sugirió Flammy con un tono inexpresivo al tiempo que se volvía para ver distraídamente por la ventana – y es posible que eso sea lo mejor que puedas hacer. Ese Grandchester es un busca pleitos – murmuró en una voz casi inaudible mientras la expresión más triste aparecía en su rostro bronceado. No, no es eso – replicó Candy apartándose del abrazo de Julienne – Más que nunca antes estoy convencida de que mi relación con Yves jamás funcionaría. Entonces estás usando a Yves para darle celos a Terrence – sugirió Flammy con tono acusador, mirando a su amiga directamente a los ojos. ¡Ay,no! Nunca fue esa mi intención . . .- la rubia se apresuró a explicar – No sé por qué le dije eso a Yves, tal vez yo . . .yo . . .- Candy se quedó sin palabras, sin poder realmente encontrar una explicación para su comportamiento. ¡Vamos, Candy!- dijo Julienne tratando de animar a su amiga – No busques explicaciones para los misterios del corazón. Lo hiciste pero ahora lo lamentas ¿No es así? ¡Oh sí! – asintió Candy – creo que voy a cancelar esa cita. No, no vas a hacer eso, jovencita – replicó Julienne autoritativamente – Si conozco bien a Yves, para estas horas ya debe haber confirmado tu asistencia al baile. Si cancelas ahora la cita sería muy bochornoso para él. No es bien visto hacer ese tipo de cosas en una ocasión tan formal. Tienes razón, Julie – aceptó Candy decepcionada. Pero, tú vas a tomar ventaja de la situación , Candy – añadió Julienne con una ligera sonrisa. ¿Yo voy a tomar ventaja? ¡Claro que sí! Vas a usar esta oportunidad para hablar con Yves con el corazón en la mano y aclarar las cosas entre ustedes. Estás segura de que no estás interesada en otro hombre que no sea ese obstinado americano ¿No es así? – continuó la mujer. Desearía decirte que no es así . . . pero . . . no puedo negarlo. Estás en lo correcto Julie. Y piensas que sentirías de la misma forma aún si el Sr. Grandchester no está realmente interesado en ti ¿No es así? Estás en lo correcto – contestó Candy sintiendo que todo el peso del mundo caía sobre sus hombros. Entonces, es hora de que le digas a Yves de una vez por todas, que no tiene ya esperanzas. Le va a doler pero me temo que no tienes otra opción. Así que, entre más pronto puedas resolver esta ambigüedad entre ustedes, mejor ¿No lo crees Flammy? – preguntó la mujer dirigiéndose a la otra morena que había permanecido en silencio por un rato. Creo que es lo más recto que se puede hacer en este caso – masculló Flammy. Tienes razón Julie – aceptó Candy bajando la cabeza – no sé de dónde voy a sacar el coraje para romper el corazón de Yves, pero no hay otra alternativa. Por otra parte, ustedes dos me tienen que prometer algo. ¿Qué? – preguntaron las dos jóvenes morenas al unísono. Que Terri no se enterará de que voy a salir con Yves. ¿Por qué no? – preguntó Julienne confundida. No quiero usar a Yves de ninguna manera. No era mi intención. Por favor prométanme que él no se enterará – rogó la joven con su expresión más convincente. Mis labios están sellados- replicó Flammy cruzando sus labios con sus dedos. ¿Julie?- instigó Candy a la mujer que permanecía reticente. ¡Está bien, está bien! No le diré nada al hombre desalmado ¡Por esta cruz! ¡Ay chicas, no sé lo que haría sin ustedes! – dijo Candy conmovida mientras daba a sus amigas un fuerte abrazo. La belleza es un arma, una moneda internacional, una trampa peligrosa, un poderoso veneno que frecuentemente ciega la razón de hombres y mujeres. Sin embargo, la consideramos un don y la buscamos porque es también la más refinada de las creaciones de la mente humana. La belleza está, después de todo, dondequiera que la queramos recrear. A veces podemos encontrar belleza en una noche callada, en las nerviosas alas de una mariposa o en la suave respiración de un bebe durmiendo. A pesar de ello, hay también una idea colectiva de belleza que cambia con el tiempo y la cultura. Aquella noche, Candy era sin lugar a dudas, un ejemplo perfecto de la idea occidental de belleza . . .aunque ella lo ignoraba, siempre preocupada por las pecas en su nariz, las cuales eran apenas unas cuantas manchitas color palo de rosa que le daban a su rostro especial carácter y encanto. Pero Candy no tenía la más ligera idea de que tenía en sus manos un poder semejante, y por lo tanto no sabía como utilizarlo. El maquillaje era casi una novedad en aquellos tiempos, reservado a las actrices y mujeres fáciles. De hecho, no se pondría de moda hasta después de la guerra. Así que Candy no usó más que su acostumbrado polvo y perfume de rosas aquella noche. No obstante, la joven era una de esas raras bellezas nacidas para ser exhibidas “au naturel”. La más blanca piel de sus mejillas de porcelana, agraciada por un rubor natural y el delicado rosa de sus labios provocativos no necesitaban ningún artificio para seducir. Tampoco la luz de sus profundos ojos verdes que unían el brillo de las esmeraldas y las sombras de la malaquita. Candy se había preguntado qué vestido podría ser más apropiado para el baile, pero para sus dos amigas había sólo un candidato. El vestido verde que recibiste como regalo de cumpleaños, por supuesto – había sido la inmediata sugerencia de Julienne y Flammy había estado de acuerdo a pesar de su usual indiferencia hacia la moda y otros temas de interés femenino. Así que aquella noche Candy se probó el vestido que había estado confinado en un rincón de su closet desde que lo había recibido la primavera anterior. Con gran horror la joven descubrió que el escote era realmente profundo y que además dejaba los hombros al descubierto. Candy se miró en el espejo y la simple visión la hizo sonrojarse. A los veinte años su cuerpo había madurado completamente y aquel vestido, más allá de sus sedas verdes y encajes negros, no dejaba dudas al respecto de los atributos de la joven. ¡No puedo usar esto! – se dijo ella en voz alta. ¡Claro que puedes! – replicó Julienne mientras le arreglaba el cabello a Candy. Pero... Deja de ser tan ridículamente tímida, el vestido es simplemente magnífico, luces como un sueño ... y no te muevas – la regañó la morena – Sabes, creo que debemos dejar tu cabello suelto. Es tan increíblemente hermoso que merece que lo luzcas en toda su gloria... Solamente usaré un moño y unas horquillas aquí ¿Tú qué crees Flammy? ¡Ay Julie! De todas formas luciría bonita – comentó la otra morena quien estaba ocupada planchando sus uniformes. Ustedes dicen eso porque son mis amigas, pero deberían ver a mi amiga Annie, ella sí que es una gran belleza – dijo Candy sonriendo. No discutiré con una ciega – respondió Flammy sacando la lengua. A las nueve de la noche Candy estaba lista. Julienne le había prestado una gargantilla de perlas cultivadas con un dije de obsidiana y unos pendientes que le hacían juego, únicas joyas valiosas que tenía la mujer. Un abanico de encaje de Bruselas el cual había sido regalo de Flammy para la ocasión, zapatillas de raso y guantes largos blancos completaban el atuendo. El largo cabello ensortijado caía en caprichosos rizos sobre sus hombros y espalda, brillando en chispitas doradas bajo las luces artificiales del cuarto. Un golpe en la puerta les dijo a las mujeres que la hora había llegado. Candy miró a sus amigas aún indecisa, pero las dos la animaron con la mirada. Luego entonces, la rubia respiró hondo y levantando su falda de seda para dar el paso se acercó a la puerta. Buenas noches Yves – saludó Candy cuando abrió la puerta. El joven se quedó estupefacto por un rato, asombrado al ver cómo el ángel se había convertido en una diosa. Sus ojos y mente tuvieron que esforzarse para enfocarse en la nada, en donde los encantos de Candy no turbaran su razón. Buenas noches, Candy – logró decir después de unos segundos de lucha interna para controlarse - ¡Mon Dieu, estás deslumbrantemente hermosa esta noche! – comentó sin poder ocultar su admiración. Gracias, Yves, tú también luces muy bien esta noche- le dijo ella pagando el cumplido y no estaba mintiendo - ¿Nos vamos ya? – sugirió tratando de liberar su tensión. Por supuesto, buenas noches, chicas- dijo Yves al tiempo que ofrecía su brazo a Candy quien tímidamente lo aceptó bajando la mirada. ¡En verdad es una belleza fuera de este mundo!- comentó Flammy cuando la pareja hubo partido cerrando la puerta y dejando a las dos morenas solas en el cuarto – Y siempre tan cariñosa y encantadora. Todo mundo la ama por dondequiera que ella va . . . No hay forma de que yo pudiese competir con eso – concluyó tristemente. Ma chère Flammy – exclamó Julienne abrazando a su amiga, completamente consciente del terrible dolor en el corazón de la joven. Mientras tanto, un joven muy orgulloso caminaba junto a una elegante dama a lo largo de los corredores del hospital dirigiéndose a la entrada principal. Los pasajes estaban virtualmente vacías y Candy rogaba a Dios para no encontrarse con ninguno de sus conocidos en el camino. Pero sus plegarias no fueron escuchadas en aquella ocasión. Cuando hubieron dado la vuelta en la última de las esquinas una figura bien conocida por ambos se tropezó con la pareja. Buenas noches, Sra. Kenwood – asintió Yves saludando a una anciana en uniforme de enfermera Buenas noches Dr. Bonnot, Candy ¡Qué maravillosamente lucen esta noche! . . .¿A dónde se dirigen? – preguntó la Sra. Kenwood con una sonrisa de curiosidad. Al baile de gala del Coronel Vouillard, señora, y la señorita Andley me está haciendo el honor de acompañarme – contestó Yves orgullosamente mientras Candy sentía que el piso debajo de sus pies desaparecía para tragársela. Ya veo . . . ¡Diviértanse mucho, mis jóvenes amigos, y bailen toda la noche! – les deseó la anciana sinceramente mientras continuaba su camino, agitando la mano en un gesto amigable. Candy continuó caminando al lado de Yves pero su mente empezó a dar vueltas vertiginosamente. Laura Kenwood era la enfermera más vieja del hospital. Se trataba de una dulce y amable viuda irlandesa con un gran corazón pero con un solo defecto, usualmente hablaba demasiado y no tenía la menor idea de lo que era el tacto . . . pero lo peor de todo era que la Sra. Kenwood era también la enfermera de Terri en el turno de la noche. Sí, la Sra. Kenwood era “Mamá Ganso”. Así que Candy empezó a temblar como una adolescente que teme ser descubierta por su padre en una cita prohibida. ¿Te encuentras bien, Candy? – preguntó Yves mientras abría la portezuela para que la joven subiera al auto - ¡Palideciste! Yo. . . yo estoy bien . . .Debe ser el calor . . .Está muy calurosa la noche ¿No lo crees? – tartamudeó ella. ¡Así es! Agosto en Paris siempre es así – asintió el joven con una dulce sonrisa. pic Era una noche quieta, cálida y estrellada. La canción de un ruiseñor podía oírse en la lejanía mientras la luna llena iluminaba el pabellón con rayos plateados. Por alguna razón que no podía comprender, Terrence Grandchester estaba inquieto. Sin importar hacia dónde se diese vueltas en la cama no podía conciliar el sueño. Se quitó la camisa de noche y hasta el vendaje que cubría su herida en las costillas. Leyó por un rato, caminó en círculos alrededor de la cama, miró por la ventana e incluso, por primera vez en años, tuvo el deseo de tener un cigarrillo en la boca. Entonces sacó de la valija a su vieja compañera metálica y empezó a tocar una tonada. Pero nada parecía funcionar aquella noche. ¿Pero qué ha hecho Sr. Grandchester? – preguntó una grave voz femenina detrás de él – Se ha quitado los vendajes . . . ¡Debe estar loco! – le reconvino la anciana en uniforme blanco. El joven volvió la cabeza para ver a la mujer y le regaló con una sonrisa para disculparse. Sra. Kenwood – replicó – La herida ya está cicatrizada, no tiene caso que use el vendaje por más tiempo. Además, hace demasiado calor esta noche. Nada de eso, jovencito – insistió la anciana amonestándolo – Aunque pueda parecer cicatrizada por fuera, por dentro los tejidos pueden estar aún débiles. Debe de dejarse puesto el vendaje hasta que el doctor le autorice dejar de usarlo. Ahora, sea un buen niño y déjeme ponerle las vendas otra vez – dijo Laura Kenwood en su habitual tono amable, la tiempo que sonreía. Terri miró a la mujer un tanto fastidiado por su insistencia, pero no se quejó y obedeció sumiso. Es una linda noche ¿No es así? – comentó la mujer tratando de comenzar una conversación mientras vendaba al joven de nuevo – Veo que no puede dormir esta noche. Bueno, sí – admitió Terri aceptando la conversación como una buena alternativa para olvidar su desasosiego irracional de aquella noche. ¡Ay, esta guerra es totalmente estúpida! – continuó Laura - Hombres jóvenes y apuestos como usted deberían de estar divirtiéndose, cortejando a las muchachas, disfrutando de la vida, y no en el Frente matándose los unos a los otros, o aquí, caminando en círculos como leones enjaulados – sentenció con una risita sofocada. Tiene razón señora Kenwood – aceptó Terri mirando a la anciana dama con simpatía. Se es joven una sola vez, mi niño – comentó la mujer suspirando profundamente – Me preocupa mucho ver como su generación es abusada en esta lucha. Pero esta noche, al menos, sentí un alivio, ¿Sabe usted, hijito? ¿Y puedo saber por qué? – preguntó Terri tratando de mantener la conversación. Bueno, vi al menos que un joven iba a pasar un buen rato esta noche, como debe de ser. Verá, cuando venía hacia acá me encontré al doctor Bonnot en los corredores. Estaba vestido formalmente, realmente deslumbrante con su uniforme de gala y todo, de camino al baile de gala del Coronel Vouillard. Por supuesto iba radiante con la joven que llevaba al brazo – sonrió la mujer soñadoramente – Y déjeme decirle que Candy era una verdadera visión de belleza esta noche . . . Ummm, creo que el vendaje está listo – comentó la mujer atropelladamente – Ahí tiene, no se lo vuelva a quitar, por favor, y trate de dormir, hijo – terminó diciendo en una confusa lluvia de palabras que Terri apenas si pudo comprender. El joven aristócrata, quien había permanecido en shock por unos segundos, finalmente logró organizar sus pensamientos y tratando de usar todo el autocontrol que era capaz de fingir cuando estaba en el escenario, interrogó a la anciana antes de que ella lo dejase para continuar con su trabajo. Sra. Kenwood- preguntó– usted dijo que Candy se veía hermosa esta noche cuando iba con Yves Bonnot a la fiesta ¿Eso fue lo que dijo? ¡Claro que sí! Debería de haberla visto, hijo. Se veía despampanante – contestó la mujer inocentemente. Luces, risas y música inundaban el lujoso salón abarrotado con hombres en uniforme de gala y mujeres en elegantes trajes de noche. Guirnaldas verdes y grandes moños con los colores de la bandera francesa decoraban el lugar cuidadosamente iluminado por múltiples candelabros. Había una larga mesa de buffet cubierta con un mantel impecablemente bordado, y coronado con toda clase de bocadillos y bebidas. A lo largo del salón, meseros vestidos en librea servían champaña a los galantes caballeros que orgullosamente mostraban las medallas en sus pechos y a las damas que blandían sus abanicos con coquetería. La gente parecía disfrutar mucho a pesar de las tensiones vividas durante esos días en el Frente, olvidando en aquel mágico instante de la celebración que cientos de kilómetros al norte, los Aliados estaban luchando desesperadamente en la Quinta Batalla de Arras, para arrojar a los alemanes del territorio francés. Un grupo de damas de mediana edad interrumpieron su conversación por un momento cuando una joven pareja entró en el salón causando la general admiración entre los invitados. Cada ojo masculino en aquel lugar se deleitó ante la vista de la joven dama en el gallardo vestido verde que caminaba graciosamente junto a un joven oficial.
Posted on: Sat, 31 Aug 2013 00:27:50 +0000

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