¡Por supuesto que no pueden hacerlo, ni tú, ni tú! –dijo - TopicsExpress



          

¡Por supuesto que no pueden hacerlo, ni tú, ni tú! –dijo Patty bañada en lágrimas dirigiéndose a su dos padres – ¡Ustedes nunca se dieron el tiempo para conocerme! ¡Para conocer a la verdadera Patty que habita en este corazón! Me alejaron de la abuela, la única persona que se había acercado a mi mientras ustedes estaban muy ocupados en sus negocios y responsabilidades sociales. Me enviaron a esa escuela donde me habría muerto de melancolía y soledad si no hubiese sido por una chica. Misma persona que ahora ustedes ven con desprecio porque es huérfana, pero que me demostró más amor y comprensión que ustedes dos juntos. ¡Patty, querida! ¿Qué estás diciendo?- chilló la Sra. O’Brien sin poder comprender los reproches de su hija. ¡Estoy diciendo la verdad, madre! Es triste, pero tenemos que afrontarla – Patty dijo entre sollozos. Estás fuera de ti ahora, Patricia, y no puedes pensar claramente, – replicó el Sr. O’Brien haciendo un gran esfuerzo por mantenerse calmado. – Mañana hablaré con ese Sr. Stevenson y le diré que el compromiso entre él y tú no puede ser. Luego, haremos arreglos para regresar a Inglaterra después del invierno y encontraremos un buen marido para ti allá. Patty escuchó las palabras terminantes de su padre sabiendo que el momento más decisivo había llegado. Tenía que decidir justo entonces si iba a obedecer las disposiciones de su padre y darle la espalda a Tom o romper su relación con sus padres, tal vez por el resto de su vida. Hemos estado solos por mucho tiempo, Patty – las palabras de Tom hacían eco en los oídos de Patty – Sin embargo, te prometo que no será así nunca más. Nuestro amor hará que los recuerdos tristes se desvanezcan. Juntos, crearemos una nueva historia. La joven suspiró profundamente como si sintiera una nueva fuerza en su corazón. En ese instante ella hizo su decisión final. No voy a regresar a Inglaterra, padre, – Patty repuso enjugándose las lágrimas con uno de sus pañuelos bordados – Yo . . . yo me voy a casar con Tom en enero. Ustedes serán bienvenidos a la ceremonia si quieren asistir – la joven dijo a sus atónitos padres. ¿Cómo osas desafiar mis órdenes? – exclamó el Sr. O’Brien indignado - ¡Tú vas a hacer lo que yo decida! Padre, madre, – Patty dijo solemnemente mirando a sus dos padres mientras se ponía de pie. – Quisiera me disculparan por mi ofuscación hace unos instantes. Bien, querida. Me alegra escucharte decir algo razonable finalmente – replicó la Sra. O’Brien aliviada. No, madre. No es lo que tú crees, – respondió la joven. –Lamento haberme dejado llevar de esa forma, pero no me arrepiento de las cosas que dije porque son verdad. Desafortunadamente yo me he convertido en una persona que ustedes no pueden comprender. Pensamos tan diferente que nuestra relación es casi imposible. Los respeto como mis padres, pero no puedo complacer sus deseos. Deben recordarles que no soy más una niña pequeña. He llegado a la mayoría de edad y son legalmente libre para tomar mis propias decisiones. Si no me obedeces, Patricia, entonces puedes olvidarte de que eres una O’Brien, – amenazó el padre de Patty como último recurso frente a la sorprendente oposición de su hija. Realmente siento mucho escuchar eso, pero no esperaba otra cosa, padre, – replicó Patty bajando la cabeza. – No voy a cambiar de opinión – concluyó con determinación. ¡Entonces lárgate en este preciso instante! – vociferó el hombre perdiendo su tono flemático. Por favor, cariño – rogó la Sra. O’Brien sin saber si debía apoyar a su hija o a su marido - ¡No puedes echar a tu hija a la calle! No te preocupes, madre, – dijo Patty con una mirada compasiva hacia su madre – No estoy sola, la abuela me recibirá en su casa hasta que me case con Tom. Nosotras ya sabíamos que las cosas terminarían de este modo. ¡Grandioso! ¡Mi hija y mi madre confabulándose en contra mía! Ahora vete, Patricia, vete de esta casa. No quiero verte de nuevo en toda mi vida,- dijo el hombre abruptamente. No te preocupes, padre, – dijo Patty fríamente. – No me tomará mucho tiempo empacar de nuevo. Y con esta última frase la joven dejó la habitación en dirección de su recámara. Empacó de nuevo las maletas que había a penas comenzado a deshacer, pensando que mientras doblaba sus vestidos, sus padres estaban discutiendo amargamente en el salón principal. A pesar de lo triste que era la situación, Patty sabía que dejar a sus padres era lo mejor que podía hacer. Ella había reencontrado la felicidad perdida y no la iba a dejar ir. pic Después del día de Acción de Gracias, la Sra. Elroy había ordenado a su ejército de sirvientes el comenzar la laboriosa tarea de decorar la casa solariega de los Andley para la Navidad. Así pues, verdaderas hordas de adornos rojos, verdes y dorados, guirnaldas, flores de noche buena, ángeles y demás ornamentos por el estilo emergieron de las arcas que la Sra. Elroy guardaba en el inmenso ático de la casa, y por todas los salones las sirvientas trepadas en escaleras limpiaban y decoraban hasta el último rincón. Afuera de la mansión, los jardineros y unas cuantas docenas de otros sirvientes trabajaban diligentemente arreglando la fachada de la casa con miles de luces blancas. George Jhonson estaba mirando a través de la ventana de su oficina privada en la casa, admirando la titánica labor que hacía esa gente cuando pudo distinguir, en la distancia, a una gran limosina que avanzaba a lo largo de la vereda principal que llevaba a la casa. Cuando el auto estuvo lo suficientemente cerca, George reconoció de inmediato el emblema de los Britter sobre el cofre de la limusina. Algunos segundos después, el vehículo se detuvo justo a la entrada de la casa y una joven dama de cabellos oscuros y sedosos salió del auto. ¡Anne Britter! – pensó Jhonson – Me pregunto por qué está aquí. . . La joven fue recibida en el acto por el viejo mayordomo quien la escoltó hasta el salón principal, donde la dejó a solas. La muchacha se quedó de pie en medio de la enorme habitación, retorciendo nerviosamente los encajes que adornaban sus guantes. Levantó los ojos y miró sobre la formidable chimenea de mármol un hermoso retrato que mostraba a los tres principales herederos de la fortuna Andley: William Albert, Archibald y Candice White. A pesar del disgusto de la tía abuela Elroy, Albert había insistido en incluir a Candy en el retrato y siendo que Archie había apoyado la idea de su tío, la anciana no había tenido más opción que aceptar que el gran retrato al óleo fuera parte de la decoración oficial. Annie admiró una vez más los brillantes ojos verdes que la miraban con expresión bondadosa desde el retrato, pensando que el artista había hecho un buen trabajo en capturar la dulzura de Candy sobre el lienzo. Sin embargo, detrás de la deslumbrante sonrisa que su amiga mostraba en la pintura, Annie notó algo que antes no había podido ver. Era una clase de aire ausente, tal vez melancolía, que Annie descubrió por primera vez. Debes de haber sufrido tanto, mi querida Candy, – pensó Annie, – pero te prometo que no te fallaré de nuevo. Esta vez, no voy a permitir que nada perturbe la felicidad que mereces. Srta. Britter, – la llamó el mayordomo, forzando a Annie a abandonar sus reflexiones internas – El Sr. Cornwell dice que la recibirá gustoso ¿ Podría, por favor acompañarme? – preguntó el hombre con tono artificial. La mujer y el mayordomo caminaron por largo rato a lo largo de corredores lujosamente decorados hasta legar a una puerta blanca que el hombre abrió para que Annie entrara en la habitación. Era el cuarto que Archie usaba como su oficina personal. El joven estaba parado detrás de un escritorio de caoba y cuando la dama entró, se aproximó unos cuantos pasos para saludarla con un asentimiento de su cabeza rubia. Estuvo a punto de inclinar su rostro para besar la mano de Annie pero ella simplemente estrechó la mano de Archie en un mudo gesto que le hizo saber al joven que semejante galantería estaba de sobra entre los dos, luego ella retiró su mano inmediatamente. Debes estar preguntándote qué hago aquí, – dijo Annie iniciando la conversación. Bueno, para ser franco la respuesta es si, – replicó Archie con tono inexpresivo, – pero debes pensar que me estoy volviendo un majadero. Por favor, toma asiento, Annie – ofreció el hombre mostrándole a la joven un sillón frente a su escritorio. No tomaré mucho de tu tiempo, Archie . . . Archibald – afirmó ella tan fríamente como pudo. – Es sobre Candy que he venido a hablar contigo, – barbotó ella yendo directamente al grano. Archie se sintió un tanto incómodo con el cambio de actitud en la siempre dulce chica quien repentinamente se mostraba tensa y distante, como si la presencia del joven la estuviera molestando. Internamente, Archie se sintió culpable de semejante transformación en una Annie que usualmente era afable. ¿Acerca de Candy? – preguntó Archie intrigado, cuestionándose si Annie se había dado cuenta de que él había roto con ella por causa de Candy, y estaba ahí esa mañana para reprochárselo. Sí. Imagino que ya estás al tanto de que ella se casó en Francia, – dijo Annie dándose cuenta de que el tema no era del agrado de Archie. Aún así, ella sabía que no podía evitarse. Inmediatamente, una sombra de desasosiego cruzó por el rostro del joven y Annie supo que sus sospechas no habían estado erradas. Así es – afirmó él simplemente. Entonces comprenderás que ya que la guerra ha terminado, Candy y Terri regresarán pronto a América, – continuó ella, pero Archie aún no comprendía a dónde Annie quería llegar. Supongo – replicó el joven con frialdad mientras daba ligeros golpecitos con los dedos sobre la pulida superficie de su escritorio. Bueno – continuó Annie con un callado suspiro que Archie apenas pudo percibir. – Quiero que todo sea perfecto para Candy cuando ella regrese. Ella y Terri no tuvieron una luna de miel y cuando lleguen no me gustaría que Candy comenzara de nuevo a preocuparse por nosotros en lugar de disfrutar de su nueva vida con su esposo. Creo que ella siempre ha cuidado de todos nosotros y ahora ella merece gozar de un tiempo para sí misma. ¿Y qué sugieres que hagamos para lograr que Candy y su . . . famoso marido sean felices para siempre? – inquirió Archie no sin un dejo de ironía en su voz. Annie lo notó y tuvo que hacer un gran esfuerzo para responder. Bien, estaba pensando – se decidió a continuar su explicación en lugar de responder al sarcasmo de Archie, – que deberíamos evitarle a Candy el enterarse de nuestro rompimiento. Al menos por un tiempo. ¿Qué ganaríamos con ocultar la verdad? – preguntó Archie, más y más molesto con los deseos de Annie. Puedo ver que no te gusta la idea de mentir, – replicó Annie conteniendo las lágrimas con todas sus fuerzas, – pero no es por mi que te estoy pidiendo hacer esto, sino por Candy. Sabes que ella nos ama a los dos y estaba esperando que . . . – dudó ella. Nos casáramos, – se atrevió a decir Archie para terminar la frase. Sí, – continuó la joven morena tratando de reunir las fuerzas para obtener lo que había decidido lograr – y como nos ama tanto sé que se entristecerá mucho por esta situación. Me gustaría que fingiéramos que todo marcha bien . . . ¿Y cuánto tiempo duraría esa comedia? – preguntó Archie sin ambages. No mucho. Sólo dame un mes para que Candy y Terri comiencen a ajustarse a su nueva vida y para que yo arregle las cosas para mi viaje a Italia – explicó la joven despertando la curiosidad de Archie. No creo que un viaje de placer por Italia sea una buena idea ahora que la guerra acaba de terminar. El país seguramente está en medio de un verdadero caos ¿Has pensado en eso? –cuestionó Archie pensando en algo diferente a su propia amargura hacia Terri por la primera vez durante la entrevista. No será un viaje de placer, – dijo Annie levantando la cabeza mientras una tímida flama ardía en su interior – Voy a Italia a estudiar. Es posible que me quede por allá por un largo tiempo. Ya veo, – fue todo lo que el asombrado Archie pudo decir. Cuando Candy se de cuente de nuestro rompimiento quiero que ella vea que ambos estamos bien y con muchos proyectos. Tú tienes que encargarte de tus negocios y yo estaré muy ocupada en Europa – se detuvo Annie por un momento y reuniendo fuerzas agregó. – Por favor, Archibald, piensa que no es por mi . . . ni por Terri . . Hazlo por Candy. El joven miró a Annie con ojos estupefactos. En ese momento era ya claro para él que la muchacha podía ver a través de su corazón como si él estuviera hecho de cristal. Ella lo sabía todo. Suspiró bajando los ojos y finalmente claudicó. Está bien, Annie – aceptó el joven. – Jugaremos tu juego . . . por amor a Candy. ¿Aceptas, entonces? . . . ¡Bien! – dijo la joven aún sin poder creer que había convencido al joven tan fácilmente -. De modo que es un trato – añadió poniéndose de pie y ofreciendo su mano al hombre frente de ella con un gesto enérgico. Un trato . . . sí, eso es lo que tenemos entre los dos ahora . . . sí – respondió él estrechando la mano de Annie más y más sorprendido con sus reacciones. Hay algunos detalles que todavía tenemos que acordar – explicó la joven mientras caminaba hacia la puerta seguida del caballero, – pero si no te molesta, haré esos arreglos a través de Albert en su debido tiempo y él te informará. ¡Así que ya metiste a Albert en esta comedia! – dijo él azorado. Él siempre ha estado ahí para apoyar a Candy, – contestó la joven con una mirada penetrante, – como tú y yo nunca lo hemos hecho. No veo por qué él se negaría a ayudarme con esto, si todo es para bien de Candy. Por supuesto que él aceptó inmediatamente. Buenas tardes, Archibald, y gracias otra vez por tu ayuda – concluyó ella categóricamente Déjame pedirle al mayordomo que te acompañe a la puerta, – logró decir el hombre, sin saber cómo responder a las últimas afirmaciones de Annie. No, gracias , ya sé el camino – dijo ella finalmente dándole la espalda a Archie y alejándose por el corredor. Annie dejó detrás de si a un hombre quien a penas si podía creer que la niña tímida que había conocido en su pubertad se estaba convirtiendo en una persona tan diferente. ¡Has cambiado, Annie! . . . Todos estamos cambiando tanto que me temo que no seremos capaces de reconocernos los unos a los otros muy pronto – dijo él dejando escapar un profundo suspiro. Annie Britter subió a su limusina y cuando abandonaba ya la inmensa propiedad volvió la cara para ver la casa solariega en la distancia. Así que no estaba equivocada – pensó tristemente, dejando finalmente que sus lágrimas rodaran con libertad. – Tú nunca olvidaste a Candy y ahora estás sufriendo, mi querido Archie, - sollozó la joven sin poder contener su dolor. – No te llenes de resentimientos hacia Terri, Archie, no podemos culparlos por nuestros sentimientos frustrados y amores no correspondidos Ninguno de nosotros planeó que las cosas resultaran de ese modo. La joven continuó llorando en silencio durante su camino de regreso a casa, preguntándose cuándo la fuente de las lágrimas que derramaba por Archibald Cornwell terminaría por secarse. pic Era una plácida y fría mañana hacia fines de noviembre. El espíritu de la estación estaba ya flotando en el aire y los vecinos estaban muy ocupados decorando sus casas para las fiestas. El joven miró los jardines aún verdes y bien cuidados, los porches decorados con guirnaldas y las luces en las cornisas, los alféizares de las ventanas y lo tejados. La atmósfera estaba ya a tono con la Navidad tradicional norteamericana. Era casi un sueño sentirse en casa y respirar esa conocida fragancia de Long Island. El auto continuó avanzando a lo largo de una callada área residencial hasta que, en la distancia, él pudo distinguir la casa a la cual se estaba dirigiendo. El vehículo se detuvo en frente de una elegante casa victoriana que dominaba el paisaje del suburbio con sus líneas sobrias. El joven salió del auto y una vez que le hubo pagado al conductor del taxi por sus servicios, caminó con pasos firmes hacia la entrada principal de la casa. Felicity Parker estaba verificando las provisiones que el mensajero acababa de llevar. En todos los años que había trabajado como ama de llaves, la mujer nunca había perdido un centavo o descuidado ninguna de sus responsabilidades. Había cinco sirvientas en la casa, además de un jardinero y un chofer, todos ellos eran dirigidos por su mano suave pero eficiente y Felicity estaba orgullosa del buen trabajo que siempre había hecho. Las cuidadosas manos de la dama estaban en el proceso de certificar la calidad de las manzanas cuando sonó el timbre de la puerta principal. Miró al reloj de la cocina y se preguntó quién podría estar llamando a la puerta a una hora tan indecente. Eran las once de la mañana pero la dueña de la casa jamás recibía a nadie antes del almuerzo. Veré quién está tocando – dijo la sirvienta que estaba ayudando a Felicity con la lista de compras. No, querida – replicó la mujer mayor – déjamelo a mi. Debe ser un periodista novato que piensa que puede conseguir una entrevista así como así. Yo me encargaré de ponerlo en su lugar – y diciendo esto, la mujer dejó su delantal sobre la silla y arreglando su cabellos se dirigió al comedor, luego a la sala y finalmente al vestíbulo. Felicity organizó mentalmente cómo trataría con su reportero imaginario. Sin embargo, cuando abrió la puerta encontró que ciertamente había un joven ahí parado, pero no exactamente el que ella esperaba. Justo en frente de ella, vestido con el uniforme verde de la infantería de los Estados Unidos, había un hombre de unos veintitantos años con cabello castaño y ojos azules que la miraban con una expresión traviesa. Felicity dio un pequeño grito de asombro y casi se desmayó con la sorpresa. ¡Santo Cielo! – chilló - ¡Es un sueño! ¡Mi niño! ¡No puedo creer que estés aquí – lloriqueó la mujer echando los brazos al cuello del joven - ¡Me alegra tanto verte sano y salvo! ¡También me alegra verte, Felicity – replicó el joven abrazando a su antigua nana, genuinamente feliz de volverla a ver. ¡Ay Dios! ¡Ay Dios! – la mujer jadeó sin aliento - ¿Cuándo llegaste? ¿Estás bien? ¡Escuchamos que habías sido herido! Debiste habernos avisado con tiempo que venías ¡Ahora tu madre va a tener un ataque cardiaco con la sorpresa! – dijo Felicity trastabillando las palabras mientras se soplaba con la mano. Bueno, eso lo tenemos que ver, – replicó el joven sonriendo ante el parloteo de la mujer – ¿Pero no piensas que sería mejor que me invitaras a entrar? Está algo frío aquí afuera ¿Ves? – añadió guiñando el ojo a la dama que inmediatamente lo hizo pasar. ¿Qué pasa, Felicitiy? ¿Por qué estás gritando de esa forma? – preguntó una voz que venía del estudio y un segundo después una mujer en una bata negra y con un gran libro en la mano apareció en la sala. Eleanor Baker dejó caer el libro al piso llevándose una mano a la boca, aún sin poder pronunciar palabra. Sus ojos iridiscentes se llenaron de lágrimas mientras contemplaba en silencio la figura de Terrence de pie frente a ella, justo en medio de la sala. Mismo lugar en que lo había visto por última vez dos años antes. Madre, – Terri le dijo con voz temblorosa - ¡He regresado! – fue todo lo que fue capaz de decir al tiempo que su madre extendía sus brazos hacia él. ¡Mi hijo! ¡Mi hijo! ¡Terri, mi querido niño! – gritó la mujer mientras lo abrazaba, agradeciendo a Dios por la gracia de tener a su hijo de regreso. Ella comprendió entonces que sus noches de insomnio habían terminado. ¿Me perdonarías por haberte causado tantas penas? – preguntó el joven mientras su madre aún lloraba en sus brazos. El gozo de este día paga por cada lágrima que hemos podido derramar, Terri – contestó la mujer sabiendo que acababa de decir la mejor línea de su vida hasta ese entonces. Aquel fue un día de fiesta en la casa de los Baker y Felicity Parker, por primera vez en su carrera como ama de llaves, no pudo pensar en las provisiones que quedaron totalmente olvidadas en la cocina. La buena mujer estaba tan conmovida por los acontecimientos que decidió dejar la responsabilidad en manos de la cocinera mientras ella se tomaba unas píldoras para calmar su azorado corazón. Después de todo, ya no era tan joven como antes. Una suave brisa recorría la ciudad la tarde cuando Candice White llegó a París. Sin saberlo, el carruaje en que viajaba la llevó a lo largo del Boulevard Saint Michelle, forzándola a vivir de nuevo la tarde que había pasado al lado de Terri. Una vez más contó los días que tendría que esperar mientras viajaba a Inglaterra y luego a Nueva York. Si lograba tomar el barco en Liverpool como había planeado, estaría en casa para el siete de diciembre ¡Apenas si podía esperar a que llegara ese día! Tan pronto como la guerra hubo terminado ella había pedido su baja, pero no recibió respuesta en algunas semanas. Sin embargo, cuando ya casi había perdido la esperanza y empezaba a aceptar que tendría que pasar las fiestas navideñas en Francia, recibió la autorización para regresar a casa. La joven leyó y leyó varias veces aquellas breves líneas en las cuales el gobierno de su país le agradecía por sus valiosos servicios, y a pesar de eso lo único que ella podía comprender mientras la lágrimas rodaban por su mejillas, era que estaría pronto con aquellos que amaba, celebrando la Navidad como lo había prometido a todos sus amigos el año anterior. Candy trató de memorizar cada paisaje de la ciudad que cruzaba de camino al Hospital San Jacques. El Barrio Latino, el Sena, Montmartre, los puentes de piedra, los Campos Elíseos, la Plaza de la Concordia, el Jardín de Luxemburgo, cada lugar estaba ligado a un recuerdo que siempre viviría en su memoria. El año y medio que había pasado en Francia no había sido nada fácil, pero no se podía quejar. Dios la había bendecido de muchas formas en ese tiempo. No tomó mucho tiempo antes de que el carruaje dejara atrás el parque cerca del hospital y Candy supo que había llegado a su destino. Nunca le había gustado decir adiós a sus amigos, pero comprendía que no había otra opción. La joven se detuvo frente al viejo edificio y trató de reunir el valor que necesitaba y luego entró al hospital. Julienne y Flammy estaban tan contentas de ver a su amiga que casi ni pudieron hablar al principio, pero no lo necesitaron porque Candy estaba tan emocionada que no les dejó hablar por un buen rato, parloteando y riéndose como una alondra en primavera. Les contó sobre sus últimos días en el frente, las cosas que había vivido y cuánto había extrañado a todos en el hospital, y ya que el entusiasmo de la rubia no parecía acabarse, pronto hizo que las dos jóvenes morenas se sintieran azoradas por su ilimitada provisión de energías y sonrisas. No obstante, Julienne logró explicarle a Candy que su esposo Gérald había sido dado de baja por una herida y se encontraba recuperándose en un hospital de Lorena. Ella estaba esperando recibir licencia definitiva para poder viajar a esa región y finalmente reunirse con él allá. Candy pudo notar que el rostro de su amiga estaba repentinamente más joven y radiante. El velo de tristeza que había cubierto su expresión durante todo el tiempo que la había conocido había desaparecido para revelar a la verdadera Julienne, aquella que no tenía que temer por la vida de su esposo a cada minuto del día. Candy admiraba a su amiga aún más, sabiendo por experiencia propia cómo se sentía tener a alguien amado luchando en el frente. La rubia había sufrido esa condición por unos meses, pero su amiga había soportado la situación por largos años. Estoy tan contenta por ti ,Julie, – Candy le dijo sonriente – Ahora podrás volver a pensar en adoptar un niño. Prométeme que lo harás. Por supuesto que lo haré, – replicó Julienne devolviendo la sonrisa – La próxima vez que vengas a Francia serás bienvenida en la casa de los Bousenniéres y seguramente conocerás a nuestro hijo o hija. Eso dalo por hecho, – dijo Candy a Julienne y luego volviéndose a Flammy le preguntó a la morena sobre sus planes para el futuro. Sabes, Candy, he estado pensando mucho acerca de regresar a Chicago – Flammy respondió dudosa. – Aunque realmente quiero ver a mi familia, ha pasado tanto tiempo desde que los vi por última vez que no estoy segura si me sentiré bien viviendo con ellos, además . . . ¿Además qué? – preguntó Candy suspicazmente, notando en los ojos oscuros de Flammy una nueva chispa que no había estado ahí nunca antes. Flammy quiere decir que tiene un nuevo amigo y no está muy segura de querer dejar Francia tan pronto, – explicó Julienne ayudando a Flammy a expresar lo que sentía. Candy le lanzó a ambas morenas una mirada interrogadora. El rubor en las mejillas de Flammy y la malicia en los ojos de Julienne le hicieron comprender enseguida lo que ellas querían decir. ¡No es lo que estás pensando, Candy! – Flammy se apresuró a aclarar cuando se dio cuenta de que la mente soñadora de Candy ya estaba fabricando un cuento romántico. – Estamos comenzando a ser amigos, eso es todo. Eso están haciendo ¿Eh? – Candy sonrió con malicia – Tú e Yves, supongo que quieres decir. Bueno, sí – Flammy masculló, – él regresó al hospital, pero esta vez como paciente. ¿Fue herido? – preguntó Candy inmediatamente preocupada cuando escuchó que su amigo estaba en el hospital y no precisamente trabajando. Si, aparentemente la pasó mal en el frente. Una bala le rozó una pierna y estará temporalmente cegado debido al efecto de los gases de iperita, pero sobrevivirá, – Julienne le informó a Candy en detalle. – Desde su llegada nuestra amiga aquí presente lo ha cuidado muy bien. ¡Cielo Santo, chica! – Candy exclamó alegremente – Esto es lo que lo llamo escrito en el cielo. ¡Ay, Candy! – rezongó Flammy. – No exageres las cosas. Sólo somos amigos, ya te lo dije. Está bien, está bien, – respondió Candy con un suspiro.- Dejemos que el tiempo diga la última palabra en el asunto, – admitió, pero internamente deseó con todo el corazón que la vida pudiera al fin recompensar a Flammy por los sufrimientos pasados. Las mujeres le preguntaron a la rubia si quería ver a Yves, pero ella se rehusó, pensando que era aún muy pronto para volverse a encontrar. Era mejor dejar que las heridas internas del joven sanaran completamente antes de que pudieran verse de nuevo. Candy también fue informada de la visita de Terri a París y se sintió muy desilusionada cuando se dio cuenta de que podían haber viajado juntos de regreso a América si ella hubiese recibido su baja días antes. Entonces supuso que había sido de nuevo uno de esos fallidos encuentros que ellos dos habían sufrido una y otra vez en el pasado. No obstante, trató de animarse lo mejor que pudo pensando que tenían toda una vida por compartir. Más tarde, al término de un par de horas de conversación, Candy se dio cuenta de que tenía que partir si no quería perder su tren. La joven miró a las dos queridas amigas que habían compartido con ella casi dos años de buenos y malos momentos, llenos de lágrimas, risas, peligro, penas y gozo. No sabía cuándo podría volver a verlas, tal vez pasarían muchos años antes de ese momento, tal vez ese día nunca llegaría. Esta última posibilidad le dejaba un hoyo en el corazón, porque cada vez que decimos adiós a un amigo, la pérdida nos deja un espacio vacío en el alma que no puede ser llenado con la llegada de un nuevo compañero. A pesar de ello, Candy había aprendido que las despedidas y partidas son una parte de la vida humana que no podemos evitar y con esta convicción abrazó por última vez a sus dos amigas. Las tres mujeres lloraron en un abrazo triple, y aún Flammy no pudo contener sus emociones al tiempo que agradecía a Candy una y otra vez por su obstinado cariño que había terminado por conquistar la amistad de la joven morena, a pesar de su resistencia. La rubia, conmovida hasta el alma, deseó a sus amigas lo mejor para los años venideros y finalmente dejó el hospital San Jacques caminando lentamente a lo largo de los antiguos corredores y cuando pasó por el jardín interior, sus ojos fueron atraídos por el milagro de una florecita que aún resistía a las congeladas ráfagas del otoño. Candy tomó la flor consigo presionándola dentro de su misal, como un recuerdo del país donde había calmado sus penas, hecho nuevos amigos, recobrado las esperanzas perdidas y reencontrado el verdadero amor. La joven fue también a ver al Padre Graubner, pero el buen hombre había sido enviado a Lyon para hacerse cargo de una iglesia. Así que ella no le pudo ver por última vez y pensó que tal vez así era mejor, porque hubiera sido muy difícil decirle adiós a un hombre a quien ella sentía deberle tanto. Por último, el día primero de diciembre, Candy estaba en Liverpool, esperando por le barco que la llevaría de regreso a Nueva York. pic George Jhonson estaba de pie cerca de su jefe, mientras el joven firmaba un interminable número de documentos. La pluma de Albert garrapateaba cada página con rítmico paso y de vez en cuando lanzaba una mirada al gran reloj de la enorme oficina, con un claro fastidio reflejado en sus facciones. George recordó en ese momento cuando 20 años antes, el padre de Albert lo había traído por primera vez a su oficina, como su joven protegido, para comenzar a instruirle e involucrarlo en el complejo mundo de los finanzas y los negocios especulativos. William Andley había sido siempre un hombre honorable y bondadoso, totalmente dedicado a sus empresas, las cuales manejaba bajo los más estrictos principios morales. El hombre disfrutaba su trabajo con tal pasión que era contagioso, y George, habiendo aprendido el negocio como su pupilo, había adquirido el mismo entusiasmo. William Andley nunca miraba al reloj cuando estaba trabajando. Albert firmó el último de los papeles y reclinándose en su silla se estiró cuan largo era con una mirada interrogadora que George comprendió en seguida. Sí, señor – dijo el hombre asintiendo con la cabeza que ya tenía algunas hebras plateadas en la melena que habías sido siempre tan negra como la noche más negra – En unos minutos más los accionistas llegarán. Sabes, George. – comentó el hombre rubio, – estaba pensando que me has ayudado en toda esta enorme tarea pero nunca me has dado tu opinión sobre las decisiones que he tomado. Bueno, nunca ha preguntado, Sr. Andley – respondió el hombre con llaneza. Ahora lo hago, – replicó Albert - ¿Crees que estoy haciendo lo correcto? El impasible rostro de George esbozó una leve sonrisa y sentándose en un sillón en frente de Albert finalmente habló: Sabe usted señor. Yo trabajé para su padre desde mi juventud y en todo ese tiempo tuve el privilegio de observarlo hacer tratos e idear modos de mejorar los negocios familiares que él, a su vez, había heredado de su padre. Siempre lo vi lleno de energías y entusiasmo. Amaba su trabajo y disfrutaba cada segundo que invertía en esta oficina hasta que tuvo que dejarnos. Sin embargo, cuando yo lo veo trabajar a usted, a pesar de todo el talento que usted obviamente tiene para hacer negocios, puedo decir con certeza que no disfruta su trabajo sino que lo sufre como si fuese un castigo ¿Me equivoco, señor? – preguntó el hombre mirando directamente a los ojos celestes de Albert. Estás en lo correcto, – respondió Albert con una carcajada sofocada. Entonces, señor, no debe dudar. El Sr. Cornwell hará un excelente trabajo porque él es como su abuelo. Albert sonrió sintiéndose mejor al tiempo que se daba cuenta que aquel hombre prudente que había sido algo así como un hermano mayor para él, aprobaba sus decisiones. Creo que ya es hora – Albert dijo parándose. – Enfrentémoslos. Y con esta última aseveración ambos hombres dejaron la oficina y se dirigieron a la sala de juntas, con el fin de asistir a la reunión de socios que Albert había convocado. Cuando entraron al salón, todos estaban ya esperándolos, incluyendo a la Sra. Elroy quien miraba a su nieto con una mirada inquisitiva, preguntándose qué era tan importante como para llamar a los socios. William Albert tomó su lugar y con voz calmada dio una detallada explicación sobre el estado de las empresas Andley. El joven continuó por más de una hora informando sobre los cambios que había hecho en la compañía desde que se había hecho cargo de su destino tres años antes. Clarificó los recientes movimientos y las nuevas adquisiciones y finalmente añadió un reporte prospectivo sobre el futuro de la compañía para los siguientes cinco años. Cuando hubo terminado su discurso hizo una pausa por un segundo y después de tomar algo de agua anunció: Durante todo este año he estado trabajando con mi sobrino Archibald Cornwell, – Albert empezó, mirando a Archie que estaba sentado a su izquierda – y ahora él esta completamente familiarizado con las operaciones de la compañía. Sabiendo lo hábil que es, y siendo el tercero en la línea de sucesión – saben ustedes que la Srita. Candice Audrey, quien es la segunda en línea, no está interesada en los negocios – he decidido dejarlo a cargo de la presidencia, – sentenció Albert. La Sra. Elroy abrió la boca pero no pudo moverla aún cuando trato de articular una queja. Albert continuó su discurso explicando a los accionistas que él estaría viajando por un largo tiempo, y de ahí su decisión de dejar el negocio de la familia en manos de Archie. Albert había llevado a Archie a cada junta, evento social e importante transacción a las que él había tenido que asistir durante un año. Por lo tanto, todos los hombres en la habitación conocían al joven millonario que había probado en más una ocasión ser un hombre de negocios astuto e inteligente. Así que, ninguno protestó por la decisión de Albert, sino que lo apoyaron con alegría. Algunos de ellos inclusive pensaron que el estilo más agresivo de Archibald Cornwell podría ser aún más conveniente para los intereses de la compañía. Cuando la junta hubo terminado los accionistas se pusieron de pie para felicitar a Archie, pero la Sra. Elroy permaneció en silencio mirando a su nieto y bisnieto con frialdad. Quiero hablar contigo en privado, William,- dijo la anciana mientras se levantaba y dejaba la sala de juntas con aire altanero. – Estaré esperándote en la oficina de tu padre, – anunció caminando hacia la puerta con pasos parsimoniosos. Albert tomó unos minutos más para despedir a los miembros de su familia, uno por uno, y cuando hubo concluido con el último, el joven dejó a Archie y a George en el salón. Estaba consciente de que finalmente había llegado la hora de enfrentar a su abuela. El joven caminó lenta pero firmemente a su oficina, tratando de mantenerse concentrado en el objetivo en el cual había soñado dirigirse por largo tiempo. ¿Podrías decirme por favor por qué estás tomando esta decisión descabellada, William? – preguntó la anciana tan pronto como su nieto entró a la oficina. – Simplemente no puedo creer que estés dejando a Archie solo, dando la espalda a tu familia de esta forma tan irresponsable, – reprochó la vieja amargamente. Toma asiento, abuela – le suplicó Albert mientras él mismo se sentaba en un sofá. – Sé bien que estás molesta y tal vez tengas derecho a sentirte así, siendo que no te dije con anticipación lo que estaba planeando hacer, – mencionó él. ¡No estoy molesta, William, sino profundamente herida por tu comportamiento! – gimió la mujer. Lo sé, abuela, y te ofrezco mis disculpas, aunque pienso que esto fue la cosa más conveniente que yo podía hacer, - continuó Albert con firme convicción en su voz. Yo te diré lo que sería conveniente, muchachito testarudo, – gritó la dama encolerizada – ¡Sería conveniente que te olvidaras de esa estúpida idea de viajar, que te concentraras en nuestros negocios, encontraras una mujer decente para casarte, tuvieras un matrimonio respetable y en ese mismo proceso encontraras un marido para esa hija adoptiva tuya antes de que deshonre a la familia casándose con un don nadie sin fortuna ni linaje! Tienes todo muy bien planeado ¿No es así, abuela? – preguntó Albert empezando a perder la paciencia con la anciana. – Pero me temo que mis proyectos jamás coincidirán con los tuyos. Lo siento mucho, pero no voy a vivir mi vida como tú lo deseas. ¡Ay William, no sabes cuánto me alteran tus palabras! – la mujer chilló llevándose una de sus manos al pecho – ¡Tú y esa chiquilla perniciosa van a matarme uno de estos días! Albert miró cómo la anciana había palidecido de repente y no pudo evitar el asombrarse ante las habilidades histriónicas de su abuela. Desafortunadamente para la Sra. Elroy, su nieto ya había visto su brillante actuación antes. Abuela, por favor escúchame, – replicó Albert en su tono más dulce, tratando de recuperar la paciencia perdida, – sé que el honor y el orgullo de la familia son muy importantes para ti y que te sientes amenazada cuando alguien no parece encajar en tus ideas preconcebidas de compostura y propiedad. Siento muchísimo no poder llenar tus expectativas, pero no está en mi naturaleza el ser un hombre de negocios. ¡Pero tu abuelo y tu padre fueron brillantes en los negocios! – la dama insistió – Tú tienes que continuar con la tradición y mantener la fortuna familiar. No “tengo” que hacerlo, abuela – Albert defendió su postura con más vehemencia – Hice mi mejor esfuerzo para adaptarme y solamente me hice a mi mismo muy infeliz. Créeme, después de tres años, casi cuatro, de tratar con todo mi corazón me di cuenta de que solamente me estaba engañando a mi mismo. Pero lo habías hecho tan bien hasta ahora, – Elroy dijo aún renuente a aceptar la realidad. ¡Sí, pero no es lo que realmente me hace sentir feliz y completo! – dijo el joven más y más convencido de cada una de sus palabras. – Las finanzas y los negocios estuvieron bien para mi padre, pero no para mi. No puedo continuar aquí, mintiéndome a mi mismo y a todos los demás. Ya tengo veintiocho años, abuela, y tengo que encontrar mi camino, o más bien, reencontrarlo, porque ya lo había hallado hace siete años. Pero renuncié a mis sueños por amor a ti. Creo que ya es tiempo que empiece a pensar en mi mismo. ¡Es culpa de esa hospiciana! – la dama dijo entre sollozos. Su voz se había vuelto una mezcla de frustración y resentimiento. – Desde que llegó a la familia todo ha sido tragedia! ¡Eso no es verdad! – barbotó Albert defensivamente – Todo lo contrario, ella ha sido la mejor amiga que jamás he tenido ¡La única que siempre ha comprendido mi forma de ser! ¡La única que arriesgó su reputación para ayudarme cuando yo estuve enfermo de amnesia! Y si tú pudieras entender mis sentimientos como ella lo hace, entonces estarías contenta por mi, en lugar de estar aquí, tratando de hacerme sentir culpable! ¡Nunca la aceptaré como parte de nuestra familia! ¡Siempre la culparé de poner en contra mía a todos mis nietos! – gritó la mujer acremente. Albert se quedó en silencio por un rato, mirando a su abuela con dolor y decepción. ¡Que sea como tú quieres, abuela! – replicó en tono inexpresivo – Candy nunca ha necesitado de nuestra familia para abrirse paso, especialmente ahora que . . . – Albert se detuvo pensando que no era el momento para decirle a su abuela más noticias que pudieran ser demasiado sorpresivas para ella. – Espero que en el futuro no lamentes las palabras que acabas de decir, pero te advierto, abuela, si quieres conservar mi respeto y el cariño de Archie, nunca hagas nada en contra de Candy ¡Porque nunca te lo perdonaríamos! ¡Ay Dios! – vociferó la anciana - ¡Creo que mi corazón ya no puede resistir más!
Posted on: Sat, 14 Sep 2013 00:26:15 +0000

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