05 June 2006 @ 09:09 pm ENTRADA 86 (3ª PARTE) Prit y yo nos - TopicsExpress



          

05 June 2006 @ 09:09 pm ENTRADA 86 (3ª PARTE) Prit y yo nos mantuvimos inmóviles durante un largo minuto, intentando adivinar si había alguien mas allí dentro. O algo mas, me corregí mentalmente. Aquella penumbra era refrescante. Tras todo un largo día correteando de aquí para allá notaba como mis músculos se aflojaban por primera vez en horas. Había comenzado el día en la cubierta del Zaren, viendo la negra boca de un cañón apuntando a mi cabeza y ahora estaba recostado en un sofá de cuero al lado de la oficina de entrada del concesionario ,con una colilla en los labios y pensando lo maravilloso que sería disponer de una cama de hotel donde poder dormir durante tres días seguidos. Y una cerveza helada .Y diez chicas con lencería picante dándome masajes en los pies. No te jode. Me incorporé con un gemido, notando como se me clavaban un millón de alfileres en todos los músculos. No había estado tan cansado en toda mi vida. Comenzamos a recorrer toda la planta baja del concesionario, organizando una rápida batida. El resultado fue negativo. Todas las puertas y ventanas estaban cerradas a cal y canto, excepto el ventanuco del baño que había reventado Viktor para entrar. Estaba demasiado alto y era demasiado angosto como para que uno de esos seres se colase por el, pero de todas formas preferimos ser precavidos y tomar precauciones. Con esfuerzo colocamos uno de los paneles de pladur de las oficinas contra la pared donde estaba el hueco. No aguantaría un golpe muy fuerte pero taparía la ventana rota el poco tiempo que pensábamos permanecer allí. Derrengados, nos dejamos caer en una pequeña habitación anexa al despacho del director del concesionario. Era un cuartucho sin ventanas, donde se apilaban una serie de archivadores, un baño minúsculo con ducha y, sorprendentemente, una cama plegable. Mientras me preguntaba que demonios pintaba esa cama allí, Prit husmeaba por toda la habitación como un perdiguero. Vi como se inclinaba al lado de la cama plegable y cogía algo que estaba debajo de ésta. Con una sonrisa socarrona se giró hacia mi y me mostró unas bonitas braguitas de encaje color vino bastante arrugadas. Vaya, vaya. Así que estábamos en el picadero particular del dueño del concesionario. Vaya cabroncete. De todas formas parecía que hacía tiempo que aquel tipo no se dejaba caer por allí para echar un polvo con la secretaria. Seguramente, si aún estaba vivo, tendría cosas mejores en las que pensar. Mientras Prit revolvía todos los cajones con un entusiasmo desbordante, entré en el baño y lo contemplé con ansia. Por la fuerza de la costumbre giré el grifo del lavabo. Para mi sorpresa empezó a manar un chorro de agua de color oxidado acompañado de borboteos producidos por el aire acumulado en las cañerías. Enseguida lo adiviné.Aquel concesionario debía tener un pozo de abastecimiento propio, aparte de la conexión a la red pública y por eso aún disponía de agua corriente. Agua corriente!! Si tenía agua, en algún lugar tenía que haber un calentador de gas o un acumulador, o algo por el estilo..... Volví de nuevo al cuarto-picadero, donde Prit estaba indolentemente tumbado sobre la cama, hojeando un montón de revistas atrasadas. Dejé a mi amigo cómodamente instalado en aquel cuartucho y armado con una linterna empecé a rebuscar por toda la planta baja. Para mi sorpresa, justo detrás del pasillo que conectaba la sección de oficinas con los talleres, encontré unas empinadas escaleras que se perdían en la oscuridad del subsuelo. Con cautela, me armé de valor y acometí el descenso de los escalones, apoyando la espalda en la pared y sosteniendo el arpón amartillado en la mano que me dejaba libre la linterna. Aquel sótano estaba frío y seco, y tenía pinta de ser un antiguo foso de reparación profundamente modificado. Al fondo del mismo, entre un festival de telarañas y cajas de folletos viejos, podía ver un enorme y moderno calentador de agua Junkers conectado a una bombona naranja de gas butano. Tras cerciorarme de que el sótano era completamente seguro me acerqué hasta el fondo. Sacudí la botella. Estaba vacía, por supuesto. La llama piloto, encendida durante semanas, debía haber consumido hacía tiempo los restos de gas que quedasen en la bombona. Decepcionado, me di la vuelta en la oscuridad dispuesto a abandonar el sótano. Al dar un paso, un fuerte golpe en la rodilla me hizo ver las estrellas. Enfoqué la linterna hacía lo que me había golpeado. Era una jaula de soporte, con media docena de bombonas con el precinto puesto.Cojonudo. Apartando las telarañas coloqué una de las bombonas en el lugar de la que estaba vacía y apreté el botón de purgado del sistema, y a continuación, el de encendido. Una llama azul, vacilante, apareció en la parrilla. Pegué un alarido de alegría. Tenía agua caliente. Volví como una centella al cuarto superior. Prit salía en ese instante del cuarto de oficinas con un enorme manojo de llaves de Mercedes en una caja de cartón. Con animo risueño le acompañé a la sección de exposición, donde, ordenadamente aparcados, esperaban docenas de vehículos, listos para salir por la puerta. Comenzamos a buscar con calma nuestro nuevo vehículo. Tuve una pequeña discusión con Prit, que emperrado con un precioso CLK cabrio color rojo fuego, no atendía a razones. Finalmente fui capaz de hacerle ver que un descapotable no era la opción mas inteligente para circular por carreteras infestadas de No Muertos. Pragmático, escogí un enorme Mercedes GL, el todoterreno mas grande de la marca alemana, con marcha reductora y un par de cientos de caballos de potencia. Aquel enorme trasto nos permitiría hacer ruta campo a través, en caso de encontrarnos con un accidente que bloquease la carretera. Además, si fuese necesario “empujar” a algún No Muerto, nos ofrecía bastantes mas garantías que el estilizado deportivo. Con una mirada de deseo al descapotable, Prit aceptó mis razonamientos, refunfuñando. Poniéndonos manos a la obra, le cambiamos la batería al cuatro por cuatro por una nuevecita que sacamos del almacén. A continuación cargamos nuestras cosas en el interior, incluyendo por precaución a un cada vez mas inquieto Lúculo. Súbitamente, un fuerte sonido nos hizo pegar un bote a ambos. Yo me tiré al suelo, buscando mi arpón, mientras el ucraniano amartillaba ruidosamente el AK. Buscamos con la mirada el origen del sonido. A menos de metro y medio de nosotros, golpeando monotonamente el cristal blindado del escaparate, dos No Muertos nos contemplaban con ojos vacíos, rugiendo de rabia a cada golpe que propinaban. Era un espectáculo macabro. Desde que había liquidado a mi pobre vecino no había tenido la ocasión de ver de cerca de uno de estos monstruos con calma, sin tener que correr o luchar por mi vida. Me acerqué al cristal con cautela, hasta que quede a un palmo de ellos. Aquello parecía volverles absolutamente locos. Me deseaban. Deseaban mi vida. Mi sangre. Jodidos cabrones. Súbitamente, caí en la cuenta de algo. Mi vecino, un No Muerto recién transformado, presentaba lividez cadavérica, miles de venas radiales reventadas y dibujadas sobre la piel, ojos inyectados en sangre y comportamiento ausente y homicida. Para mi desesperación, los dos sujetos de fuera, aunque algo mas maltrechos por efecto de golpes, cortes y arañazos tenían exactamente el mismo aspecto. Si simplemente fuesen unos cadáveres normales, por lógica el paso del tiempo tendría que haber hecho mella en ellos. Sin embargo, no se veían rastros de putrefacción por ninguna parte. Ni rigor mortis, ni descomposición....nada de nada. Era totalmente asombroso. Estaban muertos, de eso no cabía la menor duda (el terrible desgarro del cuello de uno de aquellos seres no ofrecía lugar a dudas), pero algo, de algún modo, les insuflaba el suficiente hálito vital como para seguir moviéndose y acechando. Tan solo unas cuantas manchas acartonadas de sangre reseca y el aspecto harapiento de sus ropas, tras meses al aire libre, indicaban que llevaban en ese estado desde hacía tiempo. Por lo demás, estaba seguro que su aspecto físico no había cambiado un ápice desde que habían tenido la desgracia de ser atacados. Aquello suponía unas implicaciones inquietantes. A lo largo de las últimas semanas había abrigado la esperanza de que el paso de los días fuese degradando progresivamente aquellos cuerpos o incluso, que de algún modo, fuesen “muriendo”. Sin embargo, nada de aquello estaba pasando. Estos seres parecen no verse afectados por el paso del tiempo. No se que pensar.Puede que duren muchos meses todavía, puede que años, incluso. O puede que sean eternos ¿cómo cojones puedo saberlo? No soy un científico, no tengo apenas datos sobre su naturaleza ni su organismo. Solo se que están en un punto intermedio entre la vida y la muerte y que si no quiero acabar como ellos he de correr permanentemente, para evitar que me atrapen. Mierda. Un sabor amargo me subió por la garganta. Estábamos realmente jodidos, como especie, como raza, como planeta. Descargué un puñetazo de rabia contra el cristal, justo sobre la cara de uno de aquellos monstruos, que ni se inmutó ante el golpe. Son impasibles, estos hijos de puta. Viktor me contemplaba en silencio, adivinando mis pensamientos. Finalmente se adelantó y trató de reconfortarme, explicándome que en cuanto llegásemos a su helicóptero podríamos volar hasta cualquier lugar donde esos bichos no hubiesen llegado. Sacudí la cabeza, con amargura. Aquello solo eran buenas palabras. Tendríamos que bregar mucho aún para que me sintiese totalmente a salvo. Dejamos el todoterreno aparcado justo enfrente del portón de salida. Mientras Viktor comprobaba la presión de los neumáticos me fui hasta el baño y por primera vez en muchas, muchas semanas, disfruté de una ducha de agua caliente. Era maravilloso. El chorro de agua golpeaba mi espalda y mi cabeza con un millón de alfileres, mientras nubes de vapor se formaban en el baño, enroscándose en torno a mi cuerpo. Permanecí inmóvil bajo el grifo durante casi veinte minutos, deleitándome de aquella sensación maravillosa y preguntándome donde y cuando podría disfrutar del siguiente baño. Finalmente, con unas tijeras y unas cuchillas de afeitar nuevas que encontré en un neceser, me afeité la barba de vagabundo que lucía desde hacía semanas. Lo que en la vida previa al Apocalipsis era algo común y corriente, ahora se había transformado en un autentico lujo. Hasta ese extremo se habían complicado las cosas. Salí de la ducha. Me encontré a Viktor afanosamente atareado en el antiguo despacho del director. Había despejado la mesa por completo y apoyada en la misma tenía el Samsonite negro. Se había traído una tonelada de herramientas del taller, incluyendo una rebarbadora manual de batería autónoma y un soplete. El ucraniano parecía decidido a abrir el dichoso maletín por las buenas o por las malas. Con el pelo aún húmedo le dije bromeando que si encontraba tabaco dentro del maletín tendría que repartirlo conmigo, a no ser que quisiera aparecer muerto a la mañana siguiente. Prit se rió y lanzándome un pedazo del lacre rojo del maletín a la cabeza dijo que fuese útil y que encontrase algo de gasolina para el todoterreno. Me alejé del despacho, oyendo como el ucraniano canturreaba en ruso , con el sonido de su voz ahogado por el agudo chillido de la rebarbadora. Tardé diez minutos en encontrar un bidón de gasolina y otros cinco en encontrar un tubo de goma para poder llenar el depósito. Mientras llenaba el depósito hasta los topes le di unas cuantas caricias a Lúculo, que cada vez que me pierde vista parece volverse loco. Creo que tiene miedo a que me vaya sin el. Mi pobre gato. Me estaba limpiando las manos con un paño cuando una violenta explosión sacudió todo el concesionario. Un enorme fogonazo blanco salió del despacho donde estaba Pritchenko, junto con una nube de humo y un intenso olor a quemado. Por un instante, los oidos me pitaron por la explosión. Al cabo de unos segundos, los oí. Eran alaridos de dolor. De Viktor. Entré a la carrera en el despacho. Viktor yacía en el suelo, con las manos terriblemente quemadas y diversas heridas en el pecho y la cara. El ucraniano se retorcía de dolor y aullaba como un lobo herido. Me agaché junto a el y le eché un vistazo. Las heridas de cara y pecho parecían ser superficiales, pero las manos tenían una pinta espantosa. Estaban absolutamente quemadas y solo pude distinguir tres dedos en la mano izquierda. La mano derecha no estaba mucho mejor. Era una carnicería. Sangraba abundantemente por ellas, y por los oídos también manaban dos hilillos de sangre. Me giré hacia la mesa, buscando algo con que restañar la hemorragia. Fue entonces cuando mi mirada se posó en el maletín Samsonite. O mejor dicho, en sus restos. Aquel jodido maletín debía llevar en su interior algún dispositivo pirotécnico instalado para evitar que personas no autorizadas accediesen a su interior. Aquel dispositivo había explotado cuando Viktor trató de forzar el maletín, y solo el azar había evitado que volase en pedazos al ucraniano. Lo contemplé, absolutamente impotente, mientras los gritos de dolor de Pritchenko resonaban en mis oidos. Fuera lo que fuese lo que alguna vez contuvo el Samsonite negro, ahora ardía con furor encima de aquella mesa, convirtiendo rápidamente su valioso y desconocido contenido en un montón de cenizas. Z-kary.raaw
Posted on: Fri, 26 Jul 2013 06:30:57 +0000

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