130 Pequeñas Historias Llovizna en domingo. Poroto, yo nunca - TopicsExpress



          

130 Pequeñas Historias Llovizna en domingo. Poroto, yo nunca supe el nombre, sonaba más a un apodo, pero era su apellido. Vivía a unos dos kilómetros de la ruta 188, en el camino que ahora va hasta la Violeta, pero en esa época terminaba en los campos de Kehoe, antes del segundo arroyo Manantiales. Alto, de cuerpo pesado, acostumbrado al trabajo, estaba casado con Lili Gasparroni, mujer bajita, no era gorda, era de esas mujeres que son redonditas por donde se las mire, amable hasta en los mínimos gestos. Entre los dos llevaban adelante con mucho esfuerzo, una pequeña chacra. Un problema de salud modificó para siempre su forma de vida. Poroto sufrió un ataque de presión, como se lo conocía en aquel entonces, hoy ACV. Con tiempo y mucho esfuerzo lo fue superando, pero ya no pudo ocuparse de los trabajos del campo, entonces decidió vender todas las herramientas y se compró un camión Ford, con una caja volcadora color celeste. Yendo por la ruta, cuando se llegaba a lo Meiriño y se doblaba a la derecha aparecía la herrería de Paride, y de allí en adelante, una sucesión de pequeños campos: Giachetti, Arrufat, Rosti, Amici… El hijo de uno de los Amici, Humberto, ya vivía en el pueblo y trabajaba atendiendo el mostrador en la cooperativa Alberdi. Junto a su mujer Olguita, hacía poco tiempo habían alquilado un local en el frente de la casa de Gilarduchi, donde trasladaron el kiosco de revistas de su propiedad, al que agregaron cosas de bazar. Humberto, hombre de pocas pulgas, fue protagonista de varios altercados atendiendo a algunos clientes y clientas algo indecisos o francamente molestos de la cooperativa, lo que le valió el apodo de Fufú, como expresión de rápida calentura. Tal como corresponde en los pueblos, el apelativo fue heredado por su hijo Flavio, que fue llamado Fufito, así, en diminutivo, lo que claramente indicaba la relación pade-hijo. Decir Humberto y Olguita, es como decir Batman y Robin, el Tati y el Beto, siempre van de en dúo. Los domingos abrían juntos el kiosco. Mientras Olguita limpiaba sobre lo limpio y repasaba la tapa de vidrio del mostrador de caña, colocaba la cestita de mimbre con caramelos Arcor transparentes de menta y miel, para después continuar con el repaso de las estanterías de caña y estantes de vidrio, moda en aquel tiempo, Humberto anotaba y corregía en su cuaderno Éxito los diarios encargados del día, y las colecciones, que siempre se atrasaban. Una vez terminada su tarea, Olguita partía raudamente hacia la iglesia. Ese domingo, a pocos minutos de que ella se hubiese retirado, comenzó a mojarse la vidriera con las gotas de una llovizna que trajo el constante viento Río. Para no complicar la limpieza a la hora de cierre, Humberto decidió tomar sus recaudos. Colocó en la parte exterior de la puerta una rejilla de alambre, como primera defensa, y después desplegó cual alfombra un camino de diarios viejos hasta el mostrador, sabiendo que los chicos no se fijaban cuánto barro llevan en sus zapatillas, y que la gente de campo, apurada por la lluvia, no le prestaba demasiada atención a su calzado. Esto alcanzaría para mantener por lo menos limpio el piso. Mujer, apuráte, le dijo Poroto a la Lili mientras terminaba de encerrar unos pollitos para que no se mojaran, que el camino se va a poner ‘refaloso’. Lili esperó sentada en el camión a que él terminara la tarea y salieron para Guerrico. Estacionaron frente a lo Saadi. Ella cruzó la calle para comprar el pan en lo de Cesaretti, y Poroto partió a buscar el diario que tenía encargado tan rápido como pudo. Por la enfermedad tenía poca movilidad en la pierna derecha, la despegaba muy poquito del suelo, y los zapatones negros, abotinados, tampoco lo ayudaban mucho. Cuando llegó al local, pasó la primera defensa si novedades, pero en la segunda, quizás un pliegue de una hoja, una arruga traicionera de La Opinión, hizo que comenzara un arrastre sostenido de diarios, que sólo se detuvo con él, en el mostrador de cañas con tapa de vidrio. Cuando la maraña de papeles cesó, Humberto sopesó la situación y resolvió no levantar la mirada para no tentar a la ira. La transacción, diario, billete, vuelto en moneda, se realizó en total silencio. Dicen algunos que debajo de la boina negra, en la cara tallada por el tiempo de Poroto, se dibujó un hilo de sonrisa, pero dicen nomás. Lo que sí es cierto es que dos hojas, no más, lo acompañaron hasta la salida.
Posted on: Fri, 20 Sep 2013 22:44:06 +0000

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