130 Pequeñas historias La crecida del Manantiales. El arroyo Manantiales divide en tres a la Delegación de Guerrico. El poblado y sus alrededores llegan hasta él; sobre la otra margen nacen, al norte, Pujol, y al sur, Manantiales. Las crecidas del arroyo son mentadas, en ocasiones han dejado incomunicados a los vecinos por un par de días. Es que el Manantiales es un típico arroyo de llanura, con tantas curvas, y requiebres como el caminar de Cecilia Vera. La crecida de la semana pasada ha sido una de las más grandes que se recuerdan, doscientos milímetros de lluvia en casi toda la cuenca que empieza muy cerca de Pergamino, y desemboca en el Paraná. Era de esperar, pero asustó a más de uno. Luis es el puestero de El Quilla, campo con salida por el frente, al camino de los bajos de López, quizás lo único que queda de la traza del antiguo camino real; y por los fondos, al arroyo. El temporal comenzó el viernes y no amainó hasta el atardecer del lunes, en su punto máximo llegó cerca del puesto. El martes amaneció sin lluvia, pero una niebla espesa no dejaba ver a más de un par de metros. Recién el jueves, Luis ensilló el doradillo, y rumbeó para Pujol, en busca de víveres que ya escaseaban. Son no más de cuatro kilómetros, con la única dificultad que es pasar por el puente roto, puente que no está roto como se lo denomina sino que por falta de mantenimiento y descuido su estado es muy precario. Por no haber salido muy temprano y lo dificultoso del camino, fue llegando a Pujol casi al mediodía. Al llegar al almacén de Petri, saludó con el rebenque en alto a Julio Carrara, que ya se volvía en el Someca para su chacra. Desmontó frente al almacén, arrimó al doradillo a uno de los viejos paraísos y tiró las riendas mojadas sobre una rama baja. No lo ató, ni falta que hacía. Adentro del almacén estaban en animada charla el almacenero Don Petri, Horacio Pucciarelli, Mate Cocido Castañares y Carlitos Bollini. Luis saludó a cada uno de ellos y le entregó a Elena la mujer del almacenero, la nota que había escrito Liliana, la señora de Luis, para evitar olvidos. Miró en derredor y el único cenicero que vio estaba en una mesita cuadrada de madera, oscura por el uso, con rastros de cigarrillos olvidados. Sobre ese cenicero triangular de aluminio, con la Marca Cinzano en sus lados, descansaba un mazo de naipes de lomo rosa, que lo tentó con la idea de un truco, pero decidió primero encender un cigarrillo. Fue convidando con el atado a todos los presentes, y Luis Pucciarelli aceptó, mas atraído por el colorido del paquete que por las ganas de fumar.”¡Epa, que has echado buenas, Luisito, ahora fumás importado, qué nivel!”. Mientras le mostraba a los demás el atado de cigarrillos importados, como al descuido Luis mostró que en el bolsillo de la camisa Ombú tenía otro atado si abrir. “No te acostumbrés a esos, porque acá no tenés más que Particulares o Jockey”, dijo Don Petri. “Lo que pasa es que me lo regaló un marinero al que le tuve que dar una mano”, contestó Luis. “¿Anduviste por el Puerto?” inquirió Carlitos Bollini. “No, que va, fue por la crecida”, y guardó silencio. Mate Cocido Castañares no aguantó y preguntó: “¿Y cómo fue la cosa?” Luis volteó la ceniza del cigarrillo en el cenicero, miró un rulo de humo que se elevaba y comenzó a contarles lo sucedido: “El martes, ya no llovía, pero amaneció con mucha niebla, si te quedabas en silencio podías escuchar el agua marrón de la crecida andar a los tumbos por los surcos del maíz y los alambrados del piquete. Traje debajo del alero del galponcito al doradillo para ensillarlo, porque desde que encerré a las vacas en el corral alto, un par no dejaron de balar, seguro que los terneros más chicos quedaron del otro lado del zanjón. Elegí el doradillo para ir a buscarlos por que él no tiene problemas con el barro, nunca una refalada ni una costaliada, él galopea en el barro igual que en la tierra seca. Abrí la tranquera y salí al potrero para el lado del zanjón, los tres perros corrían y jugaban salpicando, se me perdían de vista en la niebla y volvían a aparecer entretenidos en sus juegos. De pronto, los tres se me pegaron a las patas del caballo, en silencio y con el pelo parado; lo paré al doradillo y entonces empecé a escuchar un motor en medio de la niebla, un motor grande, más grande que un tractor, me fui acercando para el lado del arroyo, cuando vi un bulto negro, muy grande. Entrecerré los ojos para ver mejor, esperé un poco, la cosa iba creciendo, hasta que se me apareció enfrente, cortando la niebla. Ahí me di cuenta que era un barco. Sin darme tiempo a nada, sale un tipo de la punta de adelante y me dice: “Buenas, paisano, ¿usted no sabe cuánto falta para San Nicolás?”. “Están yendo al revés”, le digo, “San Nicolás está para el lado en que ustedes vienen”. “¿Vieron que yo les dije que no teníamos que doblar a la izquierda?”, le dijo el marinero a gente que yo no veía. Otro marinero apareció y me preguntó: “¿Y San Nicolás dónde está?”.” Ahí nomás, donde mea la vieja, si no hubiera niebla ustedes la habrían visto”. “Entonces tenemos que dar la vuelta…, ¿usted nos podría dar una mano?” preguntó el que primero había aparecido. “Las dos si fuera necesario”, le contesté. Me tiraron una soga gruesa que até a la cincha del recado, lo llevé al doradillo hasta que se afirmara y de áhi se lo palenquié hasta que empezó a dar la vuelta. Cuando estuvo enfilado para volver, le solté la soga, y al rato, con esa misma soga me bajaron un paquete.”Es por la mano que nos dio, gracias, paisano”. “No hay de qué”, les dije y tomé el paquete . Había dos botellas de bebida blanca que guardé en la cumbrera del galponcito, para que Liliana no ande jeringueando, y los dos cartones de estos cigarrillos”. Mate Cocido Castañares, que en medio del relato había aprovechado a sentarse a la diestra de Luisito, se tiró hacia atrás en la silla, como para darle espacio al relato y agrego: “¡Páaaa… grande la crecida!”. Luisito tomó las cartas, comenzó a mezclarlas lentamente, y después de un momento afirmó: “Grande, sí…”.
Posted on: Sat, 05 Oct 2013 00:19:35 +0000
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