17. LOS FRISBEES[28] DE DREAMLAND ALEMANIA, BORDE ANTERIOR DE LA - TopicsExpress



          

17. LOS FRISBEES[28] DE DREAMLAND ALEMANIA, BORDE ANTERIOR DE LA ZONA DE BATALLA. La vista había sido aterradora para la mayoría de los hombres. Arriba, una sólida capa de nubes a mil doscientos metros. Él iba volando entre chaparrones, que oía más que veía, en esa noche negra, y las siluetas oscuras de los árboles parecían alzarse para agarrar su veloz avión de combate. Sólo un loco volaría tan bajo en una noche como ésa…, tanto mejor, sonrió debajo de su máscara de oxígeno. Las puntas de los dedos del coronel Douglas Ellington acariciaron la palanca de mando de su «F-19A Ghostrider», de ataque, mientras la otra mano descansaba en los controles aparcados de los aceleradores, instalados en el lado izquierdo de la cabina. La imagen del HUD[29] proyectada frente a él sobre el parabrisas le informaba: seiscientos veinticinco nudos de velocidad indicaba, treinta y un metros de altura, rumbo trece grados y, alrededor de los números, había una imagen monocolor del terreno que se extendía frente a él. La imagen se originaba en una cámara infrarroja apuntada hacia delante e instalada en el morro del avión, aumentada por un láser invisible que interrogaba el terreno ocho veces por segundo. Para la visión periférica, su casco sobremedida contaba con antiparras para luz baja. —Arriba se está armando un infierno —le informó su acompañante desde el asiento posterior, el mayor Don Eisly, que controlaba las señales de radio y radar y sus propios instrumentos—. Todos los sistemas continúan nominales, distancia al blanco en este momento, noventa millas. —Está bien —respondió el Duque. El sobrenombre había sido algo automático para Ellington, quien hasta se parecía un poco al famoso músico de jazz. Ellington estaba disfrutando con esa misión. Volaban hacia el Norte «raspando» el suelo, a una altura peligrosamente baja sobre el terreno irregular de Alemania del Este, y su Frisbee, siempre a menos de sesenta metros, iba arriba y abajo, saltando debido a los constantes ajustes que hacía el piloto sobre los mandos. Lockheed lo había denominado Ghostrider. Los pilotos le llamaban Frisbee; era el «F-19A», el avión de combate de ataque fantasma secretamente desarrollado. No tenía ángulos marcados, ni formas cuadradas que permitieran rebotar limpiamente en ellas las señales del radar. Sus motores turbofán estaban diseñados de manera tal que sólo emitían una borrosa señal infrarroja característica en el peor de los casos. Desde arriba, sus alas parecían imitar la forma de una campana de catedral. Desde el frente, se curvaban extrañamente hacia el suelo, lo que le había hecho ganar el cariñoso apodo de Frisbee. Aunque en su interior era una obra maestra de tecnología electrónica, no usaba sus sistemas activos. Los radares y las radios producían ruidos electrónicos que un enemigo podía detectar, cuando justamente la idea del Frisbee era que pareciese no existir. A mucha altura sobre sus cabezas y a ambos lados de la frontera, cientos de aviones de combate realizaban un mortal juego de engaño, acercándose velozmente a la frontera para virar en seguida y alejarse; ambas partes trataban de provocar a la otra para que se empeñara en la lucha. Cada bando tenía un avión radar que estaba continuamente en vuelo y con el cual podía controlar ese combate ganando así la ventaja en una guerra que, aunque pocos aún lo sabían, ya había comenzado. Y nosotros les estamos dando un rápido golpe, pensó Ellington, ¡…Por fin hacemos algo inteligente! Había participado en cien misiones sobre Vietnam en los aviones de combate «F-111A»[30] de la primera producción. El Duque era el mejor especialista de la Fuerza Aérea en operaciones secretas a muy baja altura, y se decía de él que sería capaz de «dar en el centro del blanco en medio de un tornado en Kansas, a medianoche». Aunque no era del todo cierto. El Frisbee no podría nunca superar un tornado. La triste verdad era que el «F-19» se comportaba como un cerdo…, consecuencia de su particular diseño que lo hacía desgarbado y nada aerodinámico. Pero a Ellington no le importaba. Ser invisible era mejor que ser maniobrable, juzgaba, sabiendo que se hallaba a punto de comprobar el acierto o la falsedad de esa afirmación. El escuadrón de aviones Frisbee estaba penetrando ahora en el cinturón de mayor concentración de misiles antiaéreos que se viera en la historia. —La distancia al blanco es de cien kilómetros ahora —informó Eisly—. Todos los asistentes de a bordo continúan nominales. Ningún radar nos ha detectado. Todo parece bien, Duque. —Comprendido. Ellington empujó hacia delante la palanca y picó el avión después de pasar sobre la cresta de una pequeña montaña; después niveló a veinticinco metros sobre un campo de trigo. El Duque seguía practicando su juego hasta el límite, aprovechando años de experiencia en ataques a bajo nivel. Su blanco primario era un «IL-76 Mainstay» soviético; una aeronave equipada con un radar de advertencia temprana tipo AWAC[31], que estaba volando en círculo cerca de Magdeburgo, a menos de treinta kilómetros de su blanco secundario, los puentes de la autopista E-8 sobre el Elba, en Hohenroarthe. La misión se hacía cada vez más arriesgada. Cuanto más se acercaban al «Mainstay», más numerosas eran las emisiones de radar que daban contra su avión, y la intensidad crecía en progresión geométrica. En cualquier momento, las señales serían suficientemente reflejadas, y recogidas por el «Mainstay» como para que fueran detectados, a pesar de esas alas curvas construidas con compuestos transparentes al radar. Todo lo que lograba la tecnología Stealth era dificultar la detección del radar, pero no hacerla imposible. ¿Los captaría el «Mainstay»? De ser así, ¿cuándo reaccionarían los rusos y con qué rapidez? Quédate a ras del suelo, se dijo. Sigue jugando con las reglas que siempre has practicado. Habían ensayado esa misión durante nueve días en el «Dreamland», la zona del ejercicio ultra secreto en las vecindades de la Base Nellis de la Fuerza Aérea, en Nevada. Ni siquiera el «E-3A Sentry»[32] pudo detectarlos hasta que se encontraron a menos de sesenta kilómetros, y el «Sentry» era una plataforma de radar mucho mejor que el «Mainstay», ¿no era así? Eso es lo que has venido a averiguar aquí, muchacho… Había cinco «Mainstay» en operación, todos a cien kilómetros al este de la frontera entre las dos Alemanias. Una buena y segura distancia, teniendo en cuenta que había más de trescientos aviones de combate entre ellos y la frontera. —Treinta y dos kilómetros, Duque. —Bien. Ya lo tenemos, Don. —Entendido. Todavía no poseo sensibilidad de control de fuego sobre nosotros, y no capto nada que nos esté buscando. Hay mucho tráfico de radio, muchas voces, pero todo hacia el Oeste. Llega muy poco desde el lado del blanco. Ellington movió la mano izquierda para armar los cuatro misiles aire-aire «AIM-9M Sidewinder» que colgaban de sus alas. La luz indicadora de estado de armamento parpadeó hasta quedar encendida en un amistoso pero letal verde. —Treinta kilómetros. El blanco parece seguir volando en círculos normalmente; no ha iniciado acción evasiva. Dieciséis kilómetros por minuto, computó mentalmente Ellington: un minuto cuarenta segundos. —Veinticinco kilómetros. Eisly leyó los números en la pantalla de una computadora que estaba programada con el sistema de navegación del satélite NAVSTAR. El «Mainstay» no iba a tener ninguna posibilidad. El Frisbee no empezaría a ascender hasta que estuviera directamente debajo del blanco. Veintidós kilómetros. Diecinueve. Dieciséis. Doce. Nueve kilómetros hasta el transporte aéreo convertido. —El «Mainstay» acaba de invertir su viraje…, sí, ya empieza a evadir. Y un «Foxfire» se ha lanzado sobre nosotros —dijo Eisly sin variar de tono. Un interceptor «Mig-25», actuando presumiblemente por instrucciones del «Mainstay», los estaba buscando ahora. Con su elevada potencia y alta maniobrabilidad, el «Foxfire» tenía muy buenas posibilidades de detectarlo, con tecnología «Stealth» o sin ella. —Es probable que el «Mainstay» ya nos tenga. —¿Tenemos señales de que nos hayan detectado? —Todavía no —los ojos de Eisly estaban clavados en los instrumentos del «receptor de amenazas», que podía detectar cualquier radar que los hubiera descubierto a ellos; tampoco se había centrado todavía sobre el Frisbee ningún radar de control de misiles—. Ya estamos debajo del blanco. —Bien. Ahora iniciamos la subida. Ellington echó hacia atrás la palanca y empujó totalmente el mando de los posquemadores. Los motores del Frisbee sólo podían darle una velocidad de Mach 1,3, pero ése era el momento de usar toda la potencia de que disponía. Según la gente de meteorología, esas nubes tenían un tope de seis mil metros, y el «IL-76» seguramente estaría unos mil quinientos metros por encima de ese nivel. Ahora el Frisbee ya era vulnerable. Había dejado de estar confundido entre los diversos accidentes del terreno y sus motores emitían al máximo sus señales características; era como si difundiera por radio su presencia. Trepa más rápido, nene… —¡tallyho! —gritó Ellington con voz demasiado fuerte para el intercomunicador, en el momento en que irrumpieron bruscamente fuera de las nubes. Los sistemas de visión nocturna le permitieron ver instantáneamente al «Mainstay» a ocho kilómetros, picando delante de él para esconderse entre las nubes. Demasiado tarde. La velocidad de encuentro de frente era de casi mil seiscientos kilómetros por hora. El coronel centró sobre el blanco el punto luminoso de su mira. El sonido, casi un gorjeo, que le llegó a través de sus auriculares le indicaba que los dispositivos buscadores de los «Sidewinders» habían captado ya el blanco. Con el pulgar derecho movió la llave del seguro, y con el índice apretó dos veces el disparador. Los dos «Sidewinders» abandonaron el avión con una separación entre ambos de medio segundo. Las brillantes llamaradas de sus toberas de escape lo deslumbraron, pero Ellington no apartó los ojos de los misiles mientras volaban velozmente hacia el blanco. Tardaron ocho segundos. Él los siguió con la vista durante toda la trayectoria. Los dos misiles apuntaban hacia el ala de estribor del «Mainstay». Diez metros antes del impacto, las espoletas láser de proximidad detonaron, llenando el aire con fragmentos letales. Todo sucedió demasiado rápido. Los dos motores del lado derecho del «Mainstay» explotaron, el ala se desprendió, y el avión soviético empezó a caer violentamente mientras daba vueltas sobre la otra ala; segundos después se perdía entre las nubes. ¡Cristo!, pensó Ellington mientras viraba con brusquedad y picaba para volver a la altura rasante y a la seguridad. No es nada parecido al cine. El blanco recibió el impacto y desapareció en un abrir y cerrar de ojos. Bueno, está bien, eso fue bastante fácil. Blanco primario, listo. Ahora viene la parte más difícil… A bordo de un «E-3A Sentry» que volaba en círculo sobre Estrasburgo, los técnicos de radar notaron con satisfacción que los cinco aviones de radares soviéticos habían sido derribados en menos de dos minutos: todo iba saliendo bien, el «F-19» realmente logró sorprenderlos. El brigadier general que estaba al mando de la Operación Dreamland se inclinó hacia delante en su sillón de comando y empuñó el micrófono. —Trompetero, Trompetero, Trompetero —dijo, y después cerró el micrófono—. Bueno, muchachos —respiró profundamente—, ahora con todo. De entre las nubes de aviones tácticos de combate de la OTAN que se mantenían volando cerca de la frontera, se destacaron y picaron cien de ataque en vuelo bajo. La mitad eran «F-111A Hardvaark», la otra mitad «GR-1 Tornados», pesadas sus alas con tanques de combustible y bombas. Seguían a la segunda ola de Frisbees, que ya habían penetrado cien kilómetros en Alemania del Este, abriéndose hacia cada uno de sus blancos terrestres. Detrás de los aviones de ataque, iban los de todo tiempo, los interceptores «Eagle» y «Phantom», dirigidos por los «Sentries» que volaban en círculo sobre el Rhin. Empezaron a lanzar sus misiles guiados por radar contra los aviones de combate soviéticos que acababan de perder sus controladores aéreos. Finalmente, un tercer grupo de aviones de la OTAN entró a baja altura, buscando las posiciones de los radares terrestres que empezaban a aparecer para remplazar la cobertura de radar de los derribados «Mainstay». HOHENROARTHE, REPÚBLICA DEMOCRÁTICA ALEMANA. Ellington voló en círculo alrededor de su blanco a trescientos metros de altura y manteniendo una distancia de varios metros con su numeral. El blanco era un puente doble, con un par de arcos, cada uno de aproximadamente quinientos metros, con dos carriles para el tránsito y que cruzaba el río Elba en medio de una suave curva en S. Un puente muy bonito. Ellington calculó que sería de los años treinta, ya que esa ruta de Berlín a Braunshweig había sido una de las primeras autopistas. Tal vez el viejo Adolfo en persona haya cruzado ese puente, reflexionó Ellington. Tanto mejor. En ese momento, el equipo de televisión para luz baja de su sistema de búsqueda de blancos, mostró al puente cubierto de tanques «T-80» rusos, todos circulando en dirección Oeste. Ellington evaluó la imagen de la pantalla de su televisor. Ése sólo podía ser el segundo escalón del ejército desplegado para atacar a la OTAN. Había una batería «SA-6»[33] en lo alto de la Colina 76, al sur del puente y sobre la orilla del río, instalada allí para defenderlo. Seguramente ya estaría en alerta máxima. En sus auriculares se oía un constante chisporroteo producido por su receptor de vulnerabilidad, debido a la acción de una veintena de radares de búsqueda de las baterías de defensa aérea que barrían constantemente el espacio aéreo donde volaba su avión. Si una sola de ellas lograba una buena respuesta… Estaba listo, reflexionó preocupado Ellington. —¿Cómo está el «Pave Tack»? —Nominal —respondió secamente Eisly. Tanto el piloto como su acompañante en el asiento posterior se hallaban sometidos a una enorme tensión. —Ilumina —ordenó Ellington. En el asiento trasero, Eisly activó el «Pave Tack», equipo láser de iluminación electrónica de blancos. El complicado dispositivo del «Pave Tack» estaba instalado dentro del cono del morro abatible del Frisbee. En su parte inferior tenía un soporte rotativo que contenía un láser de dióxido de carbono y la cámara de televisión. El mayor usaba sus controles en un joystick para centrar la imagen de TV sobre el puente, luego conectó el láser infrarrojo. Un punto invisible apareció en el centro del segmento del puente del lado norte. Un sistema de computadora había de mantenerlo allí hasta recibir otra orden en contrario, y un grabador de vídeo registraría visualmente el éxito o el fracaso de la operación. —El blanco está iluminado —dijo Eisly—. Todavía no hay radares de control de fuego sobre nosotros. —Nemo, aquí Shade 4. El blanco está iluminado. —Comprendido. Quince segundos después, el primer «Aardvark» pasó aullando hacia el Sur a diez metros apenas sobre el agua, tomó altura bruscamente y lanzó una sola bomba «GBU-15 Paveway» guiada por láser, antes de efectuar un violento viraje hacia el Este, en dirección a Hohenroarthe. Un sistema óptico computadorizado en la punta de la bomba recibía el rayo infrarrojo reflejado, lo centraba y ajustaba consecuentemente los timones orientadores. Al sur del puente, el comandante de la batería de misiles superficie-aire estaba tratando de descifrar qué era el ruido. Su radar de búsqueda no mostraba al Frisbee. Le habían informado que no debía esperar la presencia de aviones «amigos»…, la aerovía de seguridad de vuelo pasaba a veinticinco kilómetros hacia el Norte, sobre la base de la Aviación Frontal en Mahlminkel. Quizás era de allí de donde venía el ruido, pensó, No han difundido ninguna alarma especial… En el Norte, el horizonte tomó una brillante coloración amarilla. Aunque él no lo sabía, cuatro «Tornados» de la Luftwaffe acababan de efectuar una sola pasada sobre Mahlminke1, arrojando cientos de municiones en racimos explosivos en su vuelo rasante. Media docena de aviones de ataque soviéticos «Sukhoi» estallaron en llamas, originando una inmensa bola de fuego con el combustible jet incendiado que se elevó en el cielo lluvioso. El comandante de la batería ya no dudó…, ordenó a gritos a sus hombres que modificaran las llaves selectoras de los radares de control de fuego, de «Espera» a «Activo», y que los orientaran alrededor de «sus» puentes. Instantes después, uno de ellos detectaba a un «F-111» que se acercaba río arriba. —¡Oh, mierda! El operador de sistemas del «Aardvark» lanzó de inmediato un misil anti-radar «Strike» a la batería «SAM», otro, por las dudas, al radar de búsqueda, una segunda bomba «Paveway» al puente y después el «F-111» viró rápidamente hacia la izquierda. Uno de los oficiales de lanzamiento de misiles palideció al darse cuenta de que era lo que estaba apareciendo desde quién sabe dónde en sus visores, y lanzó en salva sus tres misiles de devolución. El avión que estaba entrando tenía que ser hostil, y de él acababan de separarse tres objetos más pequeños… Su primer «SAM» chocó contra las líneas de energía eléctrica de alta tensión que cruzaban el río algo más al sur del puente, y explotó. En todo el valle se produjeron efectos de luces estroboscópicas cuando los cables de alta tensión cayeron al río produciendo fuertes chispazos. Los otros dos «SAM» pasaron velozmente sobre la explosión surrealista y su trayectoria quedó definida por la atracción que ejercía el segundo «F-111». La primera bomba «Paveway» dio precisamente en el centro del segmento norte del puente. Era una bomba de acción retardada y penetró profundamente en el cemento antes de explotar a pocos metros del tanque del comandante de un batallón. El segmento norte era fuerte (hacía más de cincuenta años que estaba en uso) pero los cuatrocientos veinticinco kilos de explosivo de alta potencia lograron partirlo. En un instante, el bonito arco de cemento quedó cortado en dos, con una separación irregular de seis metros entre los dos inseguros arbotantes. Estos apoyos no estaban diseñados para sostenerse solos, especialmente con el peso de los vehículos blindados que roncaban encima de ellos. La bomba lanzada por el segundo «Aardvark» cayó más cerca de la costa, y el costado este del sector cedió totalmente arrastrando ocho tanques en su caída al Elba. Pero el segundo «F-111» no vivió para verlo. Uno de los misiles «SA-6» dio de lleno en el avión y lo hizo volar en pedazos tres segundos después de que los «Shrike» que alcanzó a lanzar eliminaron el par de vehículos de radar soviéticos. Ninguna de las dos partes tuvo tiempo para el dolor. Otro «F-111» apareció rugiendo sobre el río mientras los operadores supervivientes de los «SAM» buscaban blancos frenéticamente. Treinta segundos después, el segmento norte del puente había quedado totalmente destruido, y sus restos, reducidos a pequeños trozos de cemento armado por los impactos de tres bombas, quedaron diseminados en el fondo del río. Eisly modificó el selector de su láser hacia el segmento sur del puente. Estaba atascado por los tanques, detenidos por un vehículo «BMP-I» de transporte de personal, que había volado entero desde un segmento del puente hasta el otro por efectos de la primera bomba, y luego se partió en dos y se incendió sobre el extremo oeste del puente. El cuarto «Aardvark» arrojó un par de bombas que dieron implacablemente en el punto determinado por el láser, clavado ahora en la torreta de un tanque detenido. El cielo se iluminó con el combustible diésel que ardía y se vio surcado por las trayectorias de los misiles superficie-aire de lanzamiento manual disparados a ciegas por los infantes presa del pánico. Las dos bombas «Paveway» explotaron simultáneamente, a tres metros una de otra, y todo el segmento del puente se derrumbó de inmediato, llevando a una compañía entera de vehículos blindados al fondo del Elba. Una cosa más por hacer, se dijo Ellington, ¡allí! Los soviéticos habían acumulado equipo para construcción de puentes en el camino secundario que corría paralelo al río. Probablemente los ingenieros estaban cerca. El Frisbee pasó aullando sobre las filas de camiones, cada uno de los cuales cargaba una sección de puente de campaña, y lanzó una serie de bengalas antes de zambullirse a baja altura con rumbo Oeste para regresar a la República Federal Alemana…, y a la seguridad. Los tres «Aardvark» que sobrevivieron entraron de uno en uno, lanzando sobre el parque de camiones un par de contenedores «Rockeye» cada avión, desintegrando el equipo de armado de puentes y, según esperaban fervientemente sus pilotos, matando también a algunos de los ingenieros especialistas. Después, los «Aardvark» viraron al Oeste para seguir a casa a los «F-19». Antes de eso, un segundo grupo de aviones de combate «F-15 Eagle» había penetrado velozmente en Alemania del Este para limpiar cuatro fajas por donde regresarían los aviones de ataque de la OTAN. Dispararon sus misiles guiados por radar e infrarrojos a los «Mig» que intentaban interceptar a los cazabombarderos en su vuelo de regreso. Pero los aviones de combate norteamericanos aún contaban con sus radares aéreos para dirigirlos; no así los soviéticos. Los resultados reflejaron esa situación. Los interceptores soviéticos no habían tenido tiempo para reorganizarse después de la pérdida de sus «Mainstay», y sus formaciones quedaron desintegradas. Y lo que era peor, las baterías «SAM» con las que se había pensado apoyar a los «Mig», recibieron órdenes de empeñarse contra los aviones invasores, y los misiles superficie-aire empezaron a eliminar blancos en el cielo sin la menor discriminación, mientras los aviones de la OTAN volaban pegados al suelo. En el momento en que el último avión volvió a cruzar la frontera y entró en Alemania Occidental, la Operación «Dreamland» llevaba un total de veintisiete minutos de duración. Había sido una misión costosa. Se habían perdido dos de los inapreciables Frisbee y once aviones de ataque. Sin embargo, podía considerarse un gran éxito. Los aviones de combate de la OTAN habían destruido más de doscientos aviones soviéticos para todo tiempo; y tal vez otros cien habían caído por acción de los «SAM» «amigos». Los mejores escuadrones de élite de la fuerza de defensa aérea soviética estaban irremisiblemente perdidos y, gracias a ellos y por el momento, la OTAN sería dueña de los cielos nocturnos sobre Europa. De treinta y seis puentes importantes elegidos como blancos, treinta quedaron destruidos por completo, y el resto quedó dañado. El ataque inicial soviético por tierra, preparado para comenzar dos horas después, no recibiría el apoyo del segundo escalón, ni de las unidades especiales de los «SAM» móviles, ni ingenieros ni de otras fuerzas recientemente terminadas de instruir en la U.R.S.S., y cuya llegada era crucial. Finalmente, los tanques contra los aeródromos darían a la OTAN paridad aérea, al menos por un tiempo. Las fuerzas aéreas de la OTAN habían cumplido su misión más trascendente: la tan temida superioridad terrestre soviética quedó reducida en forma decisiva. Ahora, la batalla en la superficie por Alemania Occidental iba a enfrentar fuerzas casi equivalentes. USS PHARRIS. Todavía era el día anterior en la costa este de los Estados Unidos. La fragata USS Pharris mostraba el camino de salida del Delaware a las diez de la noche. Detrás de ella navegaba un convoy de treinta buques, con una docena de naves de escolta. En ambos casos, se trataba de todo lo que se había podido reunir en plazo tan breve. Docenas de barcos de bandera norteamericana y de otras naciones se dirigían a toda máquina hacia los puertos de Estados Unidos, muchos de ellos tomando rutas desviadas hacia el Sur para mantenerse lo más alejados posible de los submarinos soviéticos que, según los informes, habían salido del mar de Noruega con rumbo al Sur. Los primeros días iban a ser duros, Morris lo sabía. —Comandante, venga por favor a Comunicaciones —dijo una voz penetrante por el sistema de anuncios. Morris se dirigió de inmediato hacia popa, a la siempre cerrada sala de radio. —Esta vez es cierto. El oficial de comunicaciones le entregó el formulario amarillo del mensaje. Morris lo leyó bajo la pálida luz de las lámparas de intensidad reducida: Z0357215JUNIO DE: SACLANT[34] A: TODOS LOS BUQUES SACLANT MÁXIMO SECRETO. 1. EJECUTE SIN RESTRICCIONES OPERACIONES DE GUERRA AÉREA Y MARÍTIMA CONTRA FUERZAS PACTO VARSOVIA. 2. PLAN DE GUERRA GOLF TAC 7. 3. VALOR Y RESOLUCIÓN. ADELANTE SACLANT. Reglas de Combate Opción de Guerra Siete. Eso significaba que no había armas nucleares, notó feliz el comandante… Su buque no tenía ninguna por el momento. Ahora estaba en libertad para atacar sin previo aviso a cualquier buque de guerra o mercante del Bloque Oriental. Bueno… asintió Morris con movimientos de cabeza. Guardó en el bolsillo el formulario del mensaje, volvió al puente y se acercó al micrófono sin pronunciar una sola palabra. —Les habla el comandante. Escuchen bien: esto es oficial. Estamos en situación real de guerra. Ya no son prácticas, señores. Si oyen una alarma de aquí en adelante, significa que allí afuera hay un Bandido, y ellos también tienen armas de verdad. Eso es todo —colgó el micrófono en su soporte y se volvió para mirar al oficial de guardia en el puente—. Señor Johnson, quiero que los sistemas «Prairie-Masker» operen en forma continua. Si se interrumpen, quiero saberlo de inmediato, eso va en el libro de órdenes. —Comprendido, señor. El «Prairie-Masker» era un sistema destinado a frustrar a los equipos de sonar de los submarinos. Dos bandas metálicas rodeaban el casco de la fragata, delante y detrás de la zona de máquinas. Esa parte era el «Masker». Tomaba aire comprimido y lo soplaba hacia el agua alrededor del buque, produciendo millones de diminutas burbujas. La parte del sistema llamada «Prairie» hacía lo mismo con las palas de las hélices. Las burbujas de aire creaban una barrera semipermeable que atrapaba los sonidos originados por el buque y dejaba escapar solamente una fracción de los ruidos de propulsión…, lo que hacía al buque sumamente difícil de detectar por un submarino. —¿Cuánto falta para salir del canal? —preguntó Morris. —Estaremos en la boya del mar dentro de noventa minutos. —Está bien, dígale al auxiliar de guardia que esté listo para largar la cola y el «Nixie» —el sonar de remolque y el señuelo «Nixie» para torpedos— a las doce menos cuarto. Voy a dormir un rato. Despiérteme a las once y media. Si hay cualquier novedad, llámeme. —Comprendido, señor. Tres aviones antisubmarinos «P-3C, Orion», barrieron la zona al frente de ellos. El único riesgo era el de la navegación normal y, de pronto, la posibilidad de rozar el fondo o chocar contra una boya suelta parecían asuntos sin importancia. Ahora necesitaba dormir un poco, pensó Morris, porque no le sorprendería nada encontrar un submarino esperándolos justo en el borde de la plataforma continental tres horas después. Para el caso, quería estar perfectamente descansado TORMENTA ROJA, TOM CLANCY
Posted on: Mon, 30 Sep 2013 15:58:38 +0000

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