20 de junio San Silverio papa y mártir Por Francisco Roberto - TopicsExpress



          

20 de junio San Silverio papa y mártir Por Francisco Roberto Groves, sobre escritos del padre Juan Croisset, s.j. Se sabe poco de la vida temprana de san Silverio, hasta que aparece en Roma con el cargo de subdiácono. En ese período de la historia Roma había sido vencida por los bárbaros, mientras que el Imperio Romano se consolidaba en Oriente, en Bizancio. Con la súbita muerte del papa san Agapito Iº, en junio de 536, san Silverio fue electo como sucesor de san Pedro, cargo en el que habría de durar menos de un año y medio. Ese año, san Silverio intercedió para la entrega pacífica de la ciudad de Roma por parte de los ostrogodos al célebre general bizantino Belisario. Más tarde Italia pasaría a ser colonia de Bizancio. Sin embargo, san Silverio habría de ser acusado más tarde de traición a causa de sus contactos con los godos, por lo que fue exilado a Patara, en Licia, actualmente en ruinas cerca de Kalkan, Turquía. Por intercesión del obispo de ahí ante el emperador Justiniano Iº, san Silverio consiguió regresar a Roma, pero ahí encontró que la emperatriz Teodora había nombrado papa a Vigilio, su favorito, y san Silverio fue exilado de nuevo, esta vez a la isla Pontia, o Ponza, o Palmarola. Ahí escribió lo siguiente: “Me alimento con el pan de la tribulación y el agua de la angustia; pero jamás he renunciado, y tampoco ahora renuncio a mi cargo”. A finales de 537, a las tres semanas de haber llegado a la isla, san Silverio falleció como consecuencia de los malos tratos que recibió, por lo que también se le venera como mártir. Teodato, rey de los godos en Italia, asustado con las conquistas de Belisario, general del ejército del emperador Justiniano, obligó al papa san Agapito a que hiciese un viaje a Constantinopla para pedir la paz al Emperador. No lo pudo conseguir el santo papa; pero en aquella corte mostró su celo y su vigor en defensa de los intereses de la religión, negándose, con invencible tesón, a recibir en su comunión a Antimo, obispo eutiquiano, y mostrándose inflexible, aunque le amenazaron con destierro, hasta que en fin, consumido de trabajos y de penitencias, murió en el año de 536. Apenas se supo en Roma su muerte, cuando se juntó el clero para nombrarle sucesor. Era grande protectora de los eutiquianos la emperatriz Teodora, singularmente de Antimo, a quien había sacado de la silla de Trebisonda para colocarle en la patriarcal de Constantinopla; y resuelta a tener un Papa que fuese de su entera devoción, hizo partir a Roma al diácono Vigilio, y escribió a Belisario que le hiciese nombrar por sucesor de Agapito; pero el rey Teodato, que no quería por Pontífice a ninguno que fuese hechura del emperador, previno a la Emperatriz, y obligó por fuerza al clero de Roma a que eligiese al subdiácono Silverio, natural de la campaña de Roma, hijo de Hormisdas, que, habiendo enviudado, se hizo diácono de la Iglesia romana, y después fue Papa. Llegó Vigilio de Constantinopla, con ánimo de apoderarse de la silla apostólica; pero como encontró ya a Silverio colocado en ella, con aplauso y satisfacción universal, no se atrevió a intentar por entonces alguna novedad, aunque no por eso desistió de su idea, confiando en el poder de Belisario, a quien la emperatriz había escrito en su favor. Después que este general había restituido la Sicilia a la obediencia del emperador, y hecho cada día nuevas conquistas en Italia sobre los godos, les tomó también la ciudad de Nápoles, adonde Vigilio le fue a buscar para entregarle las cartas de la emperatriz, y, leídas, le prometió poner en ejecución lo que se le encargaba luego que se hiciese dueño de Roma. Tardó poco en poderle servir; porque, atemorizado el pueblo romano con el saqueo de Nápoles, echó de sí la guarnición de los godos, y llamó a Belisario. Inmediatamente volvieron los godos sobre Roma y le pusieron sitio, que duró un año entero, en que le dieron sesenta y siete asaltos, manteniéndose siempre Belisario encerrado dentro de la ciudad. Y se notó durante el sitio que los godos, aunque arríanos y bárbaros, no perdieron el respeto a las iglesias de los católicos que estaban extramuros, y ni aun atacaron la ciudad por un paraje donde estaban medio arruinadas las murallas, y estaba también bajo la protección particular de san Pedro. Este respeto que los bárbaros mostraron al apóstol, fue pernicioso al papa Silverio, porque sus enemigos tomaron de aquí ocasión de calumniarle, acusándole de que mantenía inteligencias secretas con ellos. Volvió mientras tanto, a Constantinopla el diácono Vigilio para informar a la emperatriz de que ya había encontrado la silla apostólica ocupada por una persona, hechura del rey de los godos, y declarado en su favor el clero y el pueblo romano, haciendo cuanto pudo para persuadir a la emperatriz a que le despojase de ella; pero, antes de pasar a otra cosa, esta sagaz princesa quiso sondear el ánimo del nuevo Papa, y probar si le podía reducir a sus intentos sin llegar a términos de violencia. Le escribió, pues, pidiéndole que restableciese a Antimo en la silla de Constantinopla; que restituyese en las suyas a los demás herejes que su predecesor Agapito había desposeído de ellas, y que abrogase el santo concilio de Calcedonia, bien resuelta a poner a Vigilio en lugar de Silverio, si éste le negaba lo que le pedía. Luego que el sumo Pontífice leyó las cartas, conoció muy bien todo el ánimo de la emperatriz; pero ni las amenazas que le insinuaron de su parte, ni el destierro que preveía, ni el horror de los suplicios que podía temer fueron bastantes para acobardarle. Respondió, pues, a aquella princesa con el mayor respeto; pero al mismo tiempo con un tesón y con una fortaleza digna de un verdadero sucesor de san Pedro. La representó --que tanto la deposición de Antimo, eutiquiano, como la de los demás herejes-- había sido, no solamente legítima, sino necesaria; que restituirlos otra vez a sus sillas, de que tan legítimamente habían sido, depuestos, sería volver a llamar los lobos para meterlos en medio de los rebaños; y que, en fin, antes perdería la vida que hacer la más mínima cosa contra el santo concilio de Calcedonia. Irritada la emperatriz con tan generosa respuesta, escribió prontamente a Belisario que, sin andarse ya en atenciones ni en respetos con Silverio, arrojase de la silla apostólica a aquel enemigo mortal de los eutiquianos, y colocase en ella a Vigilio. Era el general temeroso de Dios, y le llenó esta orden de mucho dolor. Le causaba horror poner las manos en el ungido del Señor, y temía atraer sobre sí y sobre todo el imperio la indignación del Cielo, si osaba desposeer al Papa; por lo que buscaba varios coloridos para ir eludiendo las órdenes de la corte; pero al fin, temiendo caer en desgracia, se resolvió a obedecer, y sólo esperó un aparente pretexto. No le fue difícil encontrarle; porque fue acusado el santo Papa de que tenía correspondencia con los godos, y aun se presentaron algunas cartas que supusieron ser suyas. Bien conoció Belisario la falsedad y la calumnia; pero no tuvo espíritu para resistirlas. Llama a san Silverio a su palacio, y, sin darle lugar a que se justificase, mandó que le quitasen el palio, que le despojasen de las vestiduras pontificales, y que le echasen a cuestas una cogulla de monje; después envió a decir al clero, a quien se le había detenido en las antesalas de palacio cuando vino acompañando al santo Papa, que Silverio quedaba ya depuesto, y era monje. Atónitos los circunstantes al oír esta embajada, cada cual procuró escaparse como pudo, temiendo ser maltratado en una casa donde se trataba tan indignamente a un sumo pontífice. Pasó más adelante Belisario. Viendo las lágrimas y los clamores del pueblo, que pedía a gritos a su santo pastor, temió alguna sedición, y envió a san Silverio desterrado a Patara, ciudad de Licia, en el Asia menor; después, sin perder punto de tiempo, hizo elegir en su lugar a Vigilio, sin que el clero se atreviese a oponerse a su voluntad; violencia escandalosa y sacrílego atentado, que llenó de luto a toda la Iglesia, y de llanto a todos los buenos católicos. Sólo san Silverio se llenó de verdadero gozo, por verse tan maltratado en defensa de la fe y de los intereses de la Iglesia, considerando su destierro como premio de su celo y de sus apostólicos trabajos, sin que nunca se le hubiese visto más contento que cuando estaba cargado de tantas persecuciones y oprimido de miserias. --“Dichoso yo, solía decir, si puedo purgar los defectos de mi elección con las penalidades de mi destierro; pero mucho más dichoso si logro derramar mi sangre por la Iglesia y por la fe”. Con todo eso, no dejó Dios de volver por el santo pontífice. Apenas llegó a Patara, cuando el obispo de aquella ciudad, altamente condolido de ver al supremo Pastor arrojado de su silla con tanta injusticia como crueldad, pasó a la corte del emperador y le representó enérgicamente la indignidad de un tratamiento tan escandaloso como injusto. Era Justiniano príncipe católico y piadoso; pero más condescendiente de lo que fuera razón con la emperatriz, que, era eutiquiana. No obstante, mandó que el Papa fuese restituido a, Italia, y que, si se le justificase haber sido autor de las cartas al rey de los godos que se le atribuían, no se le permitiese residir en Roma, aunque sí en cualquiera otra ciudad de Italia que mejor le pareciese; pero, en caso de hallársele inocente, fuese restablecido en su silla. Hizo la emperatriz cuanto pudo para que no tuviese efecto esta resolución del emperador; pero éste se mantuvo firme, y volvió a Italia san Silverio. Informado Vigilio de su vuelta, y protegido siempre con el favor de la emperatriz, hizo tanto con Belisario, que al fin logró le pusiese en las manos al santo Papa; y apenas le tuvo en su poder, cuando le mandó llevar a una pequeña isla desierta del mar de Toscana, llamada Palmaria, hoy Palmerola. Gimió toda la cristiandad cuando supo la indignidad con que era tratado el sumo Pontífice; le escribieron los obispos, manifestándole la mucha parte que les tocaba en su persecución; y los de Terracina, Fundi, Termo y Minturno, vecinos al lugar de su destierro, pasaron personalmente a visitarle, y quedaron admirados de su invencible paciencia. Pero, considerándose siempre cabeza de la Iglesia, nunca descuidó su gobierno. Tan vigilante fue su solicitud pastoral en Palmerola como lo había sido en Roma; el mismo fue su celo contra los abusos; el mismo tesón y la misma firmeza contra los artificios de una emperatriz hereje, que solamente le perseguía porque constantemente se negaba a restituir en su silla de Constantinopla a Antimo, obispo eutiquiano, y porque no quería revocar el santo concilio de Calcedonia. En una de sus respuestas a los obispos que le habían escrito, se gloría de que sólo se sustentaba con el pan de lágrimas en aquella tierra de tribulación, y de que le tasaban el agua que bebía. En fin, consumido el santo Pontífice de miserias, pero colmado de merecimientos, murió en el mismo lugar de su destierro el día 20 de Junio del año 540, manifestando el Señor la santidad de su siervo con los milagros que obró en su sepultura. Siempre fue venerado como mártir, y la Iglesia le decretó los honores de tal. Desde luego se consideró como uno de sus mayores milagros la maravillosa mudanza, o, por mejor decir, la portentosa conversión de Vigilio; porque, viéndose legítimo sucesor suyo por el unánime consentimiento de todo el clero después de la muerte del santo, arrepentido sinceramente de su ambición mudó tanto su conducta, que fue uno de los más celosos defensores de la fe, y verdaderamente un gran Papa. También sintió Belisario los efectos de su protección; se dolió vivamente de la dureza con que le había tratado, y para dejar a la posteridad un monumento eterno de su arrepentimiento hizo edificar en Roma una iglesia, y mandó poner en el frontis una inscripción en que declaraba ser aquella obra una pública confesión y satisfacción de su culpa. REFLEXIONES Acordaos de las cosas que ya os anunciaron los apóstoles. Pocos desórdenes pocos errores hay entre los cristianos, que los apóstoles no tuviesen bien previstos, y contra los cuales no hubiesen gritado para prevenir los ánimos con el contraveneno de sus saludables instrucciones. Pero todas estas precauciones y preservativos no han sido bastantes para que los herejes y los seductores no hiciesen conquistas en todos tiempos. Buen Dios, ¡qué fuerte es la inclinación del corazón humano al mal! ¡y qué inconstante es su espíritu! Tuvieron gran cuidado los Apóstoles, después de Jesucristo, de prevenirle que en los últimos tiempos vendrían ciertos hombres embusteros, cubiertos con piel de ovejas, y en realidad lobos carniceros, que sólo acudirían a hacer miserables destrozos en el rebaño. No ha habido hereje que no afectase un exterior falso y engañoso. Calvino gritaba siempre contra la licencia de las costumbres, y continuamente estaba predicando reforma. El mismo artificio usaban los herejes de los primeros siglos; éste es el modo más antiguo de los enemigos de la Iglesia para engañar a los simples. Sin esta mascarilla no se puede deslumbrar a la gente; con el nombre de reforma ha hecho siempre su fortuna el error. Pero cotéjese un poco a estos falsos reformadores con el espíritu del Evangelio; su fe y su doctrina es acabar con el ayuno y la abstinencia, suprimir las buenas obras, desterrar los sacramentos, y todo aquello que en la religión estrecha un poco la libertad. No ha habido hereje que no se haya declarado contra la silla apostólica; esta rendida sumisión a la Iglesia sujeta el corazón y el espíritu. Camina siempre de acuerdo el amor propio con el orgullo; y como nunca falta pretexto para sacudir el yugo, la rebelión contra las sagradas leyes establece el imperio de las pasiones. Esto es, precisamente, a lo que se reducen esas imaginadas reformas. MEDITACIÓN Del camino que nos lleva a Jesucristo. PUNTO PRIMERO.— Considera que ninguno va al Padre sino por Cristo, y que para ir a Cristo es menester renunciarse a sí mismo, aborrecerse a sí, llevar su cruz, y no arrastrarla. Este camino que guía a Cristo parece estrecho y asusta a muchos; pero al fin no hay otro. Se explicó muy claramente el Salvador del mundo; éste es él camino; los demás senderos son extraviados. Mas para entrar en este camino es preciso separar todo lo que embaraza; es muy estrecho y no admite cargas ni bagajes. El mismo Cristo nos declara que para ir en pos de él es menester romper muchos lazos, como son el amor demasiadamente tierno y absoluto a los padres y parientes, y la excesiva pasión por todo lo que se quiere, ninguna cosa está más claramente intimada, ni más frecuentemente repetida en el Evangelio, que la renunciación de los propios intereses, y la abnegación de sí mismo. El que no lleva su cruz todos los días, no puede ser mi discípulo. Los grandes, los nobles, los ricos, las señoras, cuantos viven en el mundo, todos son comprendidos en este decreto. Muéstrennos, si no, que hay otro Evangelio y otra doctrina cristiana para ellos. Y si no la hay, ¿quién les dispensa en esta ley? ¿Quién los justifica cuando viven de un modo tan contrario al que Cristo nos prescribió? Si las personas que traen una vida regalada, inmortificada, sensual y deliciosa, una vida totalmente mundana, se salvaran continuando en ella, se podrá decir que se salvaban contra la palabra expresa del mismo Jesucristo. PUNTO SEGUNDO.— Considera que cuando dice el Salvador que se debe aborrecer al padre, a la madre, a los hijos, a las hermanas y a los hermanos, no habla de aquel odio que es efecto de la enemistad. El que nos manda amar a nuestros mayores enemigos, no nos puede mandar que aborrezcamos a nuestros parientes; habla de aquel amor de preferencia, que siempre debemos profesar a Dios; de suerte que, mirando únicamente a agradarle, estemos prontos a sacrificarlo todo, padres, parientes, amigos y nuestra propia vida, antes que ofenderle. Santiago y san Juan dejaron en la barca a su padre, por seguir a Cristo; no permitió este Señor que aquel mancebo, a quien llamó a su servicio, le dejase ni aun con el pretexto de ir a dar sepultura a su padre. Según esta doctrina del Salvador, y por conformarse con ella, todo lo abandonaron los santos, y se despojaron de todo cuanto tenían por seguirle. Cada día repiten este mismo sacrificio tantas personas religiosas. Gran desgracia es en los que una vez pusieron mano al arado, el mirar atrás. Aquellos que hasta dentro de los claustros fomentan en su corazón el excesivo amor a los parientes, aquellas personas religiosas que sólo respiran el espíritu de la carne y sangre, ¿cómo observan este precepto? ¿Cómo se conforman con esta doctrina? ¡Dios mío, cuál es nuestra conducta! Oímos y recibimos como oráculos las palabras de Jesucristo; sabemos que deben ser la regla de nuestras obras; estamos ciertos de que nuestras costumbres son enteramente opuestas a su doctrina, y con todo eso vivimos amodorrados en una fatal seguridad. Conozco, Señor, y advierto, por vuestra misericordia, mis ilusiones y mi error; haced que me aproveche de este reconocimiento, y que estando, como estoy, convencido dé la verdad y de la santidad de vuestra doctrina, ella sola sea en adelante la regla de mis costumbres. JACULATORIAS Haced, Señor, que jamás me desvíe del camino de vuestros preceptos — Ps. Nº 118. ¿A quién si no a Ti caminaremos, Señor, que tienes palabras de vida eterna? — Jn., 6. PROPÓSITOS 1. Cuando no hay más que un camino para llegar al término, es locura ponerse a deliberar qué camino se ha de tomar. En nuestra religión no hay más que una fe y una doctrina; con que tampoco puede haber más que una moral y un Evangelio, y éste es el único camino para ir al Cielo. No puede haber mayor extravagancia que tomar otro. Desasimiento sincero de los bienes caducos; desprendimiento generoso de la carne y sangre; victoria de las pasiones; odio santo de sí mismo; éste es el único camino que conduce a la salvación. Pero ¿es éste el que nosotros seguimos? Pues cualquiera otro nos extravía. Hay un camino, dice el Sabio, que al hombre le parece derecho y su fin guía a la muerte. No busques directores anchos y condescendientes; huye de opiniones laxas. Examina bien los verdaderos motivos de esta elección; mira que es negocio de gran importancia para exponerle a contingencias. 2. Busca a Dios; pero mira si verdaderamente buscas a Dios en ese empleo, en ese estudio, en ese negocio, en esas diversiones. Estando consagrado a Dios en el estado eclesiástico o religioso, no sirvas todavía al mundo, no tengas todavía tanto apego a tus parientes. Acuérdate de lo que dice Jesucristo, que no en vano te lisonjeas de ser su discípulo, si todavía estás preso de la carne y sangre. No se pase el día sin que prontamente te reformes sobre todos estos puntos. ORACIÓN Atended ¡oh Dios omnipotente! a nuestra flaqueza; y pues nos oprime el peso de nuestros pecados, aliviádnosle por la intercesión del bienaventurado mártir y pontífice Silverio. Por Nuestro Señor Jesucristo. Amén. MEDITACIÓN SOBRE TRES ATRIBUTOS DE DIOS I. Dios es todopoderoso; de nadie depende, y todas las creaturas dependen de Él; y, sin embargo, ¡yo me atrevo a ofender a este Dios que puede entregarme a los suplicios eternos! Si Él está contra mí, ¿quién estaría a mi favor? ¿Dónde ocultarme si Él me persigue? Desde que pequé soy su enemigo, y no puedo vivir en paz y sin temor. ¡Ah! es que yo no medito estas verdades como debería hacerlo. A menudo repetiré este acto de fe: creo, Señor, que sois omnipotente, y que tendréis en cuenta toda acción tanto buena como mala, porque todo Juez es remunerador en la causa sobre la cual pronuncia sentencia (cfr. Tertuliano). II. Ese Dios será mi juez al fin de mi vida y al fin del mundo. Ese juez está presente en todas partes y a nadie teme; sabe todo lo que hago, nada puede substraerse a su conocimiento; es justísimo y la compasión no tendrá cabida en Él. Lo que hay de más tremendo es que este juez está irritado; y, a la vez, es juez y parte, porque a Él es a quien ofendí. ¿Qué será de mí, Señor, si Vos me tratáis según el rigor de vuestra justicia? Es horrible caer culpable en las manos del Dios vivo (cfr. san Pablo). III. Dios es eterno; sus decretos son inmutables: lo que Él ha resuelto se ejecuta infaliblemente; la sentencia que pronunciará contra mí nunca será revocada. Sin embargo, ¡cuán insensatos somos! ¡Preferimos la amistad inconstante de los hombres a la amistad del mismo Dios! ¡Preferimos desobedecer a Dios antes que disgustar a los hombres; nos adherimos a bienes transitorios, y despreciamos los bienes eternos e inmutables! El temor de Dios: Orad por la conversión de los herejes. ORACIÓN Pastor eterno, mirad benevolente a vuestro rebaño, y guardadlo con protección constante por vuestro bienaventurado mártir y sumo pontífice Silverio, a quien constituisteis pastor de toda la Iglesia. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Posted on: Fri, 21 Jun 2013 04:44:18 +0000

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