22 de junio San Paulino de Nola, obispo Por Francisco Roberto - TopicsExpress



          

22 de junio San Paulino de Nola, obispo Por Francisco Roberto Groves y Bernardino Llorca, s.i. Pocos santos que hayan hecho tantos esfuerzos por mantenerse ignorados por todos y pasar inadvertidos, como san Paulino de Nola, y pocos como él que hayan recibido en vida tantas alabanzas de grandes sabios y santos. San Jerónimo, san Ambrosio, san Agustín y san Gregorio de Tours hicieron grandes elogios de él y lo presentaron ante los demás como un modelo de obispo, de apóstol y de verdadero amigo. Nació san Paulino en Burdeos, Francia, en el año 353. Su padre era gobernador y su familia sumamente rica. Tuvo como maestros en su infancia los más famosos literatos de la región y según cuenta san Jerónimo, cuando Paulino llegó a la juventud dejaba admiradas a las gentes por la elegancia de sus estilos al hablar y al escribir. En el año 409 al morir el obispo de Nola, todo el pueblo aclamó a Paulino como nuevo obispo, y tuvo que aceptar. En adelante se dedicará por toda su vida, hasta el año 431, a cuidar de la santidad de sacerdotes y fieles. San Paulino, cuyo nombre completo era Poncio Meropio Anicio Paulino, fue uno de los hombres más notables de su época, a quien elogian, en términos de afectuoso aprecio o de admiración, san Martín, san Sulpicio Severo, san Ambrosio, san Agustín, san Jerónimo, san Euquerio, san Gregorio de Tours, Apollinario, Cassiodoro y otros antiguos escritores. Su padre, prefecto en las Galias, poseía tierras en Italia, Aquitania y España. Paulino vino al mundo cerca de Burdeos. Desde pequeño tuvo como maestro de poesía y retórica al famoso poeta Ausonio. Guiado por tan magnífico tutor, el muchacho colmó las grandes esperanzas que habían sido puestas en él y, cuando era todavía muy joven, se hizo notar y aplaudir en la tribuna. «Todos --dice san Jerónimo-- admiraban la pureza y elegancia de su dicción, la delicadeza y generosidad de sus sentimientos, la fuerza y dulzura de su estilo y la vivacidad de su imaginación». Se le confiaron numerosos cargos públicos y, si bien no sabemos cuáles fueron, hay razones para suponer que desempeñó un alto puesto en Campania y también fue prefecto en el nnuevo Epiro. Sus deberes, cualquiera que fuesen, le mantenían en constante actividad, en viajes continuos y largos y, en el curso de su vida pública, hizo muchos amigos en Italia, las Galias y España. Se casó con una dama española llamada Terasia y, al cabo de algunos años, se retiró a sus propiedades de Aquitania para descansar y cultivar su espíritu con la lectura. Fue entonces cuando entabló relaciones con san Delfino, obispo de Burdeos, quien posteriormente convirtió y bautizó a Paulino y a su hermano. Después de su conversión, alrededor del año 390, se fue a vivir con su esposa en las tierras que poseía en España, donde nació su primer hijo, luego de varios años de espera; pero aquella criatura murió a los ocho días de nacido. Desde aquel momento, Paulino y su esposa resolvieron llevar una vida más apegada a la doctrina cristiana, con la práctica de la austeridad y la caridad y, sin más trámites, comenzaron a disponer de una parte considerable de sus muchos bienes para beneficio de los pobres. Aquella prodigalidad tuvo un resultado que, al parecer, fue una sorpresa para el matrimonio, sobre todo para Paulino. El día de Navidad, alrededor del año 393, como respuesta a una espontánea, repentina e insistente petición del pueblo, el obispo de Barcelona confirió a Paulino, en su catedral, las órdenes sacerdotales, a pesar de que ni siquiera había llegado a ser un diácono. El caso de conferir las órdenes sagradas por aclamación popular, tiene otros ejemplos: aparte del bien conocido caso de la elevación de san Ambrosio a la sede episcopal, tenemos un incidente similar que ocurrió al esposo de santa Melania “la Joven” (Melania y Piniano, no sólo eran contemporáneos, sino amigos personales de san Paulino y, lo mismo que él, se habían desprendido de grandes sumas de dinero para distribuirlas en limosnas). Pero si los ciudadanos habían abrigado la esperanza de retener con ellos a Paulino, quedaron desengañados. Ya desde antes habían resuelto establecerse en Nola, una población pequeña cerca de Nápoles, donde también tenía propiedades. Tan pronto como dio a conocer sus intenciones y trató de vender sus posesiones en Aquitania, como lo había hecho con las propiedades de Terasia en España, surgieron las objeciones de los amigos y las oposiciones de los parientes. Pero no se dejó arredrar por ello y llevó a cabo sus propósitos: se trasladó a Italia, donde san Ambrosio y otros amigos le recibieron cordialmente. En cambio, en Roma tuvo una fría recepción por parte del papa san Siricio y sus clérigos, los cuales, probablemente, se hallaban resentidos por el carácter anticanónico de su ordenación. Por lo tanto, la permanencia de Paulino en Roma fue muy breve y partió hacia Nola con su esposa. Ahí estableció su residencia en una gran casa de dos pisos, fuera de los muros de la ciudad, no lejos del lugar donde se veneraba la tumba de san Félix. A pesar de sus cuantiosos donativos, aún conservaba bastantes propiedades en Italia y una fortuna considerable. Pero de todo esto se desprendió también, poco a poco, en obras de caridad y en el patrocinio de proyectos que favoreciesen a la religión y a la Iglesia. Construyó una iglesia en la población de Fondi; dotó a Nola del acueducto que tanto necesitaba y socorrió a un ejército de pobres, deudores, vagabundos, mendigos y enfermos, muchos de los cuales, vivían prácticamente en el piso bajo de su casa. Paulino, con algunos amigos, ocupaba la planta alta donde todos llevaban una existencia dedicada a la oración y la penitencia, muy semejante a la monástica. Se supone que Terasia era el ama de llaves que atendía a todos los moradores de aquel establecimiento. Contigua a él, había una casa más pequeña, con jardín, que servía para hospedar a los visitantes. Entre los que gozaron de aquella hospitalidad, se pueden mencionar a santa Melania “la Vieja” y al obispo misionero san Niceto de Remesiana, quien estuvo ahí en dos ocasiones. Es muy notable el relato que se conserva en la biografía de Melania “la Joven”, donde describe su llegada a Nola con su esposo y otros fieles cristianos. Cuando san Paulino fijó ahí su residencia, había ya tres pequeñas basílicas y una capilla, en torno a la tumba de san Félix, el que fuera presbítero del lugar; Paulino agregó una iglesia más, cuyos muros hizo adornar con mosaicos; el propio santo escribió, en verso, una descripción del edificio y sus ornamentos. Tres de aquellas iglesias compartían la puerta de entrada y, seguramente estaban comunicadas por el interior, de manera semejante a cómo se comunicaban las siete antiguas basílicas que forman la iglesia de san Esteban, en Bolonia. Cada año, en ocasión de la fiesta de san Félix, Paulino le rendía lo que él llamaba un tributo de su servicio voluntario, en la forma de un poema. Catorce ó quince de esas obras se conservan todavía. A la muerte del obispo de Nola, alrededor del año 409, san Paulino fue señalado, naturalmente, como el único indicado para ocupar el puesto vacante y, en consecuencia, se hizo cargo de la sede episcopal hasta su muerte. Fuera del dato de que gobernó con gran sabiduría y liberalidad, no tenemos otras informaciones que ilustren su carrera como pastor de almas. Una vez al año, en ocasión de la fiesta de san Pedro y san Pablo, iba de visita a Roma; pero de otra manera, nunca abandonaba Nola. En cambio, gustaba de escribir cartas y, por correspondencia, sostenía sus relaciones con todos sus amigos y con los más destacados hombres de la Iglesia en su época, especialmente con san Jerónimo y san Agustín; a este último le consultaba a menudo sobre diversas cuestiones, incluso la aclaración de ciertos pasajes oscuros de la Biblia. Precisamente, para responder a una solicitud de Paulino, escribió san Agustín su libro «Del cuidado a los muertos», en el que declara que las pompas fúnebres y otros honores ostentosos, sólo sirven de consuelo a los deudos y no al difunto. San Paulino vivió hasta el año 431, y los últimos momentos de su existencia quedaron descritos en la carta de un testigo, llamado Uranio. Tres días antes de expirar fue visitado por dos obispos, Símaco y Acindino, con los cuales celebró los divinos misterios, sin alzarse del lecho. Después se le acercó el sacerdote Postumiano para advertirle que se debían cuarenta monedas de plata por la compra de ropas para los pobres. El santo moribundo repuso, con una sonrisa que, sin duda, alguien iba a pagar la deuda de los pobres y, casi inmediatamente, llegó un mensajero portador de un donativo de cincuenta monedas de plata. El último día, a la hora de Vísperas, cuando se encendían las lámparas en la iglesia, el obispo rompió su prolongado silencio y, al tiempo que levantaba una mano, musitó estas palabras: --«Ya tengo preparada una lámpara para mi Cristo». Pocas horas más tarde, los que le velaban sintieron un estremecimiento bajo sus pies, como el de un ligero terremoto y, en aquel momento, san Paulino entregó su alma a Dios. Fue sepultado en la iglesia que había construido en honor de san Félix. Poco después, sus reliquias fueron trasladadas a Roma, pero, posteriormente, en 1909, fueron devueltas a Nola, por orden del santo papa Pío Xº. De los escritos de san Paulino, que parecen haber sido muy numerosos, se conservan treinta y dos poemas, cincuenta y un cartas y unos cuantos fragmentos. Se le considera como el mejor poeta cristiano de su época, después de Prudencio. Su epitalamio para Julián, obispo y Eclanum, es uno de los poemas cristianos más antiguos que se conocen. No existe una biografía propiamente dicha de san Paulino, escrita en tiempos antiguos, pero en cambio contamos con la carta de Uranio para describir su muerte y con una breve nota de san Gregorio de Tours. Además, en la correspondencia del mismo Paulino y en las referencias de sus contemporáneos, encontramos una cantidad considerable de material biográfico. HAGIOGRAFÍA DEL SANTO OBISPO Conforme al rango de su nacimiento, su educación fue esmerada y completa, y el año 378, contando veinticinco de edad y siendo ya cónsul, tomó por esposa a la dama española Teresa, a la que otros la llaman Terasia, rica en bienes de este mundo, pero más rica todavía por sus cualidades morales, que la convierten en digna compañera de Paulino. Tanto sobresalió Paulino por su tacto en el desempeño de los asuntos públicos que el emperador Valentiniano le puso al frente del gobierno de Roma en el cargo de prefecto de la ciudad. Pero, después de desempeñar por corto tiempo este cargo, se vio precisado, por una serie de importantes negocios, a recorrer durante quince años diversos territorios de Italia, las Galias y España. Estas ocupaciones y los correspondientes viajes fueron los medios de que se sirvió la Providencia para transformar por completo su espíritu. En ellos tuvo ocasión de hablar con san Ambrosio, san Agustín y otras personas eminentes, y estuvo en Alcalá de Henares y en otras poblaciones de España. El espectáculo de la tumba de san Félix en Nola conmovió profundamente su interior. Por otro lado, el influjo callado y constante de su esposa Teresa fue completando la transformación lenta de su alma; pero, sobre todo, encontrándose en Burdeos el año 389, su obispo san Delfín acabó de convencerlo, y, habiendo recibido ese mismo año el Bautismo, se retiró a Barcelona. Allí, pues, comenzó a poner en práctica la resolución que había tomado de renunciar a todos los honores y riquezas con que profusamente le brindaba el mundo y entregarse absolutamente al servicio de Dios en la soledad. Este primer retiro de Barcelona constituye el principio y la base de la transformación fundamental de Paulino. El antiguo cónsul y prefecto de Roma, el hombre cargado de riquezas y honores, se convierte en el servidor perfecto de Cristo en la más completa soledad. En 390 se inicia con toda eficacia la renuncia de sus inmensas riquezas en beneficio de los pobres. La muerte de un hijo, a los ocho días de nacer, rompe las últimas esperanzas en este mundo. Su esposa Teresa es su mejor consejera y su mejor sostén en la vida ascética a que Paulino se entrega. Barcelona tiene la gloria de haber proporcionado a Paulino el ambiente que él necesitaba para realizar esta sublime transformación. A los cuatro años el cambio era completo y Paulino recibe en el año 393 en Barcelona, la ordenación sacerdotal. Una vez se vio libre del peso de todas sus riquezas y honores, y adornado con la dignidad de sacerdote de Cristo, quiso realizar su antiguo ideal de retirarse definitivamente a Nola, junto al sepulcro de san Félix, para vivir allí el resto de su vida. Con esta intención, pues, se dirigió con su fiel compañera Teresa a Milán, donde se encontró con san Ambrosio, quien le puso a sus eclesiásticos como ejemplo viviente de santidad cristiana y sacerdotal y de renuncia del mundo. Por esto no tiene nada de inverosímil la noticia, transmitida por algún historiador, que trató de retenerlo para que fuera su sucesor. En Roma fue objeto de grandes agasajos y extraordinarias muestras de regocijo de parte del pueblo y la nobleza, que conocían sus grandes cualidades del tiempo de su prefectura. En cambio, parece que, de parte del clero y aun del mismísimo romano Pontífice, observó algunas señales de recelo, debidas, sin duda, al hecho de haber recibido la ordenación sacerdotal sin observar las normas canónicas. Él mismo se hace eco de estos recelos; pero debe observarse que aquello no dependió de él, sino del obispo que lo ordenó. Esto mismo contribuyó a confirmarle en la decisión ya tomada de retirarse a Nola, y, en efecto, allá se dirigió con su esposa Teresa. Cuando él fue gobernador de la Campaña había hecho construir un edificio para acoger en él a los peregrinos pobres. Es uno de los más antiguos ejemplos de hospicios cristianos. Pues bien; junto a este hospicio hizo arreglar ahora unas sencillas celdas, que constituyeron aquella especie de monasterio donde vivió el resto de su vida. A su lado se fueron acomodando algunos compañeros que se ofrecieron a imitarle en aquel género de vida solitaria. En cuanto a su santa esposa Teresa, vivía en lugar separado, pero, según parece, hacía los oficios de ama de casa, siendo para él en todo momento el mejor estímulo en su vida de perfección. Su vida en este retiro fue la de un solitario, vida de entrega absoluta a Dios, vida de continencia voluntaria con el consentimiento de su esposa, vida de oración y penitencia. Su alimento era sumamente frugal. Alimentábase de un pan especial, más basto y ordinario que el que comúnmente se usaba, y si bebía un poco de vino era porque se lo impusieron como necesario a su salud. Un lado muy interesante de la vida de retiro de Paulino en Nola es que cultivó en ella sus aficiones de poeta, componiendo en este tiempo aquellas obras poéticas que nos lo presentan como uno de los mejores vates cristianos de la antigüedad. Así, cada año, dedicaba con la mayor devoción un himno al patrono de la población, el mártir san Félix. De este modo los trece “Poemas natalicios”, dedicados a san Félix, constituyen el mejor tesoro poético de san Paulino de Nola que se nos ha conservado. El nuevo género de vida de san Paulino, como suele ocurrir en casos semejantes, fue objeto de los más opuestos comentarios. Algunos de los paganos, numerosos todavía en Roma (entre ellos su propio antiguo maestro Ausona) se indignaron ante el nuevo giro de la vida de Paulino, considerándolo como una extravagancia. Según su apreciación, era una gran pérdida para la sociedad romana, puesto que, con sus cualidades extraordinarias, hubiera podido prestarle grandes servicios. Ahora, en cambio, en su vida solitaria, sepultaba e inutilizaba todas estas dotes naturales. Pero el juicio de los hombres verdaderamente grandes fue muy diverso. En efecto, fue en verdad universal el coro de aprobación y alabanza que se elevó en torno a Paulino de parte de las más grandes figuras cristianas en que tanto abundaba la Iglesia en aquel tiempo. El gran obispo de Tours, san Martín, tan popular en toda la lglesia, que gozaba entonces de su mayor prestigio, lo proponía a sus discípulos como modelo de desprecio de las grandezas del mundo y de perfección cristiana. San Ambrosio de Milán, el gran maestro del Occidente, lo proponía como un prodigio de grandeza de alma. San Agustín, el mayor prodigio intelectual de todos los tiempos y buen conocedor de los atractivos del mundo, trabó íntima amistad con Paulino y le enviaba a algunos de sus mejores discípulos para que aprendieran la verdadera virtud cristiana. El papa san Anastasio (398-401), apenas elevado al solio pontificio, escribió un gran elogio suyo a todos los obispos de la Campaña, y, en cierta ocasión en que Paulino fue a Roma para asistir a la fiesta de san Pedro, le acogió con toda clase de distinciones. San Jerónimo fue uno de sus principales admiradores y panegiristas. En medio de este coro general de estima y alabanza la única voz que disonaba era la propia de san Paulino. Como verdaderamente humilde, en las respuestas que dirigía a los que se dirigían a él con las más expresivas muestras de aprecio y reverencia da bien a entender el bajo concepto que tenía de sí mismo. Cuando su íntimo amigo Septimio Severo le suplicó que le mandara su retrato, juzgó esta petición poco menos que como una locura. Por otra parte, es admirable su firmeza y perseverancia en el género de vida comenzado. Bien persuadido de que no está el mérito en comenzar una vida de perfección y sacrificio, sino en perseverar en ella hasta el fin, no solamente no desmereció en sus austeridades y en el ejercicio de todas las virtudes, sino que más bien fue adelantando en todas ellas, en todo lo cual uno de sus mejores estímulos fue su fiel esposa Teresa. Por todo esto no es de sorprender que los habitantes de Nola le eligieran como obispo. En realidad no se conoce ni el tiempo ni la manera cómo fue elegido. Pero sí el hecho de que fue elevado a esta cátedra episcopal y que murió siendo obispo de Nola. Seguramente ocurrió esta elección el año 409, a la muerte del obispo de la ciudad. Así pues, vivió como obispo de ella unos veintidós años. Precisamente entonces, en 410, los visigodos, capitaneados por Alarico, se apoderaron de Roma y poco después de Nola. A este tiempo, según refiere san Gregorio Magno, pertenece el sublime acto realizado por Paulino, cuando, para ayudar y consolar a una pobre viuda, se quedó en lugar de un hijo suyo, prisionero de los vándalos en África; pero éstos, admirados de tal heroísmo, le devolvieron en un navío cargado de víveres y de buen número de otros prisioneros. En esta forma continuó Paulino su vida hasta el año 431, en que murió. Uno de sus últimos actos fue la ornamentación de la basílica dedicada a san Félix. Enterrado en ella, al lado de ente santo, tan estimado por él, fue bien pronto más venerado que el mismo titular de la Iglesia, y de una semejante veneración le hizo bien pronto objeto toda la cristiandad. ORACIÓN Señor, Dios nuestro, Tú has querido enaltecer a tu obispo san Paulino de Nola por su celo pastoral y su amor a la pobreza; concede a cuantos celebramos hoy sus méritos imitar los ejemplos de su vida de caridad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica). BIBLOIOGRAFÍA Éste fue el material que se utilizó en el Acta Sanctorum, junio, vol. Vº. Otra fuente de información que llegó a conocerse en tiempos relativamente recientes, es la Vida de Melania “la Joven”, en textos griegos y latinos, que se encontrarán en la edición del cardenal Rampolla, santa Melania Giuniore (1905). Las biografías modernas mejores son las de A. Buse, F. Lagrange y A. Baudrillart. Nota del autor: La «Patrología» de Quasten-Di Bernardino, BAC 422, tomo IIIº, pág 351ss. ofrece una noticia biográfica en algunos puntos divergentes, y una bibliografía un poco más actualizada que la del Butler s.i. de y sobre el santo.
Posted on: Sat, 22 Jun 2013 20:03:57 +0000

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