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25 de agosto de 2013 | 00:06:00 Una vida humilde y santa Managua, Nicaragua | elnuevodiario.ni Narciso Sequeira: primer salesiano de Centroamérica Narciso Sequeria no aceptó ser sacerdote. Esto era demasiado para él. Deseaba ser hermano coadjutor, el último, el más despreciado Jorge Eduardo Arellano | Especiales Una juventud rica, enamorada, bullanguera precedió la conversión de Narciso Sequeira Arellano (Granada, 14 de julio, 1855-Sevilla, 28 de septiembre, 1923) tanto en París como en su ciudad natal. Era de fuerza incontrastable y cada día se contaba de él una hazaña nueva. Así nacieron, de distintos vientres, tres hijos: un varón y dos niñas. Pero un día decidió cambiar de vida. Se volvió, taciturno, meditador. Parecía que estuviera contemplando algún cuadro u oyendo voces que solo él escuchaba. Se dirigían a él ordenándole esto o aquello, y Narciso, sin poner la más pequeña objeción, hacía lo que se le mandaba, en silencio, como que le fuera en ello la salvación de su alma. Los compañeros no acababan de creer la mutación repentina: estaban asustados, dudosos, esperando la vuelta del arrepentido a la grata vida del placer. Mas Narciso aumentaba la firmeza de su resolución. Hablaba como un iluminado, como si hubiera recibido --de manera inesperada-- la divina luz de la conversión celeste. Daba a entender que algo sobrenatural le había transformado en un hombre nuevo. Y a medias palabras revelaba que iba derecho hacia el mayor sacrificio: el abandono del mundo. Sus compañeros, al recordar las inolvidables alegrías que había protagonizado y promovido, recibían tan solo una mueca como de asco o desprecio que ese recuerdo le sugería a su corazón lavado de culpas. No se atrevían a creerle loco, o por lo menos --aunque lo pensaran-- nunca lo decían a voces. “Es una lástima --se lamentaban--, porque está hecho para la alegría”. Era un buen camarada. Y Narciso sonreía como burlándose de que continuasen pensando en esas cosas, que ya él las daba finiquitadas con mucho pesar de haber andado en ellas. Parecía, realmente, que estaban frente a un santo. La repartición de sus riquezas y la Pía Sociedad Salesiana En una carta que había dirigido a Don Rúa --el heredero de don Bosco-- el 28 de junio de 1893, Narciso demostró su interés en la presencia de los salesianos al lado de su madre y de su tía (Luz y Elena Arellano Chamorro, repetitivamente), quienes no escatimaban esfuerzos para la nueva fundación destinada a mejorar social y espiritualmente a la juventud. Un día de 1895 se deshizo de sus riquezas. “Al pasar por su casa --escribió Enrique Guzmán en su Diario íntimo el 13 de febrero de ese año-- me siento un rato a platicar con doña Luz Arellano viuda de Sequeira…; allí veo por primera vez a Narciso Sequeira, hijo de doña Luz, vestido de clérigo: parece que ya ingresó o piensa ingresar a la orden de los salesianos”. Narciso aún no se marchaba a Italia con Mama Elena Arellano, su tía, para ingresar a una casa salesiana de Turín; pero ya había repartido sus bienes entre sus hijos y la Pía Sociedad Salesiana, habiendo fundado en Granada una asociación de cooperadores de la misma. “Poquísimo tiempo ha --se leía en un boletín salesiano de 1896-- que la Pía Asociación de Cooperadores Salesianos fue introducida en Granada, República de Nicaragua, por el señor Narciso Sequeira y es bastante su incremento. Con el objeto de organizar bien la Asociación para que sus trabajos fructifiquen, la señora Luz Perfecta Sequeira de Arellano, hermana de don Narciso, hizo circular una invitación entre las personas piadosas de la ciudad y las más adecuadas para coadyuvar. Concedida la palabra al ilustre abogado don Manuel Pasos Arana, todos los concurrentes pidieron ser colaboradores salesianos”. Vida humilde y santa Pronto, pues, Narciso se hizo salesiano y profesó en San Vicente del Horts el 22 de octubre de 1896. No aceptó ser sacerdote. Esto era demasiado para él. Deseaba ser hermano coadjutor, el último, el más despreciado. Solo quería servir: ser enfermero, salir a pedir limosna de puerta en puerta. Aspiraba a que lo insultaran y lo apalearan. Pero en la primera casa donde comenzó su vida de entera consagración a Dios, el superior lo puso de bibliotecario, y Narciso, al poco tiempo, pidió por amor a Dios que lo rebajaran; entonces le asignaron ser corrector de tipografía y trabajó en ello otro tanto. Trasladado a la casa de Sevilla, eligió encargarse de la portería y fue, durante más de veinticinco años, el portero ideal conforme al reglamento. Su hermano Fernando, visitándole en Sevilla, le dejó suficiente dinero para que estuviese con su familia un tiempo. Él contestó: --Acepto el dinero como obsequio, pero será utilizado para distribuirlo entre los menesterosos. Oración fúnebre por su alma De 72 años, enfermó mortalmente y como gracia rogó que lo enterraran a la entrada de la portería, bajo el negro suelo, para que todos lo pisaran. Y allí, en la casa de los salesianos en Sevilla, se depositaron sus restos. El mismo día de su muerte, el superior de la orden --don Joaquín Brassan-- pronunciaba esta oración en italiano que tradujo el doctor Manuel Ignacio Pérez Alonso: Queridos hermanos: Profundamente conmovido por la sensible pérdida, cumplo el triste deber de comunicaros la muerte edificante del coadjutor profeso perpetuo don Narciso Sequeira Arellano, acontecida hoy. Se apagó como lámpara en el Santuario después de haber alumbrado durante los 30 años de su vida salesiana con esplendor de vida santa, confirmada por una viva fe y acendrara piedad que tanto nos sirvió a quienes lo conocimos. A todos causaba profunda admiración ver al buen don Narciso, alegre siempre, vestido simplemente, con su trato humilde, ya que en sus hermanos solo veía sus cualidades, demostrando en muchas ocasiones reputar a todos lo mejor de sí, respetar a todos como a superiores, otorgándoles aquella indagación que excedía en mucho a cuanto puede exigir la cortesía, porque procedía exclusivamente de una viva caridad casi sobrenatural. Edificante era verlo ejecutar gustoso cualquier oficio u ocupación, por humilde que fuera, a la más pequeña indicación de sus superiores; verlo en su cama sobre dura tabla, procurando vivir ignorado sin jamás hacer ostentación de su vastísima cultura y nacimiento ilustre. Y esta admiración crecía más al conocer que como otro príncipe Zartonisky había tenido que renunciar, para hacerse religioso, a muchas riquezas y a conspicuas relaciones, siendo más meritorio porque su primera juventud la pasó en disipación y en las diversiones propias de los jóvenes de su rango […] A esta consideración aparece manifiesta la clave de su grande virtud y el secreto de su vida: la fe. Esta fue la que le decidió a dejar el mundo, y también la esperanza de poder ser sacerdote, a la simple indicación del venerable Don Rúa, con quien se había confesado. El santo sucesor del venerable, al comunicarse con esta hermosa alma, le prometió que Don Bosco dijo a sus salesianos: “Pan, trabajo y paraíso”, confirmándole al tercer día de la novena que juntos habían empezado para que el Señor le alumbrara en la elección de su estado: María Santísima Auxiliadora quiere que usted se haga coadjutor salesiano. Don Narciso no quiso saber más. En Turín, cuna de su vocación, dijo adiós al mundo, ordenó sus negocios temporales conforme lo manda nuestra constitución y se dio únicamente a salvar su alma. Desde aquella hora en todas las casas donde la obediencia lo mandaba y en todos los oficios que cumplió, fue el mismo don Narciso que nosotros hemos visto: tranquilo, piadoso, caritativo, celoso de su conciencia y no común piedad muy iluminada. Y buena prueba de sus sólidas virtudes que atesoraba su hermosa alma nos dio en su última y breve enfermedad. Jamás una lamentación. Se mostraba amable y agradecido de todos y sus labios no cesaban de dirigir frecuentes jaculatorias. Si se quería llamar su atención, bastaba hablarle del cielo, de María Santísima Auxiliadora y de su querido Don Bosco. Y cuando exhaustas sus fuerzas y privado del uso de la palabra presentábase a besar el crucifijo, hacía un esfuerzo supremo para llevarlo a la boca y besarlo. Su vida entera fue una continua oración, un precioso holocausto para sus conciudadanos de Nicaragua, a los cuales con su intercesión e influencia les procuró los beneficios de una casa salesiana. Tanto tenía en su corazón este pensamiento, que al preguntarle qué le diría Don Bosco al verlo en el cielo, prontamente contestaba: “Le daré recuerdos de los Américos”. Y ciertamente que habrán llegado al trono de Dios las súplicas fervorosas de este celoso salesiano a favor de aquellas tierras vírgenes, tan queridas de don Bosco y tan necesitadas de obreros evangélicos. Su agonía fue brevísima. Parecía que dormía y murmuraba su agradecimiento a Dios cuando sus labios se quedaron inmóviles para dar paso al último aliento de su vida, dejando impreso en su rostro el suave aspecto de la muerte del justo que tan precioso es ante los ojos del Señor. Coloquemos junto a la tumba del querido difunto, no las lágrimas inútiles como lo hacen los mundanos, sino la oración que tal vez espera Jesucristo para llamar así, y por toda la eternidad, aquella alma bendita que todo lo dejó por seguir su ejemplo […] Rogad también por esta casa y por el que se profesa vuestro afectísimo hermano. --Joaquín Brassan, director. Hermanos e hijos Don Narciso Sequeira Arellano --hijo de Fernando Sequeira Luna y de Luz Arellano Chamorro-- hizo los primeros estudios en Granada, en el Liceo San Agustín, del doctor Juan José Samayoa, quien certificaba el 12 de abril de 1862 que el niño había aprendido lectura, escritura, religión y aritmética. Posteriormente terminó de formarse en París. Cuatro fueron sus hermanos: Fernando, Luz Perfecta, Luisa y Josefa Margarita. Fernando se casó con su prima hermana Francisca Arellano Olivares --hija reconocida, anterior al matrimonio, de don Faustino Arellano Cabistán-- quien nació el 10 de abril de 1965 y murió el 8 de julio de 1935; matrimonio del cual descendieron nueve hermanos Sequeira Arellano, entre ellos la madre del gran pintor Armando Morales, y el doctor Adán Sequeira Arellano. A Francisca Arellano Olivares le decían sus hijos y descendientes “Mama Pancha”. Luz Perfecta fue la esposa de don Faustino, jefe de la familia; nacida el 17 de abril de 1853, vivió hasta bien entrado el siglo XX, pues dejaría de ver la luz de la tierra el 26 de febrero de 1940. De ellos descienden los Arellano Sequeira. Luisa (19 de junio, 1854-8 de febrero, 1942) no dejó descendencia, y Josefa Margarita contrajo matrimonio con Mariano Argüello Abaunza. De esta pareja procedieron ocho hermanos Argüello-Sequeira, entre ellos la madre del sacerdote jesuita Manuel Ignacio Pérez Alonso, Luisa Argüello Sequeira. Y los hijos que dejó Narciso Sequeira Arellano, antes de convertirse en siervo de Dios, fueron: José Dolores, quien se uniría a Cándida Rosa Argüello, padres de Agustín Sequeira Argüello, autor de la primera novela nicaragüense de carácter social: Cuidado te jode el cerro; Luisa, casada con el doctor Salvador Barberena Díaz, padres del militar conservador Camilo Barberena; y María, tercera esposa de un Fernando Bolaños, quienes no tuvieron descendencia.
Posted on: Sun, 25 Aug 2013 17:52:55 +0000

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