29 de octubre San Narciso, obispo Por Francisco Roberto Groves - TopicsExpress



          

29 de octubre San Narciso, obispo Por Francisco Roberto Groves sobre apuntes del padre Juan Croissett s.j. Nació este santo en la ciudad de Gerona, de donde fue obispo a la edad competente. En la persecución de Diocleciano trabajó san Narciso para animar a los fieles y sostener su fe entre tan rudos combates. Inspirado por Dios salió de Gerona con su diácono Félix y se encaminaron a Alemania, entrando en la ciudad de Augusta, según el aviso del Cielo. Con su predicación y milagros logró san Narciso multitud de conversiones, siendo la más notable aquella de Afra, pública ramera, la de Hilaria, su madre, tres criadas llamadas Digna, Eunomia y Eutropia, y la de Dionisio, tío de Afra, que todos fueron mártires. De regreso san Narciso a Gerona, fue recibido por su afligida grey con las mayores demostraciones de alegría. Tres años después, celebrando el santo sacrificio de la Misa, fue mortalmente herido con tres lanzadas, falleciendo el día 18 de marzo, a principios del siglo IVº. Su sagrado cuerpo, colocado en una preciosa capilla, se conserva incorrupto en Gerona después de tantos siglos, obrando Dios por su intercesión multitud de prodigios. Era ya muy anciano cuando fue elegido obispo de Jerusalén. Eusebio cuenta que, en su tiempo, los cristianos de este lugar recordaban todavía algunos de los milagros del santo obispo. Por ejemplo como los diáconos no tuviesen aceite para las lámparas la víspera de la Pascua, san Narciso pidió que trajesen agua, se puso en oración y después mandó que la pusiesen en las lámparas. Así lo hicieron y el agua se transformó en aceite. Algunos, molestos por la severidad del santo, y por la disciplina que exigía en su diócesis, le acusaron de haber cometido un crimen. Para no ser causa de conflicto decidió retirarse a la soledad. Ya no se supo más de él hasta que, durante el gobierno de Gordio, apareció nuevamente. Como ya se sentía muy anciano para retomar el obispado, nombró a san Alejandro por coadjutor. Se dice que Narciso murió a los 116 años. Fue san Narciso uno de los más santos prelados del segundo siglo, y vino al mundo hacia los fines del primero. En aquellos dichosos tiempos, tan cercanos al nacimiento de la Iglesia, los sucesores de los primeros fieles casi todos heredaron la inocencia, el celo y el fervor de los que el mismo Salvador del mundo había formado, o habían sido instruidos y enseñados por sus sagrados apóstoles. Es probable que san Narciso fuese natural de Jerusalén, que haya sido educado en el primitivo espíritu de la religión cristiana, que reinaba en aquella capital de la Judea, teatro de nuestra dichosa Redención. Se ignoran los sucesos de los primeros años de su vida; sólo se sabe que se aplicó con desvelo al estudio de las ciencias, particularmente al de la religión, en que salió muy excelente. Correspondían a la excelencia de su ingenio la rectitud y la pureza de su corazón; por lo que hizo mayores progresos en la santidad que en la inteligencia de la sagrada Escritura. Siendo aún más santo que sabio, todavía esta misma sabiduría contribuyó mucho a purificar sus costumbres. Entró en el clero en tiempo del patriarca Valente, o, a lo menos, en el del obispo Dulciano, y en breve tiempo fue modelo de santos eclesiásticos. Elevado al sacerdocio, a pesar de su humilde resistencia, la nueva dignidad añadió un nuevo lustre a su inocencia y a su virtud. Llamábanle el sacerdote santo, y pocos fieles dejaron de experimentar los efectos de su virtud y su celo; pero, sobre todo, ningún pobre dejó de publicar los de su ardiente caridad. Lograba Narciso esta general estimación de los fieles y del clero, cuando vacó la silla patriarcal de Jerusalén por muerte del patriarca Dulciano. Hubo poco que deliberar en la elección de su sucesor: fue Narciso elegido patriarca de Jerusalén por todos los votos. No hubo más oposición que la suya; pero no se podía deferir a ella siendo el sujeto tan digno y la voluntad de Dios tan declarada. Le fue preciso rendirse a los sufragios y clamores de todos los buenos; y, habiendo sido consagrado hacia el año de 180, fue el trigésimo obispo de aquella santa ciudad, después de los apóstoles. Con la nueva dignidad se sintió animado de nuevo fervor y de nuevo celo; tanto, que contando ya a la sazón ochenta años, gobernó el rebaño con el mismo vigor y con la misma actividad que lo pudiera hacer en la más robusta y más florida juventud. Por su solicitud pastoral devoró fácilmente todos los trabajos de la mitra, y su penitente vida sólo era austera para él mismo. Estaba en continua acción, predicando, instruyendo o visitando su obispado, atento siempre a desaviar los lobos que con piel de ovejas se arrimaban al redil, cubiertos con todos los artificios de los herejes, para encarnizarse en el rebaño. Infatigable en las funciones de su ministerio, consolaba a unos, alentaba a otros, y se hacía todo a todos por ganarlos para Cristo. Hacia el año 195 asistió y presidió el concilio que se convocó en Palestina para decidir el punto sobre el día en que se debía celebrar la Pascua; controversia que a la sazón tenía tan encontrados los ánimos como divididos los pareceres. Los padres del concilio compusieron una Epístola sinodal importantísima y oportunísima, a juicio de san Jerónimo, para confundir a los que no se querían rendir a la decisión del papa Víctor, obstinándose en que la Pascua se debía celebrar, como lo hacían los judíos, el día 14 de la Luna de marzo, contra lo que había definido la Santa Sede. Se tiene por cierto que este concilio se celebró en Cesárea [Colonia Prima Flavia Augusta Cæsarea], metrópoli á la sazón de toda la Palestina. También se asegura que nuestro santo convocó otro concilio de catorce obispos, en su iglesia de Jerusalén, sobre el mismo asunto, y que en todos fue igualmente escuchado y venerado como oráculo. En el cuarto siglo se conservaba todavía entre los fieles de Jerusalén la memoria de muchas maravillas que había obrado Dios por los méritos del santo obispo, uno de los más célebres patriarcas de aquella santa ciudad. Entre otras, es muy particular la que refiere Eusebio. Una víspera de Pascua faltó el aceite de las lámparas al mismo tiempo que los ministros de la Iglesia iban a celebrar la solemnidad de la Vigilia. Movido san Narciso de la turbación y de la confusión que causaba en el pueblo aquel descuido, mandó a los que cuidaban de las lámparas que sacasen agua de un pozo que estaba a mano, y se la trajesen. Animado de aquella viva fe y de aquella entera confianza que en parte caracteriza a todos los santos, hizo oración, y mandó a los ministros que llenasen con ella las lámparas. Obedecieron, y en el mismo punto, por un milagroso efecto del poder divino, aquella agua se halló convertida en aceite. Todos a porfía acudieron a proveerse del aceite milagroso, el cual se conservó mucho tiempo, en memoria de tan nuevo y tan particular prodigio, asegurando Eusebio que aún se conservaba alguna porción de él en sus días, es decir, más de ciento cuarenta años después de san Narciso. Aunque era tan notoria y tan brillante la virtud de nuestro santo, queriendo el Señor purificarla con el fuego de la persecución, permitió que no estuviese a cubierto de la más fea calumnia. Tres hombres malvados, no pudiendo sufrir el resplandor de tan eminente santidad, ni mucho menos las saludables reprensiones de su celoso pastor por su escandalosa vida; considerando, por otra parte, como un yugo insoportable su vigor episcopal, y el arreglado tenor de aquella conducta irreprensible, le acusaron de un crimen verdaderamente atroz. Para hacer más creíble su acusación, la confirmaron con un solemne juramento, en forma de imprecación, siendo diferente la de cada uno. El primero dijo: --Quemado muera yo si no es verdad lo que digo. El segundo: --Permita Dios que me cubra de lepra si es falsa mi acusación. El tercero: --Quiero perder los ojos si no fuese cierto lo que afirmo. Pero, con todos estos juramentos, a ninguno pudieron persuadir que el santo obispo fuese capaz del delito que le imputaban. Sin embargo, horrorizado el santo de tan injusta acusación, y perdonando de corazón a sus calumniadores, le pareció que Dios le ofrecía esta ocasión para retirarse a la quietud y a la soledad, por la que largo tiempo había estaba suspirando. Partió, pues, secretamente; huyó de su iglesia, y se fue a enterrar vivo en un espantoso desierto, donde se supo ocultar tan bien, que por espacio de ocho años no se pudo descubrir el lugar de su retiro. Mientras tanto, no tardó Dios en vengar la inocencia de su siervo, castigando con precipitada pena la maldad de sus calumniadores. En breves días se vieron cumplidas en los tres perjurios las maldiciones que cada uno había pronunciado contra sí. Se prendió fuego una noche en la casa del primero, con tanta violencia y con tanta rapidez, que él y toda su familia perecieron vivos en las llamas, sin que fuese posible socorrerlos. El segundo se cubrió de tan horrible y asquerosa lepra, que no se dejó ver en público hasta la muerte; y el tercero, a vista de la desgracia de los otros dos, quedó tan espantado, que confesó delante de todo el mundo la conspiración formada contra el santo prelado, siendo tan vivo su dolor y su arrepentimiento, tan continuas y tan copiosas sus lágrimas, que al cabo perdió la vista. Así vengó la divina Justicia al inocente calumniado, y así castigó el sacrilegio y el perjurio. Habiendo desaparecido san Narciso, sin que por espacio de un año más se hubiese podido saber el lugar dónde se había retirado, fueron de parecer los obispos de la provincia que se debía proceder a la elección de nuevo pastor. Recayó ésta en Dio; pero, habiendo fallecido pocos meses después, fue puesto Germanión en su lugar, y a Germanión sucedió Gordio en muy breve tiempo. En estas circunstancias dio el Señor a entender a nuestro santo que, corriendo de su cuenta el cuidado pastoral de un numeroso rebaño, debía preferir los trabajos del ministerio episcopal a la tranquilidad de su propia quietud; y que, estando tan visiblemente probada como universalmente reconocida su inocencia, era obligación precisa restituirse a su Iglesia. Le costó mucho este sacrificio; pero al fin fue necesario hacerle, y se dejó ver en Jerusalén como un hombre venido del otro mundo. Recibiéronle todos los fieles con tanto alborozo y con tanto tropel de gente, que por más instancias que les hizo para que le permitiesen acabar sus días en el retiro y en la obscuridad de una vida privada, no lo pudo conseguir, ni le fue posible excusarse de volver a tomar el gobierno de su Iglesia. Así parece que lo quería también Dios; porque apenas llegó Narciso a Jerusalén, cuando murió el obispo Gordio; suceso que confirmó a nuestro santo en el concepto de que ésta era la voluntad del Señor. Se aplicó, pues, por segunda vez al pastoral gobierno de sus ovejas con una vigilancia, con un celo y con un vigor que nada olían a envejecidos, trabajando todavía algunos años con copioso fruto. Pero, al fin, su extrema ancianidad, sus fatigas apostólicas y sus excesivas penitencias llegaron a debilitar y aun a consumir todas sus fuerzas, de manera que se halló imposibilitado de cumplir con las precisas obligaciones del ministerio episcopal, y suplicó intensamente al Señor que, si no era su voluntad sacarle todavía de este mundo, se dignase por lo menos proveerle de un auxiliar que pudiese suplir la debilidad de un viejo de ciento doce años. Lo oyó Dios benignamente, inspirando a san Alejandro, obispo de Flaviada en la Capadocia, que fuese en peregrinación a visitar los Santos Lugares de Jerusalén, y una visión que tuvo le confirmó en este pensamiento. La misma víspera de su entrada en la santa ciudad reveló Dios a san Narciso y a muchos de sus clérigos que al día siguiente, al mismo romper del día, entraría en la iglesia un obispo extranjero, el cual había de ser coadjutor y sucesor del patriarca Narciso. Pasaron toda aquella noche en oración, y al amanecer se oyó una milagrosa voz que clara y distintamente les decía que saliesen a recibir al que estaba destinado para obispo suyo. Salieron todos, y el primero con quien se encontraron fue con san Alejandro, que se quedó extrañamente admirado y sorprendido cuando vio delante de sí a todo el clero, con el santo patriarca al frente. Lo introdujeron en la iglesia con solemnidad; y, habiéndole declarado san Narciso lo que Dios les había revelado, le rogó que quisiese encargarse, juntamente con él, del cuidado de aquella iglesia. Informado el pueblo de lo que pasaba, acudió en tropel a juntar sus ruegos con los del clero; y como el santo obispo Alejandro vio tan descubierta la voluntad del Señor, se rindió a tomar el gobierno de todo el rebaño, bajo las órdenes de su santo pastor. San Alejandro, ilustre ya por haber confesado muchas veces a Jesucristo, y con el tiempo mucho más por el glorioso martirio que padeció en el imperio de Decio, promovió maravillosamente el celo de nuestro santo. Escribiendo algún tiempo después a los antinoítas de Egipto, les dice así: --Saludos de parte de Narciso, que gobernó esta Iglesia antes de mí, y ahora la gobierna juntamente conmigo, siendo al presente de más de ciento diecisiete años. Con efecto, ya no se hallaba nuestro santo en estado de hacer otra cosa que orar, por su extremada ancianidad. Su continua unión con Dios, la ternura de su devoción, el ardor de su caridad y lo dilatado e infatigable de su celo en una edad tan avanzada, acreditaban bien que Dios le había dejado tan largo tiempo en este mundo sólo por que la Iglesia gozase más años aquel perfecto modelo de virtudes episcopales, y todos los fieles un cabal dechado de la más elevada santidad. Quiso, en fin, el Señor premiar a su siervo tan larga cosecha de trabajos y tan rico tesoro de merecimientos como había adquirido en su dilatada carrera, y murió con la muerte de los justos, siendo de más de ciento dieciséis años, que vivió en un continuo ejercicio de todas las virtudes cristianas. ORACIÓN AL SANTO OBISPO NARCISO Suplicámoste, Señor, que oigas benignamente las súplicas que te hacemos en la solemnidad de tu bienaventurado confesor y pontífice Narciso, para que, así como él te sirvió dignamente, nos libres de nuestros pecados por sus merecimientos. Por nuestro Señor Jesucristo... Amén.
Posted on: Tue, 29 Oct 2013 03:26:44 +0000

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