30 de octubre Santos Marcelo, Claudio, Lupercio y Victorico - TopicsExpress



          

30 de octubre Santos Marcelo, Claudio, Lupercio y Victorico mártires Por Francisco Roberto Groves En la ciudad de León, en Hispania, en el siglo IIIº estaba al frente de la Legio VIIº Gémina el centurión Marcelo, que por ser cristiano se pone en choque contra el emperador Diogeniano y es martirizado en Tánger. La misma suerte siguen poco a poco sus hijos (años 303/304). La familia de san Marcelo la componen con él su esposa y sus 12 hijos llamados Claudio, Lupercio, Victorico, Facundo, Primitivo, Emeterio, Celedonio, Servando, Germán, Fausto, Genaro y Marcial. En Tánger, de Mauritania, pasión de san Marcelo, centurión, que el día del cumpleaños del emperador, mientras los demás sacrificaban, se quitó las insignias de su función y las arrojó al pie de los estandartes, afirmando que por ser cristiano no podía seguir manteniendo el juramento militar, pues debía obedecer solamente a Cristo, e inmediatamente fue degollado, consumando así su martirio. San Marcelo, del latín, perteneciente a Marte (siglo IIIº), mártir. Dice una tradición que nace en León (España), sede de la legión romana VIIª Gemina, donde ocupa el grado de centurión; acampa en la actual Marruecos. Durante los festejos imperiales, depone sus armas y se convierte al cristianismo, por esta acción se le encarcela y muere decapitado en su tierra natal. Otra tradición nos dice que, en unión con Marcelo, tres soldados de su tropa, Claudio, Lupercio y Victorico, también cristianos, lo acompañan en su martirio. Desde el siglo XIXº sus restos reposan en la iglesia de san Marcelo, en la ciudad española de León. San Marcelo de León y compañeros, del latín: perteneciente a Marte (siglos IIIº-IVº), mártires. La tradición indica que nace en la ciudad española de León, que en esa época es centro de la legión romana VIIª Gemina, donde ocupa el grado de centurión; sin detallarse particularidades de infancia, ni de familia. En Madrid se conservan las actas que dan fe de su existencia, juicio y martirio. En el año 298 durante los festejos imperiales, por su alto grado militar es llamado por sus superiores para rendir culto a los falsos dioses; pero se niega a rendir pleitesía a los ídolos y frente a sus autoridades depone las armas, se quita las insignias militares, arroja su espada y el bastón de su grado militar. Cuando le preguntan sobre el motivo de tal actitud, él contesta que sólo adora al Dios verdadero de quien es siervo. Por esa negativa es hecho prisionero por Aurelio Agricolano (a quien había respondido el centurión: “Dios te lo pague”), juzgado y poco después trasladado a Marruecos, África, donde muere decapitado en aras de la fe. Otra leyenda que se anexa a esta biografía señala que tres soldados con los nombres de Claudio, Lupercio y Victorico quienes pertenecen a su legión, también se convierten al cristianismo y junto con Marcelo se niegan a apostatar, por lo que son víctimas del mismo martirio. Son santos titulares de esta fecha y su veneración es inmemorial. Los restos-reliquias de los cuatro mártires son colocados en el templo dedicado a san Marcelo, en la ciudad española de León. Iconografía: con atuendo militar, palma y corona, como insignia del martirio. SAN CLAUDIO, LUPERCIO Y VICTORICO, MÁRTIRES El prefecto romano de la ciudad de León dio cumplimiento a la persecución de los cristianos, ordenada por los emperadores Diocleciano y Maximiano y, en las afueras de la ciudad, el 30 de septiembre del año 303, degolló a los jóvenes Claudio, Lupercio y Victorico, después de que confesaran su fe en el Padre, Hijo y Espíritu santo. Son enterrados en el mismo lugar de su muerte. En su honor se construyó un templo y en la edad Media se fundó, extramuros, un monasterio benedictino llamado de san Claudio. Desaparecido el monasterio en el siglo pasado, las reliquias de los mártires se trasladaron a la iglesia parroquial de san Marcelo de la ciudad de León. Un breviario antiguo custodiado en la catedral de León recoge las actas del martirio de los leoneses Claudio, Lupercio y Victorico. La tradición y el martirologio romano los llama hijos de san Marcelo. LA “PASSIO” DE SAN MARCELO, SEGÚN SU HAGIÓGRAFO La «Passio» de san Marcelo nos ha llegado en dos recensiones transmitidas por diversos manuscritos, dispersos en las bibliotecas de Roma, Bruselas, Londres, Madrid, León, Burdeos, etc. El núcleo original se lo reconoce como históricamente auténtico, y consta de dos interrogatorios verbales en dos tribunales diferentes, a distancia de tres meses. Luego, alrededor de la siglo XIº, esta historia sufre interpolaciones que hacen de san Marcelo esposo de santa Nona y padre de doce hijos (Claudio, Lupercio, Victorico, Facundo, Primitivo, Emeterio, Celedonio, Servando, Germano, Fausto, Genaro y Marcial). El origen y la evolución de esta leyenda, profundamente arraigada en la tradición cristiana del pueblo de León ha sido cuidadosamente estudiado por De Gaiffier. Transcribimos los hechos tal cual lo cuenta la «Passio»: —En la ciudad de Tingis (Tánger), en la época del gobernador Fortunato, cuando todo el mundo celebraba el cumpleaños del emperador, uno de los centuriones, llamado Marcelo, que consideraba los banquetes como una práctica pagana, se despojó del cinturón militar ante los estandartes de su legión y dio testimonio en voz alta, diciendo: —«Yo sirvo al Rey-Eterno, Jesucristo, y no seguiré al servicio de vuestros emperadores. Desprecio a vuestros dioses de madera y de piedra, que no son más que ídolos sordos y mudos». Al oír eso, los soldados quedaron desconcertados. Enseguida tomaron preso a Marcelo y refirieron lo sucedido al gobernador Fortunato, quien ordenó conducir al mártir a la prisión. Cuando terminaron las fiestas, el gobernador reunió a su consejo y convocó al centurión. Cuando éste llegó, el gobernador Astasio Fortunato le dijo: ¬—«¿Por qué te quitaste el cinturón militar en público, en desacato a la ley militar, y porqué arrojaste tus insignias?» Marcelo: —El 21 de julio, día de la fiesta del emperador, ante los estandartes de nuestra legión, proclamé en público y abiertamente que yo era cristiano y que no podía servir al ejército, sino sólo a Jesucristo, el Hijo de Dios Padre Todopoderoso. Fortunato: —No puedo pasar por alto ese modo de proceder tan precipitado, de suerte que daré cuenta a los emperadores y al César. Voy a enviarte a mi señor Aurelio Agricolano, diputado de los prefectos pretorianos. El 30 de octubre, el centurión Marcelo compareció ante el juez, a quien se comunicó lo siguiente: —«El gobernador Fortunato ha remitido a tu autoridad al centurión Marcelo. He aquí una carta suya, que te leeré si lo deseas». Agricolano dijo: —«Lee». Entonces se leyó el informe oficial: —«De parte de Fortunato a ti, mi señor», etc. Entonces Agricolano preguntó a Marcelo: —«¿Hiciste lo que dice el informe oficial?» Marcelo: —Sí. Agricolano: —¿Servías regularmente en el ejército? Marcelo: —Sí. Agricolano: —¿Qué te impulsó a cometer la locura de arrojar las insignias y a hablar en esa forma? Marcelo: —No es una locura temer a Dios. Agricolano: —¿Dijiste realmente todo lo que cuenta el informe oficial? Marcelo: —Sí. Agricolano: —¿Arrojaste las armas? Marcelo: —Sí, porque a un cristiano que sirve a Cristo, no le es lícito militar en los ejércitos de este mundo. Agricolano: —La acción de Marcelo merece un castigo. Enseguida pronunció la sentencia: —«Marcelo, que tenía el rango de centurión, ha admitido que él mismo se degradó al arrojar públicamente las insignias de su dignidad. Por otra parte, el informe oficial hace constar que pronunció palabras insensatas. En vista de lo cual, disponemos que perezca por la espada». Cuando le conducían al sitio de la ejecución, Marcelo dijo: —«Que mi Dios sea bueno contigo, Agricolano». En esa forma tan digna, partió de este mundo el glorioso mártir Marcelo. Del cuidadoso estudio de De Gaifiier resulta claro y evidente que Marcelo es un verdadero mártir africano y sólo en las sucesivas interpolaciones posteriores, realizadas por escritores españoles, se ha transformado en ciudadanos de León, sobre la base falsa de que él pertenecía a la Legión de Trajano, el presunto fundador de la ciudad. Después de esta identificación, realizada en siglo XVIº, se creía también ser capaces de decir cuál había sido en León la casa donde había vivido, convertida en una iglesia dedicada al mártir. Según esa tradición, al advenimiento de la paz de Constantino en León se habría construido una iglesia dedicada al santo. El códice XIº del Archivo de la catedral de León refiere que Ramiro Iº (842-850) «restauró la iglesia de san Marcelo en el suburbio legionense cerca de la Puerta Cauriense, fuera de las murallas de la ciudad...» La devoción que había hecho de Marcelo el patrono principal de la ciudad de León, sin embargo, nació y creció lejos de sus restos mortales, que se conservaban en Tánger, por lo cual, inmediatamente después de la liberación de esta ciudad por el rey de Portugal, León tomó el botín de su mártir. Pero también las ciudades de Jerez y Sevilla se disputaban la posesión. El 29 de marzo de 1493, sin embargo, los restos de Marcelo, llevados por el propio rey Fernando el Católico, hicieron su entrada en León y se colocaron en la iglesia dedicada a él. Según documentos de la época conservados en el archivo municipal de la ciudad, los restos tuvieron «una bienvenida como no podía ser mejor». Las reliquias se conservan actualmente en un cofre de plata en el altar mayor, donde se hallan también un pergamino que narra el ingreso a la ciudad y los milagros de los que estuvo acompañado, los documentos relativos a la donación de una reliquia del mártir a la iglesia de san Gil de Sevilla, y algunas cartas del rey Enrique IVº de Castilla y de Isabel la Católica al papa Sixto IVº sobre el traslado del cuerpo del mártir a León. Traducido y resumido de un artículo de José María Fernández Catón para la Enciclopedia dei Santi. El autor fue un gran historiador leonés, por lo que esta pequeña perla hagiográfica —que lamentablemente sólo hemos podido hallarla en italiano— queda como anticipo de lo que en un futuro intentaremos conseguir en castellano del mismo investigador. El texto de la Passio lo hemos insertado tomándolo del Butler-Guinea, en reemplazo del párrafo donde el historiador resumía este mismo diálogo, y que valía la pena conservar entero. MEDITACIÓN: ES PRECISO TRABAJAR PARA GANAR EL CIELO I. No nos lisonjeemos de ganar el Cielo sin que ello nos cueste mucho trabajo. El Reino de los Cielos sufre violencia, únicamente los animosos pueden conquistarlo. Esta vida no es lugar de descanso, es campo de batalla. Jesucristo nos ha señalado el camino del Cielo con las huellas de su Sangre; los santos lo han regado con sus sudores, sus lágrimas y su propia sangre. ¡Qué cobardes que somos! ¿Quisiéramos tener sin trabajo lo que tanto ha costado a nuestros antepasados en la fe? II. Todo lo que hacemos, todo lo que sufrimos es poco, si lo comparamos con lo que Dios pide. Con lo que vale el Cielo y con lo que Jesucristo ha hecho para abrirnos su puerta. Sufro yo un momento para librarme de una eternidad de dolores, para gozar una gloria infinita y eterna. Vuestros sufrimientos duran sólo un momento, la gloria que esperáis es eterna (san Pedro Damián). III. El mundo exige de sus partidarios servicios mucho más penosos de los que pide Jesucristo a sus servidores. Mira lo que hace un soldado para alcanzar gloria; un comerciante para enriquecerse; un cortesano para agradar a su príncipe. ¿Qué no haces tú mismo para contentar tu vanidad o tus placeres? ¿Cuándo, pues, trabajarás tanto por Dios cuanto trabajaste para el mundo? ¿Cuándo harás por tu alma tanto cuanto hiciste por tu cuerpo? IV. El cuidado de la salvación. Orad por los que están en pecado mortal. ORACIÓN A LOS SANTOS MÁRTIRES Haced, os lo rogamos, oh Dios omnipotente, que la intercesión de vuestro mártir san Marcelo y compañerios mártires, cuyo nacimiento al Cielo celebramos, nos fortifique en el amor de vuestro santo Nombre. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Posted on: Wed, 30 Oct 2013 04:07:13 +0000

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