ABRAHAM: LOS AÑOS FATÍDICOS (2) Más tarde, este pueblo - TopicsExpress



          

ABRAHAM: LOS AÑOS FATÍDICOS (2) Más tarde, este pueblo partiría y atravesaría el desierto, «y construyeron una ciudad en un país que llaman ahora Judea... y le dieron el nombre de Jerusalén». ¿Acaso Josefo ajustó los escritos de Manetón para que se adaptaran al relato bíblico? ¿O, ciertamente, los acontecimientos relativos a la permanencia, al duro trato y al posterior Éxodo de los israelitas ocurrió durante el reinado de uno de los más famosos faraones, conocido como Tutmosis? Manetón se refería a «el rey que expulsó de Egipto al pueblo pastor» en una sección dedicada a los faraones de la XVIII Dinastía. Los egiptólogos aceptan ahora como un hecho histórico la expulsión de los Hyksos (los «Reyes Pastores» asiáticos) en 1567 a.C, a cargo del fundador de esta dinastía, el faraón Ahmosis (Amosis en griego). Esta nueva dinastía, que fundó el Imperio Nuevo en Egipto, bien pudo haber sido la nueva dinastía de faraones «que no conoció a José», y de la cual habla la Biblia (Éxodo 1:8). Teófilo, obispo de Antioquía del siglo II, también hace referencia en sus escritos a Manetón, y afirma que los hebreos fueron esclavizados por el rey Tethmosis, para el cual «construyeron fuertes ciudades, Peito, Ramsés y On, que es Heliópolis»; después, partieron de Egipto bajo el faraón «cuyo nombre era Amasis». De estas antiguas fuentes se desprende que los problemas de los israelitas comenzaron con un faraón llamado Tutmosis, y culminaron con su partida bajo un sucesor suyo llamado Amasis. ¿Cuáles son los hechos históricos, tal como se aceptan en este momento? Después de que Amosis expulsara a los Hyksos, sus sucesores en el trono de Egipto -varios de los cuales llevaron ciertamente el nombre de Tutmosis, como afirman los historiadores antiguos- emprendieron campañas militares en el Gran Canaán utilizando el Camino del Mar como ruta de invasión. Tutmosis I (1525-1512 a.C), que era soldado de profesión, puso a Egipto en pie de guerra y lanzó expediciones militares en Asia, llegando a alcanzar el río Eufrates. Creemos que fue él el que temió la deslealtad de los israelitas -«cuando se llame a la guerra, ellos se unirán a nuestros enemigos»-, y el que ordenó la matanza de los varones israelitas recién nacidos (Éxodo 1:9-16). Según nuestros cálculos, Moisés nació en 1513 a.C, un año antes de la muerte de Tutmosis I. A principios del siglo XX, J. W. Jack (The Date of the Exodus) y otros se preguntaban si «la hija del faraón», que había sacado al bebé Moisés de las aguas del Nilo y lo había criado en el palacio real, no habría sido Hatshepsut, la hija mayor de Tutmosis I y de su esposa oficial, siendo así la única princesa real de entonces, aquélla a la que se concedía el título de «La Hija del Rey», un título idéntico al que se le da en la Biblia. Creemos que, ciertamente, fue ella; y también que el hecho de que Moisés siguiera recibiendo el trato de un hijo adoptado se podría explicar porque, cuando ella se casó con el sucesor al trono, su hermanastro Tutmosis II, no pudo darle un hijo. Tutmosis II murió tras un corto reinado. Su sucesor, Tutmosis III -cuya madre fue una de las chicas del harén- fue el más grande de los reyes guerreros de Egipto, un antiguo Napoleón, según la opinión de algunos expertos. De sus 17 campañas en tierras extranjeras para obtener tributos y cautivos para sus principales obras de construcción, la mayoría se llevaron a cabo en Canaán y Líbano, llegando por el norte hasta el río Eufrates. Creemos, como sostenían T. E. Peet (Egypt and the Old Testament) y otros a principios del siglo XX, que fue este faraón, Tutmosis III, el que esclavizó a los israelitas; pues en sus expediciones militares llegó a alcanzar por el norte las tierras de Naharin, el nombre egipcio de la región del alto Eufrates que la Biblia llama Aram-Naharim, donde seguían viviendo los parientes de los patriarcas hebreos; y esto bien pudo explicar el temor del faraón (Éxodo 1:10) de que «cuando haya guerra, ellos [los israelitas] se unirán a nuestros enemigos». Y sugerimos que fue de la sentencia de muerte de Tutmosis III, de la que escapó Moisés al desierto del Sinaí, tras enterarse de sus orígenes hebreos y ponerse abiertamente del lado de su pueblo. Remontándonos con nuestros cálculos, intentaremos establecer ahora la fecha en que los israelitas llegaron a Egipto. La tradición hebrea afirma que estuvieron allí 400 años, de acuerdo con lo dicho Por el Señor a Abraham (Génesis 15:13-14); lo mismo se dice en el Nuevo Testamento (Hechos 7:6). Sin embargo, el Libro del Éxodo dice que «la estancia de los Hijos de Israel que vivieron en Egipto fue de «cuatrocientos treinta años» (Éxodo 12:40-41). El calificativo de «estancia» con las palabras «que vivieron en Egipto», quizás se hiciera para distinguir entre los josefitas (que habían vivido en Egipto) y las recién llegadas familias de los hermanos de José, que simplemente llegaron para «residir». Si esto fuera así, la diferencia de treinta años se podría explicar por el hecho de que José tenía treinta años de edad cuando se le convirtió en Principal de Egipto. Esto dejaría intacta la cifra de 400 años de estancia de los israelitas (más que de los josefitas) en Egipto, y sitúa el acontecimiento en el 1833 a.C. (1.433 + 400). La siguiente pista se encuentra en el Génesis 47:7-9: «Y José llevó a Jacob, su padre, y lo presentó ante el faraón... Y el faraón le dijo a Jacob: ¿Qué edad tienes?, y Jacob le dijo al faraón: Los días de mis años son ciento treinta». Jacob, por tanto, nació en 1963 a.C. Ahora bien, Isaac tenía sesenta años de edad cuando nació Jacob (Génesis 6:26); e Isaac le nació a su padre Abraham cuando éste tenía 100 años (Génesis 21:5). Así pues, Abraham (que vivió hasta los 175 años) tenía 160 años cuando nació su nieto Jacob. Esto sitúa el nacimiento de Abraham en el 2123 a.C. El siglo de Abraham -los cien años que van desde su nacimiento hasta el nacimiento de su hijo y sucesor, Isaac- fue, por tanto, el siglo que presenció el auge y la caída de la Tercera Dinastía de Ur. Nuestra lectura de los relatos y la cronología bíblica sitúa a Abraham justo en medio de los trascendentales acontecimientos de aquellos tiempos -no como un mero observador, sino como participante activo. En contra de las afirmaciones de los que abogan por el criticismo bíblico, y que dicen que, con el relato de Abraham, la Biblia pierde el interés en la historia general de la humanidad y de Oriente Próximo para concentrarse en la «historia tribal» de una nación en particular, la Biblia continúa relatando, de hecho, acontecimientos de la mayor importancia para la humanidad y su civilización (como ya hiciera con los relatos del Diluvio y de la Torre de Babel); nos relata una guerra de características sin precedentes y un desastre de singular naturaleza; acontecimientos en los que el patriarca hebreo jugó un importante papel. Es el relato de cómo se salvó el legado de Sumer, cuando el mismo Sumer fue condenado. A pesar de los numerosos estudios que se han hecho acerca de Abraham, lo cierto es que todo lo que sabemos de él es lo que nos encontramos en la Biblia. Perteneciente a una familia que remonta sus antepasados al linaje de Sem, Abraham -llamado al principio Abram - era hijo de Téraj, siendo sus hermanos Harán y Najor. Harán murió a temprana edad, cuando la familia vivía en «Ur de los Caldeos». Allí se casó Abram con Saray (que después se llamaría Sara). Entonces, «Téraj tomó a su hijo Abram, a su nieto Lot, el hijo de Harán, y a su nuera Saray, la mujer de su hijo Abram; y partieron y fueron desde Ur de los Caldeos hasta la tierra de Canaán; y fueron hasta Jarán, y moraron allí». Los arqueólogos han encontrado Jarán, Harran («La Caravanera»). Está situada al noroeste de Mesopotamia, en las estribaciones de los Montes del Tauro, y fue un importante cruce de caminos en la antigüedad. Del mismo modo que Mari controlaba la entrada meridional desde Mesopotamia a las tierras de la costa mediterránea, Jarán controlaba la entrada de la ruta septentrional a las tierras de Asia occidental. En los tiempos de la Tercera Dinastía de Ur, Jarán marcaba la frontera entre los dominios de Nannar y los de Adad, en Asia Menor, y los arqueólogos han descubierto que era un reflejo de Ur, tanto en su diseño como en su culto a Nannar/Sin. En la Biblia no se da ninguna explicación a la partida de Ur, ni tampoco se dice el momento, pero podemos suponer las respuestas si relacionamos su partida con los acontecimientos de Mesopotamia en general y de Ur en particular. Sabemos que Abraham tenía setenta y cinco años cuando, más tarde, fue de Jarán a Canaán. Por lo que se sugiere en la narración bíblica, la estancia en Jarán debió ser larga, y nos ofrece la imagen de un Abraham joven y recién casado cuando llega a Jarán. Si, según nuestros cálculos, Abraham nació en 2123 a.C, tendría diez años cuando Ur-Nammu ascendió al trono de Ur y cuando a Nannar se le confió la administración de Nippur. Y tendría 27 años cuando Ur-Nammu perdió inexplicablemente el favor de Anu y Enlil, muriendo en un distante campo de batalla. Ya hemos descrito el traumático efecto de aquel acontecimiento sobre la población de Mesopotamia, el golpe que supuso en su fe en la omnipotencia de Nannar y la fidelidad de la palabra de Enlil. El año de la caída de Ur-Nammu fue el 2096 a.C. ¿No pudo ser el año en que, bajo el impacto del acontecimiento o como consecuencia de él, Téraj y su familia dejaron Ur en dirección a un destino lejano, Jarán, el Ur lejos de Ur? A lo largo de todos los años que siguieron, con el declive de Ur y la inmoralidad de Shulgi, la familia permaneció en Jarán. Después, súbitamente, el Señor actuó de nuevo: Y Yahveh le dijo a Abram: «Vete de tu país y de tu lugar de nacimiento y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré»... Y Abram partió, tal como le había dicho Yahveh, y Lot se fue con él. Y Abram tenía setenta y cinco años cuando dejó Jarán. Tampoco aquí se nos da razón alguna para tan crucial mudanza. Pero la pista cronológica es de lo más reveladora. Abraham tenía 75 años de edad en el 2048 a.C. -¡el mismo año de la caída de Shulgi! Debido a que la familia de Abraham (Génesis 11) era la continuadora directa del linaje de Sem, se ha considerado a Abraham como semita, aquél cuyo origen, herencia cultural y lengua son semitas, a diferencia (en la mentalidad de los expertos) de los súmenos no semitas y de los posteriores indoeuropeos. Pero, en un sentido bíblico original, todos los pueblos de Mesopotamia eran descendientes de Sem, tan «semitas» como «sumerios». No existe nada en la Biblia que sugiera, como algunos expertos han empezado a sostener, que Abraham y su familia fueran amoritas (es decir, semitas occidentales) que llegaron como inmigrantes a Sumer para volver después a su lugar de origen. Por el contrario: todo indica que se trataba de una familia enraizada en Sumer desde sus comienzos, una familia que, súbitamente, tuvo que desarraigarse de su país para mudarse a una tierra extraña. Las correspondencias entre los dos acontecimientos bíblicos y las fechas de dos importantes acontecimientos sumerios -y de otros más por venir- nos indican una conexión directa entre todos ellos. ¡Abraham no aparece como el hijo de unos inmigrantes extranjeros, sino como el vástago de una familia directamente implicada en los asuntos de estado sumerios! Los expertos, en su búsqueda de respuestas a la pregunta de «¿Quién fue Abraham?», se han aferrado a la similitud entre su designación como hebreo (Ibrí) y el término Hapiru (que en Oriente Próximo se pudo transformar en Habiru), que es como los asirios y los babilonios de los siglos XVIII y XVII a.C. llamaban a las bandas de saqueadores semitas occidentales. A finales del siglo XV a.C, el jefe de una guarnición egipcia en Jerusalén pidió refuerzos a su rey para defenderse de los Hapiru. Y los expertos se han aferrado a todo esto como evidencias de la hipótesis de que Abraham era un semita occidental. Sin embargo, muchos expertos dudan, y piensan que este término no denota un grupo étnico en absoluto, preguntándose si esta palabra no sería un sustantivo descriptivo que significara, simplemente, «merodeadores» o «invasores». La idea de que Ibri (evidentemente, del verbo «cruzar») y Hapiru tengan algo que ver, entraña problemas filológicos y etimológicos sustanciales. También existen grandes inconsistencias cronológicas, todo lo cual nos lleva a plantear serias objeciones a la solución sugerida sobre la identidad de Abraham, en especial cuando los datos bíblicos se comparan con la connotación de «bandido» que tiene el término Hapiru. Así, la Biblia habla de incidentes relativos a los pozos de agua, que demuestran que Abraham ponía mucho cuidado en evitar los conflictos con los habitantes de los sitios que atravesaba en su viaje a Canaán. Y, cuando Abraham se ve involucrado en la Guerra de los Reyes, se niega a recibir su parte del botín. Ésta no es la conducta de un bárbaro merodeador, sino la de una persona de elevadas normas de comportamiento. Al llegar a Egipto, Abraham y Sara son llevados a la corte del faraón; en Canaán, Abraham acuerda tratados con los gobernantes locales. No es ésta la imagen de un nómada que saquea las poblaciones de otros; es la imagen de un personaje de elevada reputación, hábil en la negociación y en la diplomacia. A partir de estas consideraciones, Alfred Jeremías, por entonces un importante asiriólogo y profesor de historia de la religión en la Universidad de Leipzig, anunció en la edición de 1930 de su obra maestra Das Alte Testament im Lichte des Alten Orients que «en su constitución intelectual, Abraham era sumerio». Jeremías amplió esta conclusión en un estudio de 1932 titulado Der Kosmos von Sumer. «Abraham no era un semita babilónico, sino sumerio». Y sugirió que Abraham encabezó a los Fieles cuya reforma buscaba elevar a la sociedad sumeria a niveles religiosos más altos. Estas ideas resultaban audaces en una Alemania que estaba presenciando el auge del Nazismo, con sus radicales teorías. Poco después de la subida al poder de Hitler, las heréticas sugerencias de Jeremías fueron fuertemente criticadas por Nikolaus Schneider en una réplica titulada War Abraham Sumerer? En ella, decía que Abraham ni era sumerio ni era hombre de ascendencia pura: «Desde la época del reinado del rey acadio Sargón en Ur, la patria de Abraham, no hubo nunca una población puramente sumeria, ni una cultura sumeria homogénea». Los posteriores trastornos y la Segunda Guerra Mundial cortaron cualquier debate sobre el tema. Lamentablemente, la línea que Jeremias discerniera ya no se ha vuelto a tomar. Sin embargo, todas las evidencias bíblicas y mesopotámicas nos dicen que Abraham fue, sin duda, sumerio. El Antiguo Testamento nos proporciona, de hecho (Génesis 17:1-16), el modo y el momento en que Abraham se transformó, de noble sumerio, en un potentado semita occidental, tras la alianza establecida con su Dios. En un ritual de circuncisión, su nombre sumerio AB.RAM («Amado del Padre») se cambió por el acadio/semita Abraham («Padre de una Multitud de Naciones») y el de su esposa SARAI («Princesa») se adaptó al semita Sarah. Fue entonces, a los 99 años de edad, cuando Abraham se convirtió en «Semita». Para descifrar el antiquísimo enigma de la identidad de Abraham y de su misión en Canaán, tendremos que buscar las respuestas en la historia, las costumbres y la lengua sumerias. ¿No resulta ingenuo pensar que, para su misión en Canaán, para el nacimiento de una nación, y para el gobierno de todas las tierras desde la frontera de Egipto hasta la frontera de Mesopotamia, el Señor eligiera a alguien al azar, designara a cualquiera que circulara por las calles de Ur? La joven con la que se casó Abraham llevaba el nombre-epíteto de Princesa; dado que era hermanastra de Abraham («En verdad, es mi hermana, la hija de mi padre, pero no la hija de mi madre»), podemos dar por seguro que, o bien el padre de Abraham, o bien la madre de Sara, eran de ascendencia real. Del hecho de que la hija de Harán, el hermano de Abraham, llevara también un nombre real (Milkha -«Regia»), se deduce que los antepasados reales provenían del padre de Abraham. Así pues, la familia de Abraham debía pertenecer a uno de los más altos escalafones de las familias de Sumer; gente de noble proceder y elegante porte, como se puede observar en las distintas estatuas sumerias (Fig. 98). No sólo era una familia que podía reivindicar ser descendiente de Sem, sino que también dispondrían de registros familiares que remontarían su linaje a través de generaciones de primogénitos: Arpakshad, Shélaj y Héber; Péleg, Reú y Serug; Najor, Téraj y Abraham; ¡los registros históricos de la familia se remontaban en el tiempo nada menos que tres siglos! por Zecharia Sitchin
Posted on: Tue, 29 Oct 2013 18:26:13 +0000

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