ALGUNOS APUNTES, AL PASO NOMAS Uno es al cabo de su vida muchas - TopicsExpress



          

ALGUNOS APUNTES, AL PASO NOMAS Uno es al cabo de su vida muchas personas en una sola. El resumen de todas esas vidas llega al final del recorrido, me dijeron una vez. No estoy seguro que sea cierto. Mientras tanto, si me pongo a escribir y pensar qué es lo que soy, tengo claro que soy muchas cosas. Entre otras, soy el hijo de Fito e Isabel, el nieto de la Yaya que fue mi abuela sin serlo (pero más abuela que ninguna) con su pierna siempre lastimada y su sonrisa a cuestas pese a todo, el cuadro de Evita en la cabecera de su cama y su explicación sencilla (“nosotros somos de ella, porque ella fue de nosotros”). Soy la abuela Petra con sus perros y sus rezongues, sus historias de cocinera en Manantiales, sus hermanos en la herrería y sus hermanas todas Canatelli por acá y por allá. Soy la familia bien Giribaldi a la italiana reunida en largas mesas, con tíos, tías, primos, primas, amigos de los tíos y vecinos siempre convidados, la navidad en lo del tío Federico y el 25 en el Monte Brown, todos arriba del camión con las ollas de ensalada de frutas y el asado frío. Los gritos del tío Horacio, un buen pedal del tío Aldo que merecido lo tenía porque como un burro laburaba en esa fábrica a la que le dio media vida, la seriedad del tío Quequi, el tío Cacho y aquel viaje eterno a su General Villegas, y la picardía de mi viejo y sus ojos claros. Soy mi vieja con delantal blanco de docente eterna, los viajes a buscarla a Giribone, a la escuela 13, los picados con sus alumnos en el patio de la 9 y los años mayores ya en la comodidad del Palacio. Soy también los viajes al campo, a Manantiales, ver en la curva el rancho abandonado que fue hogar de mi viejo pibe, el Padrino Vasco Serena querido, la tía Mirta más Enrique, Héctor y Carlitos, los cuentos de cuadreras, los gritos del Negro Novoa, las picarescas de los amigos de mi viejo, entre otros el Pulga, el stud de los Ochoa, los cuidados de Moralito para el “Fiaca” que alguna carrera ganó, los años iniciales de compañía de mi viejo tachero, el flan con dulce en lo de la “Negra” Ugarte. Soy las cocinas Istilart, los viajes al norte, las salamandras, los camiones Scania y Bedford que mi viejo manejaba y yo acompañaba con mi primo Horacito, las bromas a sesenta kilómetros por hora en la Calchaquí de regreso a casa con caja de camión vacía de cartones, hierros, chapas y plásticos, con carteles de inmobiliaria Cordero que mi viejo impostaba cual locutor radial, en lo que ahora imagino pudo ser mi primera orientación vocacional. Soy la tía Nona que siempre estuvo, la tía Raquel que nunca dejó de faltar y la tía Nilda que también cuenta, como la tía Lucía y su condición preexistente de amiga de mamá de la infancia; soy también -como que no- la querida tía Pirita enojada por tener que lavar las camisetas de Alumni, más su cuñada la tía Mary con ese aire de Tita Merello que siempre me subyugó y sobre todo por su historia criminal de la que escuchaba parando la oreja entre los grandes; y más acá en la adolescencia soy la tía Lili, el tío José, Gabriela y Manolo, pero todo ello es más adelante. Soy el tío Tino que era hermano de mi mamá sin serlo, y su esposa la tía Hilda que fue mi madrina con su casita de cuento de hadas de la calle Ecuador, y mis primos Miguel y Julio César a los que quise y quiero. Soy el abuelo Claudio Constantino y su imagen atrapado y puteando en la parte de arriba del portón del galpón viejo de maderas más viejas que estaba en el fondo de la casa de una polvorienta calle Misiones, donde hoy mi hermana Daniela tiene un moderno quincho y del rancho de los abuelos sólo quedó el recuerdo. Soy mis hermanas Karina y su polenta para todo, Daniela con su folclore a cuestas, María del Carmen con su ilusión eterna, María Eugenia con sus sueños, y todas ellas con sobrinos, sobrinas, cuñados y más parientes que trajeron con los años. Soy el abuelo Julio Argentino y su diario La Razón, con sus anteojos en la punta de la nariz y su jubilación de mecánico, más su copa de corredor de autos y el descubrimiento de que se podía ser de otra cosa que no fuera Boca o River, porque el padre de mamá era de… Racing. Soy el recuerdo de 1978 y mis ocho años no por el Mundial que casi no vi porque aún el fútbol no era otra cosa que la pelota en el parque, sino por su muerte previo paso por el hospital de Lezama, cuando ese hospital era de para desauciados. Ese día supe que la gente se moría. Soy el jardín de infantes en el Nro. 3 de Dolores y Colón, con las patadas a una muy joven Susana Ferrante, de piernas con moretones por mis golpes. La escuela primaria en el Corazón de María empezando en el ´76, sin saber siquiera que otros morían cuando yo cargaba mi portafolios marrón con dos cuadernos y una cartuchera. Laura como maestra en primer grado, Cecilia Lens en cuarto, más de grande Alicia Girotti y Beatriz Giacobone en la etapa de materias por áreas, y siempre Raquel Tolosa como directora con Juani Busso como vice. Soy la infancia más hermosa que pueda tenerse, con el parque y la pelota, los mellizos Langono más sus hermanos, Rodolfo Borona y Roberto Francese, Agustín Cabral y todos jugando al fútbol. La isla de Guilligan en la tele a la hora del Toddy, el dulce de leche como un manjar de La Gandarense que sólo los mellizos gozaban a diario porque papá “Pelusa” era empleado de Telefónica, y eso daba un plus, qué joder… soy también el conocer las carencias cuando para jugar a la pelota rompía un par de alpargatas cada tres días, de las que Iñurrieta le fiaba a mi viejo que después me di cuenta buscaba el mango con desesperación por las calles de un pueblo de un país donde Martínez de Hoz cerraba fábricas y daba entrada al “deme dos”. Soy de los que vivió esas carencias con alegría, con mi vieja invitándonos a jugar al restaurante, cenando cémola o mate cocido, o maicena, para disimular los faltantes. Soy de la libreta en el almacén de Castelli casi Mendoza, donde era mejor que te atendiera Naqued y no tanto Porota, vieja de mala cara pero corazón grandote. Soy también del carnicero Gonzalito, en esa esquina exacta, al lado del conventillo donde después vino a vivir Obdulio y enfrente a donde vivían los Capasso, el que te cortaba las milanesas siempre con un comentario al paso. Soy también el del recuerdo que no tengo del pingüino mascota en mi casa cuando era yo un bebé que gateaba en el patio de tierra, con la pared de adobe que nos separaba de Lutteri, austral mascota, sí señor, de la que sólo quedó una foto conmigo de cachorro a su lado, y de la que ahora pienso puede tomarse como un presagio de mis convicciones políticas del siglo XXI. Pero eso es otra historia. Soy la laguna descubierta en el balneario Lamadrid, la gente llenando las dos escaleras de un lado y del otro, la aventura de irnos solos a la redonda donde estaban los más grandes. El de las cañas cortadas del cañaveral del fondo de lo de Pedernera que aprendimos a hacer incluso para vender, con tanza y anzuelos que nos vendía el Keke Vieyra o su esposa Noemí; el de las lombrices que poníamos en vasos de plástico para vender en la costanera. Soy el que con los mellizos, una pala y una carretilla cortábamos panes de pasto en el parque Libres del Sur, para ponerlo en la puerta de lo de Juanita Iriarte y cobrarle a la mamá del “Clota” unos pesos (aún está ese pasto firme, en su lugar). El de los interminables partidos de Damas al rayo del sol y al costado del agua en verano, o en los pilares de donde ahora está el kiosco de Julio. El de las jornadas de pesca cuando con la mojarrera y entre cuatro se podían sacar de La Bajadita ciento cincuenta o doscientos dientudos y pequeños pejerreyes en tres o cuatro horas, que invariablemente terminaban en el sartén para golosa fritanga. Soy el que con diez años y los amigos de siempre podía dar la vuelta a la laguna caminando, desandando los más de treinta y cuatro kilómetros descubriendo pajonales, espiando pichones y levantando polvareda en un camino polvoriento (porque no había asfalto, seguro se acuerdan). O el que con los mismos diez años podíamos juntar chatarra en el fondo de mi casa para venderla y juntar unos pesos que distribuíamos entre todos. Soy los desafíos al fútbol en el parque de la Lamadrid que todavía no era Perón, en los que nos cruzábamos con Mirito, Orlando y “Ojota” Freyre, Correa, Vanzato, el malogrado Ruiz que se nos murió cortando el pasto de adolescente, y tantos otros. Nosotros con Juampa al arco, Roberto y Rodolfo, Gustavo Meek Milla Jovovich yo más el otro mellizo y Perico arriba, a los que se podían agregar cualquiera de los Villaverde, alguno de los Pettina o Martín Ibarra, para darle a la pelota hasta que la luz decía basta. Soy en simultáneo a todo eso de mi primera década de vida, la escuela primaria en el “B” con Fernando Mir, Kuki Ugarte, los repetidores de Duarte y Casaretto, pero también los Surdo, el “Negro” Saade que llegó de la 8, Néstor Arrarás, el Ratón Domínguez, Fernando Bona, más las mujeres entre las que se alistaban Marisa Mirande, Claudia Flores que se nos volvió a Quilmes y varias otras. Soy como puede verse y como bien dice el “Negro” Dolina, muchas personas en una sola, y muchas más de las descriptas aquí son las que quedan sin mencionar, para llegar al presente de María siempre María y Román y sus ojos por los que veo el mundo de otra manera. Pero esas que faltan, que son muchas más quedó dicho, quedarán para otro momento en que el teclado llame y los dedos se deslicen entre las letras. Listo por hoy. Hasta mañana JULIO GIRIBALDI
Posted on: Wed, 06 Nov 2013 01:08:52 +0000

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