ANT FELIU DE GUIXOLS 3 Para no contrariar alguno de los miembros - TopicsExpress



          

ANT FELIU DE GUIXOLS 3 Para no contrariar alguno de los miembros de mi familia que aparece citado en el relato que sigue, vaya por delante que soy un escritor que me debo principalmente a mis lectores, independientemente de cuál sea el parentesco que me una a ellos, de tal manera que faltar a la verdad para no molestar o maquillar comportamientos deplorables sería incurrir en tergiversaciones intolerables que un profesional como yo no se puede permitir. Si antes de ayer recibimos la visita de nuestros amigos Jose e Imma, ayer nos visitó una representación numerosa de esta familia mía de gitanos, feriantes y tahúres. Qué diferencia. Mientras que en compañía de nuestros amigos la jornada transcurrió apaciblemente, el encuentro con mi familia resultó poco menos que traumático, como seguramente podréis constatar en la sección de sucesos de cualquier telediario de hoy. Con Jose e Imma renunciamos a la playa y nos limitamos a deambular por el pueblo sin rumbo fijo, pues había salido un día nublado y caía una lluvia fina y esporádica. Tomamos una copa aquí y otra allá, y nos codeamos con personajes preclaros del Empordà, como la baronesa Tita Cervera, que, a media tarde, descendió de un vehículo que se había parado a nuestro lado, en compañía de sus dos hijas, dos mucamas filipinas, y los guardaespaldas de rigor, y todos, como una familia variopinta y feliz, se dirigieron al paseo marítimo para que las niñas se montaran en las atracciones, pues estos días tiene lugar la fiesta mayor de Sant Feliu de Guixols. Es muy habitual cruzarse con la baronesa por las calles del pueblo, más aún si es la fiesta mayor. Sin ir más lejos, el año pasado Martina compartió atracción con las hijas de Tita, y con la excusa de fotografiar a su nieta, mi suegra no paró de tomar fotos de la baronesa y, sobre todo, de Martina junto a las hijas de la baronesa, para poseer documentación gráfica que demuestre delante de sus amigas que Martina se relaciona con lo mejorcito de la nobleza ampurdanesa. A mí, la verdad, me complació bastante que las filipinas siguiesen siendo las mismas que el año pasado, y que los guardaespaldas siguiesen siendo los mismos que el año pasado, y el chófer y la monovolumen de la que se habían apeado fuese, asimismo, los del año pasado. Es decir, constituyó un alivio que Tita hubiera renovado los contratos a sus empleados, pues eso constituía un síntoma de que los problemas de liquidez anunciados el año pasado en los medios de comunicación habían sido finalmente solventados gracias a la venta de un cuadro por unos cuantos milloncejos de euros. Los ciudadanos de Girona, de Sant Feliu de Guixols y yo mismo hemos respirado con alivio al saber que Tita, nuestra Tita —el trato frecuente con la baronesa me permite adoptar esta fórmula familiar—, no caerá en la indigencia ni se verá obligada a recurrir a mi Seat Ibiza para procurarse un vehículo que la traslade de un lado a otro del pueblo, pues de ser así me vería obligado a limpiar el Ibiza, dando por concluida una tradición familiar que ya dura 13 años y que consiste en dejar que detritos de todo orden se acumulen dentro del coche, y así poder aspirar, con serias opciones de triunfo, al título de Coche Puerco del Año. Y ayer, ya digo, nos visitó parte de mi familia. Nos citamos en el Golfet de Calella de Palafrugell, un paraje bellísimo a los pies de una montaña cortada y rocosa, cubierta de una red metálica para prevenir los deslizamientos de tierra y rocas que tienen lugar con cierta frecuencia. En lo alto, recortado contra el cielo, los árboles procuran a la montaña un perfil dentado y abrupto, con los troncos de los pinos retorcidos sobre sí mismos como si padecieran por dentro un dolor intenso y permanente que se prolonga desde el principio de los tiempos. El Golfet es una cala pequeña, y, por tanto, la superficie de arena de la que pueden gozar los bañistas es reducida, de tal manera que se llena en seguida y es muy complicado plantar una sombrilla. Y si es complicado plantar una, cómo no será si vas pertrechado de diecisiete, que son las que reunimos los ciento treinta y un miembros de mi familia que nos citamos ayer. Había toda suerte de parentesco: hermanos, hijos, padres, primos, tíos, tíos abuelos, sobrinos, cuñados. Y todos cargados con comida abundante, no fuera que hubiera peligro de perecer de inanición: tortillas de patatas, ensaladilla rusa, cocido, ensalada de arroz, bocadillos, patatas fritas, palomitas, olivas, patatas bravas, pastel de queso, tarta de manzana, brazo de gitano, helado, y repostería sin gluten de Milola, la pastelería de mis hermanas. Aquello no era un día de playa: era La Feria Nacional de Gastronómica de los García. Para escándalo de mi hija Martina, que suele comer con el dedo meñique levantado, pela las gambas con cubiertos de plata, eructa silente, y expele ventosidades de forma tántrica, para adentro, mis sobrinos se comían el fuet de Vic a dentelladas, no solo no le quitaban la piel, sino que se tragaban el envoltorio de plástico. Engullían hasta el cordón, que luego les asomaba en la comisura del labio durante horas, como si tuvieran un tampax en la boca. La pieza diminuta de aluminio que de normal viene enganchada en el cordel del fuet, se la dejaban en la boca y la utilizaban para matar gaviotas a perdigonazos. La escupían contra los bichos, que, heridas de muerte, caían del cielo a peso y acababan sin desplumar en el fondo de la olla del cocido. En un momento dado, mi cuñado Miguel se llevó a la boca un puñal con filo de sierra tan grande como una tabla de surf, y trepó montaña arriba y se perdió en los pinares, y al poco regresó con un jabalí echado sobre el hombro, que, cómo no, asó allí mismo, en una hoguera que improvisó en la arena. A la manera de los indios apaches o sioux, mis sobrinos más pequeños lucían la mejilla pintada con la sangre del jabalí, y bailaban en corro alrededor de la hoguera, recitando la letra de la canción «Tengo un tractor amarillo». La situación era embarazosa. La relación con los vecinos de toalla era todo menos amistosa. Como la mayoría eran extranjeros, al final, al objeto de limar asperezas y para que no se llevaran una imagen distorsionada de los españoles, decidí organizar un partido de fútbol entre once miembros de mi familia y un combinado de naciones. Fue peor el remedio que la enfermedad: como el público que llenaba las «gradas» lo constituía los ciento veinte miembros restantes de la familia, gran parte del encuentro lo dedicaron a arrojar toda clase de objetos contra el equipo visitante, incluido el esqueleto del jabalí, y las cabezas con los ojos desorbitados de las gaviotas muertas. Procede aclarar, en descargo de mi familia, que todas las fechorías y travesuras que perpetra la saga García no ha sido jamas producto de una acción deliberada, alevosa, sino que, desgraciadamente, somos resultado de un defecto genético que posiblemente se remonta a mi padre. Yo mismo pude haber sido víctima de él si no hubiera mediado el azar o la suerte. Ahora que estamos en días de feria he vuelto a recordar aquella época de la infancia, aquí en Sant Feliu de Guixols, en que mi único aspiración en la vida era trabajar como feriante, concretamente en los autos de choque. Se me pasaban las horas sentado en aquellos extraños asientos incomodísimos, escuchando las canciones de los Chichos, de Tino Casal, de Miguel Ríos, de Rod Stewart, mientras contemplaba, embelesado, a aquellos jóvenes que trabajaban desatascando con un destornillador diminuto la ranura por la que se introducían las fichas. Para mí eran poco más que unos héroes que se jugaban la vida a diario, viajando en la parte posterior de un auto de choque, saltando de un coche a otro, agarrados a la barra, en lo alto de la cual siempre chisporroteaba una luz intermitente que se proyectaba sobre sus cabezas y le procuraba a esos valientes un aspecto como de figura mitológica. Si, como digo, no hubiera mediado el azar o un rapto de lucidez de última hora y me hubiera dejado tentar por esa profesión, hoy en día quizá no estuviera escribiendo esto ni sería el escritor famoso que soy. Ah, los designios del destino son inescrutables.
Posted on: Mon, 05 Aug 2013 17:47:17 +0000

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