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AQUI MAS DE LA GRAN HISTORIA DE UN PUEBLO HERMOSO Ciénega de Mata Dicen que esta hacienda nació como una regalía, en tiempos de la conquista y Evangelización de la Nueva España… Servicios muy señalados a la Corona; intrigas y desaveniencias entre los conquista­dores; el afán de premiar a alguien o de retirarlo gentilmente de la acción dominadora… Dicen que hubo una concesión del rey para los primitivos dueños de esta hacienda: que fueran a subirse al cerro más alto de la comarca, que tendieran los ojos por todos los rumbos del horizonte… hasta allá, sí, hasta aquel filo azul que se columbra a la distancia: todo iba a ser de ellos, que pusieran sus mojoneras en aquellos límites. Quienes conocen los antecedentes de lo que fue Ciénega de Mata se hacen lenguas y no acaban de ponderar la magnificencia que alcanzó. Dicen que está entre las cinco más grandes que hubo en México, considerando entre ellas las de San Juan del Rio, Durango, Querétaro y Chihuahua. Grande fue Ciénega de Mata en distancia y estancia. A lo primero, señalan su límite, por Aguascalientes en la línea de río Grande, colindando con las posesiones del Conde de Rul y con la hacienda de Peñuelas del señor Dosamantes. Por Jalisco, abarcaba todo lo que hoy pertenece a Lagos de Moreno y cubría grandes extensiones de San Luis Potosí, Zacatecas y Guanajuato. Entre los autores que se han ocupado de estudiar las haciendas mexicanas, Joaquín García Lazo, dice que “cabecera de lo que fue un Mayorazgo Colonial, lo es sin duda, la Hacienda de Ciénega de Mata en el Estado de Jalisco, fundado dicho Mayorazgo a mediados del siglo XVI por la familia Rincón Gallardo quienes conservan hasta la fecha esta hermosa propiedad”. El canónigo Luis Enrique Orozco dice que el apellido “Mata” que da nombre a la hacienda corresponde al primitivo dueño español y que fue a principios del siglo XVll cuando adquirió estos dominios el licenciado don Pedro Rincón de Ortega, de quien arranca ya la sucesión de los Rincón Gallardo. Y apunta todavía que en documentos coloniales llega a mencionarse ésta como “Hacienda del Rincón”. Nosotros no vamos a tomar parte en puntualidades históricas que convienen al melindroso especialista y no a los términos de una estampa: lo que vimos, lo que oímos, lo que dejó en nosotros esta maravillosa Hacienda. Antes que el alba ya íbamos desde Lagos por la carretera de San Luis. Se columpiaba el camino entre las sombras dándonos a veces la sensación angustiosa de quien se precipita al vacío. Testimonio espléndido de una época, de un estilo, de unas modalidades de vida que dejaron huella en nuestra historia Luego empezó a aclarar poco a poco el cielo. Ya podíamos contemplar a los bordos del camino, en el pasto y los pedregales, las manchas blancas de hielo crudo que dejaba aquella terrible helada. A medida que se iluminaba el ambiente desconocíamos o reconocíamos el paisaje norteño: cactos retorcidos, yucas espléndidas y unas planicies interminables que iban a llegar hasta los límites donde el cielo empezaba a pintarse de rojo. Sesenta kilómetros hay de Lagos a Ojuelos. Cuando llegamos aquí el aire se enrojeció tan vivamente, que nos vimos envueltos en las llamas de aquel extraño amanecer de tierras del norte. Todavía aquí, hubimos de caminar cosa de cuarenta kilómetros, ahora por el camino hacia Aguascalientes, para llegar a Ciénega de Mata. Vegas retoñadas, arboledas y campos de alfalfa van bordeando el camino hasta el punto donde una enorme presa puso un espejo de agua a las luces del amanecer. Del otro lado de esta presa y saltando entre pedregales tuerce por un pequeño cerro, la brecha que lleva hasta la hacienda. Está escondido el caserío y las edificaciones magníficas que pertenecen a Ciénega de Mata. Nadie pudo imaginar que allí fuera a construirse tan sorprendente fábrica. Barrían y regaban las calles del poblado.Ahora está buena parte de las extensiones de Ciénega de Mata en posesión de cinco ejidos que tienen aquí su más importante centro vecinal. Pórtico de la iglesia de Ciénega de Mata, construida por el mismo arquitecto que dirigió la iglesia del Señor del Encino y la Catedral de Aguascalientes La primera estampa es de un pueblo sin significación. Pero luego se sorprende uno de la arquería, del edificio de la hacienda, de su maravillosa iglesia en un alado y transparente barroco, de las trojes con arcadas y ventanales como de una catedral. A todo esto, tratamos de entablar conversación con los vecinos, buscar el conducto indicado para obtener permiso de conocer el interior de aquel palacio. Obtuvimos sólo evasivas, datos muy generales y en ninguna forma el medio de conocer detenidamente la hacienda. Todo fue a solucionarse cuando el sacerdote del lugar, Pbro. Ramón Miramontes, lleno de bondadosa gentileza, hizo a un lado sus ocupaciones para mostrarnos el templo y recomendar y pedir él mismo al guardián de la hacienda nos permitiera acceso a las dependencias de ésta y todavía nos proporcionó los datos que él ha llegado a recoger sobre los antecedentes de este singular Mayorazgo. El frontispicio de la iglesia que se comenzó a construir en 1743 y se terminó en 1770, ofrece valores arquitectónicos de extraordinaria belleza. Nos dice el padre Miramontes que fue construída bajo la dirección de un sacerdote jesuita, por el mismo arquitecto que construyó el templo del Señor del Encino y la Catedral de Aguascalientes. Y nos hace notar el detalle de las Cinco Personas que constituyen el motivo principal del frontispicio: Jesús, María, José, Joaquín y Ana, que sostienen sus relieves sobre los signos heráldicos de los Rincón y Gallardo. El frontispicio de la iglesia que se comenzó a construir en 1743 y se terminó en 1770. Ofrece valores arquitectónicos de extraordinario valor Esta alusión a las “Cinco Personas”, fue característica del tiempo de la Colonia y todavía, viejecitas de nuestro tiempo, invocan y veneran la “Mano Santa, la Mano Bendita”, significada en estas Cinco Personas. Al parecer, sólo hay en la arquitectura religiosa de la Colonia, otras cuatro iglesias con este piadoso testimonio. Ángeles, figuras ornamentales, moldura­ciones caprichosas, imágenes que no supimos identificar, componen en un barroquismo lleno de levedad y de gracia, este retablo. El interior es amplio y más sobrio. Hay un cuadro inmenso relacionado con las apariciones de la Virgen de Guadalupe, hecho contemporáneo casi de la fundación de la hacienda. Y un altar en el crucero izquierdo, al Señor de 1a Capilla, venerada imagen de Cristo Crucificado, de aquellos Cristos elaborados en pasta de maíz que quedan todavía en muchas iglesias antiguas. Hacia el crucero derecho y tras verja de hierro forjado hay una serie de tumbas y mausoleos de mármol que corresponden a señalados personajes de la familia de los Rincón Gallardo y donde en la sucesión de siglos, fueron consignados los títulos y nobleza de condes y marqueses sepultados en el lugar. Joaquín García Lazo describe esta iglesia diciendo que consta de “planta de cruz latina, con cúpula sobre tambor octagonal rematada por una pequeña linternilla. La hermosa portada consta de tres cuerpos con columnas y estípites, figuras de bulto y en el remate altos relieves. Por su diseño y proporciones sería notable aún localizada en una ciudad importante”. Aspecto exterior de una parte de la Ciénega de Mata. Apenas se adivina desde fuera, la belleza que encierra el interior del edificio El canónigo Luis Enrique Orozco, por su parte, indica que la construcción de esta iglesia realizada por don Francisco Javier Rincón Gallardo tuvo un costo de sesenta mil pesos y afirma que se emplearon quinientos cincuenta marcos de plata en la confección de alhajas y preseas para el culto. Sobre una elevación, a un lado de la hacienda observamos unas ruinas extrañas sobre las que campea un Cristo. Nos dice el padre Miramontes que los vecinos llaman a éste, el Señor del Castillo y nos refiere .que existió aquí un poderoso fortín de sólida y amplia hechura. En tiempos pasados tuvieron los señores de la hacienda poderes militares y reconocimiento muy señalado del gobierno de Huerta, pero al caer el usurpador, desistieron de sus intenciones militares y el fuerte de cal y canto ya no volvió a emplearse. Tiempos después, alguien quiso destruir aquella imponente construcción poniéndole dinamita, pero no logró derrumbar los sólidos muros del redondel, que quedaron a medio demoler y todavía mostrando los rasgos magníficos de su hechura. Entonces colocaron arriba ese Crucifijo de Piedra a quien se venera con el título que dejamos anotado. Hacia el interior de la hacienda, todo es grandeza y esplendor. Se suceden las arquerías realizadas en un lirismo desbordado, en torno al patio principal en cuyo centro hubo una exedra con cuatro relojes de sol, y ahora se ve un pilón enorme de piedras donde florecen con derroche unas matas de geranio. En torno del patio principal se suceden las arquerías realizadas en un lirísmo desbordado Está el Patio de los Naranjos, rodeado de portones y ventanas que corresponden por un lado a dependencias de servicio y por el otro, a estancias y recámaras de la hacienda. Baldosas centenarias en el pavimento se rompen en cuadros simétricos para dejar sitio a unos viejísimos naranjos que todavía amarillean de fruto. Está por fin el Patio de Primo de Verdad, así llamado porque en las estancias que ven a él, nació el célebre personaje de nuestra historia, cuando su padre trabajó aquí como contador de la hacienda. . Don Alfonso Rincón. Gallardo, uno de los sobrevivientes de la familia, ha escrito a propósito de esta edificación: “Ciénega de Mata es una hacienda antigua, con magnífica casa construida en los siglos XVI, XVII y XVIII y que también cuenta con una magnífica iglesia. Ciénega de Mata es en la actualidad exclusivamente ganadera”. Y por cierto, con una simple observación pueden advertirse las sucesivas etapas que corresponden a la edificación. Hay detalles ornamentales sobrepuestos y diferencias apenas sensibles en la calidad de las monolíticas piedras que constituyen las preciosas columnas del patio principal. . Don Candidito es un .señor todo donosura y suavidades en la voz y en el ademán. Lleva treinta años como amo de llaves, guardián y hombre de confianza de los hermanos, Jaime, Eduardo y Alfonso Rincón Gallardo, que se dividen las estancias y compartimientos de la inmensa casona. Estancias de una magnificencia imperial; alfombras, muebles, óleos, cortinajes, candiles que llevan siglos ahí... Ha tenido la atención don Candidito de dejar ciertas labores de aseo que desempeñaba. “Este día toca por suerte que los señores no se encuentran en casa y voy a enseñarles todo, Esto nada más por la recomendación del Padre, si no, no les habría permitido. Hace poco estuvieron unos gringo a suplicarme que los dejara pasar. Y no, y no, y no. Sin autorización de los señores no puedo dejar a nadie”. Don Candidito se relame los labios y da suavidades más delicadas a su voz cuando habla de sus amos. Manifiesta por ellos una entrañable veneración. “Usted cree que no les guarde cariño, si llevo más de treinta años en su servicio. Mire, yo los conocí así de chiquitos…” Hay un orgullo apenas disimulado en la entonación que don Candidito da a sus palabras. Y con esa ufanía, nos lleva y nos trae por todos los rincones de la casa. Estancias de una magnificencia imperial, alfombras rojas, muebles europeos, óleos bellísimos, cortinajes y candiles que llevan siglos puestos ahí, y se conservan en tal perfección y limpieza como si los acabaran de poner. Terrazas amplias sobre la segunda planta y una serie de recámaras amuebladas también en estilo colonial auténtico. Hasta en el caso de una cama nos hace notar don Cándido de Lira, cómo ésta fue construida con los herrajes, maderas y tapices de un antiguo carruaje de la hacienda. Casi todas las salas y recámaras de la hacienda cubren su piso de ladrillo con esteras de tule mandadas hacer a la medida exacta de cada estancia. Baldosas centenarias en el pavimento; se rompen en cuadros simétricos para dejar sitio a unos viejísimos naranjos que todavía amarillean de fruto Una recámara, otra y otra más, hasta pasar sin duda de las cuarenta. Y todas amuebladas en muebles genuinos de los siglos XVII o XVIII, y todas en acomodo, limpieza y uso regular por estos señores que se establecieron aquí con su familia y trabajan en las faenas que corresponden a la atención de los hatos ganaderos y tierras que en diecisiete mil hectáreas les quedaron. Entre estas recámaras hay una conocida tradicionalmente como la “pieza del obispo”, cuyos muros cubiertos de madera negra ofrecen incrustaciones amarillas de hermoso acabado. Así también los roperos, cama, sillones, con el mismo material y la misma decoración. El comedor es de una amplitud y elegancia impresionante. Un candil enorme y aparadores y alacenas con loza de uso: piezas de Sayula, de Talvera y muchos platos de esos que aprecian tanto los coleccionadores de antigüedades. Un platón enorme a la entrada del comedor ostenta el nombre de don Pedro Romero de Terreros fundador del Monte de Piedad y de este mayorazgo. Y por todas partes, cuadros y pinturas de autores famosos de la Colonia. Una colección de temas mexicanistas de Icaza y una serie de óleos de grandes proporciones que nos dicen han sido valuados en doscientos mil pesos cada uno. No se puede medir con las palabras la magnificencia de esta casa, escondida en las sequedades, laderas pedregosas y derivaciones de la presa que llegan hasta sus proximidades. Una de las trojes principales de la Hacienda, levantada con la magnificencia de una catedral; ahora en lastimoso abandono. Para medir la importancia que llegó a tener, baste decir que de Ciénega de Mata, como cabecera de mayorazgo, dependieron noventainueve haciendas menores. Cien menos una, según señalaban las Leyes de la Colonia. Las 99 haciendas se dividían en estancias y éstas todavía en mayores y menores, según el tipo de ganado que se criaba en cada una. Éstas iban pasando a poder de los sucesores de la familia, pero nos aclara el padre Miramontes, las mujeres no tenían derecho a heredar tierras del mayorazgo, sino tan sólo ganado menor con su producto y lo necesario para la crianza, pastos, aguajes, etcétera. Pero así, una estancia de ganado menor llegaba a tener hasta 30,000 cabezas. Entre las estancias, todavía de alguna importancia ganadera que existen a la fecha, nos menciona el padre Miramontes las de Ojuelos, El Sitio, La Estrella, Las Jaulas, El Cerrito, Arriaga, San José de Bernalejo. Y entre las haciendas dependientes de ésta, todavía con vida, las de Chinampas, La Troje, La Paz, El Puerto, La Punta, Tecuán, San Cristóbal, Betulia, etcétera. Aparte de todas las haciendas mencionadas había otras que llamaron Mantillas pues eran el “bolo” o presente que daban los Rincón Gallardo a sus ahijados de bautismo. Así se desparramaron las posesiones o prolongaciones de Ciénega de Mata hasta Lagos de Moreno, cuyas haciendas más famosas como Comanja, Cuarenta, La Merced, Las Animas, pertenecieron a este mismo núcleo. Así se conserva este testimonio de una vida, de un estilo, de unas modalidades que representaron una hegemonía y ahora son un punto de apoyo en el desenvolvimiento agrícola y en la vida de incontables familias campesinas. Aquel título de nobleza del marquesado de Guadalupe que obtuvieron los dueños de la hacienda por fines del siglo XVII, o el nombre de don Carlos Rincón Gallardo, impulsor destacado de la charrería mexicana, por el año de mil novecientos, que además del título de marqués de Guadalupe, ostentaba el de duque de Regla, son ya recuerdos, testimonios arcaicos de un pasado glorioso, del que depende la continuidad, la permanencia de esta hacienda única en todo el país, desde muchos puntos de vista.
Posted on: Fri, 12 Jul 2013 04:57:04 +0000

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