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Acá les dejamos la colaboración de un aficionado sobre lo ocurrido ayer en el Universitario: Cantando bajo la lluvia (Del Uni) Gilberto P. Miranda El equipo anda mal, eso ni dudarlo. Lejanos parecen los días aciagos en que andar mal era la constante. Se acostumbra uno rápido al bienvivir, al sabor de la victoria y la sensación inigualable que brinda el ser respetado por observadores y rivales. Anoché llovió como hace mucho no lo hacía en el campo. Aunque sean maravillas ingenieriles, me disgustan los estadios cerrados; si el deporte es lo más cercano que la modernidad nos ha dejado a lo épico, tiene que lucharse a cielo abierto: ¿Qué hubiera sido del Coliseo romano sin el sol chispeando entre armaduras y filos? Pocas cosas brindan tal sentimiento cinemático como la lluvia. Viene a la mente un fabuloso gol del “Cuqui” Silvera –recientemente retirado- que en medio de una tormenta le anotó a pumas con una maravilla de taquito aéreo tras un centro en la raya de Mario Ruiz, en uno de esos momentos que son la savia que, como lo dijera Galeano, buscamos los mendigos del buen futbol: el milagro de una linda jugadita (youtube/watch?v=Q2nQBB2P02k). He tenido el privilegio de ver jugar a equipos como Boca y Colo-Colo frente a su gente, y cada vez más me parece que ese cariño tribunero –multitudinario y anónimo a la vez- que le profesa la afición de Tigres a su equipo es una cosa por demás especial. Seguido escucho a los detractores del balompié esparcir su amargura sobre la función de control y entretenimiento sobre las masas: la estupidización máxima en la redondez de la pelota. Ante esto suelo pensar dos cosas: nunca jugaron futbol y por ende desconocen la dicha que conlleva; y segunda, si ese fuera el caso, no acabo de explicarme por qué las mejores ligas de futbol tienen su asiento en algunos de los países más desarrollados del mundo. Pero volvamos a la tormenta: la frase tribunera “A’i va el agua” se volvió literal. El rival, las Chivas: la mentira colectiva más amplia del deporte nacional: un equipo que es “grande” a pesar de haber ganado apenas 3 campeonatos en los últimos cuarenta años, un equipo de popularidad mediatizada que contrasta contra el sepulcro de las vacías tribunas de su moderno estadio cada que juegan en casa. Pero esta es la casa de la U de Nuevo León, donde algo no anda bien si no tienes gente pegada a cada hombro. En lo deportivo pocas cosas arden tanto como recibir una punzada de un viejo rival, así traiga otro manto encima: nos metió gol Aldo de Nigris, el mismo jugador que pregona su pertenencia rayada, a pesar de que en aquél 2004 portó en un antro de la localidad un jersey de Pumas cuando estos se coronaron en la cancha del Tec, con gol del mismísimo Kikín Fonseca. El caso es que tras una tromba de errores que rivalizaban en volumen con el agua caída, Tigres sacó eso que los antiguos llamaban casta para empatar a tres el electrónico. Pero anoche, lo anecdótico no será solamente el regreso del 3-0, sino lo que ocurrió en medio: la suspensión de las acciones por más de una hora de causa de la tradicional lluvia septembrina y el extraño fenómeno de la identidad compartida, de la historia común, de los colores que hicieron que más de 40,000 gentes permanecieran largo rato sin moverse para cantar. Si no hay juego, que haya canto; y como bien decía Facundo Cabral, hay que desconfiar de quien no canta, porque algo esconde. Cantando bajo la lluvia nos quedamos. Aunque de pronto brotan también las distancias sociales, porque llueve para todos, pero muchos de quienes compran localidades caras corrieron a guarecerse, y acá en la altura de la gayola donde corre más el viento, nadie se movía. Oí decir a alguno que estaba ahí cerca a un compañero que consideraba la retirada: “¿Para qué te vas, si mojarse es gratis?”, y mira que es cierto, ojalá nunca encuentren manera de cobrarnos la lluvia y promocionarla en comerciales y al frente del jersey de algún equipo. ¿Por qué nos quedamos a cantar bajo la lluvia? “Óyeme como quien oye llover”, escribió Octavio Paz. Cada cual tendrá su explicación, algunos se mofarán por irracional, otros precisamente ahí encontrarán su valía. Quién sabe. Yo sólo sé que Luis Omar Tapia decía una verdad para muchos inquebrantable cada que iniciaba una narración “ya comienzan 90 minutos del deporte más hermoso del mundo” ¿Qué no valen 90 minutos de hermosura? Más allá de las muchas ruindades que rodean al futbol, algo queda siempre incólume, puro. Nadie lo dijo mejor que Maradona el día de su despedida con voz rota: “Me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha”…no se mancha, y hay días que la lluvia la lava. No puedo evitar pensar que quienes nos quedamos a cantar en medio de una tormenta nos sentimos parte de algo único, ¿alguna vez ha cantado junto a miles de almas mientras se cae el cielo? Le recomiendo la experiencia. En el fondo considero, que además de la hermosura que tiene en sí mismo, el futbol son ganas de creer: es ilusión, entrega, compañerismo, identidad, dolor y gloria. Quienes reprochan con amargura la entrega de la gente a un deporte y a un equipo, pero su indiferencia ante los problemas que nos rodean, creo que merecería la pena preguntarse: ¿Por qué la redonda nos hace creer en algo; mientras que a medios de comunicación, políticos, supuestos líderes, magnates y similares no despiertan en prácticamente nadie pasiones ni confianza? Decía Albert Camus que todo lo que sabía con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debía al fútbol. Porque la tormenta se retira, los cielos se despejan, las tribunas se vacían: pero esa hermosura compartida, la alegría de jugar y ver jugar, nadie nos la arrebata nunca. Y por eso, seguimos creyendo en el juego que Antonio Gramsci llamara “este reino de la lealtad humana ejercida al aire libre”.
Posted on: Sun, 08 Sep 2013 23:11:52 +0000

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