Amigos, sigue la mata dando por las Doñas de mi pueblo. Ahí les - TopicsExpress



          

Amigos, sigue la mata dando por las Doñas de mi pueblo. Ahí les va otra breve semblanza. Saludos. DOÑA MACO No la conocí personalmente, más le tengo muy presente pues se que salvó la vida de mi Madre y a mi hermano Valdemar, su primogénito, al realizar con habilidad y experiencia los trabajos de auxiliar en su primer parto a Doña Laura, mi Mamá. Resulta, según me contaron, que a Doña Laurita (Así nombraban a Mamá) se le retrazó la hora de parir, por un hecho impactante acaecido ahí en la casuchita de madera que habitaban, y que existía rumbo por donde esta ahora el templo de los Pentecostéses, atrás de la casita de Don Silvano Rivera, hogar actual de Doña Artemia. Esta casita se la habían prestado a mi padre para que pudiese vivir mientras construía la que fue después”La Casa Cabrera” tienda de abarrotes y casa habitación, que quedó ubicada frente de lo que sería la carretera y la futura plaza central. En esta morada de tablones que les habían facilitado, mi madre se embarazó por ves primera y le vino a ayudar en los trabajos de la casa, su hermana menor, Teodora, a la que de cariño nombraban “Yuya” como fue conocida toda la vida. Un día, Teodora, ya próximo el parto de mi Madre, se dedicó a realizar los trabajos de limpieza de la vivienda, barriendo los pisos y tendiendo las camas, en esas andaba cuando descubrió debajo de las almohadas de la cama de mi padre, la pistola calibre 38 que el dueño de la casa usaba comúnmente. Doña Laura se encontraba sentada en la cocinilla en un butaque, mientras deshilaba un trozo de popelina blanquísimo, con el que pensaba hacerle a su esperado Bebé, unas sobre fundas y unas sabanitas. Entre la recamara y la cocina solo existía una separación de una pared de tablas de madera de Balsa, del otro lado, Teodora curiosa, tomaba el arma con amabas manos admirando el atractivo pavonado del pistolón, mientras, sin darse cuenta deslizó sus dedos hacía el gatillo, jalándolo. El arma no tenía puesto el seguro. El disparo aturdió a Teodora, que asustada metió rápidamente la pistola bajo de la almohada y discreta continuo sus quehaceres. Más la bala había atravesado la ligera y bofa madera que separaba la recamara de la cocina, y le fue a dar a Doña Laura, atravesándole de parte a parte la planta del pié derecho. Cuando todos los de la casa acudieron al estruendo, encontraron a Mamá, pálida, recargada sobre el butacón, sosteniendo entre sus crispadas manos la tela que estaba deshilando y contemplando asustada su pié, que goteaba sangre sobre el piso de tierra de la aseada cocina. A este hecho se le culpó del retraso en dar a luz al esperado heredero, ya que la herida aunque no se infecto, ya que el plomo ardiente de la bala “Súper” le cauterizó la lesión. Su Bebé no se animaba a salir, probablemente por la gran impresión que se llevó. Cuando con el tiempo a Doña Laura le empezaron los trabajos del parto, después de habérsele roto la fuente, el producto no podía salir, por más esfuerzos que bacía, la criatura no cabía o se atoraba en los huesos de la pelvis, convocándole a la parturienta unos dolores indescriptibles. Así estuvo por varias horas sin que se pudiera realizar tan esperado hecho. Mi Abuela Efigenia, partera empírica y madre de la parturienta, trató de ayudar a su hija en todo lo que pudo, hasta que les dijo que no podía hacer más, que tendrían que buscar a quien les sacara del brete. A Don Valdemar (Mi Padre) le aconsejaron que mandara a traer a la mejor partera del rumbo, reconocida regionalmente, la cual vivía en Apapantilla, congregación situada como a unos diez kilómetros de Maria Andrea, por el camino rumbo a la Junta (Después La Ceiba) esta señora se llamaba Maclovia Amador, conocida como Doña Maco (Madre de mi gran amigo Ernesto Hernández Amador) en esos tiempo ya ancianita, a la que tuvieron que transportar cargando en una silla y sobre las espaldas de dos fuertes y robustos colonos amigos de Don Valdemar que se fueron turnando con la octogenaria para viajar sin perdida de tiempo. Doña Maco llegó, y según me relató mi madre, solo solicitó aceite Rosado tibio, y hablándole tiernamente, echó sobre su abultado vientre el cálido liquido y con sus arrugadas manos de uñas largas y negras comenzó a dar masajes y a sobar sobre la distendida piel, acomodando al producto que ansiaba salir hacía la luz. A base de sobadas y dulces palabras dirigidas a la angustiada y dolorida futura madre, el Bebé se acomodó tomando la postura correspondiente, para intentar el difícil paso de la existencia liquida a la vida seca del gélido aire natural. Nada más que estaba ya muy crecido para intentar solo con el esfuerzo materno tan drástico paso. Entonces Doña Maco, hincando sus uñas en la piel de la cabeza del Bebé, lo comenzó a jalar con ambas manos, tratando de extraerlo, para de perdida, salvar a la madre, ya que el parto se había alargado. Con un gran y doloroso esfuerzo, Doña Laura expulsó al fin el fruto esperado de sus entrañas, sintiendo un gran alivio que le resarció de tantas horas de esforzado intento. Doña Maco inmediatamente hizo lo que la experiencia le había enseñado, cortó el cordón umbilical dejando al recién nacido a un lado, y cesando la gran hemorragia de su paciente, jalando los residuos de placenta y venas, limpiando con trapos limpios todas las áreas expuestas a la infección. Al Bebito, afortunadamente lo rescató mi padre todo amoratado y ya asfixiándose de sobre unos trapos, donde no había exhalado su primer llanto ni expulsado las flemas, lo tomó con sus rudas manos por los piecitos y aun colgándole el trozo de cordón umbilical, lo comenzó a sacudir de arriba abajo hasta que el crío entre escalofríos y expulsando flemas logro hacer brotar su primer llanto. Doña Maco, salvó con su experiencia a ambos, aunque mi madre sufrió fiebre pauperál y a su Bebe le quedó una cicatriz de por vida en la piel del cráneo. Doña Maco se distinguió por ser la única mujer que dejó grabada su voz, cantado canciones viejísimas en nahua, canciones que se encuentran en el archivo folclórico nacional, y que recolecto el musicólogo Raúl Ellmer. (Existe una copia en casete de estas grabaciones en la biblioteca local) Como la historia del parto de mi madre, hay infinidad de anécdotas sobre las habilidades de esta señora en tocante a partos, que ahora cuando alguna gente grande se refiere a ella le dicen con afecto “Mamá Maco” S.a.C.f. Xalapa, Ver. 1998.
Posted on: Sat, 13 Jul 2013 13:05:25 +0000

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