Arraigados en la caridad “Bendito sea el Dios y el Padre de - TopicsExpress



          

Arraigados en la caridad “Bendito sea el Dios y el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha elegido en él antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor” (Ef 1, 3-4). Dios nos quiere santos en la caridad, y no puede ser de otra manera porque él, el solo santo, es caridad. Derramando sobre el hombre su amor, Dios le hace partícipe de su santidad. Dios santifica al hombre haciéndolo más semejante cada vez a sí, lo que equivale a enraizarlo cada vez más en la caridad. A medida que el cristiano se abre al don del amor divino y secunda su desarrollo, se hace santo con la santidad misma de Dios. “Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor”, exhorta San Pablo (Ef. 5, 1). Los hijos deben parecerse al Padre: “Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (Mt 5, 48). Si la santidad del Padre es el amor, otro tanto ha de ser la de los hijos. Pero es preciso entender la caridad en toda su plenitud: amor de Dios y amor del prójimo, entrega a Dios y entrega al prójimo. Así como la fe guarnece la inteligencia del hombre y la habilita para el conocimiento sobrenatural de Dios, del mismo modo la caridad guarnece la voluntad y la habilita para amar a Dios, Bien infinito. Aun en el campo de los afectos humanos, el amor consiste esencialmente en el acto de la voluntad que quiere bien a alguien; pero dada la psicología del hombre ese acto lleva consigo una actividad del sentimiento. Lo mismo acaece en el campo de la caridad teologal, la cual transfigura los afectos humanos, pero no cambia su dinamismo. Sin embargo, la caridad teologal no se insiere en el sentimiento, sino en la voluntad; por eso no se puede confundir la emoción sensible con la caridad, y tanto menos podrá sustituir aquélla a ésta. Dios pide al hombre que le ame con todas sus fuerzas y por lo tanto también “con todo su corazón” (Mc 2, 30). Él no desprecia el afecto sensible de su criatura, más bien lo quiere y a veces lo excita para facilitar el ejercicio de la caridad al que necesita ser animado con un poco de atractivo sensible. Pero todo eso no es más que una resonancia de la caridad, no la caridad… Jesús mismo ha dicho: “No todo el que me diga ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial” (Mt 7, 21); y esto es un acto de caridad. Dios, espíritu purísimo, no puede ser alcanzado por el sentimiento, sino únicamente por la voluntad transfigurada por su amor. Puede darse un amor grande de Dios, sin ninguna resonancia sensible. Con frecuencia conduce Dios a sus amigos por este camino árido y en privación de todo gusto, justamente para hacer su amor más puro y sobrenatural, más semejante al suyo y por ende más santificador. Dios nos ha elegido “para ser santos en la caridad”; en su caridad que es el acto infinito de su voluntad, al que debe corresponder el acto pleno y generoso de nuestra voluntad. ¡Oh Dios amor! Tú eres la consumación y el término de todo bien; tú amas eternamente a los que eliges, no rechazas a ninguno de los que se ponen en tus manos, sino los conservas para ti con solicitud extrema. Por eso, te lo ruego, tómame toda con derecho de posesión perpetua. ¡Oh, Dios amor, que me creaste!, créame de nuevo en tu amor. ¡Oh Amor, que me has redimido!, suple tú mismo y redime en mí toda negligencia en tu amor. ¡Oh Dios amor, que me has comprado para ti con la sangre de tu Cristo!, santifícame en tu verdad. ¡Oh, Dios amor!, tú que me adoptaste por hija, nútreme según tu corazón. ¡Oh, Amor, que me elegiste para ti mismo y no para nadie!, haz que me adhiera enteramente a ti. ¡Oh, Dios amor, que me amaste gratuitamente!, dame amarte con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. (Santa Gertrudis, Ejercicios, 5) P. Gabriel de Sta. M. Magdalena O.C.D.
Posted on: Sun, 04 Aug 2013 13:12:14 +0000

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