Astagfirulá Llegando al ocaso, cuando todavía se percibía la - TopicsExpress



          

Astagfirulá Llegando al ocaso, cuando todavía se percibía la luz solar, pero sin embargo el calor abrazador se había ido, llegó la policía a la casa. El cuerpo de la víctima yacía desnudo tirado en el cuarto rodeado de charcos de agua. La madre desconsolada lloraba en el living. El cadáver era su hija adolescente. —Vamos a precisar que nos deje libre el lugar Señora! Necesitamos realizar unas pericias, va ir acompañada por mi ayudante —dijo el oficial uniformado con chaleco anti balas. —Sí, no hay problema —balbuceó esas palabras limpiando sus lágrimas y retirándose despacio en brazos de una amiga. Caminaba con dificultad arrastrando los pies. Sus ojos se veían hinchados y enrojecidos. Transcurrió una semana y le tomaron otra vez declaraciones. El día del deceso la madre dijo que venía de trabajar. La policía no entendía por qué al cadáver le habían cortado una mano sin lograr hallarla. Resultaba evidente que la habían llevado. A pesar de haber muerto por un arma blanca, todo había sido meticulosamente limpiado, pero en forma descuidada, con zonas mojadas. Sospechaban de la empleada doméstica. Una semana antes del crimen había discutido acaloradamente con la dueña. Los vecinos que escucharon los gritos, decían que la había despedido. Al fin la ubicaron en San Justo. El comisario encargado de la investigación llegó de civil, con traje gris y corbata a rayas. Se mantuvo pensativo por unos minutos, tomando con su mano el mentón. Luego de relatarle lo sucedido, comenzó a indagarla. —Alguien tuvo que haberle abierto la puerta de entrada al asesino, la cerradura no estaba forzada —le comentó el comisario. —No puedo creer que lo hizo. Esa mujer estaba loca, acudía todos los sábados a ritos umbanda donde sacrificaban animales —le contestó en sollozos, pellizcándose los brazos muy nerviosa. —¿Qué trata de decirnos señora? ¡Hable claro! —Los ritos que practicaba exigían introducir una mano humana en una olla cubierta de sangre animal. Decía que necesitaba conseguir alguna. Yo salí espantada y le pedí que no fuéramos más, pero me obligaba amenazándome con despedirme. No aguanté esa situación y cuando rechacé ir me gritó que no regresara a la casa —continuaba narrando y agarrando su cabello rubio trigo. Luego arañaba sus pálidas mejillas con uñas llamativamente largas. En su rostro se podía ver una profunda cicatriz, como un arañazo de varios centímetros. Su figura estilizada denotaba la ascendente bulimia que padecía. Las ojeras pronunciadas acentuaban más aquella mirada lúgubre. En ese momento sonó el celular del oficial. —¿Qué encontraron? Voy para allá, es posible —contestó cortando abruptamente. Sus ojos se posaron en la mirada de la sirvienta que no paraba de llorar. Salió apresurado, mientras el ayudante seguía tomando declaraciones a la empleada. Todo resultaba confuso, trataba de deducir qué había sucedido. Llegó a la embajada del Líbano, ubicada a una cuadra de la escena del crimen. En la puerta hablaban en árabe. —Asalamu aleikum —dijo un hombre vestido con túnica blanca y un turbante en la cabeza. —Perdón, no conozco su idioma, soy comisario de la cuarta, la comisaría que está ubicada en la Avenida Quintana. —Bienvenido, lo estábamos esperando, min fadlak —señalándole la entrada y haciendo un ademán con la mano, lo invitó a pasar, mientras pronunciaba bocadillos en árabe. Parecía que recitaba oraciones porque de vez en cuando se golpeaba el pecho. Lo condujo por un extenso pasillo a una habitación donde había varias cámaras de seguridad, una al lado de la otra. Era un sistema de control inteligente que monitoreaba todas las habitaciones y se ocupaba de encender las luces del jardín, bajar las persianas, o regar el césped. La luz era tenue y en las paredes había cuadros colgados con letra cúfica en árabe. Nada tenía color, los muebles acromáticos, las paredes blancas y las sillas negras. —Este es el vídeo, tenemos un sistema Domotic inteligente de cámaras. Está constituido por una red de información que recoge datos desde censores instalados por dentro y también ubicados en la entrada. El guardia se durmió ese día, pero alguien que estuvo revisando los vídeos encontró algo espantoso. ¡Dios mío, que Allah nos perdone por no haber revisado antes! ¡Astagfirulá! ¡Astagfirulá! —le decía mientras introducía el vídeo para que lo viera. Se sentaron como estacas fijas y sus miradas permanecieron atónitas frente a la pantalla. Al principio solo se veían autos que corrían apresurados y el viento que arremolinaba los corazones de las hojas de los tilos. —No entiendo nada —dijo el oficial. —Espere, ya viene la escena. En ese momento se ve en pantalla que viene caminando la sirvienta con la madre de la víctima, abrazadas acariciándose sus cabellos. Al pararse bajo la sombra de un árbol, la empleada frotó su mano sobre una cicatriz en su mejilla derecha, que denotaba haber sido ocasionada hacía pocos minutos, debido a su estado de piel enrojecida. Luego abrió su cartera y le mostró una mano ensangrentada, que había sacado de una bolsa de nylon. La introdujo en el polietileno y se estrecharon temblorosas apoyando sus caderas. El plástico que contenía la mano cubierta de sangre se aprisionaba en sus vientres, mientras la empleada la sostenía. —¿QSL, me copias? —gritó el oficial tomando el handy de su mano. Ambos seguían observando la pantalla. La madre arrojó la mano a un tacho de basura que estaba ubicado en el portal de la embajada, envolviéndola en un papel de diario; mientras la empleada se limpiaba delicadamente los dedos con un pañuelo bordado con hilos de colores. —QTH —le contestaron del otro lado del handy. —Estoy en la embajada del Líbano. ¡Por favor, detén a la madre y a la sirvienta, ambas son cómplices de asesinato, me engañaron! —gritó con voz seca. El sonido de su garganta se entrecortaba, no podía creer lo que presenciaba. Siguieron con sus miradas fijas en el monitor. Ambas cruzaron la calle entrelazadas como si fueran una sola persona. Al final ya no quedaba nadie, solo se veían las ramas de los tilos arquearse por el viento. El oficial abatido apoyó su frente en la mesa donde estaban ubicadas las cámaras. —¡Astagfirulá, astagfirulá! —siguió diciendo el árabe. Protocolo de escritura: Para realizar el escrito primero pensé en una historia de suspenso relacionada a lo policial, que tanto me gustan. Para la construcción del espacio traté de relacionar hechos vividos en mi vida real. Asocié el personaje del árabe a personas que conocí en mi pasado. El tema del crimen lo asocié a un hecho lamentable que me tocó vivir (que prefiero no hablar porque es muy personal) y el código empleado por el policía lo extraje de los códigos que en realidad se usan debido a que trabajé como policía en mi juventud, al igual que en empresas de seguridad. El préstamo, es decir las palabras en árabe, las extraje de las clases que tomo de ese idioma y de las expresiones que suelen usar mis amigos musulmanes. Todos los personajes son personas de la vida real, pero transformadas por mi imaginación. Me interesó, particularmente, comenzar el cuento con cierta tensión de suspenso, pero en el cuerpo central crear una especie de laguna. Es decir, como un relato enmarcado, que sería en este caso la embajada del Líbano. Quise lograr como una interrupción, como un momento de paz. Ocasionar en el lector un respiro, una pausa, una sensación de tranquilidad, para luego terminar en un hecho terrorífico, ascendiendo a un pico de tensión que estrangule, metafóricamente hablando, al lector de forma inesperada. Traté de mostrar con imágenes visuales lo redactado sin llegar a decir expresamente la relación de los dos sujetos femeninos en el cuento. Para finalizar traté de mejorar la sintaxis, tan mala en mí. Cambié frases de lugar y quise no repetir palabras. Para tal fin utilicé el diccionario buscando sinónimos.
Posted on: Sat, 10 Aug 2013 13:20:12 +0000

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