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Bardos Info News Por: Ernesto Tenembaum El sábado pasado, el periodista Gustavo Grabia se comunicó con un hombre de confianza de Sergio Berni. Grabia es el autor de La 12, un impresionante libro sobre la barra brava de Boca. Es, además, consultado a nivel internacional sobre sus investigaciones sobre la violencia en el fútbol. Estaba de vacaciones en las cataratas, pero se enteró del conflicto que estaba a punto de estallar en la barra brava de Boca al día siguiente y que causó dos muertes. Por eso decidió interrumpir su descanso por unos minutos y le avisó al funcionario. En el entorno de Berni no sabían nada y agradecieron la información. No era ningún secreto. Cualquier periodista que siguiera el tema de cerca lo sabía. Por eso, al día siguiente, apareció el mismo dato en una nota de Clarín: la barra de Boca era un polvorín a punto de estallar. En la tarde del domingo sucedió lo que se esperaba. Hubo un enfrentamiento entre dos facciones de “La Doce” y se produjeron dos muertes. La policía no supo o no quiso o no pudo evitarlo. Lo más curioso del asunto fueron las declaraciones posteriores de los funcionarios. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner le echó la culpa a la prensa. Fuera del contexto de las discusiones de estos años, parecería –como mínimo– medio raro. Un periodista se entera de lo que va a pasar y le avisa al Gobierno. Otro lo publica, que es otra manera de avisar. El Gobierno no sabe cómo proceder. Y la culpa la tiene el mensajero. Dijo CFK: “Las cosas hay que llamarlas por su nombre. Me llamó la atención que algún medio haya dicho lo que iba a pasar. ¿Cómo es posible que se sepa lo que iba a pasar, cómo es posible que alguien sabía que iba ir gente con armas? ¿Por qué no lo denunciaron quiénes iban a ir con armas? Hubo un dispositivo muy grande. Me llama poderosamente la atención que algún medio haya dicho lo que iba a pasar, que era lo que sabía, y si sabía, por qué no se avisó a los que tenían que prevenirlo”. En el mejor de los casos, para no hacer especulaciones irritantes, estaba mal informada de lo que ocurrió. Pero no sólo eso. La sucesión de medidas oficiales que terminaron con esas dos muertes se parece demasiado a una comedia de enredos. A fines de junio, un hincha de Lanús fue asesinado por la Policía Bonaerense –que conduce Daniel Scioli, en ese momento no kirchnerista y ahora ultrakirchnerista–. Fue un episodio muy poco común porque ningún testimonio señala que la barra haya estado particularmente violenta. Al contrario, todos los testigos contaron sobre el hostigamiento que sufrieron los hinchas por parte de la policía, hasta que finalmente todo estalló y el joven fue baleado. No tuvo nada que ver con un enfrentamiento entre hinchadas contrarias. Fue, más bien, un caso de gatillo fácil. Sin embargo, la reacción del Gobierno y de la dirigencia del fútbol, que es un apéndice dócil del Gobierno desde que recibe cientos de millones al año, consistió en prohibir la asistencia de público visitante a las canchas. La consecuencia no tenía nada que ver con las causas del homicidio. Sin embargo, a mediados de julio, desde la Jefatura de Gabinete de la Casa Rosada bajó la nueva orden. Como las encuestas reflejaban la disconformidad de la gente con la prohibición, se decidió que volviera el público visitante. El domingo pasado se produjo el tiroteo interno dentro de la barra de Boca. No fue un enfrentamiento entre locales y visitantes. Pero el Gobierno sobreactuó de nuevo y otra vez prohibió el ingreso de los visitantes. De las cinco muertes que se produjeron este año, ninguna tuvo que ver con un tiroteo entre hinchadas contrarias. Pero el Gobierno actúa a tientas. Para más datos, el 11 de julio debió renunciar el jefe de Inteligencia deportiva de la Policía Federal, Daniel Enrique Valdi, por sus evidentes vínculos con los barrabravas investigados en la Justicia. Todos los que trabajan en la Federal, luego de la década ganada, en prevención de hechos de violencia de barras, están en una estructura íntimamente vinculada con los barras. Uno de los argumentos clásicos de los relatos oficiales –tan comunes, repetitivos, circulares, previsibles pero también eficientes– consiste en adjudicarles a los gobiernos todos los cambios positivos que tenga la sociedad y, en cambio, al país todos sus vicios. Como si los gobiernos fueran sólo responsables de las cosas buenas que se producen durante su gestión y víctimas de males endémicos frente a sus fracasos. Con cada uno de los temas de debate ocurre lo mismo. La corrupción siempre existió, los argentinos siempre estuvimos divididos, no se puede arreglar en un año lo que no se hizo en cincuenta con los trenes, el problema del dólar es que sufrimos un Trastorno Obsesivo Compulsivo. Y así. Con las barras pasa lo mismo. Es un tema de siempre. Nunca se va a poder arreglar. Eso dicen. Sin embargo, no es que el Gobierno no supo o no pudo combatirlas. La realidad es que las protegió, las financió, les dio más poder, las respaldó públicamente, que cada muerte que se produce fue preanunciada por gestos oficiales previos que mezclan en proporciones similares complicidad y torpeza. El primer síntoma de que eso ocurría se produjo hace casi una década. En el año 2004, el entonces presidente Néstor Kirchner fue a Avellaneda a realizar la entrega de un plan de viviendas. Entre el auditorio había una bandera gigantesca de “La Guardia Imperial”, la barra brava de Racing, que en ese entonces tenía doce procesados por homicidio. Desde la tarima, Kirchner mandó un saludo especial a “mis amigos de la Guardia Imperial”, que durante esta década fueron fieles seguidores del kirchnerismo, a punto tal de colocar una bandera de feliz cumpleaños para el ex presidente y luego una bandera gigantesca de despedida tras su muerte. Son gestos aparentemente ingenuos, intrascendentes, pero que generan contactos, protección, impunidad y, tarde o temprano, la muerte de personas que no son, precisamente, los hijos de los funcionarios que coquetean con la mafia. Lo que sigue es una enumeración de hechos que van todos en el mismo sentido. Y no es exhaustiva, porque si no esto se haría eterno. En marzo del 2010, una patota interrumpió en la Feria del Libro, a sillazos, la presentación de un libro sobre el Indec del periodista Gustavo Noriega. Eran miembros de la barra de Nueva Chicago, contratados por Guillermo Moreno en el Indec. Durante las semanas previas a que el Gobierno definiera la estatización del futbol, las barras bravas de River y Boca exhibieron dos banderas, exactamente del mismo tamaño, en las cabeceras de sus canchas, mientras militantes de La Cámpora repartían volantes. El kirchnerismo organizó a las barras bravas en una agrupación llamada Hinchadas Unidas Argentinas, muchos de cuyos integrantes viajaron con todo pago a Sudáfrica durante el Mundial del 2010. También barras bravas contratados por Moreno conformaron el cordón posterior de la columna kirchnerista en el último acto por el aniversario del 24 de marzo de 1976. Cuando se produjeron los episodios violentos en el Hospital Francés, en el 2005, saltó a la fama Antonio “La Tuta” Muhamad, un barrabrava de Chacarita que estaba empleado en el gobierno porteño y, en su oficina, tenía una foto con Néstor Kirchner. El asesino de Mariano Ferreyra se llama Cristian Favale, y era barrabrava de Defensa y Justicia. En su sitio de Facebook tenía fotos personales con el vicepresidente Amado Boudou y con el ministro de Educación Alberto Sileoni. En estos años, las barras han tenido acceso a despachos oficiales, a contrataciones, a financiación estatal. No es sólo un fenómeno endémico que el Gobierno ha intentado combatir sin éxito. Al contrario: es un problema heredado que el Gobierno ha alimentado sistemáticamente sin ningún reparo. Y las cosas terminan, como suelen terminar las cosas. Uno de los momentos más significativos, en ese sentido, fue el discurso que dio la Presidenta de la Nación, el 30 de julio del año pasado. Uno se olvida de estas cosas. Pero leerlo, casi un año después, resulta casi inverosímil. “Últimamente se ha recargado mucho todo el tema de la violencia en el fútbol, de los barrabravas y de las hinchadas... Yo no quiero hablar de barrabravas, porque soy hija de una hincha, fanática como es mi vieja, se agarraba al alambre así y se sigue agarrando al alambre; fui esposa de un fanático también de Racing y soy madre de un hincha fanático... El tema de la violencia en el fútbol, si lo circunscribimos únicamente a un grupito, vamos a equivocarnos y no vamos a darle una verdadera respuesta al problema. Yo también quiero hacer un homenaje a las hinchadas argentinas, a los fanáticos de todos los partidos... cuando se arman bardos no se arman solamente bardos en la ‘popu’, se arman también bardos en la platea. Yo he visto agarrarse a piñas en la platea entre gente, inclusive, del mismo club porque tienen diferencias a lo que opinan del fútbol. Así que creo que hacer un reduccionismo de creer que solamente un grupejo identificado puede generar un clima de violencia generalizada, lo hemos visto cuando hay una mala jugada. Lo que tenemos que lograr sí es que los réferis cobren bien, siempre uno tiene una mirada sesgada cuando es hincha, pero a veces yo no entiendo nada y cuando me explican y veo, observo que hay cada bombeada que no se puede creer. Y cuando hay bombeada la gente se indigna y hasta el más pintado, el más educado por ahí se manda un macanón. Ya veo mañana titular de Clarín: ‘Cristina defendió a los barrabravas, confirmado’. Yo quería hacer justicia con miles y miles de gentes que tienen una pasión que los ha convertido en un verdadero ícono de la Argentina”. Pero la culpa de todo es de la prensa, que informó. Quizá tenga razón. La prensa no debería informar sobre cosas desagradables. No sea cosa que el Gobierno se entere que acaba de designar como jefe del Ejército a un hombre con denuncias serias de participación en la represión ilegal. Mejor no hablar de ciertas cosas. Tarjeta roja a la mala onda.
Posted on: Fri, 26 Jul 2013 12:11:22 +0000

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