“Bendito el que viene en el nombre del Señor” (Sal. 118,25; - TopicsExpress



          

“Bendito el que viene en el nombre del Señor” (Sal. 118,25; MC. 11,9). ¿Cuándo un ser humano goza de mayor autoridad? Se podría decir cuando es menos superficial, cuando es él mismo, cuando es más sabio, cuando más puede. Ser algo, saber algo y poder algo es lo que da autoridad a una persona. Para ello debiera reunir las características de los tres arquetipos tratados con anterioridad. Si nos preguntamos en qué consiste la autoridad. Podríamos responder que está constituida y que constituye el verdadero y único poder de la ley. Si hay autoridad no se necesita ni espada ni cualquier otra arma y el portador de la autoridad humana no reemplazará la autoridad divina, sino sólo que la representa. Para ello debe renunciar a la violencia, a la coacción. Ha renunciado al descanso por eso representamos este arquetipo de pie pues no debe avanzar con vistas a una ofensiva pero tampoco ceder terreno retrocediendo. Simbólicamente ha renunciado al movimiento de las piernas y a la acción por medio de brazos y manos. Es el símbolo de la legitimidad, pero también tiene una tarea o misión que le llega desde lo alto. Toda corona es, pues, esencialmente una corona de espinas, no sólo por ser pesada sino porque a la vez supone una dolorosa limitación arbitraria de la personalidad. Por un lado emite luz hacia el exterior, pero esa misma luz está representada como rayos que emiten espinas interiormente hacia lo personal. Es decir que desempeñan el papel de clavos que horadan y crucifican cada pensamiento o idea de la imaginación personal que sea falso o inoportuno. En el arquetipo anterior la mujer tiene en la mano un escudo con un águila en vuelo. Aquí el escudo está también pero pertenece más al trono que a la persona y aquí es un hombre. Este hombre no tiene una misión personal; ha renunciado a favor del trono. Se dice comúnmente que la naturaleza tiene “horror al vacío”. La antífrasis espiritual de esta fórmula es que el espíritu tiene “el horror del lleno”. Se crea un vacío natural, pues esto es lo que hace la renuncia, para que se manifieste lo espiritual. Si tomamos el “sermón de la montaña” (Mt 5,1-12) donde se enuncia esa verdad fundamental: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” ¿Qué significa? Que los ricos de espíritu, que están llenos del reino espiritual del hombre, no tienen lugar en el reino de los cielos. La revelación presupone el vacío, un espacio puesto a su disposición, para manifestarse. Por eso hay que renunciar a la opinión personal, desapegarse para recibir la revelación de la verdad, hay que renunciar a la acción personal para convertirse en agente de la verdad, a la acción personal para encargarse de una misión venida de lo alto, de este modo el vacío resultante se llena de la iniciativa de la divinidad. Si se ha renunciado a lo personal, si se vuelve anónimo, el vacío resultante se llena de autoridad y así se convierte en fuente de la ley y el orden. La divinidad gobierna el mundo por la autoridad, no por la fuerza. Si así no fuera, no habría en el mundo ni libertad ni ley, y carecerían de sentido las tres primeras peticiones del Padre Nuestro: “Santificado sea tu nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”. El pronunciar esas palabras se hace para incrementar la autoridad divina, y no el poder divino. Dios que es todopoderoso no virtualmente sino en acto, no necesita de plegarias para que venga su reino y se haga su voluntad. El sentido de esta oración es que el poder de Dios será tanto mayor cuando su autoridad sea más libremente reconocida y aceptada. La oración es el acto de este reconocimiento y aceptación. Uno es libre de creer o no creer. Nada ni nadie puede obligarnos a tener fe; pero una vez reconocida y aceptada esa autoridad se vuelve poderosa. Entonces la fuerza divina puede manifestarse y de allí que se diga que la fe mueve montañas. El problema de la autoridad tiene a la vez un alcance místico, gnóstico y hermético. Abarca el misterio cristiano de la crucifixión. Reflexionemos acerca de este símbolo. El mundo cristiano venera el crucifijo, o sea la imagen que expresa la paradoja del Dios todopoderoso reducido a la extrema figura del no poder. Qué representa pues esta paradoja. Podría representar la suprema revelación de la divinidad en toda la historia de la humanidad. Es decir la revelación más perfecta del Dios-Amor. Es un poder distinto de los adoradores públicos del poder, de los que se refieren a los que ambicionan el poder que aspiran al ideal del superhombre ¿Pero cuál es entonces el verdadero trono de Dios? La libertad es el verdadero trono de Dios y al mismo tiempo su cruz. La libertad es la clave de la comprensión del papel de Dios en la historia. Y del hecho de la libertad deriva la crucifixión. Volviendo a los arquetipos decimos que están orientados simbólicamente a ser develados y darles un sentido. Por qué, no por cuanto ejercen un efecto estimulante en el intelecto y en lo científico, sino porque necesitan ser traducidos a conceptos y definiciones verbales. Y justamente en esto radica el error porque los caracteriza no la univocidad, no son unívocos sino polisémicos de modo que si se los considerara unívocos se los cristalizaría. Cada arquetipo se traducirá pues a conceptos unívocos en el caso que digamos uno, dos, tres, cuatro como supuestamente lo venimos haciendo pero es por cuestiones metodológicas no por mera intelectualización. Porque cuando la intelectualización sólo tiende al fin de crear un sistema autónomo de conceptos unívocos sin contradicción formal entre ellos, entonces comete un abuso y en vez de contribuir a que la razón humana se eleve por encima de sí misma, me pone un obstáculo más en vez de liberarla la hace prisionera. Es decir que necesitamos de la vía de la intelectualización pero no debemos por eso considerar los símbolos como expresiones alegóricas de las teorías o conceptos de las ciencias. Al contrario son las doctrinas las que se derivan de los símbolos y han de considerarse como expresiones intelectualmente alegóricas de los símbolos y de los arquetipos. ¿A qué nos lleva esto que venimos diciendo? Nos lleva a realizar ejercicios espirituales y los arquetipos son una forma, que posibilitan la ejercitación práctica de ejercicios espirituales orientados a despertar las capas cada vez más profundas de la conciencia. “El Apocalipsis de San Juan no se encuentra en ninguna parte, ya que no se trata, ni mucho menos, de interpretarlo para extraer de él un sistema filosófico metafísico o histórico. La verdadera clave reside en practicarlo, es decir utilizarlo como libro de ejercicios espirituales que vayan despertando los estratos cada vez más hondos de la conciencia”. Para tal tarea es necesario el estado de concentración que tendríamos que practicar como dijimos cuando nos referimos al primer arquetipo. Un estado de concentración sin esfuerzo seguido de un silencio interior que se transforme en actividad inspiradora de la imaginación y el pensamiento, donde el yo consciente actúe junto con lo supraconsciente. Hay que llegar a ser profundo para adquirir experiencia y conocimiento de las cosas profundas y el simbolismo es la lengua de la profundidad, así como los arquetipos expresado por símbolos son el medio y el fin de ejercicios espirituales que sirven como metodología para interpretarlos. En síntesis: nos estamos acercando a que el fiel ore por vivos y muertos, estamos proponiendo dedicar todos los esfuerzos al contexto del bien de los unos y los otros; el fiel invoca a los santos, cree en los milagros, la propuesta es vivir ante el milagro de la vida. Partimos en esta lectura al arquetipo de la autoridad, el hombre con autoridad no es porque sea sobrehumano sino por que es muy humano, por representar todo lo humano. E invita a todo ser humano a no quedarse en el ideal de la abstracción, invita a humanizarse. Es entonces cuando se goza de la mayor autoridad.
Posted on: Wed, 07 Aug 2013 18:22:19 +0000

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