Biografía de Carlos H. Spurgeon NUMERO 7 ENVIANDO LEJOS SU - TopicsExpress



          

Biografía de Carlos H. Spurgeon NUMERO 7 ENVIANDO LEJOS SU MENSAJE Una de las de las importantes fases del trabajo de Spurgeon, fue la publicación de los sermones que predicó, primero en la capilla de la Calle Parque Nuevo, y después en el Tabernáculo Metropolitano. Por medio de la publicación de estos sermones estuvo enviando lejos su mensaje, por espacio de una tercia de siglo. Millares de personas, que no hubieran tenido nunca el privilegio de oírle personalmente, pudieron así, por lo menos, leer sus hermosos mensajes impresos, tan llenos de unción evangélica y de la más sana doctrina. Y sus mensajes impresos le dieron un renombre que las más eminentes personalidades no pudieron nunca llegar a disfrutar; y la influencia que ejerció, y el bien que efectuó por medio de estos sermones no es posible expresarlo a la palabra humana. Siendo aun muy joven, Spurgeon leyó un sermón impreso, publicado por el Pbro. José Irons, que hizo tan profunda impresión en él, que determinó, según él mismo nos informa, dar a la estampa también algunos de sus sermones, aunque sólo fuera en una edición "de valor de un penique". En el primer otoño de su pastorado en Londres pudo satisfacer este deseo, publicando un sermón titulado "Tiempo de Cosecha", el que obtuvo una recepción tan favorable, que le alentó grandemente a publicar otros. Y así, a la finalización de su primer año en Londres, ya había publicado doce sermones. Fue entonces que se puso de acuerdo con el Sr. José Passmore, editor, que era miembro de la Iglesia, y de la familia del Dr. Rippon, para emprender la publicación semanal de sus sermones, comenzando con el primer domingo del año 1855, Esta publicación continuó ininterrumpida hasta el año 1892 en que falleció Spurgeon, es decir, por espacio de treinta y cinco años; y después de su fallecimiento, la continuó su esposa por espacio de algunos años más. Hay que detenerse a meditar en lo que esto publicación de sermones significaba para nuestro biografiado, por el trabajo extraordinario que echaba sobre sus hombros. Los sermones de Spurgeon eran tomados taquigráficamente, y a la mañana siguiente le era presentada la traducción para su corrección; entonces era entregada al impresor, y un día después tenía que hacer la primera y la segunda corrección de pruebas. Esto, que parece cosa fácil y sencilla, resulta un tren de trabajo grande y pesado cuando hay necesidad de hacerlo por espacio de muchos años seguidos, máxime si, como concedía con nuestro predicador, tiene que ser hecho por un hombre que estaba excesivamente ocupado en otros diversos trabajos de grandísima importancia, y que, además, a menudo se veía obligado a guardar cama por pertinaz dolencia. Pero, sus sermones habían llegado a tener una enorme circulación, se habían preparado los planes para que aparecieran semanalmente, y eran esperados con ansia por sus asiduos lectores. Y en estas condiciones, Spurgeon siempre se consideró moralmente obligado a continuar dándolos a la estampa. Desde el principio, la regular circulación de estos sermones llegó a la cantidad de 25,000 ejemplares semanales, publicados en forma de folletos baratos, a fin de que pudieran estar al alcance de todas las fortunas. Y como en ella no hubo interrupción alguna, pues siempre había bastante material acumulado, un sencillo cálculo nos demostrará que en esos treinta y cinco años se publicaron treinta y dos millones de estos sermones (32,000,000). Pero algunos de ellos tuvieron una circulación de cuarenta mil, cincuenta mil, y hasta setenta y dos mil ejemplares, y del más famoso de todos, aquel que predicó sobre la "Regeneración Bautismal", se publicaron trescientos mil ejemplares. Además, sus sermones y conferencias sobre asuntos especiales fueron muchos; y todos ellos se publicaron además en colecciones, desde diez hasta cincuenta volúmenes, y fueron reproducidos en gran número de periódicos y revistas, en diversas partes del mundo. Tomando todo esto en consideración seguramente no se nos podría tildar de exagerados si decimos que, durante su vida, de los sermones de Spurgeon se hicieron ediciones de quinientos millones de ejemplares. Y de los que se han publicado después de su muerte, nosotros no podernos ni siquiera imaginar los millares de millares que se han dado a la estampa, como tampoco de los que se continuarán dando al mundo. Fijemos la atención en estos números, porque ellos dicen mucho. ¡Cincuenta millones de sermones, que circularon por todas las partes del mundo, que eran, más que leídos, devorados, por centenares de millares de personas, que en su lectura encontraban confortación y paz y salvación! ¿No revistió esta publicación una grandísima importancia? ¿Qué otro caso semejante se recuerda en la historia cristiana? Seguramente que, fijándose en esta estupenda labor, fue que el Dr. R. H. Carroll dijo: "Spurgeon fue preeminentemente un predicador. Predicó quizá más sermones que cualquier otro hombre; más personas le oyeron a él, que a ningún otro; y más personas han leído sus sermones que los de otro predicador alguno". "El auditorio de Spurgeon", ha dicho otro connotado escritor, "fue, todo el mundo cristiano". En efecto, se supone que más de cien mil personas le oyeron predicar personalmente; pero, ¿cuantos han podido conocer su mensaje evangélico por medio de sus sermones impresos? Hay cosas que no pueden ser expresadas en cifras numéricas, y ésta es una de ellas. Solamente Dios sabe cuántas personas leyeron sus sermones y fueron por ellos salvadas, o alentadas, o consoladas, o bendecidas de alguna manera. Otro hecho digno de mención en este respecto de que los sermones de Spurgeon han circulado en mayor número de países que los de cualquier otro predicador, del pasado o del presente. Realmente, es muy difícil que haya país cristiano en el que no encontremos, en una u otra forma, los sermones impresos de este hombre eminente. Las personas que se sentían entusiasmadas con su lectura, al terminarla, entregaban estos folletos a otras personas, y éstas a otras, y así sucesivamente, hasta que estos sermones llegaban a convertirse en verdaderos judíos errantes, en incansables viajeros, por todos los caminos del mundo. Con excepción de la Biblia y de "El Peregrino" de Juan Bunyan, que son los dos libros que más han circulado, y que mayor número de traducciones han tenido, creemos que no ha habido nunca otra página impresa que haya circulado más y que haya producido mayor beneficio al mundo, que aquella que contiene los sermones de Spurgeon. Un solo ejemplo dará una hermosa ilustración de lo que venimos diciendo. "El lunes 9 de enero de 1888, una gran multitud se reunió en el Tabernáculo Metropolitano para dar la bienvenida a Spurgeon, que regresaba a su hogar de Mentone, a donde había ido por causa de su mala salud, y también para reconocer el hecho de que se había publicado el sermón número 2000 del gran predicador. Spurgeon en esta ocasión dijo: ‘Tengo en mi mano un sermón al cual doy un gran valor. Lleva escritas las iniciales D. L., es decir, David Livingstone, y es un sermón encontrado dentro de una de las cajas del Dr. Livingstone. Se titula ‘Accidentes y Castigos’, número 408, y en él se encuentran escritas estas palabras: ‘¡Muy bueno! D. L.’ Me ha sido enviado por la Sra. Inés Livingstone Bruce, y está sucio y roto, pero lo guardo como una reliquia, porque aquel siervo de Dios lo llevó con él". Este sermón, que el gran predicador guardaba junto con otros preciados tesoros de la misma índole, había viajado a través de toda África con el famoso misionero y explorador científico, quien lo leyó varias veces, le impartió su aprobación con las palabras "muy bueno", y seguramente encontró en él rico alimento espiritual. En la revista mensual que publicaba Spurgeon en conexión con su obra, se relatan un gran número de anécdotas e incidentes en cuanto al resultado de sus sermones impresos, de los que se hacen eco casi todos sus biógrafos, y especialmente G. Holden Pike. Son tan interesantes, y ponen tan de manifiesto la magnifica labor efectuada por estos sermones, en la conversión y felicidad de millares de millares de personas, y entran tan perfectamente en la idea de este capítulo, que no nos podemos sustraer al deseo de mencionar algunas de ellas a continuación. En el año 1881, un joven que siempre había estado inválido, murió dejando su pequeña fortuna de cuarenta libras esterlinas, para que fuera empleada en la obra de Spurgeon. "Como Ud. supondrá", escribía un pariente de este joven a nuestro biografiado, "por espacio de algún tiempo él ha estado tomando gran interés en el trabajo que efectúa Ud. por Cristo, y uno de los grandes gozos de su vida era el haberle oído predicar a Ud., un domingo en la última primavera. Ha estado leyendo sus sermones por largo espacio de tiempo, distribuyéndolos después de leídos, entre muchos vecinos pobres. Su vida ha sido una de muchos sufrimientos, principalmente por causa del asma; pero ahora la consunción se lo está llevando, y yace de la manera más apacible, tranquila, esperando el llamamiento de su Maestro". Este joven deseaba tener el privilegio, antes de morir, de recibir algunas palabras de Spurgeon, pero aunque éste le escribió a vuelta de correo, cuando su carta llegó, ya el joven había entregado su espíritu en manos de su Señor y Salvador. Un cristiano que se hallaba de paso en Nottiagham, fue llamado a visitar y a consolar, en sus últimos momentos, a una pobre mujer que estaba al expirar en una casa de mala fama. El buen hombre no fue remiso en cumplir con lo que consideraba un sagrado deber, y se dirigió a aquella casa; pero en vez de encontrar una pecadora a quien presentar el plan de la salvación, e impartir aliento y consolación, encontró una cristiana que se gozaba en Dios su Salvador, y demostraba poseer un selecto espíritu. Extrañado grandemente este buen cristiano, inquirió de aquella pobre mujer, cómo había llegado a obtener aquel estado de paz y felicidad; y se convenció de que todo ello se debía a un sermón de Spurgeon. "Pensad en aquel sermón predicado en Londres, enviado a América, un extracto de él publicado en un, periódico de aquel país, ese periódico enviado a Australia, parte de él roto (como si dijéramos accidentalmente), envolviendo un paquete que fue enviado a Inglaterra, y después de tanto viajar, lleva el mensaje de salvación al alma de aquella mujer. ‘La Palabra del Señor no volverá a él vacía’ ". Un señor que ascendía los Alpes, cerca del Lago Ginebra, se encontró una casa, perdida en aquellas soledades, a la puerta de la cual, sentadas sobre la hierba, se encontraban dos mujeres, profundamente abstraídas en la lectura de un libro, al extremo de que ni aun se habían dado cuenta de su presencia. Intrigado por esto, se acercó para ver qué maravilloso libro era aquel que así las absorbía, y le preguntó a una de ellas qué era lo que estaban leyendo. La mujer que leía el libro en alta voz para que su compartiera oyera, inmediatamente lo acercó para que él pudiera leer su título, y con grandísima sorpresa vio que se trataba de un tomo de sermones de Spurgeon, traducido al francés, que se había abierto camino hasta aquellas apartadas reuniones. En los Estados Unidos de Norte América, los sermones de nuestro predicador tuvieron un franco éxito desde el principio, teniendo una enorme circulación, y ofreciendo el raro espectáculo de que periódicos que carecían en lo absoluto de matiz religioso, los reimprimieran en sus páginas, dando así gran satisfacción a sus lectores, y no poca ganancia a su administración. Un conocido escritor, hablando a este respecto, dice: "La recepción de los sermones de Spurgeon en los estados Unidos de América, no tiene paralelo en la historia de este departamento de la literatura religiosa. Sin ninguna de aquellas ayudas para la popularidad que tienen en Inglaterra.... esos sermones han venido con su mensaje de salvación, y han sido recibidos con alegre emoción por millares de personas en todas las partes de este vasto país. Hasta esta fecha (y esto fue escrito cuando Spurgeon todavía era el ‘elocuente joven’, según le llama el mismo autor de estas líneas) cuarenta y cuatro mil de estos volúmenes han sido vendidos, dentro de los últimos doce meses, y se están haciendo tantos pedidos de ellos, que mil ejemplares semanales no serían suficientes para atender a estos pedidos. Y esto es más admirable, habida cuenta de que ocurre en una época en que comparativamente hay poca demanda de libros y este comercio está languideciendo. Los editores reciben diariamente de los ministros de todas las denominaciones, las más valiosas y sinceras seguridades de que los sermones del Sr. Spurgeon son precisamente lo que ellos y sus congregaciones necesitan y quieren. Las iglesias que carecen de pastores han pedido estos sermones para leerlos desde el desocupado púlpito; y puede asegurarse con toda confianza que centenares y millares de personas en este mundo occidental, ya han sido traídas al contacto con el poder de la verdad, según es proclamada por este joven heraldo de la cruz". Pero, que tal cosa tenga efecto en los Estados Unidos de América, donde siempre se ha recibido una sana educación evangélica, y donde se ha marcado en todo momento un profundo espíritu religioso, a pesar de los esfuerzos que en contrario se han hecho y se están haciendo, no tiene, realmente, nada de particular, o por lo menos, nada de asombroso. Allí los libros, y sobre todo los libros que tienen un nervio robustamente cristiano, es seguro que encontrarán una calurosa recepción, en las millares de iglesias evangélicas, y los millones de cristianos. Lo que sí es admirable y asombroso, y que habla mucho a favor de estos sermones, es que ellos han encontrado entrada y calor en los países que, ni tienen esa educación religiosa, ni ese espíritu francamente cristiano. En Rusia, en esa misma Rusia tan extensa en territorio, donde los Bautistas y otros cristianos hoy, en pleno gobierno soviético, están padeciendo todo género de persecuciones por causa de la conciencia, una vez, cuando era vasto imperio de los Romanoff, y los Bautistas no dejaban de sufrir terribles persecuciones, los sermones de Spurgeon obtuvieron una recepción que no era de esperarse, y llegaron a efectuar allí, como en otros lugares, su magnífica obra de salvación y de mejoramiento espiritual. En 1881, un ministro escribió a Spurgeon desde el entonces llamarlo San Petersburgo: "Por medio de sus sermones Ud. está tomando una gran parte en el adelantamiento del Reino de Cristo, tanto en San Petersburgo como en el interior. Ud. es bien conocido entre los sacerdotes, los que parecen asirse de sus sermones traducidos; y, lo que resulta extraño, yo conozco casos en que el Censor, de buena voluntad ha dado permiso para que sus obras fueran traducidas, y esto cuando se mostraba irreductible con respecto a otras publicaciones". Otro ministro, el Pbro. F. H. Newton, de la Misión Bautista Alemana, escribiendo a Spurgeon en 1S82, desde Warschaw, refiere lo siguiente: "En las últimas semanas he estado visitando las Iglesias Bautistas de Silesia y la Polonia Rusa; y creo que le interesará conocer su actividad en la fe cristiana. En casi todas las poblaciones y villas, una de las primeras preguntas que se me hacía era, ¿y cómo está el hermano Spurgeon? En muchas de las estaciones extremas, donde no radica ningún misionero, regularmente se hace uso de sus sermones impresos; y estoy seguro de que se sentirá Ud. agradecido a nuestro común Maestro al saber que aquí, en Polonia, y en otros lugares, muchos de los miembros de las iglesias atribuyen su primer despertamiento religioso a haber oído leer alguno de sus sermones. En los servicios que he dirigido en varios lugares durante mi viaje, a menudo he usado la oportunidad de referirme a la obra de Dios que esta Ud. efectuando en Londres y otros lugares". El siguiente hecho es relatado por el mismo Spurgeon: "Uno de los soldados del 73 Regimiento, escribe a en hogar desde la India, para decir que él recibe nuestros sermones por correo semanalmente, y que el domingo por la noche los soldados leen ‘los sermones de Spurgeon’, cuando la verdad es que no leen ninguna otra cosa que tenga sabor religioso. Afirma que cuando un sermón ha pasado por las manos de 50 o 60 hombres, vuelve a él completamente negro, usado y roto". Uno de los dos hijos gemelos de nuestro biografiado, el Sr. Tomás Spurgeon, misionero en Auekland, Australia del Sur, escribió a su buena madre en 1881, acompañando un recorte del periódico "The Melbourne Argus", en el cual aparecía reimpreso el sermón No. 785 de su padre, y dice: "Este recorte de periódico me fue entregado por un misionero de este lugar, el que lo considera como una preciosa reliquia. Le fue regalado por un hombre que murió en el hospital; y se lo dio en herencia como un gran tesoro. Este hombre lo encontró en el suelo en una cabaña en Australia, y por medio de su lectura llegó al conocimiento de la verdad que es en Cristo Jesús. Lo guardó cuidadosamente durante el resto de su vida (porque estaba descolorido y roto cuando lo encontró), y en su lecho de muerte se lo dio al misionero como el único tesoro que podía dejar tras de sí. Pensé que al querido papá, le agradaría tenerlo en su libro; si no, devuélvemelo, a fin de poderlo entregar a su dueño, el que dice que a menudo se siente alentado con sólo mirar a él". Y el autor que relata este incidente, agrega: "Hubo cierto caballero cristiano que hizo que algunos de estos sermones fuesen insertos en los periódicos australianos, pagando personalmente el enorme costo de tal inserción. El sermón a que arriba se hace referencia puede haber sido uno de ellos". Desde los lugares más distantes y entenebrecidos por el paganismo, se recibían continuas noticias de que, no sólo a ellos habían llegado los sermones de Spurgeon, sino también de los admirables y por todos conceptos magníficos efectos que tenían. De Tasmania escribió la esposa de un misionero, por el año 1885: "Si el Sr. Spurgeon supiera lo apreciado que son sus sermones en nuestros bosques sureños, donde no habían estado predicadores por espacio de muchos años, hasta que mi querido esposo vino a ellos, y cuántos casos de conversiones él ha presenciado, debidos todos a la lectura de estos sermones, se sentiría maravillado y se regocijaría con gozo indecible". Se cuenta el caso de un armador de barcos de pesca, en el Mar del Norte, que, convertido por uno de los sermones de nuestro gran predicador, y deseoso de testimoniarle su profundo agradecimiento, de manera bien pública, puso a uno de sus barcos el nombre "Carlos H. Spurgeon"; y poco después le puso a otro "Susana Spurgeon", en señal de aprecio y consideración a la esposa de nuestro biografiado, la que a su vez relata el caso y dice que el "Carlos H. Spurgeon", no obstante ser muy joven, ya tiene una noble historia, puesto que ha intervenido en el salvamento de un barco de pasaje que estaba a punto de naufragar. ¡El barco "Carlos H. Spurgeon", aunque nacido con otros fines, ya estaba efectuando una obra muy parecida a la de aquel cuyo nombre llevaba: Estaba rescatando vida que estaba a punto de perecer! Y el "Susana Spurgeon", igual que la santa mujer a quien debía su nombre, estaba también haciendo circular el mensaje del gran predicador entre aquellos que se encontraban en la imposibilidad material de adquirirlos, porque siempre llevaba una buena provisión de sermones para distribuirlos profusamente entre los pescadores que en gran número se reunían en aquellos mares. El Sr. A. G. Brown, uno de los aventajados discípulos de Spurgeon, en una ocasión relataba el siguiente incidente a su congregación: "Una vez vino a mí un hombre de magnifica presencia. No tuve necesidad de preguntarle si su negocio estaba en el agua porque el aire del mar había acariciado tantas veces su piel que había dejado en ella su marca. Le pregunté: ‘¿Dónde aceptó Ud. al Salvador.?’ e inmediatamente me contestó: ‘Latitud 25, longitud 54’. Confieso que tal respuesta me extrañó y me intrigó. Yo había oído hablar de personas que habían conocido al Señor en estas iglesias, en estos pasillos, en estas galerías, y en todo género de lugares, pero ahora me encontraba con un caso completamente distinto. ‘Latitud 25, longitud 54’ ¿Qué quiere Ud. decir?’ y me contestó: ‘Yo estaba sentarlo en cubierta, y de un paquete de periódicos que tenía delante de mí, extraje uno de los sermones de Spurgeon. Comencé a leerlo y mientras progresaba en la lectura, vi la verdad y recibí al señor Jesús en mi corazón. Brinqué al momento del montón de cuerdas sobre que estaba sentado; y pensé que si me hubiese encontrado en tierra, podría saber el lugar en que fui salvado, y, por qué no saberlo estando en el mar? Busqué la latitud y la longitud en que me encontraba, y ésta es la que le he dado a Ud.’ Estos ejemplos pudieran multiplicarse hasta llegar o un número considerable, porque en realidad, la bendición de Dios acompañó muy frecuentemente los sermones de Spurgeon, haciéndolos efectivos en el corazón de millares de personas que, por medio de ellos, pudieron aprender el camino de la salvación que es en Cristo Jesús; pero a fin de no hacer este capítulo extenso en demasía, creemos que basta con los que hemos citado. Eral número de sermones dados a la estampa por Spurgeon, no obstante ser una cosa que pasma, porque llega a una cifra que es casi inconcebible, nada hubiera significado si ellos hubieran sido publicados para satisfacer una vanidad humana, o para explotar un rico filón. En ese caso, esta fase de la labor de nuestro biografiado hubiera carecido en lo absoluto de importancia y de mérito. Pero esa publicación tenía una finalidad mucho más noble, y obedecía a un propósito hondamente sentido, que era mucho más elevado, digno y meritorio. El único y exclusivo propósito de nuestro biografiado, era hacer que el mensaje evangélico pudiera llegar al mayor número posible de personas; y hay que reconocer, ante los hechos claros y terminantes testimonios, espontáneos y sinceros, de la propia experiencia de los que fueron beneficiados por ellos, que la finalidad que se perseguía fue plenamente alcanzada, mediante la bendición de Dios. A este respecto Spurgeon fue también el caso cínico en la historia de este género de literatura cristiana. En efecto, en los anales de la Iglesia Cristiana no se recuerda otro caso semejante al suyo; porque no ha habido nunca, y quizá no lo vuelva a haber, un predicador que haya dado a la estampa un número tan crecido de sermones, como tampoco que el resultado de la lectura de esos sermones impresos se haya traducido en la conversión de tantos y tantos centenares de personas. Imprimir sermones, puede cualquiera que cuenta con los medios necesarios para ello; pero que estos sermones no sean "letra muerta", sino que lleguen a efectuar la conversión de los hombres, es la obra exclusiva de Dios. El éxito, pues, alcanzado por los sermones impresos de Spurgeon, demuestra palmariamente que Dios estaba con él, para usarlo, como instrumento dúctil, para la gloria, de su nombre, mediante la conversión de millares y millares, que de otra manera, hubieran permanecido en las tinieblas y en el pecado, sin Dios, sin patria y sin República de Israel. *** 8 ESCRITOR PROLÍFICO
Posted on: Mon, 29 Jul 2013 20:06:57 +0000

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