Buenas noches, lo prometido es deuda. Así que, les comparto el - TopicsExpress



          

Buenas noches, lo prometido es deuda. Así que, les comparto el último fragmento de un texto extenso, mismo que, había retomado de un libro que es una introducción hacia el abordaje de «José Ferrater Mora». Espero que les agrade. Cabe señalar que, se establece que esta página no realiza ningún tipo de plagio; por lo contrario, únicamente corrige ortografía y redacción, sin tergiversar el sentido del autor. Quien sin duda no erró fue «Josep Pla» cuando supo comprender, y creo que sin rencor, ese modo de vivir el exilio por parte de Ferrater Mora, tan fecundo y al mismo tiempo, tan valioso para las horas bajas de un amigo. Según el «Homenot» que le dedica, Ferrater demuestra “no solamente una considerable capacidad de trabajo, sino, y sobre todo, un carácter y una disposición y un brío [Tremp] para la vida del exilio que sólo es posible encontrar excepcionalmente”. Un poco más adelante, «Pla» transcribe una conversación a propósito del mismo asunto, en particular, para los casos de catalanes expatriados. Y Ferrater Mora le dice a «Pla» que, “es exacta” su idea de que “el catalán es un animal que siente añoranza [que s’enyora]”; pero, para añadir que “no siempre es exacta. El exilio, para muchísimas personas, es deprimente y estéril, como puede serlo no moverse de casa. Cuando se tiene algo que hacer, cuando se está dominado por la ilusión de llegar a hacer algo concreto y determinado, el exilio en un medio favorable a esta realización no es desfavorable. En mi caso, por ejemplo –continúa Ferrater Mora– el desplazamiento y la estancia en este país han sido muy positivos” (Josep Pla, Obres completes, ob. cit. vol. 16, p. 136). Ferrater Mora afrontó el exilio como el origen de un crecimiento en hondura y en extensión que otra circunstancia vital hubiese deparado sólo de manera más exigua. Y me parece que eso fue lo que trató de poner por escrito, con mucha cautela, en lugares discretos o tardíos, e incluso invisibles, como el prologuillo breve a un libro sin difusión, Una mica de tot, donde ni reniega de catalán ni lame tampoco ninguna herida como desterrado: el patrón exiliado que encarna Ferrater Mora se calienta con el sol de los desterrados, en expresión de Plutarco retomada por Claudio Guillén, y apenas se sintió atacado por la elegía o la nostalgia en la tradición de Ovidio (aunque la tuvo muy cerca, en forma de dos amigos como Joan Oliver y Benguerel). Muy explicablememte, y en coherencia con esa actitud, también sus reflexiones sobre la cultura catalana asumieron siempre la voluntad de hacerla crecer hacia una vocación universal y permeable, abierta y franca; pero, ni impersonal ni burocrática. La intensificación moderna de los sentimientos nacionales exaspera la experiencia misma del exilio, y prefería la palabra «destierro», que validó y puso en circulación «José Gaos». Cuando Claudio Guillén explica el modo de tratar el exilio en la tradición de Plutarco, está perfilando el modo mismo con el que Ferrater Mora quiso descubrir “en las premisas rutinarias y no vistas de los demás, en los cimientos más simples de una comunidad extraña, un mundo nuevo, sorprendente y quizás estimulante, en su contextura detallada o como conjunto global” (Claudio Guillén, Múltiples moradas, ob. cit., p. 1). Y por eso, Ferrater Mora pudo definirse hacia 1960, en un libro escrito en catalán, “como uno de los ‘casos’, ya no demasiado excepcionales en nuestra época, de autores que han pasado –que han tenido que pasar por diversos avatares lingüísticos–. Hay hoy un cierto tipo de escritores y de pensadores que pueden ser calificados de esencialmente ‘desterrados’; yo soy un ejemplo. He de añadir que no lo deploro. No tener ya una lengua ‘propia’ no quiere decir necesariamente no tener ninguna lengua; puede querer decir tener varias. En un mundo cada día más universal como el nuestro no me parece que sea una mala solución.” (Una mica de tot, ob. cit., pp. 8-9. Ferrater Mora me parece que hace sinónimo de destierro el sentido de «transterrado», según «José Gaos». En momentos dispersos de sus «Confesiones» profesionales, Gijón, Ediciones Trea, 2001, p. 34, p. e, que es un texto de 1953, y editado en 1958, explica Gaos el fenómeno biográficamente: ya en 1939, “me dije a mí mismo, y dije a quienes debía decírselo, que no sólo iba a tener que permanecer en México mucho más de un año, por lo menos alrededor de un lustro, sino que, por lo mismo, México me parecía ya mi destino, un destino que, desde luego, aceptaba hasta con entusiasmo”. Es la hipótesis que vertebra el ensayo sobre el exilio en México de Inmaculada Cordero Olivero, Los transterrados y España. Un exilio sin fin, Universidad de Huelva, 1997. En el original: “com un dels ‘casos’, ja no massa excepcionals a la nostra època, d’autors que han passat –que han hagut de passar- per diversos avatars lingüístics. Hi ha avui una certa mena d’escriptors i de pensadors que poder ser qualificats d’essencialment ‘desterrats’; jo en sóc un exemple. He d’afegir que no ho peloro. No tenir ja una llengua ‘pròpia’ no vol dir necessàriament no tenir cap llengua; pot voler dir tenir-ne vàries. En un món cada dia més euniversal com el nostre no és pas mala solució”). LAS RAZONES DE UN ENSAYISTA El lector está ante un libro hecho a varias manos: no sólo las del autor, el propio Ferrater Mora, sino también las mías como antólogo, aliadas a escondidas con las de «Joan Oliver». El epistolario de ambos fue hace años un modelo de correspondencia inteligente, además de cómplice. Y allí «Joan Oliver» quiso alentar al escritor que había en Ferrater Mora, para que no quedase atrapado en las redes académicas, impersonales, de la filosofía profesional, hecha de «papers ilegibles», doctrinas abstrusas y cortocircuitadas... Oliver era un poeta y un lector excepcional que prestó a Ferrater un espejo de lo que podía llegar a hacer y suya fue la idea de que escribiera algo parecido a un dietario filosófico o un libro más personal: «Oye, Ferrater, creo que tendrías que escribir un libro de pensamientos. Puedes hacerlo, y es la única manera de pasar a la posteridad sin el trabajo de escribir un Quijote o un Hamlet. Los pensamientos tienen una tendencia ineluctable a la sublimidad y en su sobria vestidura adquieren una majestad que impresiona o una intimidad que seduce. Las sistematizaciones piramidales de Kant no han resistido el tiempo, dicen los manuales de historia de la filosofía; pero las recopilaciones de pensamientos de hombres menos importantes que él perdura y quizá sobrevivirán incluso a la próxima catástrofe atómica. Prepara ese libro con paciencia y humildad y publícalo cuando cumplas los cuarenta. Es, además, una manera digna de servir a la época de las síntesis y de la comodidad rápida. Prométeme que lo harás. Escribe un pensamiento cada día. No quieras tener que arrepentirte de no haberlo hecho» (Joc de cartes, ob. cit., p. 26, de 30 de agosto de 1948. En el original: “Escolta, Ferrater, crec que hauries d’escriure un llibre de pensament. Pots fer-ho, i és l’única manera de passar a la posteritat sense la feina d’escriure un Quixot o un Hamlet. Els pensaments tenen una tendència ineluctable a la sublimitat i en llur sòbria vestidura agafen una majestat que aclapara o una intimitat que sedueix. Les piramidals sistematitzacions de Kant no han resistit el temps, diuen els manuals d’història de la filosofia; però els reculls de pensaments d’homes menys importants que ell perduren i potser ultrapassaran i tot la próxima catàstrofe atòmica. Prepara aquest llibre amb paciència i humilitat i publica’l en complir els quaranta. És, a més a més, una manera digna de servir a l’època de les síntesis i de la comoditat ràpida. Promet-me que ho faràs. Escriu un pensament cada dia. No vulguis haver-te de penedir de no haver-ho fet”.) La sorna irónica era sustancial a la palabra y la actitud de «Pere Quart», que aquí parece ser quien habla, antes que él, a menudo melancólico y pesimista, Joan Oliver. Pero, sabía muy bien lo que decía porque la cotidianeidad vivida en Chile no había sido infructuosa. En ese joven colega filósofo, «Joan Oliver» se resistía a ver sólo un fabricante incansable de artilugios herméticos. Ferrater estaba de acuerdo en lo mismo, y algo iba ensayando con plena conciencia de hacer ensayo. Le escribe a Oliver todavía sin atreverse a grandes compromisos, o mejor dicho, con buena fe verdadera. Le mandará algunas muestras; pero, al mismo tiempo, y sin la menor humildad fingida, puntualiza alguna cosa previa: “Me parece, pues, muy bien razonada tu propuesta de que escriba un libro de pensamientos. Claro que antes tendré que curarme de la tendencia a la sistematización, que me hace producir libros prácticamente ilegibles”. Y, en otra carta, confiesa la timidez con la que ha hecho sus pruebas y la conclusión a la que ha llegado: “Sospecho que mi libro de pensamientos quedará inédito. Mi prosa es continua y a veces incluso ligeramente proustiana. Procuraré corregir esta tendencia”, y cita como muestras dos digresiones de 1950 que ha publicado en catalán en la revista «Germanor», y en castellano en la ya conocida «Realidad» (Joc de cartes, ob. cit., p. 29 y 43. En el original: “Em sembla, doncs, molt ben enraonada la teva proposició que escrigui un llibre de pensaments. És clar que abans hauré de curar-me de la tendència a la sistematizació, que em fa produir llibres pràcticamente il.legibles” y “sospito que el meu llibre de pensaments restarà inèdit. La meva prosa és contínua i de vegades àdhuc lleugerament proustiana. procuraré corregir aquesta tendència”). De las dos he escogido sólo una, y creo que basta, como con algunos otros textos del mismo momento, para verificar ese esfuerzo de estilo y la conciencia de escritura que, en esa primera madurez del escritor, está concibiendo y buscando: “Creo que hay diversas maneras posibles de escribir libros, y que estas maneras no coinciden precisamente con los ‘géneros literarios’. Por ejemplo, hay libros ‘cerrados’ y libros ‘abiertos’ (entre otras variedades curiosas)”. La respuesta a esta carta por parte de Joan Oliver, ya en 1950, me parece que merece una cita extensa: «Sí, hay libros ‘abiertos’ y libros ‘cerrados’, pero sobre todo hay libros ‘vulgares’ y libros ‘singulares’. Entre los primeros incluyo obras importantes y llenas de saber. Pero es un saber sin estilo. Los libros ‘singulares’ transparentan la persona del autor que, para ir bien, es necesario que sea un maestro y un artista, mejor dicho, un ‘poeta sabio’. Estos libros no son nunca demasiado sistemáticos, dejan grietas, muestran dudas y debilidades, bailan un poco, como la buena pintura. Sus autores a menudo se arriesgan e aventuras vagas y gratuitas, más allá de los moldes; queman etapas, o se ralentizan en derroteros lentos y desorientados. Yo creo firmemente que tú eres hombre para escribir este tipo de libros. Confío en ellos; y los espero. Hay mucho de esto en tu Sentido de la muerte, y en no pocos de tus ensayos» (Joc de cartes, ob. cit., pp. 42 y 46. En el original: “Crec que hi ha diverses maneres possibles d’escriure llibres, i que aquestes maneres no coincideixen precisament amb els ‘gèneres literaris’. Per exemple, hi ha llibres ‘tancats’ i llibres ‘oberts’ [entre altres varietats curioses]” y “Sí, hi ha llibres ‘oberts’ i llibres ‘tancats’, però sobretot hi ha llibres ‘vulgars’ i llibres ‘singulars’. Entre els primers hi comprenc obres importants i plenes de saber. Però és un saber sense estil. Els llibres ‘singulars’ traeixen la persona de ’autor, que, per anar bé, cal que sigui un mestre i un artista, més ben dit, un ‘poeta savi’. Aquests llibres no són mai massa sistemàtics, deixen escletxes, mostren dubtes i febleses, trontollen una mica, com la bona pintura. Llurs autors sovint s’arrisquen en aventures vagues i gratuïtes, més enllà dels motlles; cremen les etapes, o s’atarden en marrades lentes i perdedores. Jo crec fermament que tu ets un home per a escriure llibres d’aquests. Hi confio; els espero. Hi ha molt d’això en el teu Sentido de la muerte, i en no pocs dels teus assaigs”). El libro que Joan Oliver imaginó y el que su amigo «Josep María» (que es como firmaba Ferrater su correspondencia con el poeta) no llegó a escribir del todo, me gustaría pensar que pudiera parecerse a este que tiene el lector entre manos: con la dispersión justa para no ser aburrido, «autorreflexivo», personal y caprichosamente enfrentado con asuntos de otros tiempos que no han perdido su capacidad aleccionadora en el presente, aunque su lección sea necesariamente sutil porque es literaria. La literatura sólo da este tipo de lecciones matizadas, indirectas, a menudo visibles sólo con la voluntad de verlas. Eso es literatura, incluida la literatura de ideas cuando se rehúye con plena conciencia la floritura de estilo, por decirlo así, orteguiana, contra la que Ferrater Mora anduvo vacunado desde muy temprano. El estilo fue “una jaqueca permanente”, como escribió en el prólogo a sus «Obras selectas», y al cabo de los años muchos de sus planteamientos le parecían errados, desfasados, oscuros, mal explicados o simplemente prescindibles. Lo dijo de muchas maneras y en muchos sitios; de un libro peculiar, como «Cuatro visiones de la historia universal» (1944), hizo una reedición quince años después, en 1958, con un lacónico prólogo que confesaba tres objetivos para la nueva edición: eliminar unas ideas, incorporar otras y abreviarlo. Lo hizo de modo sistemático y casi absoluto –es decir, con prácticamente todos sus textos–, y quizá en ese hábito pueda detectarse buena parte de las razones del ensayo ferrateriano: la reescritura misma, por mucho que hacia 1960 estén fraguadas sus intuiciones centrales. No obstante, la fidelidad al género del ensayo estuvo atravesada por crisis transitorias que, quizá, tengan alguna razón de fondo más honda y más interesante. En todo caso, merece ser comentada una confianza hacia el género siempre oscilante y contradictoria, porque, hubo de encontrar su sitio entre la fe en el sistema (una metafísica propia) y la provisionalidad perfectible (el ensayo). Y semejante inquietud teórica arrancaba de 1935, cuando reunió en «Cóctel de verdad», un conjunto muy diverso de materiales, incluidos retratos y semblanzas de filósofos y un apartado, Aforismos filosóficos en ritmos de 1920, que reúne seis poemas aforísticos precedidos de una dedicatoria expresiva y útil: A Federico Nietzsche y a las islas poéticas que se encuentran en el mar infinito de sus prosas. Al margen de la brillantez de la imagen, subrayo la vaga identidad de fondo que establece entre poesía y filosofía –en 1944 volvía sobre ello en Variaciones sobre el espíritu– y que es uno de los argumentos esenciales de un libro escrito sin mucho propósito unitario y sobrecargado de divagaciones y confesiones directas o indirectas. Su utilidad radica en otro lugar: en la confidencia ingenua en torno al horizonte intelectual de su autor y alguna idea que ha de explicar buena parte de su evolución posterior. La tierra del ensayo, para el joven Ferrater Mora, está después de la poesía y antes de la ciencia, en el camino que termina en la matemática; pero, empieza en el asombro intuitivo ante el mundo, la poesía. Y aún más: el ensayo es una mera fase de transición para el filósofo que sabrá reconocer en la adolescencia sólo una edad para la poesía. Ya la primera madurez –entre los veinte y los treinta– será el momento propio del ensayo, que se abandonará por los laboriosos estudios desde entonces y hasta los cuarenta y cinco. A partir de ahí no pueden escribirse más que tratados de matemáticas. La matemática es el Supremo Tribunal de la Inteligencia y por eso Poetas han sido todos los filósofos antes de pasar por la prueba dolorosa –prueba candente, de fuego– de la Matemática (Cóctel de verdad, ob. cit., pp. 45, 60 y 98, respectivamente). Claro está que no reeditó nunca estas especulaciones de sus veintitrés años sobre las etapas biológicas del filósofo. No obstante, no estoy muy seguro de que detrás de la ironía no hubiese un fondo de verdad profunda que, además, ayuda a explicar su trayectoria. De hecho, ese programa primerizo es coherente con su predilección de madurez por el ensayo estrictamente filosófico y su desazón con la precariedad del ensayo. En gran medida, su reflexión y práctica del ensayo enseña la historia de una frustración: siente que es un género insuficiente para un filósofo porque le reconoce como género literario unos fines y unos medios que excluyen la obra filosófica de envergadura. Lo mejor, sin embargo, es que eso significa también la conciencia de públicos distintos porque el ensayo no ha de satisfacer al filósofo, y en cambio sus lucubraciones y apuntes pueden satisfacer al lector de literatura. El ciclo bilógico del ensayo arrastra alguna forma de la desconfianza hacia el género: desde la esperanza ilusionada en la juventud hasta el escepticismo de madurez sobre su capacidad para desplegar pensamiento complejo (el que vertebra una metafísica). Incluso recelaba de los mismísimos estudios filosóficos porque, al igual que los artículos o los ensayos, eran modos de dilatar equivocadamente empeños de ambición mayor, es decir, libros hechos y derechos, con todos los resabios que tales libros acarrean (...), pero también con no pocas virtudes –por ejemplo, la arquitectura–, el penoso y siempre problemático ensamblaje de sus partes (Obras selectas, Madrid, Revista de Occidente, 1967, I, p. 18). Así, dos rasgos propios de Ferrater Mora, lo son también del ensayo como género literario moderno: provisionalidad y exploración. Y lo que desde el punto de vista del estilo es una labor incesante de depuración y atenuación de la retórica –cortándole el cuello, volvió a repetir en uno de sus últimos libros–, en las ideas es también una disminución de la carga teórica y una específica y gradual exclusión de materiales no aptos para el ensayo. Sus ensayos no filosóficos hacen las veces a menudo de las páginas de dietario que revisan temas de los que su autor se ocupó ya antes y sobre los que puede volver una y otra vez. Todo son asedios particulares a una misma aventura intelectual, como explica en su propio dietario publicado: “Mi dietario tiene como finalidad exteriorizar hasta un cierto punto las contradicciones que incuba nuestro corazón, o quién sabe qué órgano menos tradicional, y que la ética profesional nos impide manifestar con la frescura que nuestra higiene humoral necesita” (Una mica de tot, ob. cit., p. 14, El meu dietari té per finalitat exterioritzar fins a un cert punt les contradicciones que cova el nostre cor, o qui sap quin organ menys tradicional, i que lètica profesional ens impedeix manifestar amb la frescor que la nostra higiene humoral necessita”.). La higiene humoral es una de las razones de todo ensayista y lo es también para quien profesionalmente se dedica a otro tipo de ensayo, con otro tipo de condiciones: orden, disciplina, didactismo, rigor y exactitud. La distinción implícita de Ferrater entre ensayo y estudio filosófico arranca de 1935. Lo dijo de un modo propio precisamente del ensayo de los años veinte y treinta. El título de la primera glosa de «Cóctel de verdad» era Finura y geometría, que es epígrafe típico para sintetizar la prosa reflexiva, divagadora de la época, de un Antonio Espina, un Benjamín Jarnés... o el propio Ferrater juvenil. En esa nota, expone los dos únicos modos de ser filósofo: el que nace del espíritu de finura (Pascal), el que lo hace del espíritu de sistema (Hegel). Y ante un dilema (tan inusual e impropio de su pensamiento) exclama el joven Ferrater Mora: ¡Hay que escoger, hay que escoger irremisiblemente! No de la clase de filosofía, sino de la clase de filósofo que se elige, depende la clase de hombre que se es (Cóctel de verdad, ob. cit., p. 16.). Se lo dice a sí mismo, naturalmente; empero, si algo indica su trayectoria es la secreta voluntad de armonizar el espíritu de sistema y el espíritu de finura. «Nietzsche» vino después y fue, como siempre, el meteorito desestabilizador de las convicciones tradicionales. Para Ferrater, al menos desde 1945, el problema de la expresión filosófica es el problema de la filosofía: sólo porque el filósofo ha adoptado un tipo de filosofía tiene que recurrir a cierto tipo de expresión para manifestarla. Y aún sólo porque se expresa el filosofar de una cierta manera, queda por ello decisivamente determinada la forma misma del filosofar (Variaciones sobre el espíritu, Buenos Aires, Sudamericana, 1945, p. 86). «Unamuno», «Ortega» y «D’Ors» estaban en su horizonte de referencia básico, y ninguno de los tres aceptó los límites que el filósofo tradicional respeta y que en 1947 identifica con un carril «estret», o sea, insuficiente: “De hecho, [el filósofo] parece adoptar para su expresión un carril todavía más estrecho del que ha seguido el autor de estas mal pergeñadas páginas”. Todo lo que ha escrito hasta ese año, escribe Ferrater Mora desconsolado, “pertenece al género, propiamente literario del ‘ensayo’ mejor que al género de la estricta e implacable filosofía” (Una mica de tot, ob. cit., p. 53, aunque el texto se publicó primero en Germanor, 1947. En el original: De fet, [el filòsof] sembla adoptar per a la seva expressió un carril encara més estret del que ha seguit lautor daquestes malgirbades pàgines pertany més aviat al gènere, pròpiament literari de lassaig que al gènere de lestricta i implacable filosofia). Lo que asume Ferrater es la idea tradicional de que el filósofo ha de crear sistemas, pese a que fuese una creencia difusa: las páginas iniciales de su «Ortega» de 1958, estaban expresamente destinadas a legitimar otro modo de pensamiento, no sistemático y moderno. Un vistazo histórico a la obra filosófica –y cita a Platón, San Agustín, Hegel y Descartes; es decir, diálogos, tratados, confesiones, autobiografías o cartas– demuestra esa diversidad de formatos aptos para la filosofía. Así, “el filósofo, o el escritor de filosofía, o el que, pretendiendo convertirse en ambas cosas, se ha visto obligado a tantear este género literario perfectamente híbrido que llamamos ‘ensayo’, descubre, tan pronto como ha realizado su deseo, que éste ha quedado muy lejos de haberse cumplido”. No se trata de que el ensayo sea un formato insuficiente, sino de que determinada materia intelectual o filosófica no se adapta a los requisitos literarios del ensayo o no se siente a sus anchas con él. La opacidad lingüística, la complejidad conceptual o arquitectónica pertenecen a otro estrato distinto de la filosofía. Pese a todo, la filosofía seguirá siendo para Ferrater materia posible de la novela o el ensayo porque puede “adoptar múltiples y casi infinitas formas sin verse obligada por ese motivo a ser infiel a sí misma” (Una mica de tot, ob. cit., pp. 53 y 56. En los originales: el filòsof, o lescriptor de filosofia, o el qui, pretenent esdevenir ambdues doses, sha vist obligat a temptejar aquest gènere literari perfectament híbrid que anomenem assaig, descobreix, tan aviat com ha realitzat el seu desig, que aquest no ha quedat ni de bon tros satisfet y adoptar múltiples i gairebé infinites formes sense per això veures obligada a restar infidel a sí mateixa). Al final, como casi siempre en Ferrater Mora, lo importante es retener los matices de las ideas para no ir dando bandazos de un lado a otro: una forma de la filosofía y la meditación admite la elasticidad literaria y jugosa del ensayo o la novela, mientras que otro tipo de meditación más áspera desistirá de buscar la cordialidad amistosa, conversacional, que a menudo suscita el ensayista. Quizá lo decisivo en Ferrater Mora estuvo en la capacidad para comprender la dignidad de lo ajeno como forma necesaria de la dignidad de uno mismo. Es posible que a su lengua literaria le falte a menudo el nervio, el brío o la tirantez tensa de un gran estilo literario; pero, es verdad también que fue la herramienta que buscó construir conscientemente: ajena a la cabriola verbal a veces puramente narcisista de «Ortega» y «Gasset» y reticente también a la otra variante narcisista, la intuición imaginativa de «Eugenio D’Ors». El vasto sedimento intelectual de Ferrater Mora podía haber anulado su capacidad creativa, y sin embargo, la aptitud para comprender –para conocer– fue el mejor efectivo que obtuvo de su larga inmersión en el saber y los libros ajenos. Con ellos, encontró un modo de acercarse a la realidad protestando de la simplificación y siempre burlón de las complicaciones innecesarias. En su lengua literaria pesa, puede ser, una sensatez, una cordura que retrae a veces la vena sarcástica o satírica que podía expresar sin rebozo en privado, oralmente, y que no se permitió casi nunca poner por escrito. No obstante, la confianza en la palabra racional y el respeto a la exactitud fueron reglas básicas de un escritor de reescrituras. NOTICIA BIBLIOGRÁFICA Y JUSTIFICACIÓN Pese a la reescritura como hábito de Ferrater Mora, he seleccionado para esta antología algunas versiones anteriores –pero publicadas– de ensayos que corrigió y enmendó aquí o allá para incluirlos en los dos gruesos tomos de «Obras selectas» (Madrid, Revista de Occidente, 1967) o en otras ediciones. En casi todos los casos, se trata de retoques temperamentales, por decirlo así: con los años Ferrater Mora fue eliminando los gestos de frescura y de espontaneidad, y al mismo tiempo prefirió corregir el aire de conjetura que a veces daba a sus páginas, de manera que, en el texto definitivo desaparecían unas y otras. Pero, entonces, pierden también una vivacidad de escritura que daba muy bien el talante de un escritor tentado a partes iguales por la amenidad y el rigor. Al final de este volumen, el lector hallará la referencia precisa de cada texto seleccionado, y he sido yo mismo el traductor, tanto de los prólogos sobre su íntimo amigo «Joan Oliver», el poeta que firmó «Pere Quart», como de los textos originariamente publicados en catalán. La completísima bibliografía que elaboró «Carlos Nieto Blanco» para su libro «La filosofía en la encrucijada». Perfiles del pensamiento de José Ferrater Mora (Universidad Autónoma de Barcelona, 1985, reproducida también en el monográfico de «Anthropos», 45, de 1985, dedicado al autor), censa la friolera de 72 libros, entre ediciones y reediciones corregidas, mientras que, la cifra de artículos extensos hasta 1984 está cerca de los doscientos cincuenta, sin contar reseñas de libros ni artículos periodístico, particularmente, abundante desde los años setenta. Señalo expresamente ese libro, junto con el tomo de 1981, «Transparencies. Philosophical essays in Honor of J. Ferrater Mora», (Ed. de Priscilla Cohn, New York, Humanity Press), y el editado quince años después por «Salvador Giner» y «Esperanza Guisán»: «José Ferrater Mora: el hombre y su obra» (Universidad de Santiago de Compostela, 1994), como las tres fuentes más completas de información y análisis sobre la obra de Ferrater Mora, y remito a la bibliografía especializada que allí se encuentra. La reconstrucción biográfica de Ferrater Mora todavía es muy incompleta, incluidos los años de los que empieza a haber más testimonios, y algunos de tipo epistolar, que son decisivos. Pese a ello, las versiones a veces chocan extraordinariamente, como la hemorragia que padece en Chile, con vómito de sangre y estado grave, que cuentan tanto «Xavier Benguerel» en «Memòria d’un exili. Xile», 1940-1952 (Edicions 62, 1982) como «Josep Pla» en el «Homenot» que le dedicó en 1964 (Obra completa, Barcelona, Destino, 1970, T. 16, pp. 129-174). La fuente de «Pla» fue, según explica imprecisamente, el epistolario que le cedió el doctor «Pompeu Pasqual». «Pla» transcribe extensos fragmentos de esas cartas, que empiezan en 1948, con fragmentos de mucho interés sobre la persona, además de contar la visita de «Pla» a «Bryn Mawr», en 1963. El otro documento fundamental habría de ser, cuando se editen, las cartas con «Xavier Benguerel», ya que, las que intercambió con «Joan Oliver» figuran en el libro «Joc de cartes». Y Ferrater es figura también repetidamente aludida en «Xavier Benguerel/ Joan Oliver», Epistolari, Barcelona, Proa, 1999, edición de «Lluís Busquets i Grabulosa», en cuyo prólogo reúne datos y curiosidades sobre los tiempos chilenos de los tres personajes. Hay ya algunas otras semblanzas personales, en particular, las que se reunieron en «José Ferrater Mora: el hombre y su obra», como la firmada por «Ezequiel de Olaso» (discípulo de Ferrater y responsable del Diccionario de filosofía abreviado, primero editado en Sudamericana, desde 1970, y en sucesivas ediciones después por Edhasa), o el texto de «Josep María Terricabras», responsable de la «Càtedra Ferrater Mora de la Universitat de Girona», y último editor del «Diccionario de filosofía», para la editorial «Alianza». El breve texto de «Joan Oliver» que prologó el ya citado «Transparencies», puede sumarse, por último, a los tres discursos de «Victoria Camps», «Javier Muguerza» y «Jesús Mosterín», en los respectivos actos de investidura de Ferrater Mora como «doctor honoris causa» por las «Universidades Autònoma de Barcelona» (1979), «Nacional de Educación a Distancia» (1986) y, por fin, de «Barcelona» (1988). FIN RECUPERADO DE: [Introducción a José Ferrater Mora, Variaciones de un filósofo. Antología, A Coruña, Edicios do Castro, 2005]
Posted on: Mon, 11 Nov 2013 02:54:55 +0000

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