CALOR A los angelitos del ABC María jamás pensó en viajar a - TopicsExpress



          

CALOR A los angelitos del ABC María jamás pensó en viajar a la ciudad de México. Se decían cosas tan amenazantes de esa megalópolis que daba miedo pensar en caminar por sus calles repletas de asaltantes, taxis secuestradores y espesas neblinas de smog, Allí uno se podía extraviar sin que nadie le ayudara a salir del atolladero. Los chilangos suelen ser gente hosca , desconfiada, y los hombres acosan a las chicas fuereñas.Además llovía mucho y el frío hacía titiritar a sus habitantes. Que el DF se quedara donde estaba, ella era feliz mirando por las tardes el cielo azulísimo de Hermosillo. A veces despotricaba por el calorón que se dejaba caer en la ciudad durante el verano, provocando la sensación de estar junto a una estufa de horno abierto a toda lumbre. Pero con un buen aire acondicionado y no saliendo cuando el Sol caía a plomo, todo se arreglaba. Más aún, ella era una mujer de altas temperaturas. Estaba orgullosa de su fuerza para soportar el calor del desierto, y esperaba que su hijita Ximena heredara este gen inmune a las canículas. Y todo parecía indicar que sí, pues a sus tres años la pequeña jamás se quejaba del sol que horneaba, del aire que asa..., pero hubo un calor que su pequeño cuerpo no aguantó. El calor mortal de un fuego enloquecido. Ximena era muy risueña y reía a carcajadas mientras jugaba con su ranita de peluche. Sonreía cuando veía a Dora la Exploradora en la tele, sonrió tímida cuando la treparon en un poni para la foto del recuerdo, sonreía cuando arrastraba sillas y bailaba, cuando recitaba los colores. Sonreían cuando la metían a la tina para refrescarla del bochorno de las horas de Junio. Después del incendio en la guardería, Ximena ya no sonrió. Luchó dieciséis días contra los daños que le causara el calos monstruoso que la abrazó dentro de su cuna mientras dormía una siesta. Fue un cinco de Junio. Otros cuarenta y siete niños habían muerto, otros tantos agonizaban. Un mes después de que Hermosillo reventara por un calor mortal provocado por la estupidez y la avaricia de un puñado de ladrones, como en un sueño que era la prolongación de la pesadilla de ver agonizar a Ximena, María, su madre, estaba en la Ciudad de México. La habían traído para participar en una manifestación que se solidarizaría con ella y los demás papás de Hermosillo. María dudó en venir, desconfiaba, y aún así la convencieron de ir al monstruoso DF. Y quizá porque aquel fuera un día especial, porque caminaba a media calle, junto a cientos de personas que la acompañaban en su luto, María dejó de sentir miedo. Y bajó por la sonriente avenida Reforma, harta de álamos y sauces tupidos y frescos, y vio a Tláloc con su rostro despedazado. Y sintió un calor que no era de muerte ni de desierto: el calor de la gente de esta ciudad terrible y amorosa, y se reconfortó. El calor de la gente que caminaba junto a ella, para evitar que se repitiera lo que le había ocurrido a su hermosa Ximena. María se echó a llorar, y la ciudad la abrazó, la abrazó su gente que tal vez sea hosca y desconfiada, pero que acude sin ser llamada como la sangre a la herida. Armando Vega-Gil / La ciudad de los ojos invisibles (2011)
Posted on: Fri, 07 Jun 2013 03:24:12 +0000

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