CAPITULO IX La Canción de Medianoche Nota de la autora: El - TopicsExpress



          

CAPITULO IX La Canción de Medianoche Nota de la autora: El siguiente capítulo contiene algunos breves pasajes en donde se utiliza lenguaje vulgar con el propósito de dar mayor realismo al relato. Si ese tipo de lenguaje ofende su sensibilidad, le ruego se abstenga de leer. 1918 sería un año de grandes glorias ensombrecidas por infiernos sobrecogedores. Los Aliados habían estado luchando por más de tres años en Europa, el Norte de África, Palestina, Mesopotamia y el Mar del Norte. Durante todo ese tiempo, ambos contendientes habían perdido miles y miles de vidas valiosas, pero no parecía que se hubiesen hecho muchos avances a través de tal sacrificio. Sin embargo, al principio del año, la escena se observaba un poco más favorable para la Triple Entente debido a ciertas razones. En primer lugar, desde 1917 diferentes conflictos internos, tanto económicos como sociales, habían provocado una guerra civil en Rusia, país que se encontraba del lado de los Aliados. Los eventos habían forzado la abdicación del Zar Nicolás II y el establecimiento de un gobierno provisional, el cual continuó con el seguimiento de la guerra por unos meses hasta que el partido Bolchevique tomó control. Uno de los factores que habían dado tanta popularidad a los bolcheviques era su fuerte oposición a la participación de Rusia en la guerra. Por lo tanto, después de su victoria en octubre de 1917, los nuevos líderes rusos ofrecieron un armisticio al gobierno alemán. El día 15 de diciembre, Rusia, Alemania y Austria firmaron dicho armisticio el cual marcó el fin de las hostilidades en el Frente Oriental. Con este evento Francia, El Reino Unido, Italia y los Estados Unidos perdieron un importante aliado. Con la retirada de Rusia y de Rumania en 1917 los alemanes tenían una ventaja. Las tropas que habían sido asignadas al frente ruso estaban frescas y listas para entrar en acción. Tal circunstancia permitía a la Triple Ententecontar con un diez por ciento de superioridad numérica sobre los ejércitos ingleses, franceses y americanos en Francia. En segundo término, las fuerzas francesas estaban exhaustas después de tres años de luchar a la ofensiva, la moral de las tropas era muy baja y la mayoría de los hombres eran o muy jóvenes o demasiado viejos para resistir a los alemanes si éstos decidían organizar un ataque masivo. Los británicos, por su parte, padecían una escasez de refuerzos y el Primer Ministro Británico, David Lloyd George había ordenado la reducción del número de batallones por división. Al igual que en el ejército francés, los hombres que estaban disponibles en el lado británico eran principalmente soldados bisoños. Finalmente, los norteamericanos no habían logrado reunir todas sus fuerzas desde que el país había entrado a la guerra el año anterior. Para principios de 1918 solamente habían llegado a Francia 6 divisiones norteamericanas, pero dos de ellas aún no habían entrado en acción y las cuatro restantes solamente habían prestado apoyo en ciertos sectores lejos de la línea de fuego. Sin embargo, Alemania sabía que la llegada de nuevas tropas desde Estados Unidos era inminente y, si la Triple Entente no comenzaba una ofensiva agresiva e inteligente durante los primeros meses del año, podían terminar perdiendo el Frente Occidental con la llegada de los refuerzos norteamericanos. Así pues, la ofensiva alemana comenzó el 21 de marzo sobre la ciudad de Arras. El objetivo principal era abrir una brecha entre los británicos y los franceses que pudiese separar a esos ejércitos aliados y forzar a los británicos a replegarse hacia el Mar del Norte. Para esta ofensiva masiva los alemanes decidieron usar una nueva táctica basada en un corto pero poderoso bombardeo, seguido de un ataque frontal de la artillería y cerrado con la infantería usando ametralladoras como su arma principal. Los alemanes lograron ganar territorio, hicieron 70 000 prisioneros y mataron cerca de 200 000 hombres del lado de los Aliados. No obstante, la batalla fue considerada como un desastre estratégico porque la meta principal, la cual era separar a los ejércitos británico y francés, no pudo ser alcanzada. El año anterior, Ferdinand Foch había sido designado como jefe del Comité General del Ejército Francés, pero el General Pétain todavía tomaba parte en las decisiones junto con el Mariscal Haig, del ejército británico. La vigorosa ofensiva alemana desplegada en Arras forzó a los Aliados a designar un solo jefe que pudiese comandar los movimientos de ambos ejércitos de manera más coordinada. Haig y Pétain estuvieron de acuerdo en que el hombre más adecuado para tal trabajo era el mismo Foch. Por lo tanto, Foch fue nombrado el 3 de abril y desde entonces dirigiría todas las fuerzas Aliadas en el Frente Occidental con determinación y agresividad. A pesar de estas medidas, los alemanes no cesaron en su ofensiva y desde el día 9 de abril hasta el día 29 del mismo, atacaron Armentières, una ciudad en el Departamente de Nord, justo en la frontera con Bélgica. Los resultados obtenidos por el Comandante alemán Eric von Ludendorff fueron los mismos que en Arras: un éxito táctico que disminuyó las fuerzas aliadas, pero un fracaso estratégico porque los británicos lograron detener los movimientos alemanes. ¿Qué sucedía con la Fuerza Expedicionaria Americana durante todo el tiempo en que los franceses y británicos estaban tratando de resistir el ataque alemán? Los norteamericanos permanecían en la retaguardia, ya sea entrenando o ayudando en tareas menores, esperando a su destino. Poco a poco su hora se acercaba. Para inicios de abril, Armand Graubner hbía estado sirviendo entre las tropas norteamericanas por cuatro meses. Había sido asignado por las autoridades eclesiásticas para permanecer con los norteamericanos a fin de ayudar en la retaguardia, ofrecer apoyo espiritual, dar confesión y administrar los santos óleos si era necesario. Ser un sacerdote católico y trabajar en un ejército donde la mayoría de los elementos son protestantes no era una tarea fácil, pero el Padre Graubner era un tipo tan carismático que pronto se ganó la simpatía de cada hombre en su batallón y aún el pastor protestante que trabajaba con él se había convertido en su íntimo amigo. Graubner tenía unos cincuenta y cinco años, era flaco y alto como un pino, con una tupida barba castaña iluminada por unos profundos ojos oscuros, y aún cuando se supone que los sacerdotes deben ser gente seria, él era el hombre menos formal en el planeta entero. Pero esa era solamente una de muchas contradicciones en su personalidad; de hecho, Armand Graubner era un hombre de paradojas. Su abuelo materno había sido un ingeniero francés que se había mudado a Alemania para trabajar en la construcción de carreteras en ese país. El Sr. Bernard era casado y tenía una hija única cuando inmigró en Alemania y finalmente se estableció en un pequeño poblado llamado Eschewege, localizado en el corazón de la nación, unos cuantos kilómetros al norte de Frankfurt. La madre de Armand creció en Eschewege y finalmente se casó con un rico granjero llamado Erhart Graubner. Aun cuando Armand había crecido en un país protestante su madre había procurado educarlo en la fe católica, siguiendo la tradición francesa. Sin embargo, su padre había aprovechado cada oportunidad que se le presentaba para llenar la cabeza de su hijo de cada material marxista y contestatario que se encontraba en su camino. Como consecuencia de esa educación tan heterodoxa al llegar a los quince años Armand no tenía fe alguna y era un franco escéptico. Cuando el joven Graubner terminó su educación básica viajó a París para estudiar en la Sorbona. No obstante, una vez que se encontró solo y lejos de la vigilancia paterna, el joven invirtió su tiempo en interminables fiestas, tertulias y toda clase de pasatiempos. Tres años después de su llegada a Francia se había convertido en un jugador empedernido y un “playboy” que se liaba en cualquier pleito demasiado pronto y demasiado fácilmente. Sin embargo, de buenas a primeras, Armand cambió su forma de ser de un modo tan dramático que pasmó a sus amigos más allá de sus límites. Antes de que ellos pudiesen tener tiempo para comprender al nuevo Armand, el joven abandonó París y marchó a Roma para entrar al seminario. Seis años más tarde tomaría los hábitos para convertirse en sacerdote en 1889. A pesar de la nueva dirección que había tomado su vida, Armand eran aún un amotinador en el corazón de una de las religiones más ortodoxas del mundo. Su fe era sincera y apasionada pero sus ideas eran vistas con recelo por las autoridades de la iglesia. La literatura de vanguardia que el padre de Armand había compartido con su hijo durante su niñez y juventud tenía aún una influencia muy fuerte en el sacerdote. Así pues, sus predicaciones estaban plagadas peligrosamente de afirmaciones explosivas sobre la opresión, la propiedad privada, la explotación de los obreros y toda clase de “ideas extrañas”. Por estas razones el Padre Graubner era siempre enviado en las misiones más raras y lejos de las grandes ciudades, pero a él no le importaba mucho este asunto porque le preocupaba más tener contacto directo con la gente y no ambicionaba alcanzar una carrera exitosa en el Vaticano. De este modo, se sentía satisfecho con sus órdenes para trabajar en el campamento norteamericano y trataba de hacer su trabajo con su muy particular estilo heterodoxo. El capitán Duncan Jackson habían encontrado en el Padre Graubner a un nuevo oponente para su ajedrez nocturno pero continuaba invitando a Terri, jugando ya sea con el joven y charlando con el sacerdote o viceversa. Sin embargo, cuando Terri no tomaba parte en el juego, Jackson y Graubner tenían que llevar la charla porque el joven había regresado de su corto viaje a París aun más sombrío y callado que antes. Sur de Manhattan, después Inglaterra, quizá Londres – habían sido las primeras palabras que Jackson había dicho a Grandchester cuando el este último llegó al campamento. ¿Perdón, señor? – preguntó Terri con un aire ausente. Quiero decir, sargento, que finalmente sé de dónde es usted – respondió el hombre con tono orgulloso – Usted debe haber nacido en el Sur de Manhattan, tiene ese acento de los neoyorquinos de clase alta, pero mezclado con ello hay unas inflexiones británicas en su modo de pronunciar las consonantes, lo cual me dice que usted debe haber pasado un buen tiempo en Inglaterra ¿Me equivoco? No, señor, está usted totalmente en lo correcto – respondió Terri quien había perdido interés en el juego desde que cierta rubia había reaparecido en su vida. Pero aún no tengo idea sobre el tipo de actividad que usted hace para ganarse la vida- admitió el hombre. Soy actor, señor. – dijo el joven directamente sin notar el pasmo en las facciones de Jackson – Vivo en Nueva York y trabajo como actor en Broadway. No hay gran misterio en el asunto. Ahora, si me disculpa, me gustaría cambiarme de ropa. Sí… sí… puede retirarse Grandchester – respondió Jackson muy desilusionado y molesto. Él quería encontrar por sí mismo la información, pero el joven había arruinado su pasatiempo con su repentina honestidad. Ahora tendría que encontrar un nuevo juego para invertir su tiempo. Justamente entonces el Padre Graubner había llegado para ofrecer al Capitán Jackson lo que éste necesitaba: un buen perdedor en el ajedrez y un excelente compañero de charla. ¿Qué tiene en esa caja, Padre? – preguntó uno de los cabos al sacerdote, una noche cuando los hombres se habían reunido alrededor del fuego. Es un recuerdo que tengo de los años que trabajé en España – respondió Graubner con sus ojos oscuros brillando a la luz de las llamas, - es una guitarra. ¿De verdad?- inquirió el hombre con gran interés – ¿Y sabe usted cómo tocarla? Por supuesto, cabo- se rió sofocadamente el sacerdote mientras sus manos abrían los seguros del estuche. Entonces, toque algo para nosotros, Padre – solicitó un soldado raso sentado junto al fuego. Sí, es una buena idea – replicó otro soldado – toque algo con buen ritmo. El hombre barbado tomó el instrumento en sus manos y con soltura tocó una alegre melodía que toda la brigada disfrutó plenamente. Cuando hubo terminado los hombres aplaudieron con fuerza, complacidos tanto por la música como por la simpatía del sacerdote. Eso estuvo muy bien, Padre – dijo un joven soldado raso que parecía menor de veinte años – debería de tocar con el sargento Grandchester alguno de estos días. ¡Seguro! – dijo burlonamente el primer cabo levantando los ojos al cielo en señal de incredulidad. ¿Quieren decir que el sargento Grandchester toca un instrumento también? Bueno, sí – contestó el mismo cabo – pero nunca toca para nosotros como usted acaba de hacerlo. Ese hombre es un verdadero búho. Frecuentemente no duerme en toda la noche, lo he visto mientras estoy de guardia, se levanta a media noche y toca la armónica por horas. Ya veo – replicó el cura. Un tipo raro ese Grandchester – concluyó uno de los soldados rasos. Sí, muy raro – respondieron otros dos hombres. Candy estaba trabajando en el turno de la noche. Un gran número de hombres sufriendo de terribles quemaduras habían estado llegando desde el norte donde los alemanes atacaban Armentières. Era imposible encontrar un momento de descanso cuando todo lo que podía escucharse alrededor eran quejidos y gritos de dolor. Candy no tenía tiempo de escuchar el dolor de su propio corazón. Con su característica energía la joven se dedicaba a sus pacientes, siempre dispuesta a iluminar sus horas, ya sea con una sonrisa, una palabra de aliento o simplemente con un oído atento que atendía a quien necesitaba ser escuchado. Desde cierta distancia un par de ojos grises cuidaban a Candy con cariño, esperando silenciosamente por alguna señal que abriese las puertas al corazón de la joven. Pero la puerta estaba cerrada y la llave perdida en algún lugar de la retaguardia del Frente Occidental. ¡Candy! – susurró Yves haciendo una seña con su mano derecha - ¿Podrías venir? Claro ¿Qué pasa? – preguntó la chica aproximándose al lugar donde Yves estaba de pie frente a una cama. El joven descubrió una herida que estaba inspeccionando y mostró los detalles a la enfermera rubia cerca de él. No obstante, el doctor en él fue brevemente eclipsado por el hombre de carne y hueso y por un momento Yves se olvidó del pobre herido en la cama, mientras sus ojos deambulaban sobre los ricitos que se escapaban de la redecilla con la cual Candy sostenía sus cabellos en un rodete, luego los ojos del joven recorrieron el cuello de la muchacha preguntándose por el sabor de aquella piel cremosa y finalmente terminó su osado recorrido al borde del cuello redondo del uniforme blanco de la joven. ¿Yves? – Candy preguntó por segunda vez ¿Oui? – masculló él abruptamente, despertando de sus fantasías - ¡Ah sí! ¿Ves esta parte?- preguntó él apuntando a una sección de la herida. Los ojos de Candy comprendieron el sentido de las palabras de Yves tan pronto como ella inspeccionó la herida del paciente y pudo percibir ese especial olor. Inmediatamente una sombra oscura cruzó por la mirada de la joven. ¿Qué vas a hacer? – se aventuró finalmente a preguntar, temiendo la respuesta que podía seguir. Quiero que la irrigues por 24 horas – dijo él sonriendo suavemente mientras aspiraba la dulce fragancia de rosas que ella usaba – Si funcionó tan bien con Flammy, creo que debemos dar una oportunidad a esta herida ¿No crees? ¡Oh Yves! – la muchacha dejó escapar un gritito de alegría y siguiendo un impulso inocentemente abrazó a su amigo olvidándose de que el hombre junto a ella no estaba hecho de piedra. Fue sólo un gesto que no duró más que un par de segundos. Inmediatamente después, ella se apartó sin siquiera notar la confusión en el rostro del médico. Aquellas habían sido las mejores noticias que la muchacha había recibido en meses, de modo que estaba demasiado contenta como para darse cuenta de lo que uno solo de sus movimientos podía provocar en el joven. ¡Gracias por confiar en mí! – dijo ella con el rostro brillando de alegría - ¿Qué puedo hacer por ti? Haz de nuevo lo que acabas de hacer – dijo él en un murmullo. ¿Perdón?- preguntó ella mientras se distraía en vendar la herida del paciente dormido. Dije que no hay nada que agradecerme – mintió él – Ahora, si me disculpas, debo ver a mis otros pacientes en el pabellón contiguo – agregó él con un asentimiento de cabeza. La joven agitó su mano en señal de despedida y un momento después se encontraba otra vez ocupada en su trabajo. Un dulce sonido de capanillas tintineó en su bolsillo y ella movió inconscientemente su mano para tomar el reloj que siempre llevaba consigo. Son las 12 en punto – pensó cuando abrió la tapa del reloj. Inesperadamente un repentina tristeza inundó su corazón - ¿Qué es esto?- se preguntó poniendo una mano sobre su pecho- ¿Estás bien? ¡Por favor, Señor, protégelo! – dijo mientras se santiguaba.
Posted on: Mon, 12 Aug 2013 19:53:14 +0000

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