COMENTARIO DE EGW DE ESCUELA SÁBATICA Martes 29 de octubre: La - TopicsExpress



          

COMENTARIO DE EGW DE ESCUELA SÁBATICA Martes 29 de octubre: La transferencia del pecado El santo tabernáculo estaba colocado en un espacio abierto llamado atrio, rodeado por cortinas de lino fino que colgaban de columnas de metal. La entrada a este recinto se hallaba en el extremo oriental. Estaba cerrada con cortinas de riquísima tela hermosamente trabajadas aunque inferiores a las del Santuario. Como estas cortinas del atrio eran solo de la mitad de la altura de las paredes del tabernáculo, el edificio podía verse perfectamente desde afuera. En el atrio, y cerca de la entrada, se hallaba el altar de bronce del holocausto. En este altar se consumían todos los sacrificios que debían ofrecerse por fuego al Señor, y sobre sus cuernos se rociaba la sangre expiatoria. Entre el altar y la puerta del tabernáculo estaba la fuente, también de metal. Había sido hecha con los espejos donados voluntariamente por las mujeres de Israel. En la fuente los sacerdotes debían lavarse las manos y los pies cada vez que entraban en el departamento santo, o cuando se acercaban al altar para ofrecer un holocausto al Señor... Exactamente frente al velo que separaba el Lugar Santo del Santísimo y de la inmediata presencia de Dios, estaba el altar de oro del incienso. Sobre este altar el sacerdote debía quemar incienso todas las mañanas y todas las tardes; sobre sus cuernos se aplicaba la sangre de la víctima de la expiación, y el gran Día de la Expiación era rociado con sangre. El fuego que estaba sobre este altar fue encendido por Dios mismo, y se mantenía como sagrado. Día y noche, el santo incienso difundía su fragancia por los recintos sagrados del tabernáculo y por sus alrededores (Patriarcas y profetas, pp. 359, 360). Mediante este servicio anual le eran enseñadas al pueblo impor­tantes verdades acerca de la expiación. En la ofrenda por el pecado que se ofrecía durante el año, se había aceptado un substituto en lugar del pecador; pero la sangre de la víctima no había hecho completa expia­ción por el pecado. Solo había provisto un medio en virtud del cual el pecado se transfería al Santuario. Al ofrecerse la sangre, el pecador reconocía la autoridad de la ley, confesaba la culpa de su transgresión y expresaba su fe en Aquel que había de quitar los pecados del mundo; pero no quedaba completamente exonerado de la condenación de la ley. El Día de la Expiación, el sumo sacerdote, llevando una ofrenda por la congregación, entraba en el Lugar Santísimo con la sangre, y la rociaba sobre el propiciatorio, encima de las tablas de la ley. En esa forma los requerimientos de la ley, que exigían la vida del pecador, quedaban satisfechos. Entonces, en su carácter de mediador, el sacer­dote tomaba los pecados sobre sí mismo, y salía del Santuario llevando sobre sí la carga de las culpas de Israel. A la puerta del tabernáculo ponía las manos sobre la cabeza del macho cabrío símbolo de Azazel, y confesaba “sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, y todas sus rebeliones, y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío”. Y cuando el macho cabrío que llevaba estos pecados era conducido al desierto, se consideraba que con él se alejaban para siempre del pueblo. Tal era el servicio verificado como “bosquejo y sombra de las cosas celestiales” (Hebreos 8:5). Como se ha dicho, el Santuario terrenal fue construido por Moisés, conforme al modelo que se le mostró en el monte. “Era figura de aquel tiempo presente, en el cual se ofrecían presentes y sacrificios”. Los dos lugares santos eran “figuras de las cosas celestiales”. Cristo, nuestro gran Sumo Sacerdote, es el “ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo que el Señor asentó, y no hombre” (Hebreos 9:9, 23; 8:2). Cuando en visión se le mostró al apóstol Juan el Templo de Dios que está en el cielo, vio allí “siete lámparas de fuego... ardiendo delante del trono”. Vio también a un ángel “teniendo un incensario de oro; y le fue dado mucho incienso para que lo añadiese a las ora­ciones de todos los santos sobre el altar de oro que estaba delante del trono” (Apocalipsis 4:5; 8:3). Se le permitió al profeta contemplar el Lugar Santo del Santuario celestial; y vio allí “siete lámparas de fuego ardiendo” y “el altar de oro”, representados por el candelera de oro y el altar del incienso o perfume en el Santuario terrenal. Nuevamente “el templo de Dios fue abierto en el cielo” (Apocalipsis 11:19), y vio el Lugar Santísimo detrás del velo interior. Allí contempló “el arca de su testamento”, representada por el arca sagrada construida por Moisés para guardar la ley de Dios (Patriarcas y profetas, pp. 369, 370).
Posted on: Tue, 29 Oct 2013 05:23:28 +0000

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