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COMO RESPONDER A LOS ESCEPTICOS PARTE 1 En labores de evangelización tropezamos muchas veces con escépticos, que no niegan la existencia de Dios, pero nos dicen, más o menos, lo siguiente: E. «Yo no soy ateo, yo creo que algo debe existirdetrás de todo lo maravilloso que hay en la Naturaleza; pero no creo que sea posible saber nada acerca de este gran misterio y pienso que nunca lo sabremos. Por tanto no me preocupo de ninguna religión, ya que nadie sabe lo que es Dios.» ¿Qué debemos responder a quienes nos hablan en semejantes términos? R. Una respuesta bastante comprensible y efectiva es ponerles el ejemplo de un padre. Jesús vino a hacernos la gran revelación de que el Poder invisible que adivinamos detrás de las maravillas de la Naturaleza puede y debe ser considerado como nuestro Padre Celestial; no sólo porque Él ha dado vida a todo lo existente sino porque sus sentimientos son los de un padre hacia sus criaturas, por más que nosotros no comprendamos su modo de actuar y muchas veces nos parezca un misterio. Jesucristo, después de resucitado, cuando sus discípulos estaban ya más asesorados de su pensamiento porque había estado doctrinándoles durante tres años, ante el hecho asombroso, pero innegable para ellos, de su resurrección, les dijo: «Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios». Aun cuando ignoremos mucho acerca de Dios, tenemos deberes innegables con respecto a un Ser a quien debemos, no solamente la vida, sino todos los bienes de que isfrutamos, esto es lo que quería significar el apóstol Pablo en aquel texto en que dice: «Las cosas invisibles de Él… se echan de ver por las cosas que vemos y tocamos; y que los que no quieren reconocerlo son “inexcusables”». Suponga usted –podemos decir al interlocutor escéptico– que sus hijos, ya mayores, que se han ausentado del hogar paterno, dicen: «Yo no discuto la existencia de mis padres, pero no me ocupo de ellos, no les busco ni trato de comunicarme con ellos, no los maldigo ni les voy detrás, simplemente no quiero saber nada de ellos». E. Es que hay una gran diferencia entre los padres naturales que conocemos, y Dios, a quien no conocemos. R. Pero esto no nos exime del deber de admirar y agradecer sus obras. Dios era menos conocido por los hombres inspirados que escribieron el A.T., que para nosotros, que tenemos la última revelación que nos dio por medio de Jesucristo; sin embargo, encontramos en aquellos escritos una reverencia y una gratitud extraordinaria hacia Jehová (El que ha sido, es y será), pues tal es el significado del nombre. Por ejemplo en el Salmo 92 leemos: «Bueno es alabarte, ¡oh Jehová!, y cantar salmos a tu nombre, ¡oh Altísimo!, por cuanto me has alegrado, oh Jehová, con tus obras; en las obras de tus manos me gozo. Cuán grandes son tus obras, oh Jehová, muy profundos son tus designios. El hombre necio no entiende y el insensato no comprende, que si brotan los impíos como la hierba y florecen todos los que hacen iniquidad, es para ser destruidos eternamente». ¿Usted se conforma con ser destruido, o condenado eternamente? E. Es que yo no soy impío, soy un hombre de bien que procuro no hacer mal a nadie. R. Es cierto que la palabra impío ha recibido una connotación algo equivocada en nuestra lengua castellana, pero si la estudiamos etimológicamente nos daremos cuenta de que el verdadero significado de inpío, es sencillamente, no-piadoso. No significa ser ladrón, o asesino, sino simplemente no tener sentimientos de piedad, de fe, de gratitud y amor a Dios. En este sentido usted es in-pío, usted mismo acaba de declararlo. E. Es cierto, no soy un beato. R. Sin embargo la revelación de Dios a este mundo condena tanto a beatos como a «impíos», si su conducta no es según la voluntad de Dios. Jesús condenaba a los beatos de su tiempo, que eran los fariseos, y los llamaba hipócritas; pero también, exhortaba a todos, desde el mismo principio de su ministerio, diciendo: «El tiempo se ha cumplido, y el Reino de Dios se ha acercado; arrepentíos y creed el Evangelio». Y a algunos que se consideraban justos porque no habían sido objeto de una calamidad pública que había costado la vida a varios ciudadanos, y ellos continuaban vivos por la misericordia y paciencia de Dios, les exhortaba diciendo: «Si no os arrepintiereis todos pereceréis de la misma manera». Y decía una gran verdad, puesto que la muerte no perdona a nadie y lo mismo que había sucedido a aquellos ciudadanos de Galilea víctimas de una catástrofe, les ocurriría a ellos un poco más tarde, y nos ha de ocurrir a cada uno. Si no de un modo, de otro, nuestros cuerpos han de perecer. E. Claro, todos tenemos que morir; de esto no se escapa nadie. R. Pero Jesús, que había venido del mundo del espíritu que es el mundo de la vida, veía las cosas de un modo muy diferente que nosotros, que disfrutamos de la vida en el cuerpo físico, sólo por una breve temporada de X años. Para Él todos los hombres eran como un rebaño de ovejas destinado al matadero; de ahí su interés en hacerles partícipes de la vida eterna que Él vino a traernos. Por esto podía decir: «No temáis a los que matan el cuerpo mas no pueden matar el alma, temed más bien a Aquel que puede destruir alma y cuerpo en el infierno» (Mateo 10:28). E. Pero yo no soy tan malo como para merecer el infierno. Esta idea la inventaron los curas para tener espantada a la gente y dominarla a su gusto. R. No, amigo mío, esto no lo inventaron las autoridades de la Iglesia Católica, sino que son palabras que se encuentran en los más antiguos documentos de la fe cristiana, es decir en los Evangelios, y aun cuando hay diferencias de opinión acerca de lo que realmente significa la condenación (que por supuesto no será igual para todos los hombres, según des-cubrimos en Mateo 11:20 y Lucas 12:47-48), y hay quienes opinan que será separación de Dios en tinieblas, otros sufrimiento, y otros extinción del alma; no quiera usted arriesgarse a conocer experimentalmente lo que será, puesto que éste es el gran peligro del cual Jesucristo vino a advertirnos muy seriamente, y Él mismo declaró que vino a padecer en la cruz del Calvario y resucitar, para poder librarnos de ello. De tal gravedad lo consideraba, y Él conocía muy bien las cosas del más allá. E. Pero yo le repito que no creo que Dios vaya a castigar en la otra vida sino a personas muy culpables, pero no a individuos honrados como usted o yo R. Lo que usted crea, ni lo que yo crea, no nos librará, si Él nos considera indignos de entrar por nuestros méritos en regiones de absoluta santidad. Que no seamos tan malos como otros es bien posible; pero tampoco somos perfectos. Ni usted ni yo hemos cumplido el primer mandato de la Ley de Dios, que dice: «Amarás a tu Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo». No hemos amado a los me-nos afortunados que nosotros, como a nosotros mis-mos; hemos sido esclavos de nuestro egoísmo. Y en cuanto a la primera parte del mandato divino «amarás a Dios sobre todas las cosas», ¿no cree que la propia despreocupación que usted ha manifestado hace un momento, es ya una ostensible ofensa para el Autor de todos los bienes de que disfrutamos? El apóstol Pablo, refiriéndose a los paganos de tiempos pasados, dice: «Y como ellos no tuvieron a bien el reconocer a Dios, Dios les entrego a una mente reprobada para hacer cosas impropias» (Romanos 1:28), luego cita una lista larga de cosas malas que los hombre han hecho, y aunque muchas de las tales cosas no pueden ser atribuidas ni a usted ni a mí, dice el mismo apóstol: «No hay justo ni aun uno, no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios» (Romanos 3:10). De modo que el no buscar a Dios es ya en sí una impiedad, porque significa culpable ingratitud. Y hablando el mismo apóstol a los sabios de Grecia, en su Areópago de Atenas, después de explicarles que Dios es el Espíritu infinito que da a todos vida y aliento y todas las cosas, añade que lo ha hecho para que los hombres busquen a Dios: «Si tal vez palpando pueden hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros» (Hechos 17:27), y en Amós 5:4 leemos: «Así dice Jehová: “Buscadme y viviréis”». E. ¿Y cómo se puede buscar a Dios si nunca le hemos visto ni nadie le puede ver? R. A Dios, en su esencia, ciertamente no podemos verle, pero tenemos el deber de buscarle a través de la revelación que Él ha hecho de sí mismo, de un modo muy especial, mediante el Verbo encarnado, que en palabras humanas llamamos su Hijo Jesucristo. En Juan 1:18 leemos: «A Dios nadie le vio jamás, el unigénito Hijo que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer». E. Pero hay tantas religiones y tantos modos de pensar acerca de este gran misterio, que es muy difícil saber dónde está la verdad. R. Es cierto, a causa de la influencia del maligno que ha inculcado toda clase de ideas extrañas en las mentes de los hombres, como dice el apóstol Pablo: «Pero si nuestro Evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el Dios de este mundo cegó los pensamientos de los incrédulos, para que no les resplandezca la iluminación del Evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios» (2ª Corintios 4:4). E. Yo no niego la existencia de Dios, pero si existe debe haberse olvidado ya de este mundo, pues los mismos elementos de la Naturaleza, que parecen bien ordenados para beneficio de los seres vivos, a veces producen mucho mal cuando se desatan en terremotos y ciclones, inundaciones o incendios, y obran sin misericordia. Si existiese un Dios sabio y bueno detrás de estos elementos, esto no ocurriría. R. Usted reconoce a un Ser que obró con benéfica sabiduría al ordenar este mundo y que actualmente parece estar desatendido de Él, porque no evita catástrofes naturales. Entonces usted no quisiera que Dios hubiese dictado a la materia leyes fijas y permanentes. ¿Cómo quisiera entonces que mantuviese Dios el equilibrio del Universo? Todos sentimos que es un gran beneficio para los seres vivos la existencia del agua, precioso elemento que no se encuentra en los planetas vecinos a la Tierra, pero en ciertas circunstancias, un exceso de lluvia puede causar inundaciones. Del mismo modo, ¿quién dejará de bendecir a Dios por el aire que res-piramos, que sirve para tantas cosas útiles en el orden de la creación (véase lo dicho en páginas 82 y 83), por más que de vez en cuando un ciclón cause devastaciones en alguna parte de la Tierra. ¡Cuántas veces podemos dar gracias a Dios por el fuego que nos calienta, y nos ayuda a cocer los alimentos, y a ablandar y transformar la materia sólida de los metales, por más que alguna vez causa daño, al producirse un incendio! E. Pero si existe Dios debiera intervenir en tales casos. R. Entonces quisiera que Dios efectuase milagros a cada momento en que nosotros hemos tenido un descuido, y que no hubiese dejado las leyes de la Naturaleza obrar por sí mismas. E. Exactamente. Esto es lo que quisiéramos todos los que estamos en duda acerca de la religión. O, de otro modo, que hiciera aparecer letras de fue-go en los cielos que indicaran cuál es la religión verdadera. R. Y ¿en qué lengua quisiera usted que fuera redactado tal letrero en un mundo donde existen millares? Además, si Dios obrara de este modo, usted sería el primero que se sentiría esclavizado, por tener que practicar alguna religión por la fuerza. ¿No comprende que de semejante modo no sería factible la prueba del amor, la fe y la gratitud, que Dios quiere despertar y mantener en Ios corazones de un número de hombres y mujeres por los siglos de los siglos? En cierta ocasión en que los paganos querían rendir culto al apóstol Pablo, a causa de un milagro que había hecho, creyendo que era el Dios pagano Júpiter, el apóstol Pablo y su compañero Bernabé tuvieron que protestar diciendo: «Varones, ¿por qué hacéis esto?, pues nosotros somos hombres de igual condición que vosotros, que os anunciamos que de estas vanidades os convirtáis al Dios vivo que hizo el cielo y la tierra, el mar y todo lo qu en ellos hay; el cual, en las generaciones pasadas, ha dejado a todas las gentes andar en sus propios caminos; si bien no se dejó a sí mismo sin testimonio haciendo bien, dándonos lluvias del cielo y estaciones del año fructíferas, llenando de sustento y alegría nuestros corazones». «Y diciendo estas cosas –relata el evangelista Lucas– , a duras penas lograron impedir que la multitud les ofreciese sacrificio.» «Pero entonces –continúa explicando el escritor Lucas–, vinieron de Antioquía y de Iconio unos judíos que persuadieron a la multitud, los que cambiaron inmediatamente de parecer (creyendo, sin duda, que en lugar de ser un dios, era un mago poseído de poderes infernales); y después de apedrear a Pablo le arrastraron fuera de la ciudad dejándolo por muerto» (Hechos de los Apóstoles 15:14-20).
Posted on: Thu, 07 Nov 2013 12:55:21 +0000

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