COMO RESPONDER A LOS ESCEPTICOS PARTE 2 E. ¿No ve usted que - TopicsExpress



          

COMO RESPONDER A LOS ESCEPTICOS PARTE 2 E. ¿No ve usted que si Dios hubiese intervenido en favor de Pablo no hubiera ocurrido esto? R. Sí, pero ¿dónde habría quedado la libertad y responsabilidad de aquellas mismas gentes? Todos habrían creído, pero obligados por el terror. No habría habido lo que narra a continuación el versículo 20, que vinieron los que de corazón habían creído el mensaje del Evangelio y le rodearon de cuidados, lamentando la ceguera moral de aquella gente pagana, y llenos de cariño al apóstol, por haber entendido que era un mensajero del verdadero Dios, le cuidaron con amorosa solicitud; y al día siguiente ya estaba el apóstol restablecido y salió, con Bernabé, para Derbe. E. Bueno, yo no puedo creer en la existencia de un Dios que se calla, años tras años y siglo tras siglo, y ha pemitido las barbaridades que se han cometido en el mundo. ¿Por qué permitió las persecuciones que sufrieron los cristianos en los tres primeros siglos; los horrores de la Inquisición o los campos de exterminio de Hitler en Alemania? Salmo 50, Dios dice por boca de un escritor inspirado: «Tú aborreces la corrección, y echas a tu espalda mis palabras. Si ves a un ladrón, tú te vas en seguida con él, y te juntas con los adúlteros. Das suelta a tu boca para el mal y tu lengua trama engaños…, estas cosas hacías y yo he callado; pensabas que de cierto sería yo como tú? ¡Pero te redarguiré y las pondré delante de tus ojos!» (Salmo 50:17-21). Si Dios hubiese intervenido con milagros para impedir las barbaridades que usted cita habría enderezado, omentáneamente, algunas cosas muy malas, cierto, pero que al fin y al cabo también fueron arregladas algunos años después; pero habría aterrorizado y sujetado al mundo, obligando a los hombres a cumplir su voluntad, tanto si la amaban como si no. Todas las gentes habrían vivido por si-glos aterrorizados de ese poder del cielo, no se habrían sentido libres y responsables, y muchas hermosas manifestaciones de fe, confianza y amor al Invisible, no se habrían producido. Se habría hecho nula la prueba de la fe, que muchas veces ha admirado a los habitantes de los cielos. Sabemos que algunos mártires de los primeros siglos se denunciaban a sí mismos como cristianos, se arrojaban a las hogueras y morían con la mayor alegría. El Señor Jesucristo ya previno que esto ocurriría, pero no lo fomentó, sino que aconsejó a sus discípulos: «Si os persiguieran a una ciudad huid a la otra». ¿No fue esto ya un anuncio de que Él no intervendría directamente en contra de los perseguidores, a pesar del poder que mostró en los días de su encarnación? Pero lo que reveló, es que iba a preparar moradas celestiales para los suyos, y que volvería en gloria, al final de los siglos; y esto ha estimulado y mantenido la fe en Él a través de más de veinte generaciones. No dijo cuándo volvería, y así mantiene a los suyos espectantes. E. Pero el hecho es que, con esta inseguridad y con su silencio, ha dejado a los malos hacer, y la muerte ha sido el resultado final de infinidad de injusticias. R. He aquí, precisamente, la razón por la que debe haber un juicio tras la muerte. Si nosotros tenemos un sentimiento de justicia en nuestras conciencias y nos indignamos por las iniquidades que han tenido lugar en el mundo, el que nos ha dado estos sentimientos debe ser mucho más justo que nosotros; el autor del Salmo 139 dice: «El que hizo el oído, ¿no oirá? El que hizo el ojo, ¿no verá? ¿No entenderá el que dio al hombre la ciencia?» Ni nuestro ojo, tan perfecto como una delicadísima cámara fotográfica, ni nuestro sentido moral, puede haberse formado por mera casualidad; es irracional pensarlo. Por otra parte, Él debe ver las cosas de un modo muy diferente de como las vemos nosotros, porque está al otro lado de la muerte, y para Él la muerte no es lo que para nosotros, una desgracia irreparable y una separación definitiva, sino una reunión y muchas bienvenidas. Recuerde lo que decía el apóstol Pablo cuando estaba preso y pronto a ser juzgado por Nerón: «Porque para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia, mas si el vivir en la carne resulta para mí en beneficio de la Obra, no sé entonces qué escoger. Porque de ambos lados me siento apremiado, teniendo deseos de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor» (Filipenses 1:21-23). E. ¿Y qué ocurrió? Lo mataron, ¿verdad? R. No, en aquella ocasión las oraciones de los cristianos de Filipos fueron atendidas y Pablo obtuvo la libertad y la vida de parte del loco emperador romano; pero sólo por un poco de tiempo. Todos conocemos cómo, tras el incendio de Roma, la falsa acusación de incendiarios contra los cristianos trajo la segunda prisión de Pablo y su ejecución. Aparentemente, lo peor, para los que de nuevo estarían orando por su liberación; pero para él mismo y los que le habían precedido en el viaje a la eternidad, una decisión del tirano «muchísimo mejor», como escribía Pablo: «La mejor de todas». E. ¿De dónde habría sacado el apóstol Pablo tan temeraria seguridad? R. Bueno, tenía varios motivos: En primer lugar las afirmaciones que Jesucristo mismo hizo de palabra a sus inmediatos discípulos, las cuales quedaron plasmadas en varios lugares de los Evangelios. Posiblemente, el apóstol Pablo había recibido testimonio de Pedro, de Juan y de los demás apóstoles que habían escuchado de boca del Señor Jesucristo las palabras que tenemos en Juan 14:1: «No se turbe vuestro corazón, creéis en Dios, creed también en mí, en la Casa de mi Padre hay muchas mansiones, sino ya os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros». Y también aquellas otras que se encuentran en dos diferentes Evangelios y que son una clarísima advertencia, que ningún hombre se habría atrevido a hacer, aparte de Jesucristo: «No temáis a los que matan el cuerpo y después ya nada pueden hacer, pero os mostraré a quién debéis temer: temed a Aquel que después de haber quitado la vida tiene autoridad para echaros al infierno, sí os digo, a éste temed» (Lucas 12:4). Luego, por las relaciones que él mismo tuvo con el Señor Jesucristo, primero en el camino de Damasco y más tarde en su arrebatamiento al mundo espiritual (2ª Corintios 12:4). E. Bueno, esto está escrita en los evangelios y en las epístolas de Pablo, pero ¿quién conoce hasta dónde son auténticos tales libros? ¿No pudieron ser falsificados en los primeros siglos? Existen algunos evangelios apócrifos llenos de cuentos inverosímiles acerca de Jesucristo, ¿no podrían ser así también con los que la Iglesia ha considerado como auténticos? R. No, de ningún modo. Hay una gran diferencia entre los cuatro evangelios auténticos y los apócrifos a que usted se refiere. No sólo por haber sido reconocidos oficialmente en varios concilios primitivos, sino porque desde el mismo principio del movimiento cristiano fueron reconocidos, leídos y comentados como «Memorias de los apóstoles». Además, existen otros documentos del siglo II que proclaman las mismas creencias básicas cristianas, como la muerte redentora de Jesucristo, su resurrección y sus promesas de vida eterna, exactamente igual como lo expresan los documentos del N.T. Me refiero, naturalmente, a las cartas de los mártires de principios del siglo II. Por ejemplo, Ignacio de An-tioquía, que escribió siete cartas en su viaje al martirio, en Roma; la de Policarpo a los Filipenses, la carta a Diogneto, la Didacta, y otros documentos que escribieron los apologistas cristianos del siglo II, Clemente de Roma, que a últimos del siglo I escribió a los Corintios, Irineo de Lyon, Justino, etc. La autoridad y autenticidad de los cuatro Evangelios está demostrada, asimismo, por el Diatessaron, de Taciano, y por centenares de citas en todos los escritos de los apologistas y comentadores cristianos. No se trata, pues, de que la Iglesia Católica nos haya dicho cuáles son los libros sagrados del Cristianismo, sino que lo ha marcado el uso y respeto que las primitivas asambleas cristianas tenían para tales escritos, desde su mismo origen. E. Yo no creo en la deidad de Jesucristo. Que fuera un hombre bueno, más adelantado que la gente de su época, lo comprendo, pero no que fuera hijo de Dios. R. Sin embargo, esto es lo que Él declaró durante su ministerio público, sobre todo hacia el final, cuando ya no era de temer que el entusiasmo del pueblo judío por sus milagros le forzara a proclamarse Mesías judío, y se confundiera su muerte redentora con la de un revolucionario político. Me refiero a un poco antes y después de su resurrección. E. Yo no creo en la resurrección de Jesús, esto debe ser un cuento que inventaron sus discípulos. R. ¿Y con qué motivo lo harían? ¿Qué ventaja podría reportarles semejante engaño? ¿Es posible y creíble que los primeros discípulos se hubiesen sacrificado hasta dar su vida por una mentira forjada sobre un cuerpo muerto? ¿Ninguno habría sido infiel, ante el temor de la muerte, para descubrirla? El heroísmo por una fe sincera, sea de la clase que sea, se comprende; pero el sacrificio de todas las comodidades materiales, y aun de la propia vida, por el solo empeño en sostener una mentira conocida, forjada por uno mismo, o por varias personas que tuvieron que sacrificarse por ella enormemente y hasta la muerte, es un caso sin precedentes y un absurdo inimaginable para toda mente sensata. E. Podría ser que ellos obraron de buena fe, pero que hubiesen sido víctimas de una alucinación o ilusión; que creyeran haber visto a Cristo resucitado y no fuera verdad. R. Esto no es verosímil en el caso de la resurrección de Jesús, porque las apariciones de Cristo tuvieron lugar, no una vez, sino varias, entre diferentes personas, que habrían tenido que volverse locas todas a la vez, pues todas afirmaban que le habían visto y comido con Él, e incluso repitieron las palabras que les había dicho. Un desequilibrio mental es muy posible en un solo testigo, pero no en 11 y me-nos en 500 testigos juntos. La aparición de Jesús a Saulo de Tarso, ¿fue también una ilusión del perseguidor? ¿Y qué podemos decir de los soldados que le acompañaban y oyeron la voz misteriosa que se juntó a la luz sobrenatural, hasta el punto de dejar ciego al joven perseguidor de los cristianos? Además, si de ilusión se hubiese tratado, pronto se habrían cuidado los sacerdotes judíos de desvane-cerla, presentado el cuerpo de Jesús. Este era un argu-mento mucho más eficaz para suprimir el naciente cristianismo, que los azotes y la cárcel. ¿Por qué no lo usaron? ¡Qué empeño no tendría el Sanedrín judío en poder desmentir la resurrección de Jesús! ¡Qué no haría Pilatos, cuyo sello había sido quebrantado y cuya autoridad quedaba por los suelos, para descubrir lo que había, de verdad, acontecido! E. Pero ¿por qué (según los evangelios) se apareció tan sólo a sus discípulos, y no a sus enemigos? R. Esto, precisamente, es la mayor prueba de autenticidad del relato, que según los mayores expertos es tan naturalmente relatado, que tiene todas las señales de verosimilitud. Los apóstoles contaron lo que vieron y sabían, pero nada más. Si los escritores cristianos del siglo II hubiesen fabricado el cuento de la resurrección para convencer a las gentes, habrían dicho que Jesús estuvo con los apóstoles, no de vez en cuando, sino todo el tiempo; que volvió a hacer milagros que dejaron anonadados y estupefactos a sus mismos enemigos, etc. Pero el hecho es que Cristo deseaba hacerles sentir que, aunque au-sente, vivía espiritualmente con ellos; sabía sus pensamientos y sus propósitos, como en caso de Tomás. Nosotros lo entendemos y apreciamos el motivo, pero ellos no lo señalan, para justificar tales ausencias; se limitan a explicar la cosa tal y como sucedió. No es extraño que uno de aquellos testigos, el apóstol Pedro, escribiese años después: «El cual nos ha regenerado en esperanza viva por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos». Esto significa que, si Cristo no se hubiese levantado de la tumba, habrían dicho los apóstoles –y nosotros lo seguiríamos diciendo al igual que ellos–: «Ojalá fuera verdad lo que dijo aquel profeta judío, Jesús, antes de que le mataran; que Él era el Hijo de Dios que vino a salvar a los que en Él creen, y que nos espera al otro lado de la muerte; pero, ¡ay!, nada más se ha sabido de Él desde que lo mataron ». En tal caso el cristianismo sería una esperanza muerta, pero ahora Pedro lo llama «Una esperanza viva por la resurrección de Jesucristo de los muertos». E. ¡Ojalá pudiera yo tener la fe que usted tiene! Pero no puedo verlo así tan claro como usted lo ve. Yo tengo muchas dudas. Comprendo que usted es más feliz creyendo estas cosas; pero me asalta de nuevo el pensamiento: ¿Y si no es verdad? Hay demasiados motivos para dudar de todo esto, a pesar de lo lógico y razonable que usted lo presenta. Hay muchos hombres muy sabios, diplomados en grandes universidades, que se han roto la cabeza discutiendo estos temas tan profundos de Dios, la vida, y la muerte, y no han podido resolverlo. R. Pero hay también muchos hombres no menos sabios, diplomados de grandes universidades, especialistas en estos temas, que creen. El creer, o no creer; no depende tanto del nivel intelectual como de la voluntad de cada uno. E. Pero es que yo quisiera creer y no puedo. Sé que sería mucho más feliz si creyera como usted. No temería tanto la muerte como la temo, si supiera que hay Dios y otra vida; pero leo la historia de la humanidad, y veo que todo ha terminado y termina con la muerte, y temo que así sea también conmigo. R. ¿Por qué no hace usted la oración del escéptico? Jesús decía: «Vete a tu cuarto y cerrada la puerta ora a tu Padre que ve en secreto, y tu Padre, que ve en secreto, te recompensará en público» (Mateo 6:6). Vaya usted a un lugar secreto y dígale al Padre Celestial: «Señor, quiero creer en Ti; quiero saber cuál es tu voluntad, Tú que eres Espíritu Infinito, habla a mi espíritu limitado, muéstrame la verdad». Haga usted esto, sinceramente, y luego continúe haciendo por su parte lo que tiene que hacer todo hombre sensato, lea el Nuevo Testamento. Sobre todo en la parte del Evangelio de Juan y en las epístolas, y siga después con los otros tres Evangelios, para familiarizarse con Jesucristo-Hombre, después de haber escuchado sus revelaciones, como Jesucristo- Hijo de Dios. E. ¿Y es seguro que así podré creer? ¿Y si vuelvo a tener dudas? R. No se preocupe usted por las dudas futuras, trate de vencer las presentes, aplicándose al estudio de las evidencias de la fe cristiana. Nadie está libre de ser tentado por una duda. El gran predicador Spurgeon decía que nadie puede evitar que los pájaros revoloteen alrededor de su cabeza, pero lo que no debe permitir –y en el sentido moral e intelectual todos debemos evitar– es que hagan un nido en su cabeza. No pretenda poder explicarse todos los misterios antes de creer. Recuerde que hay misterios inexplicables todavía, tanto en el terreno de la ciencia como en el terreno de la fe. Los más grandes científicos saben que quedan muchas cosas por descubrir en este maravillosísimo mundo en que vivimos; lo mismo ocurre en el terreno de la fe. Hay cosas que Dios no nos ha revelado, seguramente porque no nos convenía saberlas. Cuando le surja alguna duda, haga un cálculo de probabilidades, empezando por las evidencias de la existencia de Dios, contrapesándolas con las probabilidades de la casualidad como razón del orden, previsión y designio, que se descubre en el Universo. Continúe con las evidencias de la fe cristiana, basada en la resurrección de Jesucristo. Trate de explicarse el Cristianismo sin Cristo, y verá hacia dónde se inclina al fin la balanza en la computadora de su mente: Quedarán todavía grandes misterios (como el que suelen presentar los niños y también los más gran- des sabios) acerca del origen de Dios, la Trinidad y la Persona de Jesucristo. Pero después de haber sopesado bien las probabilidades de uno y otro lado, dé el salto de fe. Esto es, dígase: sobre tales y cuales evidencias, que no puedo negar, doy el salto de fe en favor de tales y cuales dificultades y misterios, que no puedo probar. La fe no es un empeño absurdo, una terquedad, como algunos suponen, sino un cálculo de probabilidades. No pretenda entenderlo todo antes de creer. Anticípese a creer antes de conocerlo todo, pues haciéndolo a la inversa no creería jamás. Diga como aquel padre que fue a Jesús con el problema de su hijo enfermo, a quien Jesús preguntó: «¿Crees que puedo hacer esto?», y él respondió: «Creo, ¡ayuda a mi increduIidad!» (Marcos 9: 24).
Posted on: Thu, 07 Nov 2013 12:51:56 +0000

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