CONGREGADOS PARA DARLE GLORIA - Pastor Jorge Pradas - PAPI PASAR - TopicsExpress



          

CONGREGADOS PARA DARLE GLORIA - Pastor Jorge Pradas - PAPI PASAR AL FRENTE O LEVANTAR LA MANO - Cap. 1 La historia se repite campaña tras campaña y domingo tras domingo. Pero lo cierto es que pocos son los que realmente se salvan. Al Señor lo siguieron muchos y le quedaron bien pocos. No tenemos ningún derecho a no creer en las estadísticas; pero cuando éstas son hechas con más optimismo que realidad, sí que tenemos derecho a no dejarnos llevar por ellas. La salvación es muy grande (Heb. 2:3), y el Señor quiere la salvación de todos (Is. 45:22). Pero no porque quiere la salvación de todos, ésta se reduce a una mera repetición de la oración del predicador, a un levantar la mano o a un pasar al frente. Todos sabemos que es más que esto; pero hay quien se conforma y aun satisface de que esto sea hecho así. Se aduce que éste es el primer paso, y que después con la enseñanza, los consejos de que oren cada día y que lean la Biblia van a traer aparejado el fruto de la salvación. Pero algo tiene que ocurrir el día que se nace de nuevo. Así como cuando nacemos de nuestra madre arrancamos en un llanto, el día que nacemos del espíritu algo se tiene que romper en nuestro interior para que los que nos asisten sepan que el que ha nacido tiene vida. No pretendemos que todas las conversiones sean como la de Saulo de Tarso. Aunque, ojalá lo fueran. Pero sí que deseamos ver, no un espectáculo sino el fruto del arrepentimiento. Y sobre todo la fidelidad y la perseverancia en el tiempo de más vidas consagradas al Señor. No nos entusiasma el evangelio numérico; pero nos embarga ver las vidas imperturbables a prueba de pruebas, que en el pasar de los años hablan, diciendo pocas palabras, de una fidelidad, hasta la muerte (Ap. 2:10). Pienso que el defecto en que se ha caído es lo que llamaremos la “competencia evangelística”, tanto a nivel de predicador como a nivel de Iglesia. Hay algunos hombres de Dios con unción y gracia para mover masas. Pero junto a ellos nacen los imitadores. No quiero decir con eso que los auténticos superen el problema de las aparentes conversiones o conversiones “ a medias”. Ni tampoco quiero decir que no se salve de esa apariencia y mediocridad un relativo porcentaje. Sin embargo si no se termina con este enfoque seguiremos engañándonos a nosotros mismos (Gál. 6:3). Pero es, claro está, el caso de la imitación que ya falla por la base. Si a los malos resultados le añadimos el mal comienzo, no obtendremos absolutamente nada. Todo lo dicho y todo lo que se dirá en el presente volumen va acompañado, crea el lector, de un claro deseo de obtener resultados permanentes para contribuir con un granito de arena a esa rueda evangelística enorme que muchos mueven con gran acierto. Las iglesias deben moverse por palabra de Dios y no por métodos, por buenos que sean, ni imitaciones. Nada necesariamente ha de funcionar por imitación, pero si hay un sincero deseo de buscar a Dios, forzosamente se obtendrán buenos resultados en cualquier disciplina de la vida cristiana. Todo es distinto cuando se busca realmente la gloria de Dios. Se terminan las competencias y con ello las amarguras. El Señor no ve con buenos ojos esas raíces profundas de amargura que existen en el corazón de hombres ungidos, probados con eficacia en el ministerio de salvar almas, pero que arrastran una competencia que siendo una tontería los aflige en gran manera. Por supuesto que, como en todo, existen las excepciones, que por otra parte confirman una regla por demás oscura. No escapan a esa medida otros ministerios distintos del que nos ocupa. Mencionamos éste por ser el tema que estamos tratando. Pero entendemos bien que, aunque es el determinado ministerio que cae en esa triste regla, el mal proviene del corazón del hombre. Digamos pues, al pasar: la conclusión a la que se llega es que buscar el rostro de Dios es aplicable a todos los ministerios, a todas las iglesias, a todos los creyentes, pues regula la visión que jamás deben perder los que sirven al Señor. De alguna manera hay que pensar seriamente en obtener resultados que permanezcan, y hacer callar con hechos y no con teorías a los detractores de siempre, que al final de una campaña se quejan por la falta de una concreta realización. Es molesto el espíritu detractor, pero debemos despertar a la realidad que significa comprobar que la mayoría de las veces, los detractores, tienen razón. Hay que ponerse de acuerdo, de una vez por todas, si el defecto está en el enfoque de la campaña, en la imitación del ungido para ese ministerio o en las iglesias que, al final, son quienes tienen que conservar los frutos. Yo sostendré que el problema está en que los preludios de la preparación de una campaña, sea en un lugar fuera de la Iglesia o en la Iglesia misma, difieren mucho de la campaña una vez empezada. Recuerdo haber vivido un tiempo hace más de veinte años, cuando decidimos orar los domingos, algunos hermanos, mientras el predicador estaba exponiendo el evangelio en una rutinaria reunión de predicación por la tarde. Cada vez se convertía alguien durante todo el tiempo que estuvimos realizando esta práctica. Pero pronto nos cansamos, a pesar de las conversiones. Y es que no había, realmente, una búsqueda de Dios en nuestras vidas. Sin embargo Dios nos mostró que responde cuando nuestra fuerza la hacemos depender de la fuerza de Él. Todo comienza con muchos deseos de hacer intervenir al Espíritu Santo desde el primer día, y lo real es que sólo dependemos de Él el primer día, confiando todo el éxito a la bondad de los métodos que tenemos escritos en el papel, por culpa de la pereza espiritual que es la gran enemiga de buscar a Dios. Así que, no es el enfoque de la campaña, ni los imitadores, ni la conservación de frutos. El problema es que cada uno de estos elementos no está cubierto por la presencia de Dios que aparece soberano al grito de los corazones de los hijos suyos que, con clamor, hacen venir a la tierra la manifestación de su reino. También recuerdo que hace muchos años, y precisamente en los días en que fui bautizado en el Espíritu Santo, yo estaba predicando bajo una carpa en una campaña especial en un barrio de cierta ciudad argentina. La campaña había sido organizada más o menos igual que todas. Mucha participación del Espíritu Santo en la teoría, pero no en la realidad. Sin embargo aquella vez el Señor hizo participar al Espíritu Santo en un lugar donde se creía que sus manifestaciones eran cosa de los primeros tiempos de la Iglesia de Cristo. Yo tuve miedo de manifestar lo que me había sucedido en un reducido círculo de hermanos en la fe; pero además, nadie me lo preguntó. No obstante los resultados de mi bautismo se hicieron ver inmediatamente. Yo no sabía de dónde era aquel fuego en mi predicación. Nunca me había ocurrido ver a la gente tan tocada, pues no soy tan buen predicador. Pero ocurrieron cosas; gente quebrantada entregándose al Señor en un ambiente que las más de las veces, y casi necesariamente, tenía que seguir un ritual entre la tibieza y la frialdad, para combatir el “emocionalismo”. Semanas más tarde se levantaba una nueva Iglesia en aquel barrio. Y sé positivamente que no fue mi predicación, ni la del hermano que tomó los días restantes, ni la preparación de la campaña, ni la posterior conservación de frutos, sino la aparición, aunque disimulada, del Espíritu Santo. Pensemos un poco en lo que hubiera ocurrido si le hubiéramos permitido al Señor obrar en plenitud. Por supuesto que nadie tiene la culpa de esto, sino mi prudencia o mi temor. No es, pues, la pericia del predicador, (otro error en el que se cae tantas veces): no hay predicadores garantizados. Sí que los hay buenos, con gracia y con unción; pero necesitan un pueblo que los acompañe, un marco espiritual adecuado, ya que las conversiones son para integrarse a la Iglesia y no para disfrutarlas de una manera individual y egoísta. Cuando Dios nos encerró en la Iglesia, después de esa lección que he compartido en la introducción de este libro, hemos sido testigos de algo inusual: las almas quebrantadas, bañadas por el llanto, abrazadas en el espíritu, al Señor, sin que el evangelio hubiera sido predicado todavía en el culto, rogaban que se les dijera qué hacer para ser salvos. La predicación se reducía al tremendo mensaje de cortas palabras: “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo tú y tu casa”. (Hechos 16:31) Y eso que explico en pasado se viene sucediendo hasta el momento presente. No han pasado muchos días desde el último bautismo en España, donde cinco familias se identificaron con el Señor en las aguas. Y todos convertidos por este “método”. También hace pocos días en una zona indígena de Argentina, el pastor aborigen fue llamado urgente por un blanco, rogándole fuera a la casa porque su familia se quería entregar al Señor y tenía que salir de viaje. Solamente habían estado en un culto donde todo el tiempo se estuvo alabando y adorando al Señor. El mensaje en la casa fue el mismo, corto y concreto: “Cree en el Señor Jesucristo”. El resultado igual: la conversión de toda la familia. Otra vez en España, buscando el rostro del Señor vino una palabra profética que decía: “Dentro de muy pocos días añadiré pueblo a mi pueblo”. A las pocas semanas, dos o tres a lo sumo, aparecieron un centenar de personas a la puerta de la Iglesia antes de abrir para el culto. Cien personas que nadie de la Iglesia había invitado ni hablado jamás, con sed de dios y ganas de convertirse. Unas cuarenta de ellas se entregaron al Señor aquel día, y hoy, después de cinco años, permanecen en la congregación. La participación del Espíritu Santo tiene que encontrar nuestro beneplácito, tanto en el comienzo como en el término de la campaña. Y así tiene que suceder domingo tras domingo, vez tras vez en el recinto de la Iglesia y en la vida particular y congregacional. Y no sólo haremos posible los resultados concretos, sino que evitaremos desánimos, cerraremos bocas detractoras, y saldremos, en las campañas unidas, de esa práctica poco ortodoxa de la discusión en el reparto de los prematuros fieles. Quiero reiterarme. No es una panacea, no es cuestión de imitar, pero sí que es el caso de derramarse en alabanzas al Señor para que el evangelismo sea mayor y mejor que en los primeros tiempos.
Posted on: Tue, 25 Jun 2013 00:03:48 +0000

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