CULTURA El amor en los tiempos de Bolívar (La Primera).- - TopicsExpress



          

CULTURA El amor en los tiempos de Bolívar (La Primera).- Manuela Sáenz no fue una simple amante de Bolívar, también una patriota convicta y estuvo presente en la batalla de Junín como una activa capitana. Las ardientes cartas de amor de Manuela Sáenz revelan no solo su pasión amatoria sino también su convicción patriótica e influencia en las decisiones políticas del Libertador, quien aseguraba, que ella tenía más pantalones que muchos de sus soldados. “Mi Capitana —me dijo un indio—, por usted se salvó la patria. Lo miré y vi un hombre con la camisa desecha, ensangrentada. Lo que debieron ser sus pantalones le llegaban hasta las rodillas sucias. Sus pies tenían el grueso callo de esos hombres que ni siquiera pudieron usar alpargatas. Pero era un hombre feliz, porque era libre. Ya no sería un esclavo”. “¡Ella es tan, tan sorprendente! ¡Carajo, yo! ¡Carajo! ¡Yo siempre tan pendejo! ¿Vio usted? Ella estuvo muy cerca, y yo la alejaba; pero cuando la necesitaba siempre estaba allí. Cobijó todos mis temores…” Difícil me sería significar el por qué me jugué la vida unas diez veces. ¿Por la patria libre? ¿Por Simón? … Él vivía en otro siglo fuera del suyo. Sí, él no era del diez y nueve. Sí, él no hizo otra cosa que dar; vivía en otro mundo muy fuera del suyo. No hizo nada, nada para él. Era tercamente un solitario, un hombre introvertido, cuando su soledad lo aprisionaba...” En el primer tercio del siglo XIX se escribió entre Quito, Bogotá y Lima las más tierna y tempestuosa historia de amor entre Manuela Sáenz y Simón Bolívar reveladas en “Las más hermosas cartas de amor de Manuela y Simón”, que exhuman estas dos vidas ahogadas en la pasión. Las cartas muestran también los celos más increíbles de la amante luchadora que, en un arrebato de ira, hunde su dientes en una oreja del libertador y casi lo mutila, al descubrir un arete de filigrana de otra mujer en la misma cama donde el fuego amoroso envolvía a la pareja hasta el delirio. El ministerio del Poder Popular del Despacho de la Presidencia del Gobierno Bolivariano de Venezuela editó estas piezas de amor de Bolívar y Manuela, que define con sus propias palabras, la pasión que el libertador despertó en ella: “Le guardo la primavera de mis senos y el envolvente terciopelo de mi cuerpo (que son suyos)…Bien sabe usted que ninguna otra mujer que usted haya conocido, podrá deleitarlo con el fervor y la pasión que me unen a su persona, y estimula mis sentidos… Tiene su recuerdo tal cúmulo de retratos, que me hacen ruborizar, pero de deseo, sin romper mi intimidad o mi modestia”, le dice en una de sus cartas a Bolívar. TROFEO EN LA CAMA Bolívar le cuenta este episodio de la mordedura de una oreja a su confidente Luis Perú de Lacroix , un general francés miembro de su Estado Mayor que había formado parte el ejército de Napoleón I en Europa y del Libertador en sus batallas sudamericanas. “¿Me pregunta usted por Manuela o por mí? Sepa usted que nunca conocí a Manuela. En verdad, ¡nunca terminé de conocerla..! Mis generales holgaron en perfidia para ayudarme a deshacerme de mi Manuela, apartándola en algunas ocasiones, mientras que yo me complacía con otras. Por eso tengo esta cicatriz en la oreja. Mire usted (enseñándome su grande oreja de S.E. la izquierda, que tiene la huella de una fila de dientes muy finos, y, como si yo no supiera tal asunto), este es un trofeo ganado en mala lid: ¡en la cama! Ella encontró un arete de filigrana debajo de las sábanas, y fue un verdadero infierno. Me atacó como un ocelote, por todos los flancos; me arañó el rostro y el pecho, me mordió fieramente las orejas y casi me mutila”. COÑO DE MADRE Pero tenía ella razón: yo había faltado a la fidelidad jurada, y merecía el castigo. Me calmé y relajé mis ánimos y cuando se dio cuenta de que yo no oponía resistencia, se levantó pálida, sudorosa, con la boca ensangrentada y mirándome me dijo: ¡Ninguna, oiga bien esto señor, que para eso tiene oídos: ninguna perra va a volver a dormir con usted en mi cama! (enseñándome el arete). No porque usted lo admita, tampoco porque se lo ofrezcan. Se vistió y se fue. Ella como mujer (¡era de armas tomar!) ¿Y lo otro? Bueno, es mujer y así ha sido siempre, candorosa, febril, amante. ¿Qué más quiere usted que yo le diga? ¡Coño de madre, carajo!...Manuela, mi amable loca… Yo quedé aturdido y sumamente adolorido. Le escribí diez cartas. Cuando me vio vendado claudicó, al igual que yo…” El libertador le cuenta que sus infidelidades fueron el acicate de sus amores con Manuela y después de la escena de celos, “nuestras almas siempre fueron indómitas…Nuestras relaciones fueron cada vez más profundas. ¿No ve usted? ¡Carajos! de mujer casada”. ARREBATO DE CELOS Mientras se hallaba en Huamachuco ella también le increpa su relación con otra mujer, según las versiones que dice haber recogido de muy buena fuente. Por eso, semanas después Bolívar decide que ella lo acompañe a Junín. Muy señor mío: Me pregunto a mí misma, si vale la pena tanto esfuerzo en recuperarlo a usted de las garras de esa pervertida que lo tiene enloquecido últimamente. Dirá usted que son ideas absurdas. He de contarle que sé los pormenores de muy buena fuente, y usted sabe que solo me fío de la verdad. ¿Le incomoda mi actitud? Pues bien; tengo resuelto desaparecer de este mundo, sin el «permiso de su Señoría…” Estas cartas de Manuela muestran que las ausencias de Bolívar encendían más la pasión en los amantes sobre todo en Manuela, quien vivía e n Lima sola, en la incertidumbre no solo del curso de la guerra sino en la largas ausencias del libertador atendiendo los asuntos de Estado. “Sé que lo que voy a decir no le gustará, pero sí: me muero de celos al pensar que podría usted estar con otra; pero yo sé que ninguna mujer sobre la faz de la tierra podría hacerlo tan feliz como yo... “Por su amor seré su esclava si el término amerita, su querida, su amante; lo amo, lo adoro, pues es usted el ser que me hizo despertar mis virtudes como mujer. Se lo debo todo, amén de que soy patriota”. Manuela le mordió una oreja a Bolívar en un arrebato de celos. MANUELA CON PANTALONES Manuela Sáenz estuvo con Bolívar en los preparativos de la batalla de Junín, donde le otorgó el grado de capitana y posteriormente, tras la victoria patriota, la elevó a coronela, sin embargo, no siempre Bolívar la consintió a su lado por razones de seguridad y también por sus devaneos amorosos. El 16 de junio de 1824 desde Huamachuco, ella le exige acompañarlo a la batalla de Junín “…¡Qué piensa usted de mí! Usted siempre me ha dicho que tengo más pantalones que cualquiera de sus oficiales, ¿o no?” Sellada la independencia en Ayacucho, el libertador emprende un largo viaje de Lima a Arequipa, Cusco, Puno y el Alto Perú, y Manuela permaneció en la capital y el único paliativo para calmar su amor por el libertador fueron las cartas. MI GENIO, MI SIMÓN “Mi genio, mi Simón, amor mío, amor intenso y despiadado. Solo por la gracia de encontrarnos daría hasta mi último aliento, para entregarme toda a usted con mi amor entero; para saciarnos y amarnos en un beso suyo y mío, sin horarios, sin que importen el día y la noche y sin pasado, porque usted mi Señor es el presente mío, cada día, y porque estoy enamorada, sintiendo en mis carnes el alivio de sus caricias.” Bolívar le contesta y le remite sus cartas a través de sus ayudantes o con expresos: “Me atraen profundamente tus ojos negros y vivaces, que tienen el encantamiento espiritual de las ninfas; me embriaga sí, contemplar tu hermoso cuerpo desnudo y perfumado con las más exóticas esencias, y hacerte el amor sobre las rudimentarias pieles y alfombras de campaña...Espérame, y hazlo, ataviada con ese velo azul y transparente, igual que la ninfa que cautiva al argonauta.” La magia de la seducción amorosa del libertador para mantener latente el amor de Manuela residía también en su retórica amorosa capaz de convencer o encender pasiones en el corazón más frío o indiferente. “Ahora dirá usted que soy libidinosa por todo lo que voy a decirle: que me bese toda, como me dejó enseñada, ¿No lo ve? ”. EL DIARIO DE MANUELA En Paita, donde escribió su Diario, tuvo que convertirse en confitera para elaborar y vender dulces y sobrevivir falleciendo en la más extrema pobreza . Tras la muerte de Bolívar, y con prohibición de entrada a Quito y Colombia, se instaló en el Perú en 1840, con dos de sus sirvientas, en la más terrible soledad, sobre una silla de ruedas, recordando sus amores con el Libertador hasta su muerte por una terrible epidemia. “Qué contraste Simón: de reina de la Magdalena, a esta vida de privaciones. De “Caballeresa del Sol” (distinción otorgada por San Martín) a matrona y confitera; de soldado húzar a suplicante; de coronel del ejército a encomendera”…En qué quedaron los carísimos vestidos? ¿Las numerosas joyas? Estoy harta …¿Qué fue de esas visitas de cortesía en mi casa? ...¡Ah! qué tiempos, mi mantilla de Manila…, ¡qué fatal!... Rousseau, Voltaire, El contrato social; ¿De qué le sirvieron? Nunca supo qué ni qué hizo con su gloria. ¡Qué tontos fuimos!”. “Simón sabía que yo le amaba con mi vida misma… tuve que hacer de mujer, de secretaria, de escribiente, soldado húzar, (Húsar de Junín) de espía, de inquisidora como intransigente. Yo meditaba planes. Sí, los consultaba con él, casi se los imponía; pero él se dejaba arrebatar por mi locura de amante, y allí quedaba todo”. EL MÁS GRANDE “Me tratan de orgullosa, ¿lo soy? Sí, lo confieso y más. Saberme poseída por el hombre más maravilloso, culto, locuaz, apasionado, noble. El hombre más grande, el que libertó al Nuevo Mundo Americano. Mi amor fue siempre suyo y yo su refugio y donde había el reposo de sus angustias”. “Como oficial del ejército colombiano también me distinguí. Y si no, entonces, ¿Qué tendría ese ejército? Un guiñapo de hombres, malolientes, vencidos por la fatiga, el sudor del tabardillo con su fiebre infernal, los pies destrozados. Ya sin ganas de victoria”. “Yo le di a ese ejército lo que necesitó: ¡valor a toda prueba! y Simón igual. Yo no parecía una mujer. Era una loca por la Libertad, que era su doctrina. Iba armada hasta los dientes, entre choques de bayonetas, salpicaduras de sangre, gritos feroces de arremetidos, gritos con denuestos de los heridos y moribundos; silbidos de balas. Estruendo de cañones. Me maldecían pero me cuidaban, solo el verme entre el fragor de una batalla les enervaba la sangre. Y triunfábamos.”
Posted on: Sun, 27 Oct 2013 14:28:25 +0000

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