Caminante A Ixtlan Daniel Hace aproximadamente una hora. Sentado en una mesa del Glaciar (ese bar eterno que se esconde en una esquina de la Plaza Real , a escasos metros del Sidecar reducto de noches inolvidables del mejor Manu Chao) . Sentado aquí ... apuro mi café. El verano se escapa, lento y lluvioso. Por la ventana vislumbro la bulliciosa esfervecencia de la plaza cerrada. Vista desde el bar, es la metáfora cantada de un estanque poblado de centenares de personas que, como las palabras, son infinitas. Algunas estatuas vivientes vacilan y discuten entre sí con miradas congeladas ; hay turistas extasiados y mimos que revolotean como pájaros, mientras un escuadrón de mendigos hace guardia esperando la limosna turística. Suena un blues, porque sí. Uno de llorar. O de esos en que la guitarra llora El fin del verano es dulce y terrible, un tiempo en el cual las heridas no acaban nunca de cerrarse y, si alguien se propone acción, nadie se mueve en el letargo del final. Termino mi café, mi block de notas muestra una hoja en blanco y me dispongo a dibujar la cara de esa niña deslumbrada ante el mimo que despliega su rutina. Busco mi lápiz ( aún uso un HB ). Levanto la mirada y a través del cristal ya no veo la niña ni el mimo. La magia ha desaparecido.
Posted on: Mon, 16 Sep 2013 22:32:36 +0000
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