Capítulo Segundo "QORIHUASCA: La cadena de oro de los - TopicsExpress



          

Capítulo Segundo "QORIHUASCA: La cadena de oro de los Incas" Nadie hablaba en la fila. Todos sollozaban sin cesar. Con un penar tan hondo que la carga sobre sus hombros no se notaba y parecía tan liviana como el aire. Ya que en sus corazones llevaban una carga más pesada. La más pesada de todas en el mundo entero. Estaban yendo desde la sierra de Huanuco hacia la costa cargando parte de las pertenencias del Inca. Estaban llevando la Qorihuasca. Aquella cadena de oro con que los indios compartían su felicidad, mientras bailaban alrededor de la plaza central del Cuzco cuando todo era felicidad y jolgorio. Pero, ahora los súbditos avasallados que transportaban la cadena no iban ni contentos ni orgullosos, sino caminaban tristes. Con el peso de mil estrellas y de un millón de planetas sobre sus hombros. Estas trescientas personas, miembros de la corte real del Inca, caminaban en un paso aletargado pero pausado. Ellos, los más cercanos al Inca y a la Coya entre los danzantes, caminaban con la cabeza gacha mirando el suelo. Ellos, a quienes se le había encomendado el cuidado, la limpieza de la cadena y la movilización de pueblo a pueblo, hacia donde el Inca deseaba hacer sus festividades, ahora solo iban a enfrentar su destino. Siempre tan altivos, señoriales, solicitados por las muchachas de los pueblos, ahora eran el penar andante. El llanto silencioso y la aceptación generalizada del sueño premonitorio de Willac Umu, uno de los sacerdotes del templo de Korikancha en el Cuzco los atormentaba a cada paso que daban. "De aquí a muy pocos años nuestras ciudades serán destruidas y asoladas, nosotros y nuestros hijos estarán muertos..." Y prevenía al emperador: "perderéis todas las guerras que comiences y otros hombres con sus armas se harán dueños de estas tierras y de tus hombres y mujeres..." "Habrá grandes terremotos y temblores de tierra que, serán mayores que los ordinarios, y que harán caer muchos cerros altos." “Un hombre blanco y barbudo vendrá a imponer un nuevo mundo” Los incas creían en muchas deidades. El dios Wiracocha era considerado el dios de la vida, el sol. Todos los demás dioses estaban subordinados a él. Al sol se le atribuía los beneficios que hacía desarrollar la agricultura. También eran muy supersticiosos. La llegada de los hombres blancos a sus tierras fue anticipada por presagios y profecías de origen inca. Los incas, aunque no tenían escritura, esparcieron estos presagios que corrieron como noticias gracias a la tradición oral indígena. La llegada de los visitantes también fue precedida por presagios y profecías. Se anunciaban fenómenos naturales: rayos sonoros, temblores con lluvia, granizadas sin nubes, cometas diarios y cambios espontáneos en el color del Sol y la Luna. Los incas esperaban también el retorno de un dios salvador, Wiracocha, creador del mundo y de los hombres. Quien un día partió al mar en un barco gigantesco hacia otras tierras. Y cuando se despedía, prometió regresar. Por ello cuando tuvieron noticias de la llegada de Pizarro y sus hombres, muchos creyeron que era la esperada divinidad. Muchos decían, quién mas puede ser sino Wiracocha. Tienen barba negra y otros que lo acompañaban también son de barbas negras y pronunciadas. Pero los invasores pronto disiparon la ilusión de los indígenas, los indios habían pensado que era gente placentera y enviados de Wiracocha, pero les habían salido al contrario, aquellos que vinieron y que ingresaron a sus posesiones no eran hijos de buen dios Wiracocha, sino del mismo demonio. Los conquistadores destrozaron todo lo que encontraron a su paso. La gran organización del imperio Inca, que se afianzaba en una legislación rigurosa y en una estudiada planificación, quedo hecho añicos en pocos meses. Para poder ser parte del aparato burocrático era requisito esencial que todos los burócratas supieran quechua. El quechua unificó al casi centenar de tribus sometidas y ayudó a los curacas a gobernar sus respectivas aldeas, en las que cada familia tenía asignado un ayllu, un campo para su siembra para su supervivencia y una parte era para depositar en los graneros del Inca. Este pago servia para la alimentación de la realeza y para salvaguardar en caso de problemas de cosecha. La idea de que la venida de los auqasunkákuna implicaba la estructuración de un nuevo mundo, promovía en el inconsciente colectivo y el mito la esperanza de una nueva Edad en que se regenerarían los tiempos del Inca. Había acaecido la destrucción y una catástrofe fatal. Y así lo entendían estos indios. Sirvientes predilectos del Inca. Así lloraban en silencio colectivo por la senda de tierra. Y aunque obedecían calladamente la orden de cargar la Qorihuasca, no entendían porque los visitantes se comportaban tan bruscamente con sus hermanos indios en Cajamarca. Rumores muy repetidos por los cerros y los Apus, contaban detalladamente las imágenes de barbarie y pillería que se estaban cometiendo en los templos al dios Inti. No lo podían entender. Los Incas y sus súbditos habían atesorado el material del oro en imágenes ricamente detalladas para el servicio de adoración al Dios Wiracocha, a quien le pertenecía ese oro y todas las demás pertenencias que allí se encontraban. Desde los sacerdotes, las doncellas, los sirvientes, las ofrendas, todo. Por lo que si estos hombres blancos con pelo largos en las quijadas eran auténticos enviados del Dios Wiracocha no necesitaban exigirlas de una manera prepotente. Un simple mencionar la palabra por favor era mas que suficiente para que se lleven todas las cosas. Total esos ídolos y materiales eran de ellos. Los Incas y sus indios solo custodiaban estos artículos. Los dioses que partieron hace tiempo y juraron regresar eran los legítimos propietarios de todos los artefactos en los templos. No lograban entender que hacia tan importante este material de oro, ya que en realidad era un mineral muy dúctil para ser utilizado en las actividades de sembrío. Se doblaba con facilidad. Su única función era la de adornar los templos y los palacios. No servia para nada más que hacer brazaletes y joyas. Pero, para el campo no. En los mitimaes, la chaquitaclla de metal duraba mil veces más que los hechos de oro. Por lo que los indios no lo utilizaban para nada en la época de siembra o la cosecha. Menos aún para la guerra. Donde las puntas de las flechas y lanzas eran hechas de metal o piedras. El oro no servia tampoco para estos menesteres. Pero, ahora que habían capturado al Inca Atahualpa y asesinado a la mayoría de la guardia real, los españoles estaban exigiendo mas oro para poder liberarlo. El Inca Atahualpa propuso entregar un cuarto lleno de oro y dos de plata para que lo dejen en libertad, pero él sabia de las malévolas intenciones de sus captores y de su realidad codiciosa y condición avara, por lo que mando pedir todo el oro posible de su reino, a fin de entregarlo a los invasores. Sin embargo, no contaba con la picardía de los españoles. Ya que los conquistadores pensaban que apenas Atahualpa este libre, él con su ejército los iba a destrozar y recuperar su oro. Por lo que después de la entrega del tesoro del Inca, el fue ajusticiado por causas de herejía y el asesinato de su hermano Huascar, y sentenciado a morir al garrote. Esta muerte del hijo del sol, fue el segundo paso decisivo para la conquista del imperio de los Incas por estos aventureros. La noticia de la muerte del Inca Atahualpa fue expandida con la velocidad del relámpago por los chasquis, quienes mensajeros alados, corrieron de tambo en tambo llevando la novedad. Al día siguiente la fúnebre noticia ya era conocida en las principales ciudades. En el camino de la costa, algunos chasquis se encontraron con la comitiva que venia de Pachacamac. Después de difundir la amarga novedad, todos lloraron y gimieron. Por lo que después del golpe inicial, todos ellos con sus cargas y sus ofrendas se regresaron para sus casas y sus templos hacia el sur, a esperar mejores nuevas. Pero la mayoría ya intuía el desagradable porvenir que les acechaba. Uno de los chasquis en su camino hacia la sierra por el camino del río Pativilca al lado de los cerros rojos, fue a dar alcance al grupo que bajaba con la cadena de oro. No tardo mucho en llegar. No más de toda la mañana y media tarde. Fue avistado por Tupi, el líder del grupo. Quien al verlo no imaginaba la terrible noticia y la mas desgraciada de las novedades. Tupi sospecho de la muerte de algún sacerdote o de algún curaca. Levanto las manos para que baje su velocidad y pudiera conversar con él. Se planto en el medio del camino sinuoso con las piernas extendidas y los brazos en alto. Le dijo; -Detente ¿Porqué vienes tan maltrecho y con tu ropa destrozada? Parece que te has flagelado o has recibido la más terrible golpiza que un maleante puede recibir de castigo. El chasqui se detuvo poco a poco. Logro detenerse a pocos pasos de Tupi. Apoyo sus manos sobre sus rodillas. Su voz era un gemido largo y sus llantos se ahogaban en el viento del monte. Sus lágrimas se habían solidificado en su cara con el polvo del camino. Se le notaba muy apesumbrado y demasiado entristecido para querer pedirle información. Pero los tiempos actuales exigían estar al tanto de lo estaba ocurriendo. Así que Tupi levanto su rostro y espero la respuesta del chasqui. Quien después de tomar un descanso respondió, -Vengo con el cuerpo destrozado y el alma en pena porque soy portador de terribles noticias. Las peores que he tenido que saber. A partir de hoy todo nuestro mundo ha desaparecido para siempre. -¿Cuáles son estas terribles noticias? -Los hombres blancos peludos que capturaron e hicieron prisionero al Inca han cometido la peor de las desgracias sobre nuestro pueblo. -Pero ¿Qué han hecho estos enviados de Wiracocha? Nuestro Dios supremo. -Es que todavía no entiendes, estos que han venido no son nada de Wiracocha. -No te logro entender. -Ni siquiea saben quien es Wiracocha. No han venido para empezar la nueva era prometida, ni nos van a enseñar nada nuevo. -Entonces, para que han llegado. -Solo quieren y ansían mas oro. -Bueno, justo aquí estamos llevando la Qorihuasca, por que tenemos la orden del Inca Atahualpa de entregarla en Cajamarca a los hombres de pelo en la quijada. -Si, está bien. Esa orden fue impartida por el Inca. Pero ahora Atahualpa ha sido asesinado por los invasores piel blanca. Y peor aun, han ido metiendo sus cuchillos largos en los soldados y la gente común mientras estos estaban llorando. -Pero, no puede ser. Estas seguro lo que me estas diciendo. -Si. Estoy completamente seguro. Nadie me lo ha contado. Estos mismos ojos que te están mirando, han visto el enseñamiento y la crueldad de los hombres blancos. -No puede ser. -Si. Lamentablemente si lo es. Tú vieras los ríos de sangre que corren por las calles de Cajamarca. -No lo puedo creer. Atahualpa es invencible. El es el hijo del Dios personificado en la tierra. Imposible. -No es imposible, porque ha sucedido. Y hay peores noticias. -¿Peores que la muerte del inca? -Si. Muchos peores. -¿Cuáles? ¿Qué peor puede ser que asesinen al Inca? -De que vienen para acá. Van en camino al Cuzco. Están avanzando por el camino de la costa. No se por cual de las rutas van a subir hacia la capital. Pero yo debo informar en el siguiente tambo de Huaylias, y de ahí debo proteger a mi familia. Te sugiero que hagas lo mismo. -Bueno, está bien, cuídate y que el Dios Wiracocha te proteja. -A ti también Ambos se dieron un abrazo indio, aferrando sus manos sobre los antebrazos del otro. Mirándose a los ojos sin decir nada. Y el chasqui se alejo con sus hojotas y ropa derruida diciendo a los que cargaban la cadena que los españoles habían asesinado al Inca Atahualpa. Tupí, el líder del grupo, se quedo inmóvil y estupefacto por la noticia. No sabia que decir, menos que hacer. Toda su vida fue un sirviente fiel del Inca. Lo habían entregado al nacer a los sacerdotes del palacio real para que fuera el leal súbdito y aprendiera las costumbres de la corte del Inca. Pero, ahora, con el Inca muerto, no había razones para su significado. ¿Qué iría a hacer ahora? ¿Adonde iría? ¿Qué seria de su mujer y sus hijos? La vida como la conocía y la había organizado se estaba desapareciendo. Estaba ahí, parado en medio del sendero al pie de los cerros rojos, con su cerebro en medio de sus deliberaciones mentales y toma de decisiones, cuando el gemido generalizado de los indios se torno en llanto. El pesar se transformo en penar. La duda se convirtió en gritos. La tranquilidad en histeria. Los indios estaban en pánico colectivo. Seguían cargando la cadena, pero estaban en el medio de una catarsis comunal. Ahora, Tupí, no debía preocuparse por su familia en el Cuzco, debía buscar una solución para imponer orden dentro de su grupo. En su cabeza, dibujaba las proyecciones reales e irreales. No podía avanzar hacia Cajamarca, por que se iba a encontrar con los españoles, y ellos después de matarlos les quitarían la Qorihuasca. Tampoco podía volver al Cuzco, porque hacia allá iban los conquistadores, y de igual manera, ellos se harían del poder de la cadena. Decidió regresar a Huanuco y hacerle entrega al curaca de la Qorihuasca. El viejo curaca, por sus años de experiencia, sabría que hacer. Ordeno girar en media vuelta. Empezó a avanzar con paso firme. No debía mostrar ningún llanto ni gemido. Debía seguir siendo el líder del grupo. Para eso lo habían educado desde su más temprana niñez. Secó sus lágrimas secretamente y empezó sus pasos. Uno tras otro, luego iban dos, tres, luego varios. Los indios también hicieron igual. Lo imitaban con precisión militar y mando ordenado. Pero ninguno de ellos, ni siquiera Tupí, podían controlar sus sentimientos. Aunque iban en silencio, sus lágrimas iban mojando sus mejillas y sus cuellos. La fila que cargaba la cadena se había convertido en una procesión de caras largas, llantos audibles y lloriqueos resignados. Tupí no era sordo a los gritos ahogados de los indios. De pronto se le ocurrió dentro de su mente entristecida que si los invasores llegaban al Cuzco, también podían llegar a Huancayo, a Tarma, a Arequipa, y eventualmente también a Huanuco. Solo seria cuestión de días para que la Qorihuasca cayera en las manos de estos seres sediciosos. Había que buscar una alternativa. Rebuscaba en sus neuronas y sus instintos más profundos una solución alternativa a este problema. Rogaba en sus oraciones más secretas al Dios Inti y a la Pachamama, que le indique el modo de actuar. Imploraba a sus antepasados que le orienten en su incertidumbre, que le envíen una señal inequívoca de que sus actos eran los correctos. Levanto la vista hacia las nubes, mientras seguía caminando, y divisó una pareja de cóndores surcando las nubes, que de repente se lanzaron en caída hacia abajo, perdiéndose de vista al final del valle. Algo raro e inaudito para esas aves ¿Seria esta una señal? No estaba seguro. Después escucho al aullido de un zorro, lo buscó con la mirada, pero no lo encontró. La procesión seguía caminando detrás de él. En la mente de Tupí, indagaba de las conversaciones de los chamanes adivinadores del futuro, si el vuelo de los cóndores y el aullido de los zorros podían significar algo. Por lo que le rogó al dios Sol que le guié por el camino correcto y la decisión adecuada. Y al voltear la curva vio la solución. El sol brillo como nunca. Sus flamas irradiaron con gran fuerza sobre la tierra, y un reflejo inusitado dejo perplejo a Tupí. El sol se mostraba con toda su magnificencia sobre las aguas de una laguna. Era una laguna debajo del despeñadero, con aguas verdes residuales de la lluvia pasada, que Tupí había visto en su camino hacia la costa. No era muy profunda, tal vez unos tres o cinco metros de profundidad. Tupí bajó la cabeza y decidió que el brillo del sol sobre las quietas aguas, era un mensaje que los dioses le estaban enviando. Después lo pensó mejor, y determino que era un buen escondite para la Qorihuasca, ya que se podría recuperar la cadena muy fácilmente posteriormente. Esta pequeña laguna era el resultado de un aluvión ocurrido hace pocos días, y el agua se había estancado momentáneamente. Así que allí se podría esconder mientras los curacas decidían que hacer. Con un paso decidido se encamino hacia lo que sus ideas pensaban era una solución temporal. Llegando a la rivera de la laguna, ordeno bajar a los indios hacia la orilla. Al llegar decidió que sin mucho pensar era necesario dar la orden. Gritó; - Arrojen la Qorihuasca al agua. Los indios se quedaron mudos sin obedecer. Tupí gritó; - Les he ordenado que tiren la cadena al agua. Los indios seguían quietos. Tupí rugió esta vez. Les explico en pocas palabras; - Debemos ocultarla de los hombres barbudos para evitar que la roben, hasta saber que van a decidir que hacer con la Qorihuasca los sacerdotes y los curacas en el Cuzco. Inmediatamente, los indios entendieron. Y en medio de los llantos y los gemidos, lanzaron la Qorihuasca al medio de la laguna. Un sonido seco esparció pequeñas y grandes olas de agua hacia los extremos. En pocos segundos el agua se tranquilizo y no había ningún rastro de lo acontecido. Tupí se tranquilizo un poco. Se quedo quieto unos minutos hasta que les ordeno caminar hacia Huanuco para esperar noticias. Así lo hicieron todos. La gran fila de un hombre ahora se había convertido en una formación de cuatro al frente. Era el ancho de la vía que permitía esa ordenación. Tupí delante de la cuadra solo iba soltando lagrimas hacia fuera y pensamientos hacia dentro. No estaba seguro que hacer. Así como los demás, la incertidumbre rondaba sus cabezas. Lo único seguro que tenían en sus mentes, era de que su mundo cambiaria de una forma total en todos aspectos. En especial ellos. Ya que su vida giraba en torno a la cadena Qorihuasca, y al no existir la cadena nunca más, ellos tampoco eran importantes. La mayoría eran solteros, jóvenes dedicados a los placeres palaciegos, y esperando que el sacerdote les designe una novia que se convertiría en sus esposas. No tenían mucho que esperar de la vida. Sin Inca, sin sacerdotes, sin cadena. Sus vidas eran un guiñapo. Por lo que la decisión colectiva que se iba a tomar no iba a traumar demasiado a Tupí. Siguieron caminando por la senda inca, cuando la loma que los albergaba dio lugar a un acantilado. Los cerros rojos ya se habían terminado hace más de media tarde, y ahora las montañas eran de color gris con algunas plantas de ichu ralamente crecidas. La vía estaba enmarcada por un cerro escarpado al lado izquierdo y el precipicio al lado derecho. Abajo del cañón, se escuchaba el rió. Más o menos de unos trescientos metros de profundidad hasta el fondo, solo había que caminar unos mil pasos hasta la cumbre para llegar al recodo del camino y empezar la bajada hacia el siguiente valle. Cuando de pronto sucedió lo impensable. Tupí, que se encontraba en el medio de sus hesitaciones, se paro un momento al borde del acantilado. Y ahí, en medio del aire cruzado y sus pensamientos. Perdió el equilibrio. Sintió que su alma se elevaba. Pensó que el Inca Atahualpa lo estaba convocando. Se vio a si mismo en dos dimensiones; una en cuerpo que miraba que una parte de él se lo llevaba el aire, y la otra que lo miraba desde arriba, diciéndole que tenga calma, es solo un paso para que su anima se pueda unir con su amado Inca y el Dios Wiracocha. No lo dudo demasiado. Levanto la pierna derecha y dio el paso decisivo hacia su destino. Su cuerpo empezó a acercarse a las piedras y el río, mientras que su alma subía hacia las nubes sonriendo en paz. Cayó en medio de las rocas. Mientras bajaba se imaginaba que se reunía con su rey Inca y sus Dioses. Sonreía. Antes de golpear las piedras grandes recordó a su familia. Reacciono, pero ya era tarde. Su cabeza se había destrozado y sus ojos habían saltado en direcciones opuestas. Había fallecido de manera instantánea. Sus acompañantes en la fila se quedaron pasmados. No podían creer que Tupí se había lanzado al desfiladero. Estaban al tanto de lo que había ocurrido en Cajamarca, y de lo que podría ocurrir a ellos en el Cuzco. No tenían muchas ideas de sus perspectivas futuras. Así que no dudaron mucho cuando evaluaron la acción de suicidio de Tupí, quien al final sabía más de la vida que ellos, era una solución factible. Sopesaron la situación. Dudaron. Se miraban sin quererse escuchar. Solo basto que uno de ellos se tirara al vació para que el resto también lo haga. Era un suicidio grupal sin pensarlo. Puro reflejo incondicional. Neta respuesta comunal determinada por las noticias y por la resolución de su líder. Todos saltaron hacia el precipicio. Sus almas se elevaron y sus cuerpos cayeron. Nadie quedo en pie. Todos decidieron morir. Todos dieron sus vidas por su emperador. Habrá sido tal vez por el calor del momento, el atardecer del día, el frío que se avecinaba, la muerte que amenazaba, las noticias álgidas, el futuro incierto, el mareo de Tupí, la incertidumbre de sus actos. La decisión fue fatal y a un solo gesto, todos saltaron hacia el encuentro de su destino. Fue la mejor forma de hacer quedar un secreto en el secreto. Sin testigos y sin participantes. La ubicación de la cadena se convirtió en una leyenda. En un mito que algunos creerían y otros desvirtuarían. Pero, aunque muchos no lo crean, la cadena existe en realidad. Y la Qorihuasca es verídica, tangible, tocable, cargable, transportable. Y más importante, real, porque al final fue descubierta.
Posted on: Sat, 20 Jul 2013 16:12:46 +0000

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