Carlos H. Spurgeon PRINCIPIO DE LA VIDA CRISTIANA Capitulo N 2 - TopicsExpress



          

Carlos H. Spurgeon PRINCIPIO DE LA VIDA CRISTIANA Capitulo N 2 CON nuevas orientaciones y aspiraciones para su vida, como consecuencia de la impresión recibida por la profecía del Pbro. Knill, Spurgeon regresó a su hogar de Colchester, terminadas que fueron sus vacaciones veraniegas en Stambourne. Regresaba ansioso de adquirir nuevos conocimientos, preparándose así para la obra futura de su vida. Alguien ha dicho que la profecía de Knill había dado a Spurgeon una como a manera de nueva e indestructible vestidura moral, una como coraza que le hacía inmune a los contratiempos y adversidades de la vida, y que le capacitaba para triunfar de esas adversidades, y para acometer toda obra grande, toda acción noble y levantada. Lo cierto es que no hay filosofía humana que pueda aquilatar el valor que en el ser humano pueden tener palabras como las de aquel siervo de Dios, máxime si se trata de un niño, en quien las impresiones son más profundas y duraderas; y que es imposible fijar el límite de la influencia que ellas pueden ejercer en la vida. Spurgeon, pues, regresó a Colchester sintiendo esa influencia pesar sobre su vida, y dispuesto. no obstante sus cortos años, a tender y aspirar al mayor encumbramiento. El niño miraba al futuro, al hombre y para él deseaba las cosas mayores y mejores. Con estas ideas y sentimientos, se dedicó a sus habituales estudios. Al poco tiempo de haber regresado se hizo posible que fuera, en unión de su hermano Santiago, el que andando los años de ser consagrado de su gran obra, a Maidstone, donde por espacio de algún tiempo, cursó sus estudios en la afamada escuela industrial de aquel lugar. Ya por esta época Spurgeon había aumentado el caudal de sus conocimientos. Durante su estancia en Maidstone, ganó premios, y medallas en torneos literarios y en oposiciones sobre materias que se cursaban en el Colegio. Su tesonera persistencia en el estudio, y su prodigiosa memoria, habían desarrollado de tal manera sus poderes mentales que ya comenzaba a singularizarse por su gran capacidad mental. Un conceptuoso con respecto a esta época de la vida de nuestro biografiado: "Sus condiscípulos afirman que él se caracterizaba por esta época por una práctica y no común observación de todas las cosas. Veía lo que los otros muchachos parecían no notar. De las cosas corrientes obtuvo una valiosa información: de las escenas domésticas, de los campos y los granos, de las más ordinarias circunstancias en los anales de la gente del campo. Las cosas que para otros eran muertas, para él siempre estaban llenas de vida. Los árboles tenían su mensaje, las rocas su lección, y las bestias salvajes sus proverbios. En aquella época hubiera obtenido una instrucción completamente útil, aunque hubiera vivido en un desierto. Muy a menudo se encuentra la mejor instrucción en la observación de los acontecimientos diarios, y en el exacto escrutinio de las cosas más corrientes". En 1849 su padre pudo conseguir, a costa de muchas gestiones, que Carlos pudiera ingresar, en carácter de sota-maestro, en la famosa escuela que en Newmarket dirigía el Sr. Swindel, a la vez que aumentaba sus conocimientos, sobre todo en griego, latín y francés. Encontrándose en este Colegio, y cuando sólo contaba quince años de edad, nuestro biografiado escribió un ensayo sobre "El Papado", en opción a un premio; y aunque, después de mucha demora y discusión no se le adjudicó el premio, su trabajo fue calificado de magnífico, y mereció los honores de que el mismo caballero que había ofrecido el premio, considerando lo valioso que resultaba su trabajo, le obsequiara con una buena cantidad de dinero. Uno de los internos de aquel colegio, que luego llegó a ser un renombrado profesor, el Dr. J.D. Everett, nos da la siguiente descripción del joven Spurgeon: Vivíamos en la misma casa, ocupábamos la misma habitación, dábamos juntos nuestros paseos, discutíamos nuestras comunes dificultades, y éramos los mejores amigos. El era más bien pequeño y delicado, con rostro pálido, pero lleno, ojos y pelo oscuros, de maneras vívidas y brillantes, con un incesante manantial de conversación. Era más bien de músculos débiles, no se ocupaba de los juegos atléticos, y era muy tímido cuando encontraba ganado en el camino. Había sido bien educado en una familia de fuertes tendencias puritanas y era proficiente en las materias que se enseñaban en las clases medias de los colegios de aquellos días. Sabía algo de griego, bastante latín para obtener el sentido general de la Eneida de Virgilio sin necesidad de diccionarios, y sentía gran inclinación por el álgebra. Era un muchacho experto y hábil en todo género de libros de conocimientos; y, a juzgar por los relatos que me hizo de las experiencias que tuvo en el establecimiento de su padre, era también hábil en los negocios. Resultaba un cuidadoso observador de los hombres y las cosas, y muy exacto en sus juicios. Se regocijaba en una jarana, pero era honrado, trabajador y estrictamente consciente. Tenía una asombrosa memoria para pasajes de la oratoria, la que admiraba, y acostumbraba a recitarme trozos de conferencias, de vívida descripción, que había oído al ministro congregacional, Sr. David, en la feria de Colchester. Le he oído también recitar grandes trozos del libro "Gracia Abundante" de Juan Bunyan. Parece que desde antes de venir a Newmarket, no obstante sus cortos años, la duda le asaltó en lo que respecta a las cuestiones religiosas y que se sintió inclinado al libre pensamiento. Seguramente será interesante para el lector conocer su propio testimonio acerca de esta obscura fase de su vida. Predicando en "Exeter Hall" el 18 de mayo de 1855, dice a este respecto: Quizá haya aquí esta noche alguno que haya venido sin fe, un hombre guiado por la razón, un libre pensador. Para él no tengo argumento en lo absoluto. No me propongo estar aquí como un controversista, sino como predicador de cosas que sé y que siento. Pero yo también he sido como él. Hubo una hora mala en la que yo solté el ancla de la fe; corté el cable de mi creencia; que yo no me amarré firmemente a la costa de la revelación; permití que mi bajel fuese llevado por los vientos; que dije a mi razón: "sé tú mi capitán", dije a mi cerebro: "sé tú mi piloto"; y me embarqué en un viaje loco. Gracias a Dios, todo ha pasado ya; pero os contaré sí la breve historia. Fue un rápido navegar por sobre las aguas del libre pensamiento. Fui adelante, y a medida que adelantaba, los cielos comenzaron a obscurecerse; pero para contrarrestar esa deficiencia, las aguas se hicieron luminosas, con brillantes coloraciones. Vi chispas que iban hacia arriba, y que me agradaron, y pensé: "si éste es el libre pensamiento, es una cosa magnifica". Mis pensamientos parecían gemas, y derramaba las estrellas con entre ambas manos; Pero a poco, en lugar de estas coruscaciones de gloria, vi torvos demonios, fieros y horribles, levantarse de las aguas, y a medida que yo me hundía, ellos gruñían y me hacían visages; echaron mano a la proa de mi embarcación y me arrebataron, mientras que yo, en parte me alegraba de la rapidez de mi moción; sin embargo, temblé de la terrible rapidez con que pasaba los límites de mi fe. Mientras iba adelante velozmente, comencé a dudar de mi propia existencia; dudé que existiera el mundo; dudé que hubiera algo que fuera yo mismo, y llegué muy cerca de los áridos terrenos de la incredulidad. Llegué al mismo fondo del mar de la incredulidad. Dudé de todo. Pero aquí el diablo se engañó a si mismo; porque la misma extravagancia de la duda probó su absurdo. En el momento que llegué al fondo del abismo, oí una voz que decía: ¿pero puede ser cierta esta duda?" A este mero pensamiento desperté. Me levanté de ese sueño de muerte, que Dios sabe que pudo condenar mi alma y arruinar este mi cuerpo, si no hubiera despertado. Cuando me levanté, la fe me hizo volver atrás; la fe gritó "¡Atrás! ¡Atrás!" fijé mi ancla en el calvario levanté mis ojos a Dios; y heme aquí vivo y fuera del infierno. Por lo tanto habló lo que sé. He efectuado ese peligroso viaje; he llegado salvo a tierra. ¡Pedidme que vuelva a ser un incrédulo! No, ya he probado eso; al principio era dulce, pero después muy amargo. Esta es la manera brillante en que Spurgeon, con aquella elocuencia que le era característica, habla de aquellos días de intranquilidad y lobreguez que pasó en los férreos e hirientes brazos del gélido indiferentismo de ese mal llamado "Libre pensamiento"; de ese monstruo que en múltiples ocasiones se viste con el más hermoso ropaje, y se transfigura en ángel de luz, para mejor engañar a los incautos, y sumirlos en la tristeza y en el dolor; de aquella indiferencia que nada crea que nada da, pero una providencia que vela, que vela por los escogidos y que, aunque a veces permite que se extravíen en el camino, cuando llega el momento de peligro real, traba de las manos y los saca con bien de "trance tan agudo". Y así Spurgeon, para quien Dios en sus inescrutables propósitos había preparado grandes cosas, fue no sólo salvado del indiferentismo, sino también ganado para el servicio. La familia de Spurgeon vivía por este tiempo en Colchester, donde el padre dedicaba las horas de trabajo al comercio, a la vez que predicaba todos los domingos en Tollesbury, de cuya pequeña congregación era pastor. Nuestro biografiado parece que tenía la costumbre de asistir a la Iglesia de su padre, siempre que para ello tenía oportunidad; pero el domingo 15 de diciembre del año del señor de 1850 no pudo hacerlo así a causa del intenso frío que hacía, y la gran nevada que caía. En vista de ello, y seguramente guiado por la providencia de Dios, dirigió sus pasos por otros rumbos, en busca de un lugar donde pudiera oír la predicación del Evangelio. Pero, dejemos que él mismo nos relate la trascendente y bendita experiencia de su conversión. Yo puedo recordar el tiempo en que mis pecados me salían a la cara. Me consideraba el más maldito de todos los hombres. Yo no había cometido grandes transgresiones contra Dios; sino que recordaba que había sido bien educado e instruido, y por eso pensaba que mis pecados eran mayores que los de otras personas. Clamé a Dios pidiendo misericordia, pero temía que no me perdonara. Un mes tras otro clamé a Dios, pero él parecía no oírme, y yo no sabia lo que significaba ser salvo. Algunas veces estaba tan cansado del mundo, que deseaba morir; pero entonces recordaba que había un mundo peor después de éste, y que sería funesto para mí presentarme ante el Señor sin estar preparado para ello. En ocasiones llegué a pensar malvadamente que Dios era un tirano sin corazón, porque no contestaba mis oraciones; y otras ocasiones pensaba que merecía su disfavor; "si me envía al infierno será justo". Pero recuerdo la hora en que entré en un lugar de adoración, y vi a un hombre alto y delgado en el púlpito nunca lo he vuelto a ver desde aquel día y probablemente no lo volveré a ver hasta aquel día en que nos encontremos en el cielo. Abrió su Biblia y leyó con débil voz, "Mirad a mí y sed salvos todos los términos de la tierra; porque yo soy Jehová y fuera de mi no hay otro". ¡Ah! pensé para mí, yo soy uno de los términos de la tierra; y entonces aquel hombre, volviéndose y fijando sus ojos en mi, dijo: "¡Mira, mira, mira!" Bien, pensé, yo creía que tenía que hacer mucho, pero allí aprendí que solamente tenía que mirar. Había pensado que tenía que fabricarme mi propia vestidura; pero, vi que, si miraba a Cristo, él me daría una vestidura. Mirad, pecadores, esa es la manera de encontrar la salvación. Mirad a él todos los términos de la tierra y sed salvos... Os contaré cómo yo fui llevado al conocimiento de esa verdad. Pudiera suceder que al contaros esto, alguno otro pudiera ser traído a Cristo. Dios tuvo a bien convencerme de mi pecado en mi niñez. Viví como una miserable criatura, sin encontrar esperanza que me consolara, pensando que Dios seguramente no me perdonaría. Al fin, lo peor llegó a lo peor, yo me encontraba ser un miserable, y apenas podía hacer nada. Mi corazón estaba roto en pedazos. Por espacio de seis meses oré, oré en la agonía, con todo mi corazón, y nunca obtuve una respuesta. Determiné visitar en el lugar donde vivía, todos los lugares de adoración, a fin de encontrar el camino de la salvación. Me sentía dispuesto a hacer cualquier cosa, con tal de que Dios me perdonara. Salí determinado a visitar las capillas, y fui a todos los lugares de adoración; y aunque venero a los hombres que ocupan estos púlpitos ahora, y entonces también los veneraba, estoy obligado a decir que ninguno de ellos predicaba completamente el Evangelio. Con esto quiero decir que ellos predicaban la verdad, grandes verdades, muchas y buenas verdades, propias para sus congregaciones, compuestas de personas de mente espiritual; pero lo que yo deseaba saber era: "¿Cómo puedo obtener que mis pecados sean perdonados?" Y ellos nunca me dijeron. Yo quería saber cómo un pobre pecador, bajo la convicción de pecado, podía encontrar paz para con Dios; y cuando fui oí un sermón sobre "no os engañéis, Dios no puede ser burlado", que me puso en peores condiciones, pero que no me enseñó cómo podía yo escapar. Fui otro día y el texto fue algo acerca de la gloria de los justos; nada para el pobre de mí. Yo me parecía al perro que está de bajo de la mesa, a quien no se permite comer de los manjares de los hijos. Fui una y muchas veces, honradamente puedo decir que no recuerdo haber ido nunca sin orar a Dios, y estoy seguro que nadie estaba más atento que yo, porque deseaba grandemente comprender cómo podía ser salvo. Al fin un día -nevó tanto que no pude ir al lugar donde había determinado ir, y me vi obligado a detenerme en el camino, y ésta fue una bendita detención- encontré una calle bastante obscura, volví una plaza y me encontré con una pequeña capilla. En la capilla de los Metodistas Primitivos. A muchas personas había oído hablar de esta gente, y sabía que cantaban tan alto que su canto daba dolor de cabeza; pero no me importaba. Quería saber cómo podía salvarme, y no me importaba que me diera dolor de cabeza. Así que me senté y el servicio continuó, pero no vino el predicador. Al fin, un hombre de apariencia muy delgada, el Pbro. Roberto Eaglen, subió al púlpito, abrió la Biblia, y leyó las palabras: "Mirad a mí todos los términos de la tierra y sed salvos". Entonces, fijando sus ojos en mí, como si me conociera, dijo: "Joven, tú estás en dificultad". Sí, yo estaba en gran dificultad. Continuó: "nunca saldrás de ella mientras no mires a Cristo". Y entonces, levantando sus manos, gritó como creo que sólo pueden gritar los Metodistas Primitivos: "Mira, mira, mira". "Sólo hay que mirar" dijo. Y en ese momento vi el camino de la salvación Oh! ¡Cómo salté de gozo en aquel momento! No sé si otra cosa dijo. No presté mucha atención eso, tan poseído estaba por aquella sola idea. Cuando la serpiente fue levantada en el desierto, el pueblo sólo tenía que mirar para curarse. Yo estaba esperando para hacer lo que correspondiera, pero cuando oí esta palabra, "mira", qué agradable me pareció! Oh, miré hasta casi saltárseme los ojos y en el cielo seguiré mirando en mi indecible gozo. Nuestro biografiado contaba en estos momentos quince años y seis meses. Por el corto número de sus años, por la magnífica educación moral y religiosa que había recibido, por la vida que había vivido, entregado casi exclusivamente a sus estudios, y por lo que se nos dice de su carácter recto y noble, sabemos que nunca pudo ser inculpado de grandes pecados, de pecados groseros y repugnantes. Su pecado era por herencia, más bien que por tendencia. Sin embargo, había sentido con toda la intensidad de su joven naturaleza, la necesidad del perdón y de la salvación que son en Cristo Jesús; y su conversión fue tan real, tan profunda y todo absorbente, que transformó toda su vida, haciéndose notable para todos. Tan exacta es esta aserción, que algunos de sus mejor documentados biógrafos afirman que los amigos y familiares de Spurgeon, para quienes permanecía ignorado el hecho de su conversión, se dieron cuenta inmediatamente de que algún acontecimiento trascendental, vitalisímo, había tenido efecto en su vida. Acerca del ministro que fue el instrumento en las manos de Dios para la conversión de Spurgeon, por las investigaciones llevadas a cabo por el Sr. Danzy Sheen, que escribió un magnífico folleto sobre la vida del gran predicador, sabemos lo siguiente: Que el Pbro. Roberto Eaglen era un ministro Metodista Primitivo, que hacía trabajo itinerante en el circuito de Ipswich en los años 1850-51, en cuyo distrito Colchester era una misión; que predicó en la capilla de este lugar el domingo 15 de diciembre de 1850; que por causa de la fuerte nevada llegó a la capilla mucho después de la hora señalada para el comienzo del servicio; que predicó sobre el texto de Isaías 45:22. Muchos años después, el Pbro. Tomás Lowe presentó el Sr. Eaglen a Spurgeon indicando a éste que aquel era su padre espiritual. A primera vista Spurgeon no lo había conocido, porque Eaglen había engruesado mucho y no era ni tan alto ni tan pálido, sin embargo se regocijó mucho, y dijo que "nunca había esperado ver el rostro de este predicador hasta la mañana de la resurrección". Inmediatamente después de su conversión, sintió nuestro joven el anhelo intenso de ocuparse en el servicio de Dios, para el servicio de los hombres. Todos los que han relatado la historia de su vida están contentos en afirmar que Spurgeon se dedicó con todo entusiasmo al trabajo del Señor. Trabajaba entre los niños de la Escuela Dominical, "dándoles una enseñanza tan agradable e instructiva, que se captó su simpatía, a tal extremo que tan pronto le veían le rodeaban llenos de afecto". Pero el trabajo a que con mayor empeño se dedicaba, era la repartición de tratados religiosos, para lo cual visitaba durante las horas de la tarde, después de terminar sus labores en el colegio, casa por casa, entregando sus folletos y hablando, siempre que tenía ocasión, acerca del plan de salvación. Es imposible ponderar los beneficios que produce esta labor de profusa repartición de páginas religiosas; porque cada una de esas páginas, muchas veces, resulta sermones predicados y vueltos a predicar, que llevan siempre algún mensaje espiritual a los hombres. Si pudiera escribirse un libro al efecto, sería muy interesante y maravilloso conocer la obra salvadora que ha producido en el mundo la página evangélica. ¡Cuántas y cuántas personas han encontrado el camino que conduce a Cristo y a su Iglesia, por medio de estos predicadores silenciosos! Y luego, ¡ese es un buen trabajo que todos pueden llevar a cabo! No todos los cristianos pueden ser predicadores, o autores, o maestros en la Escuela Dominical; no todos pueden ser misioneros, o efectuar una labor grande y difícil en el entronizamiento del Reino de Cristo en el corazón de los humanos; pero todos, aun los más humildes, los menos preparados intelectualmente, pueden efectuar este trabajo tan importante y magnifico. Y Spurgeon, que en aquellos momentos creía no poder hacer otra cosa que esto y ayudar a los niños, se entregaba a él con toda intensidad y consagración. Otra cosa que preocupó grandemente a nuestro biografiado fue la necesidad en que se encontraba de unirse con alguna Iglesia Cristiana. Ya sabemos que su abuelo y su padre eran Ministros Congregacionales, y que toda su familia pertenecía a esta denominación. Sin embargo, después de meditarlo mucho, estudiarlo en la Palabra de Dios, con oración, determinó unirse a una Congregación Bautista, por creer que las Iglesias Bautistas eran las que más se acercaban al dechado del Nuevo Testamento. Y para unirse a una de estas Iglesias, pidió y obtuvo permiso de sus padres. Pero dejemos que él mismo no relate todo lo que con esto tiene relación. Escribiendo en su revista, en el número correspondiente al mes de abril de 1890, dice al efecto: En enero de 1850 pude, por la gracia divina, echar mano de Cristo como mi Salvador. Siendo llamado por la providencia de Dios, a vivir en Newmarkel como sota-maestro en un colegio, traté de unirme la Iglesia de creyentes de aquel lugar; pero de acuerdo con mi lectura de las Sagradas Escrituras el creyente debe ser sepultado con él en el bautismo y así entrar en su pública vida cristiana. Me puse a buscar un Ministro Bautista y no pude encontrar uno más cerca de Isleham, en el condado Fen, donde residía un cierto W. W. Cantlow, que anteriormente había sido misionero en Jamaica, pero que entonces era pastor de una de las Iglesias Bautistas de Isleham. Mis padres deseaban que yo siguiera mis propias convicciones, el Sr. Cantlow lo preparó todo para bautizarme, y el que me tenía empleado me dio un día libre a ese propósito. Yo nunca podré olvidar el día 3 de mayo de 1850 era el día del cumpleaños de mi madre, y yo mismo me encontraba a pocas semanas de cumplir diez seis años de edad. Me levanté temprano a fin d tener unas horas tranquilas para la oración y la dedicación a Dios. Después tenía que caminar una ocho millas para poder llegar al lugar donde había de ser sumergido en el nombre de la Trinidad, de acuerdo con el sagrado mandamiento. No era en lo absoluto un día caluroso, y por eso mucho mejor para la caminata de dos o tres horas, lo que me agradó mucho. La contemplación del risueño rostro del Sr. Cantlow fue un premio a esa caminata. Me parece ahora ver al buen hombre, y las blancas cenizas del fuego junto al cual nos detuvimos y hablamos acerca del solemne acto que íbamos a realizar. Fuimos juntos al embarcadero, porque los amigos de Isleham no se habían degenerado hasta el extremo de practicar la inmersión en el interior, en un baño hecho por el arte del hombre, sino que usaban el más amplio bautisterio del río que corría. El embarcadero de Isleham, en el río Lark, es un lugar muy tranquilo, a media milla de la población, y poco turbado por el tráfico en cualquiera época del año. El mismo río es una hermosa corriente, que separa a Cambridgeshire de Suffolk. La casa del embarcadero, que en la fotografía se encuentra oculta por los árboles, se abre libremente para las conveniencias del Ministro y candidato, en el acto del bautismo. Cuando la barca está atracada, para reparaciones, el ministro se sitúa en ella, cuando el bautismo se efectúa entre semana, y hay pocos espectadores presentes. Pero en el día del Señor, cuando se reúnen grandes multitudes, el predicador de pie en una barca en el centro del río, predica la Palabra a las gentes que se encuentran en ambas riberas. Esto puede hacerse fácilmente porque el río no es muy ancho. Donde se ven tres personas de pie, es el lugar por donde generalmente se entra en el agua. Pronto se encuentra la profundidad conveniente, con buen fondo, y así, el hermoso acto se efectúa en un hermoso río. Ningún accidente ha venido a interrumpir el acto. En siete u ocho millas el Lark sirve por lo menos a cinco Iglesias Bautistas; y por nada dejarían ellas de bautizar en él. A mí me pareció que había una gran concurrencia en aquel día entre semana. Vestido, creo, con una chaqueta y un cuello e niño, doblado hacia abajo, estuve en el servicio previo a la ordenanza; pero he olvidado todo lo concerniente a él; porque mis pensamientos estaban todos en el agua, unas veces con el Señor en gozo, y otras veces conmigo mismo en gran temor, al hacer esa profesión pública.... Era una nueva experiencia para mí, no habiendo visto nunca un bautismo. El viento bajó al río, con ráfagas cortantes, cuando llegó mi turno e entrar en el agua; pero después de haber caminado unos pasos y notado la gente que se encontraba en la barca, en botes y en ambas riberas, me sentí como si el cielo, la tierra y el infierno me estuvieran contemplando; porque no me sentía avergonzado de señalarme entonces y allí, como un seguidor del Cordero. La timidez había desaparecido y muy pocas veces vuelto a sentir desde entonces. En aquel río Lark perdí mis temores, y me convencí de que en la guarda de los mandamientos hay gran premio. Ese fue un día triplemente feliz para mí. Bendito sea el Señor por su bondad perseverante que me permite ir con regocijo de todo esto después de cuarenta años. Y como temiendo que alguna persona pudiera extrañarse de que toda su familia Congregacional, él se uniera con una Iglesia Bautista, agrega: Si alguno pregunta por qué fui bautizado así, contesto: porque creí que ese bautismo era la ordenanza de Cristo, muy especialmente unida a él por la fe en su nombre. "El que creyere y fuere bautizado, será salvo". Yo no tenía ninguna idea supersticiosa acerca de que el bautismo me salvara, porque ya yo estaba salvado. No buscaba que mis pecados fueran limpiados por el agua, porque creía que mis pecados habían sido perdonados por la fe que es en Cristo Jesús. Sin embargo, yo consideraba el bautismo como un indicio de la limpieza del creyente, el emblema de su sepultura con el Señor, y el testimonio externo de Su nuevo nacimiento. Yo no confiaba en él, sino que, porque confiaba en Cristo como mi Salvador, me sentí obligado a obedecerle como mi Señor, y seguir el ejemplo que me dio en el Jordán, en su bautismo. No cumplí con la ordenanza externa para unirme. A un partido y hacerme Bautista, sino para ser un cristiano conforme al dechado apostólico, porque ellos, cuando creyeron fueron bautizados. El, como millares y millares antes y después, no se bautizaba impulsado por un espíritu sectario y partidista, sino porque a ello le obligaba una conciencia recta; pero esa cuestión de conciencia trae consigo, imprescindiblemente, la cuestión sectaria, en el sentido de la unión con una secta; porque las convicciones religiosas no pueden ser acalladas, ni ocultadas. Su corazón anhelaba intensamente obedecer al Señor en todo lo que ha mandado, y tal como lo ha mandado; y de acuerdo con ello, su conciencia, que no era elástica y acomodaticia, le obligaba a unirse con aquel pueblo cristiano que en todo quiere seguir las pisadas del Maestro, aun cuando ello le traiga dificultades. Spurgeon se bautizó en una Iglesia Bautista con el consentimiento paterno, pues aunque él hubiera deseado que su hijo permaneciera bajo el palio de la Iglesia Congregacional, tenía suficiente respeto a la conciencia ajena para dejar a su hijo actuar con libertad. Sin embargo, su buena madre, tan pronto se efectuó el bautismo de Carlos, le dijo un día: "Hijo, siempre he orado a Dios que te convirtiera; pero nunca le pedí que te hiciera bautista". Y nuestro biografiado, de aquella manera que le era característica, y con una cariñosa confianza, le contestó: "Sí, madre, pero Dios es tan bueno, que siempre da más de lo que le pedimos". Después de permanecer en Newmarket un año, Spurgeon obtuvo una plaza de maestro en Cambridge, ciudad donde se encuentra una de las célebres universidades inglesas. En esta ocasión fue a prestar sus servicios en la escuela que, para la instrucción de jóvenes internos, había abierto poco antes el Sr. Guillermo Leeling, consagrado Bautista con quien ya anteriormente había estado en relación, y de quien muchos piensan que tuvo una grande y decidida influencia en la anterior determinación de nuestro biografiado. Aquí sus atenciones no eran tan arduas como lo habían sido hasta ahora, y nuestro joven, codeándose con brillantes estudiantes, y saturándose en una atmósfera de intensa intelectualidad, pudo entregarse más y mejor a sus estudios favoritos. Allí, en Cambridge, Carlos H. Spurgeon, sintiendo en lo más profundo de su ser el divino llamamiento a una vida consagrada al servicio del Señor, dio comienzo a aquel ministerio tan intenso y absorbente, tan lleno de trabajos y de éxitos, que singularizó su vida tan hermosamente, permitiéndole llegar a las más elevadas cumbres de la eficiencia, y por ella, de la fama. ***
Posted on: Sun, 28 Jul 2013 23:48:34 +0000

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