Crónica de una despedida Me despierto, la mañana es realmente - TopicsExpress



          

Crónica de una despedida Me despierto, la mañana es realmente hermosa. Enciendo mi teléfono celular y salgo al balcón, en la calle nadie, un silencio encantador. El teléfono suena, un mensaje de texto: “Murió Néstor Kirchner” leo en voz alta, mi mujer con nuestro hijo de siete meses en su vientre me mira sorprendida. Murió Kirchner, repito incrédulo. Desconfío, no caigo, enciendo la tv, esperando que el mensaje de texto sea una joda de lo más pelotuda. Quiero creer eso. El televisor enciende en un canal de noticias, leo en la pantalla, Murió… y la confirmación me golpea como un codazo en la mandíbula entreabierta. Siento como si hubiese perdido a alguien cercano, un familiar, un amigo… antes de tiempo. Inesperado. Quedo sentado frente al televisor que sigue repitiendo la noticia, por alguna estúpida razón evito llorar. Disimulo mis ojos humedecidos frente a mi mujer, ella los tiene igual. Acaricio su panza, la beso, ella desliza sus dedos sobre mi el pelo. Me levanto, enciendo la ducha y con el agua pegando de lleno en mi rostro lloro. Tocan el timbre, es una chica muy joven que viene a censarnos. ¡Claro, el censo! La hacemos pasar y le ofrecemos un mate con tostadas, ella acepta solo el mate. Contestamos las preguntas, la chica nos cuenta que todos nuestros vecinos la hicieron pasar para responder. La televisión, la radio y los diarios durante los días previos habían anticipado otra cosa, el miedo haría que nadie abriera la puerta de su casa. Le erraron feo, otra vez… Salgo a trabajar. Camino hacia la estación, el sol es perfecto. Unos chicos juegan a la pelota en la plaza frente a mi casa. Los miro mientras espero el tren; estoy atontado, adormecido. Uno de los pibes, no tiene más de ocho años, viste el equipo completo del seleccionado argentino, se prepara para patear un tiro libre cercano al arco contrario, o sea el espacio entre un ficus maltratado a pelotazos y un buzo sucio, también con los colores celeste y blanco. Lo miro, me divierte como con su carita seria se queja de la barrera que se adelanta; sonrío, patea con todas sus fuerzas. Gol, golazo, el pibe corre y se abraza con sus amigos a los gritos. Viene el tren. La televisión ahora muestra a algunas personas acercándose a la Plaza de Mayo. Agarro la cámara y junto a mi compañero salimos hacia allá. Necesito compartir. Varios cientos ya rodean la Pirámide y forman una fila para poder dejar ordenadamente una flor, un papel, cartón o cartulina con su mensaje. Veo padres con sus hijos, gente grande y sobretodo pibes jóvenes. Muchos lloran, el clima es de honda tristeza. Un pibe de unos 17, 18 años empieza a aplaudir enérgicamente, el aplauso se propaga rápidamente por toda la Plaza. Apoyo la cámara en el suelo, también aplaudo. Recorro la fila de gente que aguarda para dejar su ofrenda, camino a su lado y a mi paso me muestran los mensajes que tienen; me acerco, encuadro, enfoco, grabo. A esta hora los mensajes dicen “Gracias”, muchos hablan de lo que nos devolvió, muchísimos de sentimientos recuperados. ¿Sentimientos recuperados?, recuperamos lo que habíamos perdido, lo que nos habían robado, lo que nos obligaron a olvidar. Hago foco en un cartón que supo ser una caja de aceites: “Gracias por devolvernos la dignidad”, abro el plano, una anciana lo sostiene orgullosa. Camino unos metros, “Volvimos a creer, gracias” dice el cartel que sostiene una nena de unos 5 años junto a su madre. Volver a creer, recuperar la dignidad y miles y miles de personas más llegando a la Plaza. Alguien Murió, Algo Nace. Leo “Millones de lágrimas censadas”. La gente llora, algunos tímidamente, muchos otros de manera desgarradora. Una mujer se desmaya. Se me hace muy difícil trabajar con tanta emoción, trato de despegarme, de ser un simple observador, lo intento, no puedo…no quiero. Hoy no quiero. Sigo a un hombre negro, camina acompañado con su mujer y su hijito, lleva en la mano un ramo de flores. Grabo la secuencia, se acercan a la reja de la Rosada, dejan las flores con una tarjeta y se alejan los tres tomados de las manos. Leo la tarjeta “Gracias por tus brazos abiertos; familia Faye, Senegal”. Miles de personas siguen llegando. Somos muchos. Cae la noche. La Plaza explota de gente. El clima de tristeza que imperaba hasta hace algunas horas se transformó en una energía más potente, algo más alegre también. Me subo al techo de un colectivo estacionado en la esquina de Rivadavia y Reconquista, observo la magnitud de la multitud, es hermoso, no me interesa ser objetivo, es hermoso. La multitud canta advirtiendo que ni se les ocurra. Desde lo alto descubro una leyenda: “No se ilusionen, mamá es una leona”. Mi compañero de trabajo me dice emocionado: “esto es de otra época”. Pienso ¡Ya no! Bajamos del techo del colectivo, un venezolano se acerca y exultante nos pide que en nuestra función de periodistas reflejemos la realidad, que no tergiversemos el mensaje de la multitud, que aquí hay un pueblo llorando a un hombre y repite en voz alta ¡Un Pueblo Llorando a un Hombre! Los que están a su alrededor lo aplauden, se le acercan, lo abrazan. El venezolano se quiebra y llora enredado en un enjambre de brazos. Recorro la Plaza, experimento un sentimiento de pertenencia inédito. Se siente bien. Pienso en mi hijo mientras camino en un mar de gente. Durante tres días la escena se repetirá, un pueblo volcado a la calle dando su mensaje. Ni los que no quieran ver podrán ocultar semejante demostración de amor. Un hombre muere. Un pueblo llora a un hombre. Esto es de otra época, recuerdo y me río. Me siento feliz. En algunas semanas más nacerá mi primer hijo. Sentimientos sembrados. Algo cambió en nosotros, algo cambiaste…LUCAS MARTINEZ
Posted on: Wed, 25 Sep 2013 22:41:30 +0000

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