Cuarenta y tres solsticios Se desperezó despacio estirándose - TopicsExpress



          

Cuarenta y tres solsticios Se desperezó despacio estirándose tan largo era, estaba tumbado y tenía sueño pero la sonrisa apareció radiante cuando la vio. Ella se metía en el agua del mar esquivando las olas para no mojarse más allá de los tobillos. Jugaba con la espuma de las olas, el pelo al viento, recortado sobre el contraluz del ocaso. ¿O del amanecer? Él se acercó raudo y sigiloso. Se fundieron en un abrazo mágico que sellaron con un beso corto y somero. Se miraron como sólo el primer amor permite y volvieron a besarse hasta el alma. Ella miró tras él, los olivos y su canción arrastrada por el viento. Los acantilados que protegían la playa de las mareas. Los distintos árboles que se turnaban al subir la montaña. Y las pequeñas casas blancas como perlas que brillaban con la escasa luz del amanecer. ¿O del ocaso? El olor del mar iba de la mano con el de las pequeñas flores. Le tocó la punta de la nariz con el dedo en un gesto infantil. Le examinó la barba incipiente: Le evocaba la palabra “muchacho”. Sus ojos sinceros, casi inocentes se reían más que sus labios. Ella era consciente de lo que ocurría aunque prefiriera no saberlo. Y tenía que decírselo por su bien, y el de los dos. Era difícil, un mal trago. “Cuanto antes mejor” se dijo. Tragó saliva y clavó sus ojos en los suyos: - No estás aquí cariño, o no lo estoy. Esto no está pasando, es todo un sueño. Tienes que despertar. - No, no me despiertes. No me despiertes, no me despiertes, no me despiertes... La bofetada llegó de improviso, sonora y caliente. Lo acompañaron las lágrimas de ella y la incredulidad de él. El mundo se deshizo ante sus ojos, emborronado tras sus propias lágrimas. Y volvió a despertar. Le costó abrir los ojos, estaban sellados en lo que parecían legañas cristalinas. Estaba mareado y no sentía nada salvo sueño y melancolía. La luz era cegadora, blanca y pura rebotaba en cada copo de nieve y se cristalizaba en sus ojos. Intentó moverse con un esfuerzo sobrehumano. Sólo consiguió soltar un poco de saliva que rodó por su mejilla hacia su ojo: Estaba cabeza abajo. El rescate se le hizo rápido, no tanto el camino de vuelta a la cabaña. Le sostenían sus amigos con los que tantas aventuras había pasado hacía tantos y apenas años. Bromeaban de cosas de antaño quitándole importancia al accidente. Apenas podía oírles, pero entendía el tono de la conversación: Habría pasado desapercibida en un bar con unas cañas. Vio su propia nariz oscurecida por las lesiones de la congelación y se acordó de todos los chistes a costa de su tamaño. No pudo reprimir una carcajada que se contagió al grupo... Víctor, D-17-11-2013
Posted on: Sun, 17 Nov 2013 12:32:31 +0000

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