Cuentos y Leyendas de Hondura: Las Llamadas - Redacción: - TopicsExpress



          

Cuentos y Leyendas de Hondura: Las Llamadas - Redacción: Jorge Montenegro A veces, las personas que están muy tranquilas en sus hogares son testigos de hechos sobrenaturales. Esta es una historia de misterio que tomó por sorpresa a una familia de la capital de Honduras. Don José llegó de su trabajo a las seis de la tarde. Su esposa y su hija lo esperaban ansiosamente para leer el periódico, ya que acostumbraba llevar los diarios que se editan en la ciudad capital y en San Pedro Sula. A las seis y media estaba cenando y platicando con las dos mujeres de la casa. —Oíme, Carmen —dijo don José—, ya va a cumplir años de muerta nuestra hija, ¿verdad? —Así es —contestó la señora—. El 25 de este mes. Han pasado tres años desde la muerte de Doris. Caramba. Cómo pasa el tiempo, José. El señor terminó de cenar, se fue a un sillón y comenzó a leer el periódico. —Cómo hay crímenes en Honduras. Parece que nos hubieran echado una maldición y lo peor de todo es que casi todos los asesinados son jóvenes. Mirá esta noticia de San Pedro: acribillaron a cuatro jóvenes en un billar. —Sí —dijo la señora—, lo miré por la tele en el programa de Maldonado. —Yo no sé en qué irá a parar todo esto, Carmen. A las nueve de la noche, don José terminó de hablar con un amigo por celular. —Ese Miguel dice que se ganó un buen premio en la loto. Tiene suerte ese zarandajo, je, je. —¡Ah! —exclamó doña Carmen— es que ese tu amigo compra todos los juegos de la loto y por fuerza tiene que pegar en uno. Dice que soñó con un par de ranas que lo iban siguiendo y que después buscó y marcaba rana en un librito que tiene y que por eso ganó. No creo en esas cosas, pero sí en la buena suerte. —Púchica, mujer, cómo se va el tiempo. Vamos a dormir porque mañana tengo que madrugar. Voy a dejar cargando el celular. ¿Y Mirian? —Mmm, esa ya está fondeada, ya ratos se acostó. La pareja se fue a dormir tranquilamente y en poco tiempo se entregó a los brazos de Morfeo. Mirian, la hija de José y Carmen, dormía plácidamente cuando a las tres de la mañana, entre despierta y dormida, escuchó que su teléfono celular estaba sonando. —¿Quién será a esta hora? Qué horas de llamar. Aló, aló. No hubo respuesta. La muchacha colocó el celular en su mesita de noche y se volvió a dormir. Por la mañana, cuando se levantó, le dijo a su papá: —Púchica, papi, usted está loco llamándome a las tres de la mañana. —¿Yo? —Sí, usted. Mire, aquí está su número en las llamadas recibidas. Usted marcó a las tres y diez minutos. —Pero eso es imposible —dijo don José—. Si mi teléfono lo dejé cargándose y no lo he movido. Ahí está. Lo revisaron y en efecto había una llamada hecha al celular de Mirian a las tres y diez minutos de la madrugada. El papá, la mamá y la hija se quedaron asustados. —Pero si usted no me llamó de su teléfono, entonces ¿quién llamo? No hubo respuesta para aquella pregunta, pero lo primero que vino a la cabeza de doña Carmen fue el aniversario de la muerte de su hija. No dijo nada por no poner nerviosa a la muchacha, pero pensó para ella misma: “¿Y si fue Doris la que vino a marcar en espíritu?”. A partir de esa fecha, don José tomo la determinación de dejar con llave su celular en una pequeña gaveta y el incidente no se repitió. Una noche, cuando ya se habían ido a la cama los tres miembros de aquella familia, escucharon el timbre del celular de Mirian. Ella vio el número del que la llamaban e instintivamente tiró el celular sobre el sofá. —Papá, ¡me están llamando de su teléfono! De inmediato, el señor le sacó llave a la pequeña gaveta y vio que en efecto había una llamada para su hija en su celular. Comenzaron a orar por el alma de su difunta hija Doris y prometieron llevarle rosas a su tumba. Llegaron al cementerio a las tres de la tarde, compraron flores en los puestos de venta frente al camposanto y se encaminaron al mausoleo donde reposaban los restos de su pequeña Doris, fallecida a los catorce años de una pulmonía. Las dos mujeres buscaron latas para colocar las flores frescas, les pusieron agua y las colocaron en el sepulcro de Doris. Cuando estaban sentados platicando vieron llegar a las dos hermanas menores de doña Carmen. Llevaban flores en las manos. Se saludaron. —Ve, qué casualidad —dijo Carmen—. El mismo día que nosotros traemos flores, ustedes también le traen flores a Doris. Una de las hermanas le respondió: —No es casualidad, Carmen. Tu esposo nos llamó a las tres de la mañana para decirnos que hoy nos encontraríamos aquí y que le trajéramos flores a mi sobrina. Don José, su esposa y su hija se quedaron petrificados. Él sacó el celular para revisarlo y encontró una llamada hecha a su cuñada a las tres de la mañana. Cuando aquella familia explicó los extraños sucesos con el celular todos se pusieron a llorar. —Creo —dijo don José— que a los muertos uno no tiene que dejarlos abandonados mucho tiempo. Oremos en familia por el alma de Doris, que a lo mejor está necesitándolas. Así ocurrieron los hechos. Doña Carmen me contó esta historia en medio de las lágrimas. —Dígale a la gente que lee La Prensa que nunca se olviden de sus queridos muertos. Mire usted lo que nos pasó a nosotros. Los nombres de los protagonistas de esta historia fueron cambiados.
Posted on: Sat, 16 Nov 2013 00:05:01 +0000

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