CÁSATE CONMIGO - CAPÍTULO 16 - PARTE 2 — ¿En qué puedo - TopicsExpress



          

CÁSATE CONMIGO - CAPÍTULO 16 - PARTE 2 — ¿En qué puedo ayudarte? —le preguntó Christopher. —Si me haces el favor de acompañarme a la biblioteca o al saloncito matinal... me gustaría hablar contigo. Christopher asintió con la cabeza. —Ya te dictaré la respuesta a esta carta más tarde, George —dijo agitando el papel que tenía en la mano antes de dejarlo sobre el escritorio—. No corre prisa. Christopher cogió del codo a su esposa y la llevó a la habitación contigua, donde ya habían encendido el fuego en la chimenea. — ¿Qué puedo hacer por ti, Dulce? —le preguntó, señalando el sillón de cuero situado junto a la chimenea mientras que él se quedaba de pie, de espaldas al fuego. La trataba con cortesía, pero con un deje impaciente. Ella se sentó antes de contestarle. —Creo que deberíamos hablar —dijo—. Ya casi nunca tenemos la oportunidad de hablar. Lo vio enarcar de nuevo las cejas. — ¿Ni durante la cena? —preguntó él—. ¿Ni en el salón después? —Tu madre y tu hermana siempre están presentes en esas ocasiones —le recordó—. Me refería a hablar los dos a solas. Christopher la miró fijamente. — ¿Necesitas más dinero? Puedes pedírselo a George en cualquier momento. Descubrirás que no soy un tacaño. —No, por supuesto que no —dijo al tiempo que hacía un gesto despectivo con la mano—. No he gastado nada de lo que me diste hace dos días. Bueno, salvo por la suscripción a la librería. He ido de tiendas, pero no me hace falta nada; todo lo que comprara sería una extravagancia absoluta. Ya tengo más vestidos de los que he tenido en toda mi vida. Christopher siguió mirándola desde arriba, y en ese momento se dio cuenta que la había puesto en desventaja, tal vez de forma deliberada. Ella estaba sentada mientras que él seguía en pie. La dominaba. —No quería hablarte de dinero —prosiguió—. Es sobre nosotros... sobre nuestro matrimonio. Creo que te he hecho daño. Vio que su mirada se volvía hosca. —Y yo creo, Dulce, que no dispones del poder para ello —replicó él. Ese comentario era una prueba fehaciente que llevaba razón. La gente que se sentía herida solía experimentar la necesidad de devolver el golpe, con muchísima más crueldad. —Si no tienes que decirme nada más, te deseo... —Por supuesto que sí —lo interrumpió—. Por el amor de Dios, Christopher, ¿vamos a pasarnos el resto de la vida así, comportándonos con distante amabilidad como si fuéramos dos desconocidos? Hace unos cuantos días estabas lanzando guijarros en el lago de Finchley Park y yo remaba en círculos, y recogíamos narcisos. ¿Vas a decirme que todo eso no significó nada para ti? —Supongo que no esperarías que esos días fueran algo más, aparte de un agradable interludio antes que comenzara nuestro matrimonio, ¿verdad? —le preguntó él. —Por supuesto que sí —contestó—. Christopher... —Debo despedirme de ti —la interrumpió—. ¿Quieres que te acompañe al comedor matinal? Tal vez mi madre ya esté allí. —Y le ofreció el brazo. —Esos tres días y esas tres, no, cuatro noches, fueron las más maravillosas de toda mi vida —confesó ella, al tiempo que se inclinaba un poco hacia delante, mirándolo a los ojos. Christopher inspiró hondo, pero ella prosiguió antes de darle opción a que hablara. —Quise mucho a Hedley. Lo adoraba, de hecho. Habría muerto por él de haber podido. Pero nunca estuve enamorada de él. Nunca... —Tragó saliva con nerviosismo y cerró los ojos. Jamás había dicho nada de eso en voz alta. Había intentado por todos los medios no pensar en ello—. Nunca me excitó. Nunca lo deseé de esa manera. Era mi mejor amigo, mi amigo del alma. Se hizo un terrible silencio. —Pero él estaba enamoradísimo de mí —continuó, haciendo un gran esfuerzo—. No por mi aspecto, desde luego. Creo que se debía a mi alegría, a mi risa y a mi disposición de estar con él. Estaba muy enfermo y débil. De haber sido fuerte, de haber estado sano, estoy segura que no me habría amado aunque siempre habría sido mi amigo. Se habría enamorado de otra muchísimo más guapa. Christopher siguió sin decir nada, y Dulce dejó de mirarlo a los ojos. Clavó la mirada en sus manos, que se le habían entumecido. —Tú eres grande, fuerte y sano —prosiguió—. Lo que sucedió entre nosotros fue... en fin, jamás había disfrutado tanto en la vida. Y después, cuando regresamos a la mansión y me enteré de lo de Crispín y me di cuenta de lo terriblemente infeliz que era Meg... Tú saliste esa tarde y yo me quedé sola, y empezó a llover... Y entonces me acordé de Hedley. Solo entonces. Y recordé que había guardado su retrato en lo más hondo del baúl cuando me marché de Warren Hall, así que fui a buscarlo. Pensé en él y lloré por su temprana muerte y por el hecho de no haberlo amado como él creía que lo amaba. Me sentía culpable por haber disfrutado tanto contigo cuando nunca disfruté con él. Y después me sentí culpable por sentirme culpable, porque no debería sentirme culpable por disfrutar con mi nuevo esposo, ¿verdad? De hecho, debería intentar disfrutar con él. Y aquí me tienes, otra vez me lío con las palabras cuando las necesito con desesperación para que me entiendas. Dejó de hablar... y oyó que Christopher inspiraba hondo y después soltaba el aire. —Me temo que no se me da nada bien lidiar con los dramas, Dulce —dijo él—. ¿Tengo que sentirme aliviado porque no estuvieras enamorada de Dew aunque sí lo quisieras? ¿Debo entender que hay una diferencia entre ambos conceptos? ¿Debo sentirme muchísimo más aliviado por el hecho que te sintieras tan excitada por mí durante los tres días posteriores a nuestra boda (una lujuria que quedó plenamente satisfecha) que te olvidaste por completo del hombre al que querías pero del que nunca habías estado enamorada? Había conseguido que su confesión pareciera una tontería. Había desnudado su alma ante él, pero Christopher ni se había inmutado. Alzó la vista para mirarlo a los ojos. Él la miraba con gesto serio. —No estarás enamorada de mí, ¿verdad? —le preguntó él. En ese momento lo odió.
Posted on: Tue, 20 Aug 2013 01:13:55 +0000

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