¿CÓMO ESTÁ ESO DE DARSE A DESEAR? Yo confieso, ante ustedes - TopicsExpress



          

¿CÓMO ESTÁ ESO DE DARSE A DESEAR? Yo confieso, ante ustedes lectores, que a pesar de todos mis intentos he caído de nuevo en el pecado de juzgar. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran… ah no, momento. A ver, pensándolo bien, mi culpa radica en juzgar pero es que de veras… si algo me queda claro es que así que digan, qué santa soy, pues no. Y luego el “desatino” me pone cada personaje enfrente que acaba por crisparme los nervios. Pero vamos por partes, explico de qué va mi crisis nerviosa: no recuerdo cuento de princesas alguno, de esos que tanto leímos en la niñez y nos hicieron creer que hay príncipes sobre blancos corceles, en el que narre algo similar a esto: “y el Príncipe cortejó a la bella dama pero ella sólo admitió salir con él una vez y luego se le desapareció para después reclamarle que no le había hablado y cuando el gallardo caballero le mandó flores, ella se fue con otro en su cara dejándolo hecho un mar de llanto (…) meses más tarde, ella apareció suplicándole perdón y cuando él le abrió de nuevo su corazón, ella no dejó que la tocara y acabó enredada con un amigo de la infancia”. O sea, ¿cómo, en qué momento, en qué epoca, en qué historia las personas decidimos que nos dignifica darnos a desear como si fuéramos trofeos de futbol? Que las mujeres tenemos nuestro ego, no hay duda, y que es nuestra obligación sabernos dar a RESPETAR, también. Pero eso de estar jugando con los hombres al gato y al ratón y hacerlos presos de nuestros bajos caprichos, despertando su instinto animal para al final decirles, con voz de ñoñas: “Ay no, mejor no, estoy confundida” , eso, queridas mías, eso no se hace. Recientemente saqué de mi vida (léase mi agenda, mi facebook, Messenger y demás posibilidades de contacto) a una chica muy mona, a quien le tenía cierta estima. Fue un acto de soberbia, lo reconozco, pero francamente, me llevó al límite de la paciencia verla en acción “conquistando” a un galán que la rondaba. La cosa era simple: ella huía despavorida, cual cachorrito temeroso y se escondía detrás de mí, diciéndome que le daba horror, miedo, susto y hasta cierto repele, que ese hombre la cortejara. Hecho totalmente normal (¿a quién no le ha pasado?); no obstante, luego de que la tuve resguardada en mi regazo durante un tiempo, me vine a enterar que la reina santa andaba de buscona jugando y aventándole el calzón a este pobre, y cuando él corría como cachorrito, moviéndole la colita de felicidad, ésta pegaba la carrera para el lado contrario, y, obvio, a refugiarse en mi casa diciéndome que no sabía cómo quitárselo de encima. Y aquí tienen a su babosa, diciéndole que llamara a la GESTAPO, a la AFI y al cerrajero de Juanito para protegerse de semejante stalker. Que cómo era posible que la acosara de esa manera, que hiciera algo, de perdida un círculo de energía. Pero como la justicia, a veces es tan justa, un buen día, no me pregunten cómo, me vine a enterar que mientras yo me daba media vuelta, la Dulcinea ñoña hacía de las suyas y seguía jugando con los sentimientos de este pobre espécimen que ya no hallaba cómo detener tanto sufrimiento y tortura sicológica. Que a él, le gustó el jueguito, es tema aparte, pero cuando enfrenté a mi comadre preguntándole la razón de que jugara así con él y hasta conmigo, fue clara en su respuesta: “decía mi abuelita que hay que darse a desear” (excuse meee?). Para mi buena fortuna, mi abuela era mucho más sensata y siempre me enseñó que la moderación es el secreto del éxito en las relaciones, “ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre”. No eran novios, ni amigos con derechos (ella no se dejaba, prácticamente), no eran pareja y su única relación se basaba en que a ella le encantaba estar jugando al escondite. Y pues sí, la juzgué, y decidí que no la quería en mi vida por el simple hecho de que no es alguien a quien pueda respetar; y porque creo firmemente que andar regando versiones por aquí y por allá es la primera forma de faltarnos al respeto. Por suerte, las chicas que piensan así, y los hombres que les dan réplica, son especies en peligro de extinción. Supongo claro, que doña Ñoñis me ha de odiar, detalle que me hace sentir profundamente halagada pues significa que al menos, por su misma senda, no voy.
Posted on: Sat, 07 Sep 2013 04:38:53 +0000

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