Céfalo y Sócrates hablan sobre la vejez Nos fuimos, pues, a - TopicsExpress



          

Céfalo y Sócrates hablan sobre la vejez Nos fuimos, pues, a casa de Polemarco y allí encontramos a Lisias y Eutidemo, sus hermanos; a Trasímaco de Calcedonia, a Carmántides de Peanea y a Clitofón, hijo de Aristónimo; también estaba dentro Céfalo, el padre de Polemarco, y a mí me parecía que era muy viejo, pues no le había visto desde hacía tiempo. Con una corona sobre la cabeza, se hallaba sentado en una silla con un cojín; pues venía de hacer un sacrificio en el patio. Nos sentamos, pues, junto a él, ya que allí había algunas sillas puestas en circulo. Habiéndome visto en seguida Céfalo, me saludó y dijo: «Sócrates, no vienes a menudo. Sin embargo, es conveniente; porque si yo tuviera todavía fuerzas para andar con facilidad hasta la ciudad, no habría necesidad de venir aquí, sino que nosotros iríamos a tu casa; pero ahora es necesario que tú vengas aquí y más a menudo; porque has de saber bien que cuanto para mí se van marchitando los placeres del cuerpo, tanto se van acrecentando los anhelos y placeres de la conversación. No obres de otro modo, sino que estáte en compañía de los jóvenes, [pero] también ven aquí a casa periódicamente, como a casa de tus amigos, y amigos completamente íntimos. » Yo dije: «Ciertamente, Céfalo, me complace conversar con las personas de mucha edad, pues me parece que es conveniente aprender de ellos, ya que han recorrido un camino que también nosotros deberemos recorrer de igual modo, de qué condición es: áspero y difícil o fácil y cómodo. También me agradaría saber qué opinas sobre lo que los poetas llaman estar en el umbral de la vejez, puesto que tú has llegado en estos momentos de tu vida, si es un pasaje difícil de la vida o cómo lo denominarías tú. » ¡Por Zeus!-contestó-. Yo, Sócrates, te diré qué opino [sobre eso]. Pues muchas veces nos reunimos en tertulia algunos viejos que nos encontramos en la misma edad poco más o menos, justificando el antiguo adagio. La mayoría de nosotros allí reunidos se lamentan, echando de menos los placeres de la juventud, recordando las delicias del amor, del vino, de los manjares exquisitos y otras satisfacciones del mismo género, y se afligen como si hubiesen perdido algunos bienes considerables, y de que entonces se vivía bien, y de que ahora ni siquiera se vive. Algunos también se quejan de los ultrajes de parte de sus allegados que, a causa de la edad, tienen que sufrir y, sobre eso, tienen siempre en boca que la vejez es para ellos la causa de todos sus males. A mí, Sócrates, me parece que ellos no aducen la verdadera causa; pues si ésa fuera la causa, yo también padecería esos mismos males, debidos a la vejez, como todos los demás que han llegado a esta edad. Por el contrario, yo he encontrado a quienes no obran de ese modo, y entre otros al poeta Sófocles, junto al que en una cierta ocasión me hallaba a su lado, cuando uno le preguntó: «¿Cómo te encuentras, Sófocles, con respecto al amor?, ¿te encuentras todavía en situación de tener relaciones íntimas con una mujer?» Y él le contestó: «Cállate, amigo; escapé a ello con la mayor satisfacción, como si me hubiese escapado de un dueño furioso y salvaje.» A mí entonces me pareció que contestó bien, y ahora, no menos bien; pues en la vejez llega a producirse una paz: y una libertad en toda clase de esas turbaciones [de los sentidos]. Después de que las pasiones han cesado en sus violencias y se han apaciguado, lo de Sófocles se ha realizado para todas las pasiones: es el haberse librado por completo de una multitud de tiranos furibundos. Pero con respecto. a esas relaciones para con sus domésticos, existe una cierta causa, no realmente la vejez, Sócrates, sino el carácter de los hombres; porque si fuesen sensatos y complacientes, la vejez seria moderadamente penosa; y si no, Sócrates, no sólo la vejez, sino también la juventud, de carácter difícil, coinciden en eso. Y yo, habiéndome maravillado que dijese esas cosas, queriendo que hablase todavía, le invité [a continuar] y le dije: Céfalo, me imagino que a ti, cuando dices esas cosas, no te lo aprueban la mayoría [de tus oyentes], sino que piensan que tú soportas la vejez fácilmente no debido a tucarácter, sino por la grande fortuna de que disfrutas; pues dicen que los ricos tienen muchos consuelos. Dices la verdad-contestó [Céfalo],-, pues no me lo aprueban. Y dicen algo [de cierto], pero no cuanto ellos creen. La verdad está en la respuesta de Temístocles, el cual al hombre de Serifo que lo injuriaba y le decía que él no era célebre por él mismo, sino por su ciudad, le contestó que él no hubiese sido célebre siendo de Serifo, efectivamente, ni tampoco tú siendo de Atenas Esa frase es conveniente para los poco afortunados [de pocos recursos] que llevan una vejez penosa, porque ni el hombre razonable soportaría la vejez, estando en la pobreza, con una ayuda complete, ni el inmoderado, después de haberse enriquecido, llegaría a hacerse tratable. Céfalo-dije yo-, ¿la mayoría de los bienes que posees los recibiste por herencia o los aumentaste tú? ¿De qué modo los adquirí, Sócrates? Yo llegué a ser un medio comerciante de lo de mi abuelo y de mi padre. Mi abuelo, cuyo nombre llevó, heredó una fortuna casi igual a la que yo tengo en la actualidad, la que acrecentó en varias veces otro tanto; pero mi padre, Lisanias, la redujo muy por debajo de lo que es ahora; mas yo estoy satisfecho, si dejo a estos [hijos que ves] no menos, sino un algo más de lo que recibí. No te pregunté respecto a ti-yo continué-, ya que me ha parecido que tú no amas excesivamente las riquezas, sino que esto lo hacen generalmente los que no las adquirieron ellos mismos; los que las han alcanzado [con su esfuerzo] tienen doble afecto a las mismas que los otros. Pues del mismo modo que los poetas aman sus versos y los padres a sus hijos, así también los hombres de negocios son cuidadosos de sus riquezas como a obra suya y por su utilidad, como los demás hombres. Y así, son insoportables en su relación con los demás por no querer hablar sino de riqueza. Dices la verdad-contestó. Por completo-proseguí yo-; pero todavía tengo [que decirte] esto: ¿cuál es la mayor ventaja que crees haber sacado de la posesión de una gran fortuna? Esa ventaja-contestó quizá no convencería a muchos, al decirla: Pues has de saber, Sócrates, que, cuando uno cree que está cerca de la muerte, le sobrevienen temores e inquietudes acerca de cosas que anteriormente no le afectaban tan adentro; pues las leyendas que se leían sobre el Hades y sobre el castigo que allí debe pagarse por las injusticias de aquí, que antes las tomaba a risa, ahora le atormentan el alma temiendo que sean ciertas; y él, o debido a la debilidad de la vejez o porque ya se encuentra más cerca de allí, las considera algo más [atentamente]. Llega a estar lleno de aprensión y de temor y repasa y examina si se ha realizado alguna injusticia. Si él encuentra muchas injusticias en su propia vida y, desvelándose a menudo en sus sueños, como los niños, siente miedo y vive con una infeliz espera; pero, al contrario, si ninguna injusticia se ha observado en él, tiene con él una agradable esperanza que cuida su vejez maravillosamente, como dice Píndaro; porque él, Sócrates, graciosamente dijo que el que ha llevado una vida con justicia y con religiosidad, una dulce esperanza lo acompaña, el corazón le alienta y su vejez alimenta, ella gobierna de los mortales el espíritu versátil de modo soberano Son maravillosas palabras, dichas de un modo en extremo admirable. Según eso, yo considero que la posesión de las riquezas es de gran consideración, no para todos los hombres, sino para el hombre sensato: ni engañar ni mentir a nadie, incluso involuntariamente, ni tampoco deber un sacrificio a una divinidad, ni dinero a un hombre; después marcharse de esta vida sin temor; a eso contribuye gran parte la posesión de las riquezas. Tiene además otras muchas ventajas; pero una por una consideradas, yo aseguro, Sócrates, que la riqueza tiene en eso, para el hombre sensato, el más grande de los beneficios.
Posted on: Tue, 03 Dec 2013 07:52:38 +0000

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