DECIMOCTAVO Alquilé una habitación en otro hotel, esta vez en - TopicsExpress



          

DECIMOCTAVO Alquilé una habitación en otro hotel, esta vez en el centro de Zacatecas. Desperté temprano y fui directo al pequeño restaurante, no pensando en desayunar, sino en encontrar a Juan Carlos. La suerte estaba de mi lado: ocupaba su acostumbrado puesto en la barra. Me vio desde ahí, dobló su periódico y se apresuró a atajarme en la puerta: -Necesito hablar con usted, pero no aquí. Lo espero en dos horas en la Catedral, cerca del altar de la Virgen. Es importante. Se fue sin esperar respuesta. Consulté mi reloj y me dispuse a tomar mi desayuno. Tendría tiempo de pasar por la tienda a saludar a Manuel y Ana. Ella me había hablado dos veces durante la noche para confirmar que me había instalado bien y que no tendría la curiosidad de volver por el momento a mi casa. Así que le agradecí su preocupación y los tres nos encargamos de asear el local y armar los preparativos para la jornada. Les avisé que iría a la Catedral a encontrarme con Juan Carlos. Me ofrecieron que alguno de los dos podría acompañarme para asegurarse de que no hubiera algún riesgo. Decliné su ofrecimiento y traté de tranquilizarlos. Cuando llegué a la Catedral de Zacatecas quedaban unos diez minutos para que se cumpliera el plazo que me había impuesto Juan Carlos, de manera que me demoré observando la fachada. Esta Catedral, terminada de construir en 1752 (casi toda, porque hasta 1904 se culminó la torre norte) no tiene atrio, al menos no al frente; hacia su costado norte se extiende la Plaza de Armas, en la que hace muchos años existía un jardín llamado Hidalgo, que luego fue suplido por una plancha de lozas de esa piedra que es abundante en esta región y permite una vista alegre del palacio de gobierno y un edificio anexo que ha servido de oficina del gobernador por mucho tiempo y que antes era una casa particular, luego un hotel. Esta casa originalmente era de sólo dos plantas, pero las leyes de Reforma permitieron que con toda libertad, J. Jesús González Ortega, quien fuera gobernador de Zacatecas de 1859 a 1860, mandara hacer una tercera planta que literalmente se recarga contra una de las paredes de la Catedral, sin ampliar las dos plantas originales. Esta disposición genera un paso franco: el Callejón de las Campanas. Es como una reproducción simbólica del poco espacio con el que se contaba para la edificación de Zacatecas, aunque el resultado es una maravillosa combinación de colores y estilos que hacen que la ciudad sea disfrutable a la vista. La fachada de la Catedral es una reproducción alegórica de la historia de la iglesia, como un retablo de piedra en cuyas columnas, y los espacios entre éstas, conviven racimos de uva, hojas de parra, tiaras pontificias, ángeles y arcángeles como testigos y partícipes de la gran fiesta de los hombres fundadores de la iglesia: Jesucristo, los apóstoles (los doce, pero a Judas Iscariote lo suple Pablo de Tarso), San Gregorio Magno, San Jerónimo, San Agustín y San Ambrosio, todos ellos presididos por El Padre y bendecidos por el Espíritu Santo en forma de paloma, con la presencia, desde luego, de la Virgen María. Así, en ese libro de piedra se cuenta la historia sagrada que a los católicos da sustento y mantiene viva la fe. El interior resulta ser más austero y contrasta con la portada principal, pletórica de elementos, así como con las portadas laterales, de dos estilos artísticos distintos uno de otro. Adentro, la nave central permite una vista abierta del altar mayor; se encuentra perfectamente iluminada por la luz natural que cae en cascadas desde las vidrieras transparentes de la cúpula octagonal y las ventanas laterales. Las naves contiguas tienen un camino más oscuro, y aunque sólo están separadas de la central por las columnas que franquean y delimitan a ésta, parecen ser elementos aparte; tienen bancas más pequeñas, incluso las instaladas cerca de los altares principales: uno de ellos dedicado a la Virgen María en su advocación de Nuestra Señora de los Zacatecas, mientras que el otro a Cristo crucificado. Los remates de los arcos de la nave en la cual se encuentra el altar de la Virgen tienen esculpidos en cantera símbolos referentes a la letanía del rosario mariano. Por el otro lado, en la nave dedicada a Cristo, los remates de los arcos muestran elementos de la Pasión, y los del centro, de la iglesia católica. La dedicación de los altares de estas naves corresponden a la misma que tienen las fachadas exteriores: la que da al sur a la Virgen María, y la del norte a Cristo. Un grupo nutrido de mujeres con grandes escapularios sobre el pecho y la espalda, rezaban el rosario en espera del canto del Ángelus y el toque de la Campana Mayor, colocada en la torre sur; la campana pesa más de seis toneladas y recibió el nombre de Ana María Sanbuenaventura del Santísimo Sacramento; bello nombre femenino para una campana de voz grave que convoca y promueve el respeto sacro y la comunión de los fieles. Reconocí a Juan Carlos en la última banca del altar de la Virgen. Me acerqué y lo saludé, cosa que no había logrado hacer en la mañana debido a su prisa. Con amabilidad me devolvió el saludo y me ordenó que me hincara a persignarme. Dudé en hacerlo. No soy creyente y poca relación tengo con asuntos eclesiásticos, aunque conozco el rito por herencia y educación familiar. -Hágalo por mí- añadió en tono de súplica. Lo complací y me volví a sentar junto a él. Esperé hasta que él decidiera hablar y decirme lo que le parecía tan urgente. Llevaba consigo una bolsa transparente en la que se distinguían algunas hojas de papel. -La gente que se robó el libro es de la delincuencia organizada. De alguna forma han descubierto algo relacionado con el convenio y creen que la guía del libro los puede llevar a una fuente de poder y desean utilizarla para sus fines. -¿Cómo sabe eso?- pregunté. -He estado investigando. Así como los albañiles se fueron de la lengua con la historia, esta gente también tiene el grave defecto de que se embriagan y se drogan, y en ese estado les da por andar por ahí presumiendo lo que hacen, lo que saben y lo que creen. Así di con ellos; aunque de una forma imprudente, le confieso, y ahora no estoy muy seguro aquí en la ciudad. -Pero, ¿yo qué tengo qué ver con todo esto? -Usted ya se habrá dado cuenta que somos parientes. Su papá era primo hermano de mi mamá. Su abuelo paterno era el guardián del libro; cuando él y su esposa se fueron de aquí, se tomó la determinación de que alguien de la familia debía custodiar el secreto del convenio y del libro, así que mi abuelo se hizo cargo primero, luego mi madre y ahora yo. Pero las cosas han cambiado, y quizás sea hora de regresar a la línea original del plan. -Yo no quiero hacerme cargo de nada. Tengo suficiente con mi vida, como para tener ahora estos problemas. -No se da cuenta; usted no encontró el libro, el libro lo encontró a usted. -¿Qué hace el libro? ¿De verdad les puede dar poder? -El libro es sólo una guía, como le dije. Es probable que siguiendo los signos puedan obtener lo que buscan, pero lo usarían para las cosas malas que están haciendo, y eso no es el objetivo del convenio. -Hábleme del convenio- le supliqué. -Ya no hay tiempo, pero debe saber- hizo una pausa, y luego dijo: -Vaya a Vetagrande, busqué a Eloísa; allí todos la conocen y no tendrá problemas para dar con su casa. Ella le dirá lo que necesita saber sobre el convenio. Mientras tanto le entrego estos apuntes que he elaborado de lo que mis padres y mis abuelos me contaron sobre el libro. Aquí le señalo la localización de los lugares en donde están ubicados todos los signos en los sitios de poder; usted ya conoce los de La Bufa, pero le faltan muchos más. Téngalos. Me alargó la bolsa de plástico. Dudé en recibirla, pero la urgencia de su cara me obligó. -¿Qué hago con esto? -Lo más probable es que el libro se defienda solo, e incluso desaparezca para siempre. Estos apuntes le servirán para reescribir el libro. Pero lo más importante es mantener el convenio vigente, para siempre. Ya Eloísa le explicará cómo. Quise saber qué planeaba hacer él. No me lo dijo, pero me dio una última indicación. -Yo me voy ahora. Quédese aquí por unos veinte minutos más. No se asome a la calle, no importa lo que escuche afuera, o lo que suceda aquí adentro. Luego de eso salga por la puerta norte, vaya a un hostal que se encuentra atrás de la Catedral, rente un cuarto, pero no lo ocupe. Quédese en la terraza del hostal hasta pasada la media noche; ya luego podrá dormir en ese cuarto. Vaya mañana mismo a Vetagrande. Me abrazó y se fue. No tuve palabras para expresar nada en ese momento; sobre todo porque me hallaba en un estado de excitación debido a que sentía que lo sucedido había alterado el rumbo de mi vida para siempre, y no lograba entender la magnitud del compromiso. No volví a verlo, ni ese día ni nunca más. Las mujeres que rezaban el rosario se interrumpieron de pronto, al sentirse invadidas por un grupo de personas que entraron casi corriendo por las puertas principal y lateral del sur. Gritaban y se referían a una balacera en el Mercado González Ortega, edificio ubicado, calle de por medio, a un lado de la Catedral. Me preocupó la suerte de Juan Carlos, ya que él había salido precisamente por la puerta que da a ese inmueble. Tuve el impulso de salir corriendo a cerciorarme de que no le hubiera pasado nada, pero el miedo me dejó paralizado en mi sitio, en espera de que el tiempo indicado transcurriera. La Catedral se llenó de gente. De varios rincones salieron hombres con radios, ellos, junto con los sirvientes del templo, intentaron cerrar las puertas, pero ya fue inútil cualquier esfuerzo de su parte, desbordados como estaban por la multitud. Había mujeres y niños llorando, hombres encaramados en las bancas pidiendo ayuda. Una señora de rebozo cayó desmayada y de inmediato recibió la atención necesaria de los ahí presentes que estaban cerca de ella. Un niño vagaba perdido buscando a sus padres. Un hombre en silla de ruedas, miraba con desconfianza y gritaba para anunciar su presencia, temeroso de que lo aplastaran. Había limosneros codo a codo con hombres de negocios, necios buscando otra salida, orgullosos sintiéndose víctimas, paranoicos temiendo por su suerte, corruptos pensando que era su castigo, ateos, cristianos, judíos, musulmanes, ortodoxos, testigos de Jehová, y muchos rezaban porque acabara el infierno que, anunciaban a gritos los heraldos de la desventura, se había desatado en la calle y en la ciudad. Me abrí paso hacia la puerta del Cristo, lo que me llevó al menos diez minutos. Salí a la Plaza de Armas apretando contra mi cuerpo la bolsa con los papeles. Ya en la plaza descubrí un día soleado. La calle parecía tranquila y los transeúntes y vehículos eran, aparentemente, los normales del devenir cotidiano. Esperaba ver gente corriendo, policías y vehículos de emergencia, pero desde ahí no se apreciaba nada. Además, por lo que escuché, la balacera habría sido del otro lado, y tal vez allá sí estaría sucediendo todo lo que yo creía. No me quedé a cerciorarme de nada. Caminé aprisa por el Callejón de las Campanas, llegué al hostal, pagué una habitación y, sin pasar siquiera a verla, me dirigí a la terraza. Desde ahí busqué, dentro de mi campo de visión alguna anomalía, pero no encontré nada que pareciera salirse del curso rutinario citadino. Llamé por teléfono a la tienda y les expliqué a Manuel y Ana que debía ausentarme por ese día, pero que estaría cerca por si algo se ofreciese. Quisieron saber de la entrevista con Juan Carlos; prometí que les daría detalles más adelante, porque a lo mejor no era tan seguro hacerlo por teléfono en ese momento. Les avisé que al día siguiente iría a Vetagrande a buscar a Eloísa. Ana se ofreció a ir conmigo; Manuel estuvo de acuerdo y dijo que él se haría cargo de la tienda.
Posted on: Tue, 02 Jul 2013 15:47:13 +0000

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