DEJARLO TODO El primero de septiembre de 2007, la Corporación - TopicsExpress



          

DEJARLO TODO El primero de septiembre de 2007, la Corporación nacional chilena del cobre cerró el campamento de la mina de Chuquicamata, en el desierto de Atacama. Sus 18 mil habitantes, mineros y sus familias, tuvieron que mudarse a la ciudad de Calama, a 15 kilómetros de allí. ¿Cuál es la distancia exacta a partir de la cual uno se siente lejos de su hogar? Con este texto, la española Martina Bastos ganó el premio de crónica inédita Nuevas Plumas 2012, organizado por la Universidad de Guadalajara (UDG) y la Escuela de Periodismo Portátil. Por: Martina Bastos Pasó el viento. Quedaron de la casa el pozo abierto y la raíz en ruinas. Jaime Sabines Una cosa rara. A las doce del último día, Ada Ramírez sintió una cosa rara: un escalofrío, un tirón de pecho, un dolor seco. Se quedó muda y escuchó crujir el piso de madera: pensó que aquello era un velorio. Ese primero de septiembre de 2007, el pueblo dejó oficialmente de existir. Los diarios titularon: Parte la leyenda. El cierre simbólico dará paso a la clausura definitiva. La leyenda, lo que se cerró, lo que se clausuró, se llamaba Chuquicamata. Todos le llaman Chuqui. La-mina-a-cielo-abierto-más-grande-del-mundo. En pleno desierto de Atacama, a 1600 km de Santiago y tres horas de la frontera boliviana, está el mayor agujero creado por el hombre para obtener cobre. Al costado, surgió un campamento que llegó a albergar 25.000 personas. Un campamento es por definición efímero, algo que se instala hoy para levantar mañana, pasado, cualquier día. Chuquicamata era un campamento minero. Aunque para sus habitantes, era sencillamente un hogar. *** En un principio no había nada. Puro peladero. Un sol alto y cerros derramados por la tierra ancha, cerros desnudos como hechos solamente de barro y viento, un viento atroz. La aridez, la perspectiva sin límites y la impresión de que el desierto fuera a rajarse de estirarse un poco más. Para el poeta Andrés Sabella: La tierra donde la piedra habla a las piedras, donde un coro de piedras va de sí hasta lo infinito. Eso era todo. En 1912, los norteamericanos Guggenheim compraron los derechos de explotación al estado chileno. En sus manos, el desafío de transformar un territorio feroz: una extensión de arena y rocas a 2870 metros sobre el nivel del mar. El viento más veloz intenso constante, la radiación más extrema, la tierra más seca; sin agua, sin caminos, sin piedad. Lejos de todo, carente de todo. La nada. Y el cobre. Lo que vino después, más que una utopía, era en ese momento un disparate. En 1971, tras la nacionalización del presidente Salvador Allende, la actual Corporación Nacional del Cobre (Codelco) se convirtió en la mayor empresa estatal de la historia de Chile. Chuquicamata, su niña bonita: un cráter de 5 kilómetros de largo, 3 de ancho y 1,25 de profundidad esculpido con la finura de un gran anfiteatro. Allí entraría el Central Park de Nueva York y tres veces el Empire State Building, un edificio sobre otro. Y todavía sobraría espacio. Se trabaja 365 días al año, 24 horas non stop. Parar es caro: en un minuto perdido se dejan de ganar ocho mil dólares. En un solo minuto. *** Usted va a tener una casa. Y no va a pagar agua, no va a pagar luz, no va a pagar ningún combustible. Todo se lo damos: atención médica, educación a sus hijos, todos los servicios. Usted vendrá a trabajar y cobrará su plata, pero además vivirá gratis. El único poblado cercano era Calama, unas 40 casas miserables empotradas en el vacío como lugar de paso: imposible cubrir las necesidades que la mina requería. La compañía debía proveerse su propia logística: se levantó un campamento que terminó convertido en un cuento de hadas. Una vivienda en comodato a cada trabajador y su familia, la reproducción en pequeña escala de un mundo real donde no faltaba nada. Avenidas amplias e impecables, seguridad y una comunidad unida por un vínculo común: buen trabajo y una vida social de la que todos participaban. Muchos ignoraban que afuera existiera otro mundo. La ruta 24 es la cicatriz de 15 kilómetros que une Chuquicamata con Calama. Los calameños son pocos. La Corporación Nacional del Cobre tercerizó procesos y transformó Calama –que llegó a los 140.000 habitantes- en un macrodormitorio de población flotante. Calama está llena de hombres solos, solos de mujer. En un radio de doce cuadras hay 136 schoperias, locales de vidrio oscuro y hembras de mucha carne. Aquí está el mayor ingreso per cápita del país y también el más alto costo de vida. Es una ciudad sin arraigo, tosca, dura, de geografía radical. Cargada de tierra, apenas un árbol, doble de suicidios del promedio nacional. Para los chuquicamatinos era Calama calamidad, un lugar sin mayor desarrollo que encarnaba todo lo negativo ajeno a ellos: tráfico, delincuencia, suciedad, desorden. Pero Chuquicamata evolucionó y aparecieron normas medioambientales que no existían. Aparecieron instalaciones como la fundición, que emite anhídrido sulfuroso y arsénico: incompatible con un campamento donde viva gente. La mina, además, comenzó a necesitar el espacio que ocupaba el campamento. Para sacar 1 kilo de cobre hay que sacar 100 kilos de roca y lo que sobra, hay que ponerlo en algún lugar. Y cerca: un camión de extracción consume en un día el mismo petróleo que un auto común en dos años. El sobrante estéril se amontonaba en la periferia de Chuquicamata, amenazando las viviendas. La compañía tomó una decisión drástica: el traslado completo de la población a Calama. En la práctica, significaba enterrar una ciudad y construir otra. Pero las ciudades no son piezas de ajedrez. ¿Cómo se planifica y ejecuta un proyecto así? En algún momento, en algún lugar, alguien tuvo que decir: —Señores, hay que desplazar esta ciudad del punto A al punto B. ¿Por dónde empezamos? *** Le tocó a él. La voz es amplia y serena y llena la sala con la misma amplitud y serenidad que debió tener entonces: —Fueron 5.000 familias. Sergio Jarpa es ingeniero de minas y en aquel tiempo Vicepresidente de Codelco Norte. Era el hombre. —Fue un cordón umbilical muy difícil de cortar. Esa gente había convivido durante años. No sólo trabajaban juntos: vivían juntos, se divertían juntos, se casaron entre ellos. Allí crecieron sus hijos. Los lazos eran fortísimos; costó mucho sacarlos. Había, también, una dependencia importante de la empresa. —Es fácil malacostumbrarse. Y no es fácil mover 20.000 personas acostumbradas a tener todo gratis y transformarlas en ciudadanos de Chile. Los mineros serían ahora dueños de sus propias casas. Codelco se encargó de construir 5.000 viviendas —una para cada familia— y asumió el 50% del coste en concepto de compensación. Construyó calles, plazas y veredas, un nuevo hospital, nuevos colegios. Trasladaron comerciantes, doctores y maestros, carabineros y bomberos. El cura con su iglesia. A todos había que recogerles la basura. Calama no estaba preparada para ello: el presupuesto municipal no podía responder a la demanda de tal número de personas. En su despacho el director de Obras municipales Luis Alfaro hace memoria de aquellos días: —Sólo en alumbrado fueron más de 6.000 puntos de luz. Unos 10.000 nuevos vehículos impactaron al tráfico. Las ciudades crecen poco a poco, pero esto fue como recibir media ciudad de golpe. Nos produjo un colapso. La compañía tuvo que aportar recursos para aumentar el abastecimiento eléctrico, mejorar la infraestructura vial y mantener los espacios públicos. Toda esa operación costó 500 millones de dólares. El costo emocional, sin embargo, es invaluable. *** Cuando llegó el camión de mudanza, Miria Hernández —68 años, 50 en Chuquicamata— estaba desayunando. —Y ahí se acabó el desayuno. Meter la vida en cajas de cartón: el último día. ¿Qué vuela entonces en la cabeza? ¿Uno recuerda dejar desocupado el refrigerador, guardar las plantas, despedirse del vecino, del jardín, sacar fotografías? No tuvo tiempo. —Fue todo tan rápido —dice— camión, carga, entrega de llaves, arranque y de tripas corazón. Después, su auto siguió al camión en un silencioso vía crucis a Calama. —Todavía no la puedo querer. No consigo querer a Calama. Arreglé la casa igual que la de Chuqui, todo en la misma posición. Para extrañarla un poco menos. Le brota esa forma de mirar —lejana—, cierta aspereza en la voz y un tintineo de plata en sus pulseras cuando agita el brazo para decir: —¿Usted sabe que yo todavía sueño que vivo allá? Desde el 2004, el ritual se repitió a diario durante tres años. Una por una, las familias recibieron turno para desalojar sus casas. Se tapiaron puertas y ventanas, se cerraron las llaves del agua potable y el suministro eléctrico, se pusieron rejas y las poblaciones desocupadas comenzaron a desaparecer bajo los escombros. El hospital fue el primero en caer: siete pisos de alto, revestimientos de mármol y un jardín espeso de pinos inmensos. Los camiones que salían de la mina descargaban el material estéril encima. Poco a poco, lo fueron tapando. Hubo un momento en el que sólo sobresalía su chimenea de dos metros, un cilindro gris como cabeza de náufrago en un mar de piedras. Después, se perdería el rastro. El último día, quince autobuses con trabajadores salían de su turno. Renéjar era uno de ellos: —Pararon todos los autobuses. Llegó un momento en que sólo se veía la chimenea enorme del edificio, su punto más alto. Pararon todos y los camiones llegaban y llegaban. Todos lo vimos sin decir palabra. Muchos lloraron, habían nacido allí. *** Veroska sabía lo que haría. Compró pintura negra y brocha gorda y sobre el muro de la casa en que vivió sus 25 años, escribió: Gracias por todo Chuqui de mi vida. Estarás en nosotros para siempre. Fue el derecho a la última palabra, un desahogo. —Chuqui era todo —dice con rabia desde su nueva casa en Calama—. Cuando terminó, fue como si sepultaran mi infancia, mis recuerdos, mi vida entera. Es que era mi vida. Y repite: —Mi-vi-da. No fue la única. Los que se iban dejaban su firma en las fachadas. Era su manera de honrar, de agradecer, de hacer hablar a las paredes en su nombre: Aquí fuimos niños. Gracias Chuquito por los años felices. Adios Chuquicamata, te dirán que te quisimos. Mis mascotas descansan para siempre en tu jardín. Los mejores años se quedan aquí. Chuqui vive.
Posted on: Mon, 02 Sep 2013 11:48:06 +0000

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