DEL EGO AL TESTIGO (De la conciencia ordinaria a la conciencia - TopicsExpress



          

DEL EGO AL TESTIGO (De la conciencia ordinaria a la conciencia consciente) PRESENTACION ¡Qué descansada vida La del que huye el mundanal ruido, Y sigue la escondida Senda por donde han ido Los pocos sabios que en el mundo han sido¡ Que no le enturbia el pecho De los soberbios grandes el estado, Ni del dorado techo Se admira, fabricado Del sabio Moro, en jaspes sustentado. No cura si la fama Canta con voz su nombre pregonera, Ni cura si encarama La lengua lisonjera Lo que condena la verdad sincera. ¿Qué presta a mi contento Si soy del vano dedo señalado? ¿Si en busca de este viento Ando desalentado Con ansias vivas, con mortal cuidado? ¡Oh monte, oh fuente, oh río Oh secreto seguro deleitoso¡ Roto casi el navío, A vuestro almo reposo Huyo de aqueste mar tempestuoso. Un no rompido sueño, Un día puro, alegre, libre quiero, No quiero ver el ceño Vanamente severo De a quien la sangre ensalza o el dinero. Despiértenme las aves Con su cantar sabroso no aprendido, No los cuidados graves De que es siempre seguido Al que al ajeno arbitrio está atendido. Vivir quiero conmigo, Gozar quiero del bien que debo al Cielo, A solas, sin testigo, Libre de amor, de celo, De odio, de esperanzas, de recelo. FRAY LUIS DE LEON Experimente, no sólo de manera ocasional sino todo el tiempo, observando con seriedad cómo actúa la mente: cuando está sentado a la mesa cenando, cuando conversa, cuando camina… observe, a fin de que la mente se torne por completo consciente de todas sus actividades. Únicamente entonces puede haber libertad con respecto al condicionamiento, y, en consecuencia, una quietud total de la mente. Sólo en esa quietud, en ese silencio, es posible descubrir qué es la verdad. . KRISHNAMURTI INTRODUCCION El ser humano es doblemente cautivo de sí mismo. En primer lugar, porque todo lo que ve o siente, lo ve y lo siente desde sí mismo; y la experiencia –incluída, y especialmente, la experiencia científica- cada vez nos demuestra con mayor evidencia que lo que experimentamos conscientemente es apenas una parte ínfima de la realidad, tanto exterior como interior. Y que la experimentamos, además, en el lenguaje, símbolo, a su vez, de los conceptos que construimos con los programas del cerebro en nuestro encuentro con la realidad. En segundo lugar, porque el hombre occidental actual vive encerrado en el modelo racional que viene desde los griegos. Y, finalmente, por estar encerrado en sí mismo, no le es posible demostrar lógicamente que sus experiencias no son fantasías. Sólo cuando comencemos a comprende hasta qué punto somos prisioneros de la herencia, del sentido común, de los condicionamientos sociales, de los llamados maestros y de los modelos científicos, permitiremos que nuestra capacidad creativa sea estimulada mucho mas allá de las limitaciones que imponemos a nuestro ser. Debemos partir de la conciencia de que somos primates domesticados que andamos en una búsqueda riesgosa, conscientes de que nuestros modelos son muy pequeños y ordenados y el universo que experimentamos enorme y desordenado. Por otra parte los seres humanos vivimos en el lenguaje. La palabra se usa para comunicar lo que pensamos y lo que sentimos; y también, aunque no se comunique a otro, para conservar el pensamiento y el sentimiento dentro de uno mismo. El lenguaje con el que nos desenvolvemos pertenece a la conciencia ordinaria. Vivimos, pues, en un mundo de conceptos, en el pensamiento. Y tratamos de resolver todos nuestros problemas, del más mecánico a los más profundos problemas sicológicos, por medio del pensamiento. El lenguaje es concepto y emoción a la vez. Y ambos responden a los modelos que traemos al nacer y a la experiencia social en la que aprendemos. Con el lenguaje construimos la realidad y nos re-construimos constantemente. Con el lenguaje aprendemos. La descripción no es lo descrito, por lo tanto no hay que dejarse atrapar por la descripción, por las palabras. La descripción, las palabras, son meras herramientas para la comunicación. El que se quede atrapado en las palabras no llegará muy lejos. La palabra nunca es la cosa real. La descripción, la explicación, no es lo descrito, ni es aquello acerca de lo cual hay una explicación. La palabra, la frase, la explicación, no son la realidad. Las palabras tratan de darle significación a los hechos de acuerdo con los condicionamientos. El mapa no es el territorio, dice Korzybski, o, más expresivamente aún, el menú no es la comida, según Alan Watts. Por tanto no hay que quedarse anclado en las palabras; la palabra es sólo una abstracción. No es muy diferente de un signo que señala más allá de sí mismo. Si tuvieras, por ejemplo, una intensa aversión a la palabra Dios, un apego en negativo, es muy posible que negaras la realidad hacia la que apunta, además de la palabra. Estarías anulando la posibilidad de experimentar esa realidad. Este tipo de actitud está muy conectada con el estado de identificación con la mente. No te apegues a ninguna palabra. Por ej., puedes usar Cristo en lugar de presencia, o al revés, de acuerdo con tus preferencias. Pero no te apegues a ninguna de esas palabras, ni empieces a creer en ellas. Las palabras no son más que indicadores. El concepto, la imagen, son producto del cerebro; no así lo que realmente sucede, lo que realmente es. Lo factual jamás condiciona el cerebro, pero la teoría, la conclusión, la descripción, la abstracción sí lo condicionan, porque son su producto. Una mesa no condiciona el cerebro, pero la palabra “Dios” lo hace, ya sea el Dios de los hindúes, el de los cristianos, el de los musulmanes o cualquier otro. Para el cristiano, por ejemplo, la palabra Jesús o Cristo tiene una gran significación, un gran sentido; evoca un sentimiento profundo. Esas palabras no tienen sentido para el hindú, el budista o el musulmán. Porque esas palabras no son lo real. Usadas durante miles de años, han condicionado el cerebro. El hindú tiene sus propios dioses. Esas divinidades, como la de los cristianos, son proyecciones del pensamiento. Para descubrir lo real, nuestra mente debe estar por completo libre de condicionamientos. Si de veras queremos descubrir la existencia o no existencia de Dios, debemos empezar por nosotros mismos; es decir, la mente tiene que estar por completo libre de todo condicionamiento. Y ésa es una tarea enorme. No es mera cuestión de jugar con las palabras. Ver que uno debe comenzar consigo mismo es comprender una verdad inmensa; pero casi todos la pasamos por alto, la ignoramos. Nos preocupa lo colectivo, estamos interesados en cambiar el orden social, en tratar de producir paz y armonía en el mundo -¡palabras¡. Estamos volcados hacia afuera. Estamos condicionados. Vivimos encerrados en costumbres locales, vestigios de la época de las cavernas, vestigios de tiempos anteriores a la reciente abolición de las distancias. Y, debido a esta abolición, si hay algo que caracteriza a los tiempos actuales, es la supremacía de la novedad sobre el hábito. Los conceptos han engendrado las ideologías, el origen de todos los problemas. Las ideologías son invenciones del pensamiento, moldeadas por la experiencia conforme a nuestro condicionamiento. Por estas autoproyecciones trabajamos, nos esclavizamos y morimos. El nacionalismo, por ejemplo, como el culto a Dios, es tan sólo autoglorificación. Lo que a uno le importa, de hecho –ideológicamente-, es uno mismo. Para la mayoría la acción se deriva de una ideología. Primero tenemos una idea acerca de lo que deberíamos hacer, siendo ésta un concepto, una fórmula, una teoría. Una vez formulado lo que deberemos hacer, actuamos de acuerdo. La formulación de ideologías, y la tentativa de conformarse y de conformar a los otros a ellas, es algo que uno puede observar en todo el mundo. Es algo a lo que sacerdotes y políticos pretenden amoldarnos con promesas o amenazas. Todas las ideologías son necias, tanto las políticas como las religiosas, y las construcciones científicas son limitadas, porque constituyen los sistemas conceptuales de un momento histórico determinado: construcciones mentales, o sea, palabras que tan desafortunadamente han dividido al hombre. Y, por estas construcciones, nos matamos unos a otros. La cultura que conocemos es la expresión de múltiples deseos unificados por medio de la religión, de un código moral establecido por la tradición, o por otras ideologías. Sobre las ideologías se construyen los ideales. El ideal es nuestra propia proyección, es un producto de nuestra mente. El ideal es lo opuesto de lo que es. El ideal es el futuro, y lo-que-es es el presente, lo real. Uno no sabe cómo habérselas con lo real, cómo comprenderlo e ir más allá; por consiguiente, al no poder comprenderlo, proyectamos un ideal, algo ficticio, que carece de realidad. El ideal es un objetivo proyectado, la búsqueda del logro de una finalidad proyectada por el pensamiento, una forma, un modelo. Es el modo como tratan de lograr el cambio real los políticos, los sacerdotes y todos los así llamados reformadores. Pero, en realidad, el pensamiento, el ideal, lo que en realidad ha creado es el desorden. Estamos condicionados para perseguir lo que “debería ser”. El perseguir el ideal, lo que debería ser, implica derroche de energía, implica escapar de lo que es. ¿Puede la mente, que ha sido tan fuertemente condicionada para buscar el ideal, descartar el ideal por completo y enfrentarse a “lo-que-es”? Porque cuando descartamos lo falso, tenemos la energía de la verdad, de “lo-que-es”. El identificarse con algo parece ser de la naturaleza del hombre. Probablemente, este sentimiento nuestro está relacionado con nuestra etapa animal. Nosotros estamos siempre tratando de identificamos con nuestra raza, con nuestra cultura, con las cosas en que creemos, con alguna figura mística, algún salvador, alguna clase de autoridad suprema. Uno se pregunta por qué existe esta ansia, este anhelo de identificación, de seguridad. Es comprensible la identificación con las necesidades físicas: las cosas indispensables, ropas, alimento, vivienda, etc. Pero internamente, tratamos de identificamos con el pasado, con la tradición, con alguna extravagante imagen romántica, con algún símbolo muy apreciado. E indudablemente, en esta identificación hay una sensación de estar seguros, a salvo, de ser dueños de aquello con que nos identificamos y, a la vez, de pertenecerle. Esto nos proporciona un gran bienestar. Y ese bienestar, esa seguridad la obtenemos de cualquier forma de ilusión. Pero la seguridad es un campo minado, es como caminar sobre el filo de una navaja. Todo el ser de uno dice: “Quiero estar seguro”. ¿Puede la mente, que durante siglos ha sido condicionada para sentirse segura, abandonar esa seguridad y decir: “Me moveré en medio del peligro”? Debemos aprender a estar alertas ante los peligros que nos rodean, y también a enfrentarnos al peligro todo el tiempo y, por ende, a no tener seguridad. En principio, ése es el modo en que trabaja toda la ciencia. Eso significa también que no hemos de confiar en nadie, en ningún gurú, en ningún profeta, en ningún maestro. La seguridad viene a ser el máximo peligro. Un hombre seguro de sí mismo no tiene necesidad de pensar en nada, es un ser humano muerto. Por estas razones, conscientes de que nuestras experiencias de la realidad pasan por esquemas que usamos para interpretarla, -esquemas que no podemos confundir con la realidad misma-, como punto de partida debemos tomar el agnosticismo como modelo de vida. Aprender a reconocer el burro del Mulla Nasrudin, el burro mental invisible que nos lleva, es el primer paso del despertar de la conciencia condicionada y mecánica a la verdadera y objetiva. Tenemos que estar atentos a las insinuaciones del intelecto cuando examinamos lo que realmente ocurre en nuestra vida cotidiana para entender que la descripción no es nunca lo descrito, que la palabra no es la cosa. Hay que desconfiar de quien pretenda tener todas las respuestas, de quien no se contradiga y corrija a sí mismo, y, sobre todo, de quien no tenga sentido del humor. Confesar la propia incertidumbre es una señal de honestidad. Es fácil, y por lo general gusta más a quien habla o escucha, hablar de certezas, aunque el tiempo haya probado siempre después que eran falsas. No gusta el quizás, el es posible, el puede ser, cuando se habla de lo desconocido, de lo innombrable, que es prácticamente todo. Es muy fácil dar un esquema y afirmar: Aquí está el camino; pero el desarrollo espiritual está siempre adaptado a la naturaleza de cada uno, y, por tanto, no se trata de aprender algo extraño de un extraño, sino de conocerse a sí-mismo. Y no hay dos naturalezas parecidas. La manera de permanecer joven es dar un salto quántico cada tanto tiempo y aterrizar en una nueva matriz de realidad. Estamos comenzando a comprender que es fundamental renunciar a la ilusión que nos lleva a creer que nuestra civilización, nuestro país o nuestra religión ocupan un lugar central o preeminente en el mundo. La única razón de que la mayoría de la gente permanezca en los mismos trabajos, en las mismas ciudades, en los mismos sistemas de creencias, año tras año, década tras década, es, por supuesto, que el condicionamiento cultural en cada tribu es un proceso de estrechamiento del programa de interpretación de la realidad. La experiencia personal -que es lo único de que podemos estar hasta cierto punto seguros- nos dice que hay que vivir en una especie de escepticismo ligero: Analizar constantemente el propio sistema de creencias. Nunca creer el sistema de creencias de nadie. Porque la creencia –entendida como certeza de algo porque alguien lo ha dicho- es la muerte de la inteligencia. Cuando el dogma entra en el cerebro, la actividad intelectual cesa. Se deja de pensar en ese aspecto de la existencia. Experiencia personal no es sinónimo de experiencia individual. Al caminar nos iremos dando cuenta de que vamos en un viaje colectivo; iremos encontrando en el camino a quienes se han decidido a vivir con autenticidad, en un viaje compartido, integrado cada vez más con el Todo que es la Vida, la Tierra, el Universo, los otros seres conscientes y la humanidad. Estamos acercándonos a poder expresar en nuestras vidas nuestra auténtica naturaleza. Cada día más seres humanos nos negamos a someternos a la dictadura de la percepción, porque hemos experimentado -más que leído o escuchado- que somos seres multidimensionales, y nos negamos a vivir anestesiados o limitados en la única realidad que nos habían dicho que existía y para la que únicamente habíamos sido entrenados. Cada vez más seres humanos anhelan la libertad y no la falsa seguridad. Con la conciencia de no realizar un viaje individual, exploramos y vivimos otras dimensiones de nuestro ser, aunque también vivamos y suframos y disfrutemos la realidad ordinaria la mayor parte de nuestro tiempo. Aquí y allá hay personas y hechos que solamente nos marcan una dirección que somos libres de seguir o no, pero esas señales en el camino existen y resulta fundamental estar atentos a ellas. El gran viaje terrestre nos parece tortuoso, cruel, impuro, pero somos apenas recién nacidos, estamos apenas saliendo de la Materia, llenos de barro, pequeños, sufriendo, como un dios en una tumba, y que no sabe nada, y que busca, que se da golpes por todas partes. Este mundo está en camino, nosotros no sabemos todavía todo el cuento. El viajero debe comprender que comienza a nacer a otra cosa y que sus nuevos ojos, sus nuevos sentidos, no están del todo formados, como los del recién nacido que llega al mundo. El viajero puede realizar la conciencia cósmica en cualquier punto de su ser, en cualquier nivel -en el nivel mental, en el corazón, y hasta en el cuerpo-, porque el espíritu Cósmico está en todas partes. La conciencia cósmica es el punto supremo de la conciencia humana; pero no es necesario ser un genio para ver el Espíritu universal; por el contrario, menos se tiene de mental, de conciencia ordinaria, más fácil es la experiencia. Tomemos, pues, el camino desde el KILÓMETRO 0, es decir, desde nosotros mismos, que no es gran cosa, pero que es todo lo que tenemos. Liberados, sin mirar atrás, de todas las mentiras que nos han dicho sobre temas fundamentales como la Tierra, el Hombre, el Cielo y el Infierno; y liberados de las grandes palabras, Dios, Alma, Espíritu –todas con mayúscula- hay que partir de lo que tenemos, aquí, donde estamos, con los pies pegados a la tierra, desconfiados de las ideologías, de las teorías y de todas las abstracciones. Esta conciencia libre nos permite escapar de los límites de las emociones mecánicas y la mentalidad robótica de la que no se puede salir mientras uno se mantenga en un modelo dogmático o en un programa de realidad impreso en el cerebro. Hay que aprender en el contexto del conocimiento, pero con percepción consciente. Hay que observar el contenido de la conciencia y el mundo sin prejuicios (En el sentido original del término: Un juicio anterior al juicio que determina su sentido). Uno tiene que borrarlo todo y empezar de nuevo, sabiendo que ninguna autoridad externa puede ayudarnos, ninguna creencia, ningún sistema religioso, ningún patrón moral, ninguna ideología o filosofía, nada. La herencia del pasado ya ha perdido vigencia. Uno está obligado a permanecer solo, examinando, explorando, investigando, dudando de todo a fin de que la mente se clarifique a sí misma, de modo que deje de estar condicionada, pervertida, torturada. Jamás trates de averiguar por otro cómo conducirte, cómo vivir. Porque lo que el otro te dice es su vida, no la tuya. Si te fías o dependes de otro te extraviarás. Si prescindes de la autoridad de los maestros –del tipo que sean- entonces puedes mirar por ti mismo, puedes encontrar tus respuestas. Porque la respuesta no está en ningún agente externo: Un Dios, un Ideal, un Maestro, etc., alguien que te diga qué hacer para que puedas vivir en paz, sin conflicto. Uno debe estar solo consigo mismo descartando enteramente toda autoridad, incluidos los sistemas y la mera repetición de palabras. Maestro puede ser cualquier persona o situación que nos sirva para provocar o despertar en nosotros nuestro SER interno. Hay que decidirse a tomar la vía de la liberación sicológica y espiritual, una manera de estar en el mundo que desafía las concepciones tradicionales del cuerpo, del espíritu y del alma. Mientras vivamos alucinados de una manera socialmente aceptada, necesitaremos desalucinadores; pero estando plenamente conscientes de lo que son, sin crear nuevas dependencias, manteniendo la soberanía sobre nuestra propia conciencia. Necesitamos ir más allá de la conciencia mutilada y castrada, considerada normal en nuestra sociedad. Nuestra transformación es personal, de nuestra entera responsabilidad. Al mismo tiempo resulta fundamental mantener la conciencia de que nuestro cambio interno forma parte de una transformación colectiva en la que una parte importante de la humanidad está inmersa. Tenemos un guía en un trozo del camino, pero, cuando hemos pasado ese trozo, debemos dejar el camino, el guía y seguir adelante. Por mucho que resulte duro decirlo, el tiempo de los Maestros, tal y como lo conocimos, ha terminado. No es tiempo de entregar el poder a nadie. Todos los que estamos buscando, intentando aprender, hemos de tener el mismo status, y trabajar juntos en pie de igualdad. Quien quiera saber ha de tomar las riendas de su vida y aceptar la responsabilidad de ser su propio maestro. Aprendiendo y creciendo con los seres de ésta y de otra realidad; evolucionando individualmente junto con el resto de los demás seres humanos, de los demás seres vivos, dentro de la naturaleza del universo. Formular una buena pregunta es una de las cosas más difíciles que hay. Y, sin embargo, debemos plantearnos interrogantes, y, a la vez, debemos dudar de nuestras ideas, de nuestras opiniones, de nuestros juicios, de nuestras conclusiones. Debemos dudar de todo sobre esta tierra: dudar y, no obstante, saber cuándo actuar. Cada cual ha de hallar las respuestas a sus propias preguntas, conectando cada una con su esencia y su auténtico ser. Es la única manera de encontrar las respuestas que siempre hemos buscado. Hay que tratar de ser uno mismo, sin buscar experiencias de segunda mano. Hay que comprender, vivir y ser. La conciencia de la unidad y la conciencia trascendental son las bases indispensables de toda realización; pero deben ser adquiridas por las vías que respeten la continuidad evolutiva –hace falta una evolución, no una revolución. El trabajo principal de la transición es la vida interior. Después de haber vivido en la fiebre mental, en la conciencia ordinaria, uno se encuentra de repente como flotando, como si el mundo fuera horriblemente ruidoso y fatigante; es una sensibilidad sobreagudizada que da la sensación de uno golpearse por todas partes, con seres opacos y agresivo, con objetos espesos, con acontecimientos brutales –el mundo aparece enormemente absurdo. Todo lo que nos ha parecido real, natural, normal, auténtico, tangible, nos parecerá ahora grotesco, extraño, irreal, absurdo. Es que uno ha tocado algo que es supremamente auténtico, y eternamente bello; y esto no se pierde más. Pero, a la vez, no queremos dejar caer nada del pasado, y andamos encorvados por el peso de acumulaciones inútiles que retrasan la marcha y la retardan indefinidamente. Uno es capaz de todo, pero nuestra virtud es una impureza pretenciosa. Hace falta no haber dejado nunca la personalidad ordinaria para alimentar todavía alguna ilusión en este tema. Pero hay que elegir entre vivir con un repertorio vital muy limitado, bien chiquito y reducido, o vivir con un repertorio que incluya algo más que la razón o la emoción, sin por eso perderlas. Nuestras dificultades son reales, pero también lo es nuestro intento. Y nuestro intento no es otro que trascender nuestros límites: Límites impuestos por nosotros mismos, por las viejas estructural de la sociedad en que vivimos, por nuestra cultura y por nuestra propia naturaleza humana. Nuestro intento no es otro que llegar a ser capaces de ir más allá de nuestro ego, superar el miedo a lo desconocido y a nuestros apegos, y, cuando llegue el momento, ser capaces de trascender nuestros cuerpos para llegar a ser pura conciencia, energía plenamente consciente. Hay dos opciones en la vida: disolverse en la corriente, o ser distinto. Para ser distinto, hay que ser diferente. Para ser diferente, hay que esforzarse por ser aquello que nadie más sino uno puede ser. Que cada cosa que hagamos no sea ya nuestra acción, sino la acción del Ser en nosotros. Al viajar juntos, nuestra comunicación verbal se convierte en algo más que en una mera comunicación; llega a ser una suerte de comunión donde hay afecto, compasión y comprensión, porque ello se relaciona con nuestro común problema humano. Es nuestro problema. Entonces se puede prescindir de las palabras. Entonces podemos sentarnos en silencio; pero no debe ser mi silencio o tu silencio o su silencio, sino el silencio de todos. La única norma es la autenticidad de la búsqueda. El único enemigo, la certidumbre. La certidumbre es el peligro que acecha agazapado en cada recodo del camino por la tendencia innata a la seguridad. La única prueba de error es la seguridad de haber encontrado la verdad. La seguridad de haber llegado. El que busca no tiene que probarle nada a nadie. ------------------------ Estoy consciente de que estas ideas –y las que he pretendido organizar en forma sistemática- son ya producto de mi experiencia personal. Pretenden ser mi punto de llegada en este momento, pero, a su vez, mi punto de partida a partir de este momento –punto de llegada que se convierte en punto de partida. Porque si bien podemos organizar –como pretendo- nuestras experiencias de acuerdo con el llamado método de exposición -método que tiene la objetividad interna de la implicación conceptual-, el método de la vida, si es auténtico, es el heurístico, lleno de contradicciones e incertidumbres, de marchas y contramarchas -en las que no hay sino signos: un paisaje, un libro, una conversación. Es la autobiografía de una vida que, para ser auténtica, tiene que partir del sentimiento del vacío; porque es el peregrinaje de la vida en búsqueda del ser del individuo, que se siente perdido en el laberinto de la persona -los disfraces que la sociedad le ha obligado a adoptar para sobrevivir. Este método es totalmente subjetivo y depende de las experiencias de cada momentoNOTA. El actual trabajo es el producto de muchos años de lecturas y reflexiones. Son mis reflexiones mientras desando el camino de la vida. No pretendo convencer a nadie. Es, apenas, un soliloquio -por aquello del poeta Antonio Machado, “Quien habla solo espera hablar a Dios un día”-; soliloquio que, sin embargo, me gustaría compartir con los compañeros de viaje. Por esa razón he evitado todo el aparato crítico. La mayor parte de las ideas son citas textuales de obras de Maestros espirituales como Lao Tse, Jesús de Nazaret, San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, Sri Aurobindo, Satprem, Krisnamurti, Osho, Deepak Chopra, Eckhart Tolle, Don Miguel Ruiz, Carlos Castañeda, Ho’oponopono, Ulises Santamaría; y de autores relacionados con el pensamiento filosófico y científico como M. Heidegger (Filósofo), Fritjof Capra (Científico), Alexis Carrel (Médico Premio Nóbel), Robert A. Willson´s (Divulgador científico), Steven Pinker (Neurólogo), J. Briggs y F. D. Peat (Científicos), Humberto Maturana (Científico Premio Nóbel), Gaston Bachelard (Epistemólogo), Thomas Kuhn (Epistemólogo), George Jonson (Epistemólogo), Patrik Drouot y Juan J. Piñeiro (Antropólogos) y otros.
Posted on: Sat, 28 Sep 2013 22:50:14 +0000

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