DIAZ PARA LA BAJA En el año del 2005, servía al Glorioso - TopicsExpress



          

DIAZ PARA LA BAJA En el año del 2005, servía al Glorioso Ejército Peruano como Sargento Reenganchado de Armas. Ingresé en el año 2003, por lo tanto era mi tercer año de servicio y no la pasaba como el mejor. Mi unidad era el viejo Cuartel Bolívar en Pueblo Libre, y mi compañía la Cía. Mantenimiento. Al haber empezado años atrás desde abajo como un simple recluta, después de tanto dolor, maltrato y privación (ojo, expreso que yo si estoy contra del servicio militar obligatorio, así que para los muchachos, por esas y muchas razones más no vayan al cuartel esta navidad) llegaba a ser Sargento Reenganchado, un efectivo de tropa que por voluntad, por qué le da la gana, al terminar sus dos años de servicio acuartelado, firma un contrato para seguir dentro de la institución por un interés particular o por qué simplemente le gusta la vida militar. Es una especie de ídolo entre la tropa; inspira respeto por su conocimiento y experiencia entre los nuevos soldados; temor por qué, por la antigüedad en el servicio, se encuentran por encima de todo el resto de tropa, y toman decisiones a veces fatales y martirizantes para los mismos soldados. Aunque en un cuartel los Sargentos Reenganchados son pocos; son pocos, pero son. Los demás superiores, oficiales y personal subalterno, dentro del cuartel, muchas veces les delegan mucha responsabilidad y autoridad, ya que los primeros prefieren ocuparse de otras cosas más importantes. Los Sargentos Reenganchados, conscientes de esto, abusaban de esta especie de poder así que hacían y deshacían, manejaban clandestinamente, por lo bajo, los destinos del cuartel y los demás superiores no se daban cuenta de esto, o sí estaban al tanto, y en buen criollo, les llegaba, con tal que los Sargentos Reenganchados tuvieran controlada a la tropa, y no hubiera novedades en el servicio. Por eso, la tropa nos llamaba los Ministros, pues más que tropa antiguo parecíamos verdaderos jefes. Al haber llegado a este status me sentía en las nubes. Sentía que era mi recompensa después de mis dos años anteriores, como tropa menor. Ahora me tocaba disfrutar tras tanto martirio. Antes de seguir ¿Alguien ha visto el hombre araña? Sí, claro, aunque parezca un chiste nombrar esta película y relacionarla con el Glorioso Ejército Peruano, hay una frasecita que recita en el film y que tiene mucho de verdad: un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Eso lo aprendí ese año, Mi superior inmediato era el Sargento Reenganchado R***, quien era el Sargento más antiguo de todos los Ministros del cuartel al tener ya diez años de servicio, y peor aún era el más antiguo de mi Compañía, así que nadie más que yo estaba bajo su supervisión directa. Cuando llegué a su dominio, representado por la Cía. Mantenimiento, todo fue una lección tremenda. Me enseñó que como ahora era un Sargento Reenganchado, tenía que pensar diferente, actuar diferente, frente a un nuevo panorama, frente a la tropa; ser un ejemplo constante en todos mis actos, despedir en mis palabras y mis órdenes autoridad. No sólo por ser Sargento Reenganchado sería lo máximo, si no por la gran responsabilidad que se me entregaba y el Sargento Reenganchado R*** se encargaría de recordármelo todos los días, metiéndome un cabe moral y psicológico y haciéndome caer de mi nube. Algunos Reenganchados como yo no compartían esa ideas en su totalidad, pero como repito, yo estaba a cargo directo del Sargento Reenganchado R***, así que estaba constantemente monitoreado. Yo era el Sargento Reenganchado mas pinche, léase nuevo, y tenía que pagar derecho de piso. Los métodos del Sargento Reenganchado R***, para hacerse respetar y temer eran variados. Iban, como ya dije, desde enseñar con el ejemplo, pasando por los carajazos y gritos, siguiendo por el maltrato psicológico (como el pasarle revisión a la tropa de ropa interior, y quien la tuviera sucia se la hacía quitar y ponerla en un cilindro; luego el Sargento Reenganchado R*** les prendía fuego. Risas para uno y vergüenza para otros) y terminar por el clásico golpe. El problema conmigo era que yo tenía un carácter más suave, y el Sargento Reenganchado R*** quería convertir un gato en un león. El precio que tuve que pagar por tan importante cargo era controlar a ciento y pico efectivos de tropa, y lidiar con sus problemas diarios en el servicio en diferentes ocasiones. Como si fueran los hijos de uno caramba. Por eso les digo que es verdad que un gran poder conlleva una responsabilidad. Bueno, después de todo estábamos en el Glorioso Ejército Peruano. La política del yo digo, tú haces. Un día, estando en nuestra cuadra, la de la Cía. Mantenimiento, escuché la voz del Sargento Reenganchado R*** que con un grito, me llamaba. En esa voz detecté de inmediato que algo no andaba bien. En el Ejército, donde la gente prácticamente no habla sino grita, puedes detectar que hay gritos, y, gritos. El Sargento Reenganchado R*** se encontraba en el baño de la Cía. y cuando llegué me esperaba en su clásica actitud reprobante, con las manos a la cintura y haciendo sonar los talones de las botas, en gesto de reprimenda. Me preguntó “¿Sabes qué es esto? - señalándome la puerta de una letrina. Fijé la mirada donde me señalaba y antes de cometer la estupidez de contestar que, lógico era una puerta, contesté alzando los hombros “No. Humm, no entiendo”. “Fíjate bien, acerca los ojos” – insistió mi superior. Acercándome más me puede dar cuenta que alguien había escrito, prácticamente había tallado una frasecita que hasta el día de hoy me acuerdo. Pude leer: “DIAZ BAJA”. “¡Eso es, eso es! El per…o DIAZ de la Cía. Abastecimiento como ya se va de baja, viene a joder, a querer malograr los enseres de mi cuadra”. El Sargento Reenganchado R*** jadeaba, indignado. “Eso es algo que no puedo permitir -miraba el piso, movía la cabeza, reflexionaba el Sargento Reenganchado R***. Luego sentenció - Yo podría castigarlo pero voy a dejar que tú lo hagas”. “¿Yo Mi Sargento?” – pregunté sorprendido. “Si tú. Es como parte de tu aprendizaje; quiero que te hagas sentir, que le enseñes que con un Sargento Reenganchado no se juega. Ese per…o es baja, y la baja siempre quiere hacer lo que quiere”. Como no me quedó de otra ya que una orden primero se acata luego recién se puede preguntar el por qué, respondí “Comprendido Mi Sargento”. “Ya sabes, te doy la orden a ti, tú verás cómo lo haces. Y si no lo castigas a ese anim…l, te castigo yo a ti”. Para quién no sepa que es la baja, les diré que es la tormenta de a mediados y fines de año de los cuarteles, y está conformada por la promoción de soldados que ya cumplieron sus dos años de servicio y están a punto de dejar la vida militar. Esto les lleva a pensar que pueden hacer lo que les dé la gana antes que se vayan, llegando a generar muchos casos de violencia e indisciplina en el cuartel, y se dejan ver quiénes son los resentidos y quiénes no. Ese pensamiento es una enfermedad y una tradición en el Glorioso Ejército Peruano. Mandé a llamar con un soldado de mi Cía. al Sargento SAA DIAZ (SAA significa Servicio Activo Acuartelado, son los soldados que están dentro de sus dos primeros años de tropa) al baño de mi cuadra, y lo esperé tal como lo hizo el Sargento Reenganchado R***, con la puerta violentada de la letrina abierta. El Sargento SAA DIAZ era un chiquillo que no tenía cara de malcriado, sin embargo, caras vemos, pendejos no sabemos. Entonces arremetí: “Anim…l, ¿has sido tú el que ha escrito esto en la puerta de mi baño no?” y señalé lo escrito. Asustado, y al parecer, sorprendido, el Sargento SAA DIAZ respondió “No Mi Sargento – leyó lo que señalaba. – No sé qué es eso”. “¿Quién sino tú que eres el único DIAZ en el Cuartel y encima perteneces a la Baja y te vas en unos días pudo hacerlo? “No Mi Sargento no he sido yo”. “No lo niegues – grité - anim….l”. Era tal y como esperaba, el condenado se estaba negando. Tomé aire y resolví: “Para mañana quiero esa puerta lijada y pin-ta-da, sino ya sabes. ¿Comprendido?”. Termine esa última con una voz enérgica y autoritaria. El resultado fue lo contrario a lo que esperaba, a un baja malcriado, que se me podía rebelar en ese momento. “Comprendido mi Sargento” – me contestó. Quedé satisfecho de tal como se sucedieron las cosas, y por último lo hice retirar. Al día siguiente, un poco olvidado del asunto, no me acordé sino hasta de noche y le pregunté al cuartelero, soldado de servicio que tiene el deber de velar por la limpieza de la cuadra, si el Sargento SAA DIAZ llegó a venir a reparar la puerta del baño, y la respuesta fue negativa. Encontré al Sargento SAA DIAZ el día que siguió, en el lavadero del comedor y le increpé “Oye Sargentillo ¿qué estas esperando para ir a reparar la puerta del baño de mi cuadra?”. Otra vez, como acojudado y confundido me respondió “Hoy día voy mi sargento”. No quise renegar y lo dejé pasar. Dos días transcurrieron con idéntico resultado. No lo veía así nomás al Sargento SAA DIAZ, entonces ya pensé que era evidente que a ese Sargento lo que yo le ordenará y repitiera, le llegaba al extremo de ese apéndice que tenemos todos los hombres entre las piernas. Decidí tomar el toro por las astas. Mandé buscarlo otra vez, y me avergüenza tener que decir que, como la diplomacia fracasó, tuve que decidirme por actuar con violencia física. Después de todo el Glorioso Ejército Peruano sin golpe, es como el cebiche sin limón. El Sargento SAA DIAZ acudió como la primera vez que lo llamé, manso, sumiso y encima de todo, como si otra vez no supiera nada delo que estaba sucediendo, inocente, libre de toda culpa y pecado. Rápido, lo cogí de las solapas del uniforme, lo apreté contra la pared y le pregunté: “Oye (are, ajo, erda) ¿por qué no has hecho lo te ha ordenado?”. Me disculpo con ustedes, señores, no era yo en ese momento, pero me enfurecía que por culpa de ese Sargento, si la demás tropa veía que uno me ignoraba, iban a imitar su accionar. “Pero mi Sargento, yo no lo hice” - se defendió el acusado. “No seas mentiroso. ¿Quién más que tú? Ya te dije, eres el único DIAZ y ya te vas de baja”. “Pero mi Sargento, usted ha leído mal. Ahí no dice DIAZ BAJA”. No podía creer lo tremendamente caradura que era ese Sargento, por un segundo le di el beneficio de la duda “Entonces ¿Qué dice anim…l, o es que acaso crees que no se leer?”. “Suélteme un momento por favor y le enseñó” – me rogó. Lo solté y entonces se dirigió a la puerta de la letrina donde supuestamente estaba el error. Con su dedo señaló “Miré: ahí dice DI-AZ BA-JA. Ahí no dice mi apellido, DIAZ, sino que quién lo escribió quiso decir que DI-AS BA-JA. O sea que falta DI-AS, unos DIAS para la BAJA”. Les preguntó ¿Cómo poder reaccionar ante tamaña respuesta? ¿Reírme o molestarme? Miré al Sargento SAA DIAZ y le dije “Ya lárgate”. Se fue no sin antes pedirme permiso. En seguida llamé a un soldado para que buscara lija y pintura en la carpintería del cuartel. Así cumplía mi gran responsabilidad ¿y de mi poder? Mi poder fue reírme de todo eso, luego de un tiempo. El Sargento SAA DIAZ, como le correspondía se fue de baja con sus demás compañeros que se despedía del Cuartel Bolívar, y de la vida militar. Yo lo hice cinco años después.
Posted on: Mon, 01 Jul 2013 02:42:01 +0000

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